El Debate 15/12/2018:
https://eldebate.es/rigor-historico/zaragoza-1118-nueve-siglos-de-su-toma-20181215
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Zaragoza
1118, nueve siglos de su toma
El próximo 18 de diciembre se
cumplirán nueve siglos desde que Alfonso I, el
Batallador, conquistara la ciudad de Zaragoza. La vieja Caesar Augusta, en poder de los almorávides,
por fin caía del lado cristiano después de haber resistido a las campañas
encabezadas por Alfonso VI de León en 1086 o Sancho Ramírez de Aragón en 1091. A
pesar de la resistencia de la ciudad, desde Huesca y Barbastro, el reino
aragonés se había expandido sobre la taifa que ocupaba el valle del Ebro. Fue
en ese contexto en el que el término «extrematura» comenzó a sustituirse por
otro de carácter bélico: «frontera». Tal y como demostró Pablo Dorronzoro
Ramírez, a finales de su reinado, en 1059, el primer monarca aragonés, Ramiro I,
ya empleó tal vocablo.
Junto al poder ostentado por los
sucesores de Ramiro I, la corona aragonesa creció fuertemente vinculada al
poder eclesiástico, a sus obispos, pero también a Roma, por su condición reino
vasallo, circunstancia que la distingue de los reinos castellanos y leoneses.
No hemos de olvidar que la invención del sepulcro de Santiago por parte de
Alfonso II, el Casto, y el obispo
Teodomiro, sirvió para tomar distancias con el Papado. Distancias que, con Bernardo
del Carpio como elemento principal, también se marcaron con respecto a Francia.
La menor entidad del reino aragonés determinó que los obispos participaran en
unas campañas militares que tenían carácter de cruzada. La misma conquista de
Zaragoza se impulsó después de un concilio celebrado en la primavera de 1118 en
Toulouse, que otorgó honores de cruzada a una campaña en la cual se integraron numerosos
franceses, algunos de ellos, presentes en la Cruzada de Jerusalén de 1099. En
apoyo del contingente militar, desde Roma llegó la indulgencia papal concedida
por Gelasio II en diciembre de 1118. Si el factor religioso fue determinante en
la configuración de la tropa, años antes lo había sido en la formación del
propio Alfonso Sánchez, que fue tutelado en Jaca por Esteban de Huesca, obispo
de la sede catedralicia jacetana desde 1099.
Habitada por 25.000 almas, Zaragoza,
dominada por el poder almorávide, sintió el vacío que dejó la muerte, en 1116,
de su último gobernante africano, Ibn Tífilwít. Su fallecimiento precipitó la
reacción cristiana. El asedio, en el que participaron, aragoneses, franceses,
castellanos, navarros y catalanes, comenzó en mayo de 1118, antes incluso, de la
llegada de Alfonso I desde Castilla. La razón de la inicial ausencia del rey
aragonés hemos de buscarla en su matrimonio con Urraca I de León. Fue este
enlace el que permitió que Alfonso se hiciera llamar, entre 1109 y 1127, «emperador
de León y rey de toda España» o «emperador de todas las Españas». En las
capitulaciones de esponsales, Urraca y Alfonso acordaron designarse
recíprocamente en soberana potestas en las posesiones del otro, circunstancia
que de algún modo anticipa lo ocurrido con el matrimonio de los Reyes
Católicos. El pacto nupcial también incluyó que si el matrimonio tenía
descendencia, el hijo sería el heredero y relegaría al primogénito del
matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña, Alfonso Raimúndez, que perdería
sus derechos al trono de León. Entre los contrarios a estos acuerdos destacaron
los nobles gallegos, encabezados por el Obispo de Santiago de Compostela, Diego
Gelmírez, partidarios del infante Alfonso Raimúndez, que finalmente ocupó el
trono de los reinos de León y Castilla y pasó a la Historia como Alfonso VII, el Emperador, dando continuidad a la
condición, en absoluto psicologista, de su padrastro. Como demuestra la
continuidad del título, la carga imperial,
cayó siempre del lado castellano-leonés. En efecto, el 26 de mayo de 1135,
Alfonso, hijo de Urraca, se hizo coronar en la Catedral de León como Imperator totius Hispaniae. La ceremonia
la ofició el obispo Arriano ante el enviado del papa Inocencio II. Durante la
misma, el emperador recibió el homenaje de su cuñado Ramón IV, conde de
Barcelona, de su primo, el rey García Ramírez de Pamplona, del conde de Tolosa,
de los embajadores de Gascuña, del señor de Montpelier, e incluso de algunos
caudillos musulmanes.
Hechas estas consideraciones, es
preciso regresar al cerco de Zaragoza. En ayuda de sus compañeros de fe, numerosas
fuerzas almorávides acudieron a la ciudad ribereña del Ebro. Sin embargo, el
gobernador granadino, Abd
Allah ibn Mazdali, principal apoyo de los asediados, falleció el 16 de
noviembre. Su muerte decanto la balanza hacia el lado cristiano, cuyas filas
habían sido abandonadas por algunos señores franceses, cuyo hueco fue cubierto
por mendigos a los que el obispo Esteban entregó sus tesoros. Rendida por el
hambre, Zaragoza quedó en poder de los cristianos el 18 de diciembre de 1118. En
las capitulaciones se dio a los musulmanes un plazo de un año para abandonar la
ciudad e instalarse extramuros, donde podrían seguir practicando su religión.
La victoria reforzó al rey
batallador que, un año más tarde, conquistó Tudela y Tarazona. Con la
incorporación de estas plazas, la ciudad de Jaca perdió importancia política.
Muerta Urraca sin más descendencia que su primogénito, este ocupó el trono
heredado de su madre después de la firma del pacto de Támara. A partir de 1127,
el aragonés Alfonso dejó de emplear el rótulo imperial para usar el lema Regnante Adefonsus, Dei gratia rex. A su
muerte en 1134, Alfonso I de Aragón legó sus reinos a las órdenes militares.
Sus deseos, sin embargo, no fueron aceptados por la nobleza, que eligió a su
hermano Ramiro II el Monje en Aragón
y a García Ramírez el Restaurador en
Navarra. Disuelta la posibilidad unificadora con la anulación de su matrimonio,
su propio reino quedó también dividido.
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