Libertad Digital, 9 de enero de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-01-09/ivan-velez-olga-tokarczuk-fabuladora-negrolegendaria-89666/
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Olga
Tokarczuk, fabuladora negrolegendaria[1]
«El momento que ahora podemos ver a
través del tiempo llevó a la muerte de 56 millones de los casi 60 millones de
nativos americanos. En ese momento, representaban aproximadamente el 10 por
ciento de la población total del mundo. Sin darse cuenta, los europeos les
trajeron algunos regalos letales: enfermedades y bacterias a las que los
habitantes indígenas de América no tenían resistencia. Además de eso vino la
despiadada opresión y el asesinato. El exterminio continuó durante años y
cambió la naturaleza de la tierra.»
Las palabras reproducidas forman
parte del discurso pronunciado por la escritora polaca Olga Tokarczuk (Sulechów
1962) durante la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura del año
2018, organizada por la Academia Sueca tras la parálisis producida por la
concesión del mismo a Bob Dylan y el afloramiento de ciertos casos de
escandinava corrupción. La escritora merece las felicitaciones de los lectores
españoles por su obra de ficción, sin embargo, resulta difícil permanecer en
silencio ante la pretendida conexión que estableció entre el descubrimiento de
América, la desaparición de la población indígena y el cambio climático, quedó,
al parecer, establecida.
Como tantos noveleros, por emplear
la fórmula quevedesca, Tokarczuk se acoge a algunos de los más populares
estereotipos de la Leyenda Negra, conveniente y climáticamente actualizados
para la ocasión. La escritora se deleita incluso cantando las bondades de la
agricultura prehispánica, cuyas armónicas y sostenibles canalizaciones fueron
pasto de la selva tras la llegada de los barbudos. Sin embargo, pese a estas obligadas
pinceladas ecológicas, el grueso de la crítica de la polaca gravita sobre el
tópico del «exterminio» de la población nativa, que pretende demostrar con
cifras más que discutibles, de cuyo origen nada dice, pues doña Olga no desvela
las fuentes de las que bebe. Según afirmó durante su intervención en la Sala de
Conciertos de Estocolmo, antes de la llegada de los europeos había sesenta
millones de nativos americanos, números alejadísimos de los que manejara en su
día alguien también nacido en Polonia, Ángel Rosenblat, que en su La población indígena de América desde 1492
hasta la actualidad (Buenos Aires 1945) calculó que antes de la llegada de
Colón, el número de indígenas que vivían en todo el continente era algo
superior a los trece millones, cifra que en 1570 había descendido a once
millones y que en 1825, dentro ya de los procesos de cristalización de las naciones
políticas hispanoamericanas, se situaba en ocho. Al margen de la cuestión
numérica, ha de tenerse en cuenta que esas poblaciones estaban a menudo
desconectadas entre sí, cuando no enfrentadas o estructuradas según patrones
esclavistas. Ello por no hablar de prácticas que mermaban la cantidad de
americanos: los sacrificios humanos de los cuales la arqueología aporta cada
vez más numerosas y macabras pruebas, como se ha podido comprobar tras el
hallazgo, hace años, del tzompantli
–estructura hecha a base de cráneos humanos- cercano al Templo Mayor de la
Ciudad de México de la que hablan las crónicas españolas o con la aparición de
momias andinas que conservan los cuerpos entregados a los dioses. Esta realidad
refuta el mito del indio considerado como un «manso cordero», tal y como lo
definió Bartolomé de Las Casas, y demuestra que antes de la expedición española
el continente distaba mucho de ser una tierra paradisiaca, como parece sugerir
la Tokarczuk que, no obstante, acierta al hablar de los devastadores efectos,
imposibles de evitar por parte de los españoles, que tuvieron las enfermedades
europeas sobre unos hombres que carecían de defensas naturales contra ellas. Una
morbosa realidad contra la que estos combatieron, pues conviene recordar que los
españoles fundaron cientos de hospitales en las ciudades que dieron forma a su
imperio civilizador. Un ánimo sanitario que se mantuvo en el tiempo, como prueba
el hecho de que en 1803 se organizara la Real Expedición Filantrópica de la
Vacuna, capitaneada por Francisco Javier de Balmis, primer cirujano del
Hospital de San Juan de Dios mexicano, gracias a la cual, la vacuna contra la
viruela llegó a Puerto
Rico, Caracas, La Habana, Veracruz, la Ciudad de México e incluso Filipinas,
desde donde saltó a los enclaves chinos de Macao y Cantón.
Olga Tokarczuk, tal nos parece, está
cautiva de las mismas falsas nuevas que ella misma critica pero, al mismo
tiempo, reproduce, pues si la cantidad de indígenas que murieron a causa de las
enfermedades, de las que los españoles, en su caso, no se libraron, y de unas
violencias que no negamos, es muy inferior a la que ella acepta, los
devastadores efectos climáticos de esa pérdida de vidas no pudo darse a tan
gran escala. Frente la tópica imagen de un imperio marcado por la «despiadada
opresión», «el asesinato» y el «exterminio», se alza la realidad de una Corona
que, a diferencia de sus coetáneas, marcadas por la depredación y el desprecio
por los indígenas, impulsó numerosas leyes que protegían a los naturales. Un
cuerpo legal que ya está presente en el codicilo del testamento de Isabel I de
Castilla, en el cual, la reina católica, en trance de muerte, dejó escrito que
sus herederos en el trono «non consientan e den lugar que los indios vezinos e moradores
en las dichas Indias e tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno
en sus personas e bienes; mas mando que sea bien e justamente tratados». A este
documento debemos añadir las monumentales leyes indianas, correctoras de
excesos individuales y protectoras de comunidades que fueron prácticamente
barridas con la llegada de determinados vientos decimonónicos europeos a unas
naciones hispanoamericanas ávidas de blanqueamiento racial. No podemos finalizar
esta fugaz enumeración legislativa, sin referirnos a la obra del dominico
español Francisco de Vitoria, en la que muchos han visto un precedente de los
Derechos Humanos. Cabe, por otro lado, aclarar que, aunque los polacos estén
acostumbrados a la expresión «colonias españolas», tal expresión es ajena a la
terminología genuinamente española. Las tierras descubiertas y ganadas para la
Corona, constituían un territorio del mismo rango que las peninsulares.
Por estas y otras muchas razones, se
puede aplicar a la fabuladora Olga Tokarczuk el calificativo de escritora
negrolegendaria, condición que, sin duda, le hará ganar lectores y adeptos
entre el amplio colectivo de personas adscritas a las numerosas sectas
salvíficas, del planeta y de sus propias conciencias, que marcan nuestro
presente buscando culpables ajenos, en ocasiones tan remotos como los que
dieron cuerpo al Imperio, católico en lo territorial y en lo religioso, español.
Tal vez para Tokarczuk, tal y como ella misma nos revela, «la ficción es
siempre una especie de verdad», pero probablemente solo lo sea dentro del mundo
literario. Sin embargo, cuando la autora quiere hablar con autoridad sobre
«ciertos momentos de la Historia», debería referirse a la bibliografía
científica sobre el tema y leer los documentos al respecto. En el caso
contrario, como ella misma dijo: «una mentira se convierte en un arma de
destrucción masiva».
[1] Versión en español del artículo
que, traducido al polaco por Małgorzata Wołczyk, se publicó el 4 de enero de 2020 en la versión digital del semanario Do Rzeczy: https://www.dorzeczy.pl/kraj/125323/antyhispanizm-olgi-tokarczuk-czyli-o-krzywdzacych-stereotypach-w-przemowie-noblowskiej.html?fbclid=IwAR2Cyz7X1Jd7NF4gC6iOyA7cfc10wVWcCbJOmb-blsgYc34av2s9qkDu1ws.
2 comentarios:
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