El Catoblepas • número 102 • agosto 2010 • página 11
Emilia Pardo Bazán y la leyenda negra
Iván Vélez
Fue Emilia Pardo Bazán, y no Julián Juderías, quien introdujo en 1899 el concepto de «leyenda negra»
El día 18 de abril de 1899, invitada por la Sociedad de Conferencias, Emilia Pardo Bazán pronunció, en la Sala Charras de París, la conferencia titulada: «La España de ayer y la de hoy». El acto, que tuvo un gran eco en la prensa nacional de la época, dio como fruto la rápida publicación del texto en forma de libro, en edición bilingüe, que bajo el mismo título, a finales de mayo de 1899 ya había salido de la imprenta de Agustín Avrial, sita en la madrileña calle de San Bernardo, próxima al domicilio familiar de la Condesa.
La conferencia en cuestión fue redactada y pronunciada en el idioma francés que tan bien conocía doña Emilia, gracias no sólo a los inviernos que durante su niñez pasó en un colegio francés madrileño, sino también a las numerosas temporadas que la escritora gallega residió en Francia, entre las que destaca el período comprendido entre 1871 y 1873, o su paso por París en 1880, cuando conoció a Víctor Hugo.
Francesas fueron la mayoría de sus lecturas novelescas, siendo Emilio Zola, a quien traduce al español, uno de sus escritores de cabecera. Desde la capital gala, donde se hallaba con ocasión de la Exposición Universal de París de 1889, envió los artículos que, bajo el título de «La mujer española», aparecieron en la revista La España Moderna, publicación dirigida por Lázaro Galdiano, y en la cual colaboraba la también ferrolana Concepción Arenal, a quien la Pardo Bazán había vencido en 1876 con ocasión del certamen literario convocado en Orense para conmemorar el segundo centenario del nacimiento de Feijoo.
Si en lo que respecta a su obra literaria, la crítica se ha ocupado en extenso de su obra, debatiendo si en ella pesa más el naturalismo o el simbolismo, por lo que respecta a su producción ensayística, casi siempre canalizada a través de artículos aparecidos en periódicos y revistas, entre las que destaca Nuevo Teatro Crítico, publicación cuyo título, de evocaciones feijooianas, sería fundada por ella misma en 1891, no ocurre lo mismo. Las críticas de esta parte fundamental de su producción acusan a menudo una fuerte carga ideológica que ha ido cambiando con el tiempo, adaptándose a menudo a las circunstancias políticas españolas del momento.
Pero antes de proseguir la glosa de su obra ensayística, hemos de detenernos un instante en la casi única influencia filosófica que, aunque de forma bastante superficial, se cita en sus biografías. Nos estamos refiriendo al krausismo, con el que habría entrado en contacto, sobre todo, de la mano del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, quien en 1881 le publica el poemario Jaime, dedicado al nacimiento de su primogénito, fruto de su precoz e inestable matrimonio con José Quiroga. Acaso su militante feminismo, expresado en La España moderna y en La mujer española, hunda sus raíces, entre otras corrientes operantes en la época tales como el anarquismo, en el idealismo panteísta del filósofo alemán Carlos Cristiano Federico Krause{1}, factor al que hemos de agregar su francofilia, pues no en vano fue en el país galo, de la mano de la finalmente guillotinada Olimpia de Gouges, donde había quedado redactada una Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. La vinculación de Emilia Pardo Bazán con la cuestión educativa, dio como fruto el hecho de que en 1910 resultara nombrada consejera de Instrucción Pública, pasando, en 1916, a ocupar el puesto de catedrático de Lenguas Neolatinas de la Universidad de Madrid. Las puertas de la Real Academia, empero, no se le abrieron.
Si aquí prestamos especial atención a la conferencia «La España de ayer y la de hoy», no es menos cierto el hecho de que Emilia Pardo Bazán se había ocupado, desde mucho tiempo atrás, de cuestiones relativas a la Historia de España{2}.
Es destacable su participación en los actos conmemorativos del IV Centenario del Descubrimiento de América, celebrados en 1892. Su intervención más destacada en estos fastos hemos de localizarla en uno de los cuatro congresos organizados para tal fin, el Congreso Pedagógico hispano-portugués-americano, promovido por Rafael María de Labra. Durante el mismo, doña Emilia pronuncia la conferencia «La educación del hombre y la de la mujer», recogida en el nº 22 de su revista Nuevo Teatro Crítico, en el que también aparece su escrito «Crónica del movimiento intelectual en el centenario del Descubrimiento».
Pero si, como vemos, la escritora gallega no abandona en ningún momento sus postulados feministas, en paralelo tratará de una serie de figuras –masculinas– fundamentales en nuestra Historia. Tal es el caso de Cristóbal Colón, a quien dedica una conferencia pronunciada en el Ateneo: «Colón y los franciscanos», oportunamente reproducida en Nuevo Teatro Crítico, base sobre la que se apoya para lanzarse en pos de trabajos más ambiciosos, tales como un estudio titulado «El descubrimiento de América en las letras españolas».
En este misma línea, poco después, en 1895, se hace cargo, dentro de la revista barcelonesa La Ilustración Artística, de la sección titulada: «La vida contemporánea», donde publica artículos de temática americana que más tarde recogerá en el libro De siglo a siglo, al tiempo que preparaba otro volumen: Cuentos de la Patria, que aparece en 1902 y en el que podemos leer frases como la que sigue, perteneciente a su prólogo:
«Hasta la fecha creí yo que la literatura debía desatenderse, con cierto aristocrático desdén de las cuestiones sociales… Un pueblo como el español tan atrasado, tan desorientado, y tan infeliz, necesitaría más bien una literatura de acción, estimulante y tónica, despertadora de energías y fuerzas, remediadora de daños.»
Su preocupación por los asuntos hispanoamericanos no decae: en la primera década del siglo XX encontramos a nuestra escritora asistiendo a diversos actos y conferencias celebrados en el Centro de Cultura Hispano Americano, institución dirigida por el catedrático de filosofía Adolfo Bonilla y San Martín. Más tarde, doña Emilia dedicará diversos artículos al conquistador Pizarro, entre los que destaca «Francisco Pizarro, historia de la conquista de Perú», así como un gran número de trabajos periodísticos publicados en ABC, entre los que podemos citar el titulado: « Hernán Cortés y sus hazañas» (1914), de fuerte tono apologético, que enlaza con su juvenil interés por este conquistador y por el cronista Bernal Díaz del Castillo. El texto de la Bazán trataba de contrarrestar la leyenda negra de la llamada «colonización», acusando, a ese conjunto de relatos, de fabulosos y falsarios:
«En esta historia, tan prodigiosa de suyo, de la conquista de Nueva España, se han ingerido fábulas, innecesarias por completo, pues sobra la verdad para el asombro. La leyenda es bella; la fábula, no, porque dándole su nombre propio, se reduce a mentira. Una de estas fábulas es la que presenta a Cortés, tea en mano, quemando sus naves.»
También en ABC, concretamente en la tercera página del día 30 de diciembre de 1918, publica: «Algo de crítica. Los conquistadores», que resulta ser un análisis del libro del mismo título escrito por José María Salaverría Ipenza, al que califica de «españolista», adjetivo que en la época iba muy ligado a sectores carlistas, pero que poco a poco iría encontrando otros cauces. En este mismo artículo, encontramos ya una alusión directa a la obra de Julián Juderías:
«La afirmación españolista que rezuma en sus páginas tiene precedentes no sólo en el extranjero, sino en España misma. A ella responden trabajos como el del americano Lumnis, acaso no muy propiamente titulado Los exploradores españoles, y el meditado prólogo con que lo encabezó Altamira; el de D. Julián Juderías La leyenda negra, y algunos más que pudieran citarse…
Merece notarse esto de que, en España, escribir a favor de España, disipando perjudiciales nieblas, cuesta tolondrote. Han transcurrido siglos hasta que se manifestó la tendencia españolista, y durante esos siglos, la leyenda negra –como yo la nombré en mi conferencia de París– fue cuajando. »
Años más tarde, apenas seis meses antes de su muerte, y también en ABC, concretamente el miércoles 3 de noviembre de 1920, la escritora, en un artículo titulado «Kronprinz Guatimozin», vuelve sobre el tema de la conquista americana, estableciendo claras diferencias entre la religión católica y la practicada en el México azteca, caracterizada como antropomorfa, a la vez que distingue entre un canibalismo nutritivo y uno ritual. Pero sobre todo, la Pardo Bazán arremete contra figuras como el dramaturgo alemán Gerardo Hauptmann a cuenta de su obra El sabio salvador, quien, en palabras de la gallega:
«Escudado con el nombre de fantasía Hauptmann incurre en todo género de errores o más bien de voluntarias alteraciones de una verdad histórica demasiado conocida para que sea lícito atentar contra ella.»
Y, después, con gran lucidez, prosigue refutando la negrolegendaria y tópica imagen a la que se acoge el premio Nobel alemán:
«Las últimas investigaciones modifican bastante la similitud del poder de Moctezuma y el de Carlos V; Hauptmann ve en el Soberano de Méjico, invariablemente no un jefe de hombres y de Confederación –lo que realmente era– sino un Kaiser, y en Guatimozin, un kronprinz hecho y derecho.»
Pero regresemos a «La España de ayer y la de hoy» (cuyo texto está disponible desde agosto de 2010 en el Proyecto Filosofía en español: http://filosofia.org/aut/001/1899epb.htm). Frecuentemente omitida en los numerosos estudios existentes en torno a esta poderosa figura de las letras españolas{3}. Es en dicha conferencia, donde se emplea, por primera vez, en sentido político y en español, la expresión «leyenda negra»{4}, cuyas tesis serían reiteradas en el Discurso inaugural del Ateneo de Valencia pronunciado la noche del 29 de Diciembre de 1899, así publicado por Tipográficas de Idamor Moreno ese mismo año de 1899, conferencia en la que, como se puede observar, trata de forma implícita las dos leyendas a las que se refirió en París:
«Ni el fenómeno del indiferentismo desdeñoso hacia la patria está aquí basado sólo en el regionalismo más o menos separatista; no lo creáis: aunque sea ese síntoma uno de los más aparentes de nuestro estado general de atonía, no hay que achacarle toda la culpa ni quizás el mayor tanto de ella. Por estímulos al fin menos explicables que los del particularismo de las regiones; por egoísmos de clase o de bandería; por ambiciones, intereses y codicias personales y bastardas, se ha prescindido aquí de la patria, y arrojado por la ventana su interés y su honra. Y a veces, aun sin que medien reprobables estímulos, sólo por una especie de inercia que delata el marasmo crónico, se mira aquí la suerte de la patria con frialdad, como algo que no importa, que incumbe sólo a los gobernantes; así, merced a la versatilidad de aquellos cuyas convicciones no se basan en nada reflexivo, hemos pasado de la presunta arrogancia con que nos parapetábamos tras la leyenda, al escepticismo acorchado y burlón que no tardará en renegar hasta de lo pasado desconociendo su eficacia para elaborar lo porvenir.»
El final trata de proporcionar soluciones a la crisis en que se hallaba sumida la nación, unas soluciones –instruirse, instruirse, instruirse– por las que vuelve a soplar el espíritu pedagógico y pluralista de la Institución Libre de Enseñanza:
«Si me preguntasen cómo podrá España seguir existiendo, –dice la oradora– qué hacer para conseguirlo, diré que lo primero, instruirse, lo segundo, instruirse, lo tercero, instruirse, y después, desenvolverse con arreglo a su naturaleza, y con variedad y libertad, reconociendo, respetando, cultivando la intimidad de cada región.»
Las reacciones a las tesis defendidas por la Pardo Bazán, no se harán esperar. De este modo, Rubén Darío, afectado del virus negrolegendario, y apuntando maneras regeneracionistas aderezadas de tópicos, se hizo eco de la conferencia en un artículo que lleva por título «La Pardo Bazán en París. Un artículo de Unamuno», recogido en su libro España contemporánea (Librería de la Viuda de Charles Bouret, París 1901). Cedamos la palabra al poeta nicaragüense:
«…aun concediendo, desde el punto de vista de una crítica especial, defensas de aquella institución como lo hace Menéndez y Pelayo, y aun observando que no solamente España encendió las hogueras religiosas, resulta siempre que es en España en donde el espíritu inquisitorial halló su verdadera encarnación; por ello el inquisidor de los inquisidores será siempre el inquisidor español; ya a través de la Historia, ya en el cuento de Poe, en el drama de Hugo o en el dibujo de Ensor. La leyenda áurea constituye el lado nervioso del alma española, y solamente los desaciertos de los políticos de última hora han podido hacer que se empañase. Es la de una España romántica, una España generosa y grande que alza sus vastos castillos de gloria sobre la selva poética del Romancero; una España de valor y de caballería que ha clavado en el bronce del tiempo, con nombres épicos, toda una serie de nobles victorias, de orgullosas conquistas. Sobre su pintoresco escenario lleno de sol y de música el alma española aun sustenta la grandeza y el brillo del pasado, digan lo que quieran los pesimistas y los que han perdido toda esperanza de regeneración. No hace daño a España, como doña Emilia cree, no le ha hecho daño el recuerdo y mantenimiento de la leyenda de oro de su historia; sino que malaventurados políticos y ministros modernistas a su manera, hayan descuidado el cimentar el presente apoyados en la gloria tradicional. Para la reconstrucción de la España grande que ha de venir, aquella misma áurea leyenda contribuirá con su reflejo alentador, con su brillo imperecedero. España será idealista o no será. Una España práctica, con olvido absoluto del papel que hasta hoy ha representado en el mundo, es una España que no se concibe. Bueno es una Bilbao cuajada de chimeneas y una Cataluña sembrada de fábricas. Trabajo por todas partes; progreso cuanto se quiera y se pueda; pero quede campo libre en donde Rocinante encuentre pasto y el Caballero crea divisar ejércitos de gigantes.»
Pero, reacciones al margen, ¿cuál es el contenido de la conferencia parisina?
La intervención de Emilia Pardo Bazán, toma como punto de partida la llamada «leyenda dorada», fuente de muchos de los males que, para la Condesa, aquejaban a la España que acababa de perder sus territorios de ultramar. Es la autocomplacencia española, que hunde sus raíces en el recuerdo de un pasado glorioso, la que ha propiciado la decadencia de la Nación a finales del XIX:
«La leyenda se pega; la comunicamos á los extranjeros porque la llevamos en la masa de la sangre; y esa funesta leyenda ha desorganizado nuestro cerebro, ha preparado nuestros desastres y nuestras humillaciones.»
La leyenda dorada, se cimenta en una edad de oro de incierta fijación en el tiempo, y que sirve a la escritora para hacer un guiño a Quevedo al hablar del clima, orografía y geografía españolas y su incidencia sobre el carácter de sus habitantes. A la conferencia parisina, parecen acudir argumentos propios de la España defendida, hasta desembocar en la muy en boga, por aquella época, cuestión racial:
«La raza española, o más bien las razas humanas que forman el conjunto de la población, son superiores, aunque no arianas todas; la sangre céltica y goda se mezcla con la fenicia, bereber y árabe.»
Según esto, España sería el resultado de una mezcolanza de razas que, a diferencia de las tesis igualmente racialistas manejadas por las facciones nacionalistas ya operantes en la época, no tiene en el río Ebro una frontera nítida y natural que separa a los arios de los semitas. Fruto, sobre todo, de la influencia de estos últimos, serían la característica genialidad hispana, mermada por un individualismo endémico y un burocratismo que evoca el «vuelva usted mañana» de Larra.
Fijada la leyenda dorada, la escritora gallega enumerará, de forma sucinta, todos los componentes que engrosan la leyenda negra. La expulsión de judíos y moriscos, la Inquisición, la empresa americana o el hidalguismo, desfilan por su discurso. Será al final de esta relación, cuando aparezca una constante en la vida literaria de la escritora gallega, la figura del padre Feijoo, símbolo de una ilustrada España posible, que pudiera mantener su vigor imperial por medio de una serie de cambios. Según sus propias palabras, Feijoo:
«…quiso combatir y extirpar los errores comunes, las supersticiones del vulgo, y tronó contra la ciencia increíblemente atrasada, contra los falsos milagros, contra la hipocresía y la necedad; señaló con ademán enérgico hacia la negra cueva de las brujas donde había sido maleficiado el último rey de la dinastía austriaca. El monje tuvo partidarios y lectores y admiradores, pero se hizo sospechoso; llovieron sobre él libelos é impugnaciones, y hasta se le acusó de impiedad y herejía y se le comparó á Voltaire. Fue preciso que el monarca en persona, por medio de un decreto, prohibiese atacar al Padre Feijóo; así se trataba de reformar á España, de real orden, cuando sería indispensable que la reforma comenzase por las capas profundas. Y aun por eso, á despecho de excelentes intenciones y de resultados positivos que no quiero desconocer, no consiguieron los primeros Borbones modificar radicalmente el estado del país. Al españolizarse, los Borbones se pusieron de parte de la leyenda, y el decaimiento de la Inquisición contribuyó á reforzar el absolutismo monárquico, sin beneficio alguno para la vida nacional.»
La alusión a las «capas profundas», la capa basal según nuestra particular perspectiva, parece situar el problema en su proximidad a la superstición, frente a la cual la Pardo Bazán sitúa sus ideales didácticos y pedagógicos. Frente a esta posibilidad regeneracionista, se alzarán, por un lado, la amenaza del carlismo como ideología esencialista y, por otro, conectados con la Guerra de Cuba, los oligarcas acaudalados españoles que, a diferencia de sus pares norteamericanos, pagaban la incomparecencia de sus hijos en vez de enviarlos al frente como hacían los useños. Finalmente, esta primera parte de la conferencia se refiere al verdadero papel que el clero tenía en la época. Según esto, en España los clérigos no tienen influencia real, habida cuenta del fracaso de sus iniciativas con ocasión de la Guerra:
«Al saberse nuestros últimos desastres, algunos obispos dieron pastorales condenando los regocijos públicos y excitando á los fieles á respetar el luto de la patria. Nadie hizo caso: la voz cristiana y patriótica de los obispos fue ahogada por el cascabeleo de los coches que llevaban inmensa muchedumbre á la plaza de toros.»
Mediada la conferencia, ésta se dirigirá a refutar en unos casos, y a alabar en otros, algunos de los componentes de la leyenda negra. De este modo, se exalta el quijotismo del español, encarnado en la figura de Isaac Peral, a la vez que se lamenta la escasa iniciativa industrial de los españoles, excepción hecha de vascos y catalanes, todo ello antes de lanzar una acertada arenga feminista que de nuevo pone de relieve uno de los temas recurrentes en doña Emilia.
«La mujer, en España, está desautorizada para cursar en Institutos y Universidades; mas si lo hace, causa extrañeza é incurre en reprobación tácita o explícita; las familias no se atreven á desafiar el criterio general, y no queda á la mujer más salida que el matrimonio, y, en las clases pobres, el servicio doméstico, la mendicidad y la prostitución. Millones de mujeres españolas no saben leer ni escribir.»
El final del discurso, en el cual son las figuras de Castelar y Cánovas quienes encarnan los atributos de la leyenda negra y la áurea, dos caras de una misma moneda, tiene un indudable aroma regeneracionista. Los sólidos cimientos, al menos para Emilia Pardo Bazán, en que debe asentarse tal recuperación, nos devolverán a otra de sus constantes, la apelación a la enseñanza como solución y balsámico antídoto contra las tiranías –particularmente el caciquismo– que paralizan a España.
Pero si es, al menos hasta donde conocemos, la escritora gallega quien comienza a emplear la fórmula «leyenda negra» aplicada al conjunto de relatos, tanto españoles como extranjeros, cuyo fin es menoscabar la imagen de España, no es menos cierto que este rótulo es empleado también, algo más tarde, para referirse a la brutal represión con que se trataría a los anarquistas de la época, simbolizada en el caso Ferrer e incluso para caracterizar los toros de la ganadería de Miura. El sentido empleado por la Pardo Bazán, no obstante, encontraría un fuerte impulso poco después, con la irrupción de Julián Juderías y Loyot{5}.
Antes que Juderías, otros incorporaron este rótulo a sus escritos. Es el caso del periodista Eduardo Gómez de Baquero, popularmente conocido como Andrenio. En efecto, el 1 de octubre de 1904, en el artículo aparecido en el periódico El Imparcial titulado: «Dos libros acerca de Rusia», el autor de Escenas de la vida moderna dice:
«Se comprende, sin embargo, que tanto por su grandeza real y positiva como por sus grandezas aparentes, ejerza Rusia viva atracción sobre el viajero que por allí pasa ó allí mora algún tiempo. Rusia, tiene, como nosotros, su leyenda negra, y como estas leyendas exageran siempre los rasgos del original, el extranjero que visita el imperio ruso es fácil que al principio, seducido por aquellas apariencias, se sorprenda al encontrar á Rusia más adelantada, más culta y hasta más liberal de lo que creía, si bien al cabo de algún tiempo echará de ver probablemente que la leyenda no carecía de fundamento.»
Para añadir después, refiriéndose a Juderías:
«El trabajo del Sr. Juderías, antes que literario extrictu sensu, es didáctico. És un estudio de geografía política que en páginas relativamente breves presenta un cuadro muy completo de la Rusia moderna, describiendo su territorio, población, razas, idiomas, religiones, gobierno, clases sociales, agricultura, industria y comercio, vías de comunicación, cultura popular y demás principales aspectos que ofrece la actual sociedad rusa.»
La figura de Juderías, desde ese momento, no hará sino agrandarse. En relación con el tema que nos ocupa, hemos de dar un salto temporal para situarnos en 1913, cuando el políglota madrileño gana un concurso convocado por la Ilustración Española y Americana cuyo tema era, precisamente, la imagen de España en el extranjero. El trabajo de Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica, es publicado en cinco entregas, en los números correspondientes a los días 8, 15, 22 y 30 de enero y en el del 8 de febrero de ese año. Editado en forma de libro en 1914 bajo el título La Leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero, y siendo reeditada, bajo el patrocinio de Juan C. Cebrián en 1917, –poco antes de la muerte de Juderías a causa de una broncopneumonía o gripe española– circunstancia que es aprovechada por Juderías para añadir un nuevo capítulo: «La obra de España». Sea como fuere, es en las primeras páginas del libro, donde hallamos la definición de la leyenda negra según Juderías:
«Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre con el carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupos de las naciones europeas.
En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.»
Llaman poderosamente la atención, en la cita reproducida, la sólida presencia en ella de la idea de cultura objetiva y su conexión con Europa. Del mismo modo, la raíz señalada por Juderías, el origen de la difusión de la atmósfera negrolegendaria, se hallaría en el siglo XVI, de la mano de la Reforma, apoyada, por otro lado, en la imprenta de Guttenberg. Protestantismo y libros, dupla que resultará un terreno abonado para el surgimiento de la principal trama con que se despliega la nefasta leyenda: los relatos.
La alusión al siglo XVI, conecta la leyenda negra{6} a una de sus figuras canónicas, el rey Felipe II, quien sería atacado en vida por la atribución a su propia persona, de ordenar el asesinato de su hijo don Carlos, de su esposa Isabel de Valois y del secretario Escobedo. Las acusaciones serían debidas a Antonio Pérez, que las vertería en sus Relaciones. Pero, más allá de estos supuestos crímenes, que podrían incluso explicarse desde posiciones psicologistas, el rey prudente, en tanto que cabeza de la Monarquía Hispánica, sería también responsable de otros asesinatos, los cometidos por el imperio español y por la política religiosa española en la que tanto peso tendría el Santo Oficio, la Inquisición. A la cabeza de las acusaciones de los abusos cometidos en tierras americanas, figura fray Bartolomé de las Casas y su Brevísisma relación de la destrucción de las Indias, obra de gran éxito editorial y que tendría gran repercusión, sobre todo a partir de la edición de 1597, a cargo del holandés Teodoro de Bry, iluminada con 17 láminas realizadas por Joost de Winghe. Pero el baño de sangre ocasionado por manos españolas no se detendría más allá del océano, en España y otros puntos de Europa, encontraremos la persecución del luteranismo, con la destacada ejecución los condes de Egmont y Montigny en los Países Bajos, entre otros, a manos del duque de Alba.
Serán, entre otros, el exiliado heresiarca Reginaldo González Montano, con su Exposición de algunas mañas de la Santa Inquisición española, y Guillermo de Orange, autor de una Apología, dos de los destacados autores de la vasta colección de obras literarias que contribuirían a forjar un ambiente hostil al imperio español. Estas obras, no obstante, encontrarían respuesta desde España. En efecto, en este sentido podemos citar a Francisco de Quevedo, autor de España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos, escrita en 1609.
Ya en el siglo XVIII, también Feijóo, sin emplear literalmente la fórmula «leyenda negra», pero casi acariciando dicha construcción, se refiere a ésta en los siguientes términos:
«No pudiendo los ojos mal dispuestos de las demás naciones sufrir el resplandor de la gloria tan ilustre, han querido oscurecerla, pintando con los más negros colores los desórdenes que los nuestros cometieron en aquellas con quistas. Pero en vano. Porque sin negar que los desórdenes fueron muchos y grandes, subsiste entero el honor que aquellas felices y heroicas expediciones dieron a nuestras armas…». (Teatro Crítico Universal. Discurso trece. Glorias de España. Primera parte XXV.)
El siglo XIX no se vería, naturalmente, privado de obras negrolegendarias, a las que se unirían muchos trabajos que, tras la emancipación de las repúblicas hispanas comenzarían, con dispares resultados, a hacer balance de tres siglos de imperio español.
A finales de esta centuria, las obras antiespañolas, centradas en las manidas figuras que constituyen la leyenda negra, mantendrán una gran vigencia, prueba de ello es el hecho de que en junio de 1900, la propia Condesa de Pardo Bazán, en La Ilustración Artística, se refiera a Fray Bartolomé de las Casas en los siguientes términos, ejercitando la oposición entre imperios generadores y depredadores:
«Hace tiempo que los bien informados se ríen de nuestra leyenda negra. El Padre Las Casas, si viese á los hambrientos de la India y á los infelices sioiux, tendría que llorar para toda su vida. Cabritillos de leche fueron nuestros conquistadores al lado de lord Clive. Pero no se trata de eso, no se trata de humanidad colectiva cuando se sostiene y propugna la superioridad actual de los anglosajones.»
Pero la leyenda negra, pese a tener como protagonista absoluta y exclusiva a España, se dice de muchas formas. Veamos de forma sucinta algunos ejemplos:
Por seguir la estela marcada hasta el momento, hemos de referirnos a la asunción de los argumentos negrolegendarios por parte de numerosos miembros de la Generación del 98. Su adscripción al regeneracionismo, así parece demostrarlo, pues la regeneración arrojaba, casi siempre, un negativo juicio sobre el pasado de España. Era necesario enderezar el rumbo de la Nación, y algunos, entre ellos Baroja o más tarde Ortega, verían en Alemania el modelo que debía seguirse. Su germanofilia, les llevaría, sobre todo al segundo, a lamentar el escaso vigor de los godos que invadirían la Hispania romana tras la caída de otro imperio.
La llegada de la II República, también serviría para esgrimir un manido componente de la leyenda: el papel jugado por la Iglesia Católica en nuestra Historia. De entre los que quieren establecer un corte con el pasado católico, descuella Manuel Azaña, quien en octubre de 1931, proclama que «España ha dejado de ser católica», en contraposición con su pasado. España se percibe como error histórico y algunas regiones, aprovechando la debilidad política del momento, logran aprobar estatutos de autonomía que tratan de desligar la historia de éstas de la de España. Pero si la II República fracasaría, durando apenas 5 años repletos de asesinatos políticos y salpicada por varios golpes de estado, tras el paréntesis de cuarenta años de la dictadura franquista que sucedería a la Guerra Civil, la nueva democracia coronada, vería resurgir otra versión de la leyenda negra.
Así es, el modelo de Estado autonómico impulsado por las diversas fuerzas políticas salidas de la elogiada Transición, dará todo tipo de facilidades a las facciones nacionalistas que ya operaban en tiempos de la Pardo Bazán y que se fortalecerían durante la II República, alcanzando algunos de sus primeros logros incluso en pleno franquismo. Será a principios del siglo XXI, cuando los reeditados estatutos, den paso, hasta el punto de contagiar a los llamados partidos nacionales, algunas realizaciones de las aspiraciones separatistas de los citados grupos. Es ahí donde continúan operando los argumentos negrolegendarios, pues las citadas regiones, cuyo fundamento soberanista se apoya en ficciones históricas y sentimentales apelaciones a un metafísico pueblo, presentarán a España como prisión de naciones, siendo así que las naciones cautivas de España, serían las únicas verdaderas. Pero si el problema tendrá un sórdido origen: España, la solución tendrá todos los atributos de una actualizada leyenda dorada cuya sede se localiza en la Europa en la que se reencontrarán los pueblos liberados.
Los fastos conmemorativos del V Centenario del Descubrimiento de América darían lugar a nuevas obras en torno a la conquista y civilización que España llevó a cabo tras el Descubrimiento de América. Muchos de los trabajos realizados en torno a esta fecha, abundarán en diversos aspectos constitutivos de la leyenda negra. Destaca, por su implantación, especialmente en diversos ambientes autodenominados «progresistas», la definición del Descubrimiento como «Encuentro entre dos mundos», fórmula extravagante y cursi propuesta en 1984 por el antropólogo e historiador mexicano León Portilla, que sirve para evitar cuidadosamente el, para muchos, abrupto e inasumible vocablo «conquista» que sucedería a la llegada de las tres carabelas colombinas al territorio americano.
Directamente relacionada con los actos del V Centenario, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio escribe: Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), que tiene su origen en una conferencia pronunciada el martes 28 de junio de 1988 en el Aula de Cultura Mare Nostrum, en la que el autor de El Jarama, galardonado con los más importantes premios de la letras españolas, se mostró contrario a la celebración del dicho Centenario, calificado por él mismo como «indigno festival». El contenido de la misma, después convertido en exitoso libro, fue publicado, en varias entregas, en el diario El País.
Coincidiendo con el año de tan magno evento, Ricardo García Cárcel, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, publicó su La Leyenda Negra. Historia y opinión (Alianza Editorial, Madrid 1992), libro en el cual comienza, ignorando a la escritora ferrolana y a los que tras ella emplearon dicha expresión, por atribuir la paternidad de ésta a Julián Juderías, para después negar la existencia de dicha leyenda mediante el siguiente argumento:
«… este libro parte de un principio: la idea de que no ha existido la mítica leyenda negra en tanto no ha habido, a nuestro juicio, esa crítica negativa sistemática, feroz, unánime, intencionadamente destructiva hacia España o los españoles. Ciertamente, pocos países como el nuestro han vivido, históricamente, tan agobiados por descifrar el laberíntico mundo de sus señas de identidad y por mirarse en el espejo narcisista, cual madrastra de Blancanieves, para conocer la opinión que de sí misma se tenía más allá de nuestras fronteras.»{7}
No obstante, el alud de obras antiespañolas que el propio García Cárcel cita en su libro, y aun a pesar de los esfuerzos que el historiador hace por encontrar paralelismos con otras naciones que serían objeto de invectivas similares, hacen muy difícil el sostenimiento de la tesis reproducida más arriba.
Empleando con profusión y anacronismo el término «intelectual», refractario a la idea de imperio –«la leyenda negra hay que hacerla depender, en definitiva, de una política como la española, imperialista en lo político, delirante en lo religiosos, torpe en la fabricación de su propia propaganda», afirma ese catedrático en la página 250– y proclive a la idea de una España «plural», García Cárcel, ensaya una clasificación de mayor riqueza cromática, distinguiendo entre leyendas negra, rosa –que sustituye a la más solemne leyenda dorada–, y amarilla. Si las dos primeras leyendas, la negra y la rosa son coincidentes con la distinción dicotómica habitual, la leyenda amarilla vendría a ser lo que sigue:
«Lo cierto es que estos viajeros románticos –de los que sobresalen los Irving, Borrow, Tillier, Gautier, Dumas, Sand, Merimée…– contribuyeron decisivamente a la folklorización de lo hispánico, promocionándose desde Europa una leyenda amarilla de reivindicación de lo racial hispánico. La lucha por la homologación a Europa del pensamiento español más progresista parece contestada por la exaltación no ya del diferencialismo hispánico sino por su propia excepcionalidad. El majismo y el casticismo propugnado en España por el pensamiento más retrógrado encontraba un curioso refrendo en Europa en el siglo XIX.»{8}
El empleo de este color, según nos parece, podría proceder de la llamada «prensa amarilla», distinguida por su sensacionalismo y falta de rigor. Éstos serían, precisamente, dos de los más señalados atributos de las crónicas que los viajeros románticos escribirían a su paso por la España del XIX, presentada como una nación orientalista, exótica y atrasada. La leyenda amarilla, por tanto, se nutriría del pintoresquismo y tendría muchos componentes psicologistas. Pero, ¿acaso los relatos catalogados como negrolegendarios no adolecían de estas características? A nuestro juicio, la leyenda amarilla no sería sino una parte integrante de la negra, bien que contextualizada en una época en la que España, tras la Guerra de la Independencia, había perdido poder político y no era percibida como una amenaza real para el equilibrio geopolítico europeo.
Algunos rasgos de lo que García Cárcel engloba dentro de la leyenda amarilla, reaparecerían más tarde, a finales del XIX. En efecto, el llamado «flamenquismo», será uno de los temas preferidos de los incipientes nacionalismos catalán y vasco, que en ocasiones encubrían su racismo tras este vocablo.
Pese a todo, el concepto de «leyenda amarilla», ha tenido cierto éxito en ambientes universitarios, como demuestra el uso que de él hace David Miranda Torres, doctor en márketing por la Universidad Complutense de Madrid con su tesis doctoral titulada: La imagen exterior de España tal y como España la ve (febrero, 2010), basada fundamentalmente en materiales cinematográficos. Miranda Torres, por su parte, añade un nuevo color a la gama, el blanco, atributo de una nueva leyenda de reciente nacimiento y cifrada en el llamado «milagro español» o, más en concreto, en la llamada «marca-país», que arrancaría en la aclamada Transición que sucedería al tenebroso franquismo, antesala de la entrada de España en la deslumbrante Europa.
Pero si la leyenda negra tiene orígenes europeos, pues los primeros textos antiespañoles tienen ese origen, también en Hispanoamérica, ésta negra leyenda arraigaría con fuerza, cobrando gran impulso sobre todo a partir de las independencias hispanoamericanas. A la asunción de sus postulados, contribuirá decisivamente el hecho de que durante el siglo XIX, centuria en la que se desarrollan los procesos de independencia de las diversas naciones hispanas, Francia, al margen de dar su apoyo político, será el lugar en el que se impriman numerosos libelos que alimentarán dicha propaganda antiespañola. Ya en el siglo XX, la teología de la liberación y la paralela exacerbación del movimiento indigenista, asumirán todo el conjunto de mitos citados. Las raíces negrolegendarias de origen americano, tendrán en Las Casas su principal referencia, no en vano, Simón Bolívar sería un fervoroso admirador del clérigo español. Ya en pleno siglo XXI, el «bolivarianismo», de acusados tintes mitómanos, e impulsado, sobre todo, por Hugo Chávez en Venezuela, pero con presencia en otros países periféricos –Ecuador, Bolivia, Perú– seguirá bebiendo de estas clásicas fuentes antiespañolas según las cuales la llegada de los españoles terminó con un pretendido paraíso indígena que en la actualidad trata de ser incorporado a un nuevo y peculiar socialismo. Las conmemoraciones de los bicentenarios de independencia, han concedido gran relevancia a la cuestión indigenista, oscureciendo, en contraste con los fastos de hace una centuria, a las figuras revolucionarias entre las que se cuenta el propio Bolívar. El visceral rechazo a la idea de Imperio Español, con las instituciones que éste llevaba aparejadas, ha llevado a la implantación en naciones como Bolivia del «derecho indígena» o al apoyo económico, por parte de la Generalidad de Cataluña, representada por José Luis Pérez Carod, a apoyar económicamente diversas lenguas indígenas, en un intento indisimulado de hacer retroceder el español en la República de Ecuador. Las consecuencias políticas de estas prácticas comienzan a percibirse con nitidez. En efecto, estos movimientos, a los que la antropología anglosajona, carente de indígenas que estudiar dado el exterminio que éstos sufrieron en el territorio sobre el que e implantó su imperio depredador, tanto contribuye, ponen en jaque a las propias naciones políticas actuales, para dar paso a naciones étnicas cercanas a la barbarie y propicias para el colonialismo.
A pesar de todo, la visión negativa del imperio español desde América, no será la exclusiva. Así, entre los defensores de éste, encontramos al historiador argentino Rómulo D. Carbia, autor, entre otros trabajos, de Historia de la Leyenda Negra hispanoamericana, en la que, entre otros argumentos, además de hacer una dura crítica a Las Casas, se esgrime, como argumento favorable al imperio español, su corpus legislativo, clara expresión de su carácter generador.
Regresando a España, y como no podría ser de otro modo, el franquismo también se verá a través del prisma negrolegendario. Su inequívoco carácter católico, su autoritarismo, e incluso su apelación al imperio español, servirán a sus enemigos, más retóricos que reales, para identificar la dictadura con épocas pretéritas interpretadas, con gran maniqueísmo, como oscuras. La España franquista, quedará así conectada, cuando no identificada como heredera, de la España del XVI.
Por su parte, las plataformas independentistas operantes en España, no se privarán de acudir a argumentos negrolegendarios. Instalados en una historia-ficción fabricada para servir de apoyatura a sus intereses separatistas, España, identificada a menudo como Castilla, a cuya historia se pretenden ajenos, será responsable no sólo de desmanes en territorios ahora extranjeros –Hispanoamérica, Países Bajos–, también será la culpable de haber impedido el desarrollo de las que, para estos grupos, son las verdaderas naciones que un día podrán brillar en todo su esplendor librándose de la carga hispana. Como botón de muestra de estos verdaderos propagandistas antiespañoles contemporáneos, podemos citar a Miquel Izard, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona. En su artículo «Quinientos años de iniquidad», integrado en el informe de elocuente título: «La invasión de América», que vio la luz en la revista L'Avenç (Barcelona, nº 63, septiembre 1983, págs. 38-39), Izard esgrime los más burdos e indoctos argumentos propios del nacionalismo catalán. Izard no tiene empacho en caracterizar la llegada de «los castellanos» como una suerte de casualidad ligada al desarrollo tecnológico, que daría como fruto el asesinato de millones de indios, cuando no su esclavización. En su delirio catalanista, se atreve incluso a equiparar a Cortés con Somoza o Pinochet.
Finalmente, y para cerrar este apresurado repaso a tan vasto asunto, hemos de referirnos a los efectos que la leyenda negra sigue produciendo en la actualidad política española. Entre los muchos ejemplos que podemos traer, al margen de la tibia oposición que se mantiene frente a los intentos, por parte de Marruecos, de integrar en su territorio a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, podemos aludir a la propuesta de otorgar la nacionalidad española a los moriscos expulsados a partir del decreto firmado el 9 de abril de 1609 por Felipe III. La pintoresca idea, que ignora, por ejemplo, las conexiones que dichos moriscos tenían con Francia y la piratería argelina de la época, es defendida por el grupo socialdemócrata PSOE, y cuenta con el apoyo de diversas organizaciones extravagantes, mal llamadas de izquierda, a cuyas cabeza se sitúan diversos muladíes españoles. La medida, que podría atraer para ese partido centenario el voto de un importante y nuevo colectivo, ni siquiera tiene en cuenta la reiterada intención, expresada por parte de diversas facciones mahometanas, entre las que se incluye Al Qaeda, de reconquistar Al Ándalus –territorio que, lejos de identificarse con la Andalucía actual, incluye otras naciones entre las que figuran, por ejemplo, las integradas en los Países Catalanes–. La ocurrencia del PSOE no parece reparar en el hecho de que no faltan ya en España partidos políticos musulmanes que, al amparo de la Constitución de 1978, incluyen en su programa esta aspiración –el PRUNE, Partido Renacimiento y Unión de España, es el caso más reciente y significativo–, grupos que en el caso de acceder al poder o condicionar al partido gobernante, contribuirían a mantener la unidad de España, mas no su identidad, algo que, acaso, poca importancia puede tener para quien, intoxicado sin duda por el virus negrolegendario, proclama que España es una nación «discutida y discutible».
Post scriptum
29 de agosto de 2010
Pocas horas después de ser publicado este artículo (el viernes 27 de agosto), el escritor Luis Español Bouché me escribe reivindicando que él fue «el primero que subrayó que fue Pardo Bazán quizá la primera en usar la expresión leyenda negra» (en un texto que publicó el 11 de noviembre de 2007, en el sitio de internet asturiasliberal.org, titulado «Los orígenes de la expresión ‘leyenda negra’»).
No conocía ese texto de Luis Español, y como este artículo nuestro en modo alguno pretende reivindicar ninguna prioridad o autoría descubridora, quédese contento Luis Español, que no hay inconveniente en hacer pública aquí esa su reivindicación.
Este artículo nuestro de El Catoblepas, «Emilia Pardo Bazán y la leyenda negra», se inserta en el contexto de la tarea en la que estamos colaborando con el Proyecto Filosofía en español desde hace unos meses, en cuya sección «Rótulos» estamos elaborando sistemáticamente el correspondiente a «Leyenda negra».
Siguiendo el método de trabajo de «Rótulos», se procura ir exhumando, cuidadosa y meticulosamente, ricos materiales antes ilocalizables que, a estas alturas del siglo XXI, ya están a la disposición de cualquiera en bibliotecas y hemerotecas digitales. Como es natural, desde el primer momento nos encontramos con la noticia de la conferencia de doña Emilia, por ejemplo en La Época, de Madrid, el 20 de abril de 1899, dos días después de que fuera pronunciada: «Dos leyendas». Por cierto, en esa noticia, firmada por Joaquín Maldonado Macanaz a partir de «telegramas comunicados de París», se habla de «leyenda áurea», siendo así que Pardo Bazán en francés dijo «légende dorée» y luego, en la versión española de su conferencia, «leyenda dorada».
Luis Español, en su libro sobre Julián Juderías arriba citado (Leyendas Negras: vida y obra de Julián Juderías: la leyenda negra antiamericana, Salamanca 2007), en ningún momento se refiere a Emilia Pardo Bazán, ni le atribuye el uso de ese rótulo (y, por cierto, trata de la «leyenda áurea» y no de la «leyenda dorada» a que se refiere la ferrolana). Parece, pues, que el «descubrimiento» particular que hizo Luis Español del texto de la Pardo Bazán se produjo con posterioridad a la publicación de su libro sobre Juderías, y por eso el artículo de Asturias liberal.
Pero, puestos a ser precisos, parece que Luis Español no consultó directamente el opúsculo de Emilia Pardo Bazán donde figura el texto de la conferencia en español y en francés (ya la Revue Bleue lo había publicado en francés el 22 de abril de 1899: el pdf de esa versión en el PFE), texto en español que ahora ha quedado disponible por primera vez en internet, transcrito y publicado por Proyecto Filosofía en español, directamente a partir de uno de los ejemplares originales impresos. De otra manera no hubiera deslizado en su artículo de 2007 algunos errores, como puede verse comparando la cita que copia Luis Español con el original impreso en Madrid por doña Emilia:
Luis Español en Asturias Liberal 11 noviembre 2007
facsímil del original de Emilia Pardo Bazán en 1899
En la cita que ofrece Luis Español se lee por ejemplo: «ignora nuestra sicología y reemplaza nuestra historia» y «género Ponson du Térail». Pero Emilia Pardo Bazán escribe «psicología» y no «sicología», y menciona al vizconde de Ponson du Terrail, que no a un desconocido «Ponson du Térail». Hoy mismo, 29 de agosto de 2010, los dos errores contenidos en esa cita tal como la ofrece Luis Español, han sido «heredados», según Google, por otras tres páginas de internet, incluido otro artículo suyo, la wikipedia...
Además, y lo que ya es más grave: el libro dedicado a la conferencia que mencionamos, se publicó en Madrid en 1899, y no en 1900 como dice Luis Español. Arturo Campión firma su colaboración en ese libro en Pamplona, el 5 de mayo de 1899, y al menos el día 22 de mayo de 1899, un mes después de la conferencia, ya circulaba por Madrid, pues ese día La Época reseña tal edición: «La conferencia de Doña Emilia Pardo Bazán». Pero, sobre todo, ¿de dónde saca Luis Español la extravagancia de que fue Arturo Campión quien tradujo y editó las palabras de doña Emilia? Un misterio, él sabrá. Emilia Pardo Bazán firma con su nombre y dos apellidos (página 12) la presentación de ese libro que ella misma publicó, que titula «Al lector español», donde comienza asegurando de manera terminante:
«Expondré de un modo sucinto los antecedentes e historia de la Conferencia que leí en París el 18 de Abril de 1899, Conferencia que redacté en lengua francesa, y que ahora publico acompañada de una versión castellana, hecha por mí igualmente.» (página 5.)
Que se sepa
Notas
{1} En relación con el krausismo véase http://www.filosofia.org/mon/kra/index.htm
{2} María Luisa Pérez Bernardo, en un artículo titulado: «Hernán Cortés en la obra periodística y literaria de Emilia Pardo Bazán» ha rastreado esta línea de artículos.
{3} Sirva, para ello, de ejemplo, la Biblioteca Virtual Miguel Cervantes, que en su página dedicada a Emilia Pardo Bazán, ni siquiera cita esta obra en la bibliografía de la escritora, si bien entre los trabajos realizados en torno a su figura, hemos de mencionar el artículo de Marisa Sotelo Vázquez: «Aproximación al pensamiento político de Emilia Pardo Bazán.»
{4} http://www.filosofia.org/ave/002/b030.htm
{5} En relación con Julián Juderías, puede el lector consultar el libro Leyendas Negras. Vida y obra de Julián Juderías, de Luis Español Bouché (Edit. Junta de Castilla y León, 2007, 413 pags.), pero mejor hará acudiendo a algo más que una recensión, el artículo de Pedro Insua Rodríguez que lleva por título: «Genealogía de la leyenda negra», publicado en El Catoblepas (nº 85, marzo 2009, pág. 24).
{6} En referencia a la leyenda negra, a sus figuras más significativas y a su trascendencia en la Historia de España, Antonio Sánchez Martínez ha publicado diversos e interesantes trabajos en la revista El Catoblepas, como «La Antiespaña y las izquierdas satisfechas con El Quijote al fondo» (El Catoblepas, nº 35, enero 2005, pág. 1) y «El lastre de la Leyenda Negra para la conformación de una política con plataforma en el continente Iberoamericano» (El Catoblepas, nº 55, septiembre 2006, pág. 13).
{7} Op. cit., pág. 14.
{8} Ibid., págs. 220-221.
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