El Catoblepas • número 104 • octubre 2010 • página 11
La regeneración y la verdad
Iván Vélez
Sobre un texto de Arturo Campión
Introducción
En mayo de 1899 veía la luz el libro de Emilia Pardo Bazán, La España de ayer y la de hoy (Imprenta de Agustín Avrial, Madrid s. f., versión digital en el Proyecto Filosofía en español, 2010), obra que fue secuela libresca de la conferencia que bajo el título «La España de ayer y la de hoy (La muerte de una leyenda)» había pronunciado la escritora ferrolana en París, el día 18 de abril de ese mismo año, invitada por la Sociedad de Conferencias.
Como el avisado público conoce, La España de ayer y la de hoy sirvió para fijar, negro sobre blanco, un rótulo de enorme trascendencia, «leyenda negra», que la Pardo Bazán empleó en su intervención en la parisina Sala Charras, vinculándolo a la propaganda antiespañola, e incluso a la asunción de los postulados de ésta, conjugados con los propios de la así llamada «leyenda dorada», por parte de grandes áreas de la población española. Los componentes de dicha leyenda tendrían ya hondas raíces, mas la autora de Los Pazos de Ulloa, los vinculó, además, a la reciente Guerra de Cuba, tras la cual España perdió sus posesiones de ultramar.
Dentro de ese libro, entre otros materiales, tales como una breve bibliografía, los extractos del eco que se hizo de la conferencia la prensa internacional o una carta de un ex ministro francés, señor Ives Guyot, se incluyó un texto debido al escritor navarro Arturo Campión (Pamplona, 1854-San Sebastián, 1937), titulado «La regeneración y la verdad» (páginas 13-30), fechado en Pamplona el 5 de mayo de 1899.
El presente trabajo ofrece un breve análisis del texto de Campión, tratando, a su vez, de hacerlo extensivo a la controvertida figura de su autor. Comenzaremos por esta última tarea, pues cuando Arturo Campión escribe la colaboración al libro aludido, era ya un maduro escritor con una amplia trayectoria a sus espaldas.
Breve semblanza de Arturo Campión
Arturo Campión Jaime-Bon, nació el 7 de mayo de 1854 en Pamplona, y heredó su primer apellido de su abuelo Juan, italiano de nacimiento, que se estableció en la capital navarra en la segunda década del siglo XIX, dedicándose al comercio de diversos productos junto a su hermano Diego, quien desarrollaría una intensa vida política en San Sebastián, fundando la empresa Hermanos Campión. La implicación del abuelo del futuro escritor en la vida de la ciudad, sería importante, pues, según nos informa la edición madrileña del periódico del Partido Liberal, El clamor público, en su número correspondiente al 31 de marzo de 1849, Juan Campión formó parte de una comisión de empresarios navarros que se dirigieron a la reina para solicitar la reforma de los aranceles. Por su parte, Diego se significó en contra de la comunicación férrea con Francia por tierras navarras, inclinándose por dirigir el ferrocarril hacia los puertos del norte de España, por el peligro, militar y económico, que suponía el trazado inicial. El padre de Arturo, Jacinto, pamplonés y también comerciante, sería una figura asimismo relevante, pues, además de presidir el Orfeón de su ciudad, figuró como integrante del Comité liberal fuerista-monárquico de Pamplona. También formó parte de la Junta de Beneficencia de la provincia de Navarra, definiéndose claramente en contra del bando carlista, posiciones que heredaría su hijo.
Por lo que se refiere a la formación de Arturo Campión, éste realizó sus primeros estudios en el Instituto de Pamplona, y pronto comenzó a colaborar en prensa. Estudió derecho en Oñate y se licenció en Madrid en 1876, año en que publicó un folleto de 30 páginas titulado: Consideraciones acerca de la cuestión foral y los carlistas en Navarra (Imprenta de Gregorio Yuste, Madrid), en el que hace una encendida defensa de los fueros navarros, que no de los vascos, sosteniendo la integración de Navarra en España en función de su originaria y libre adhesión a ésta. El folleto no pasó inadvertido para la crítica, pues Manuel de la Revilla se ocupó del mismo en la Revista Contemporánea, en el número correspondiente al 15 de abril de 1976. Según Campión, la pérdida de los fueros sería nociva para España, al margen de constituir la verdadera causa de la guerra carlista, perjudicando, además, a los liberales en lugar de a los carlistas. La idea que Campión tiene de España, parece perfilarse: se trataría de un sumatorio de nacionalidades independientes, cuyo carácter liberal sería una muy particular interpretación de las llamadas «libertades» que recoge las leyes forales tan caras para el pamplonés. Es de notar, por otro lado, que el asunto de las nacionalidades y del federalismo unido a las mismas, ya estaría en el ambiente, pues en 1877, apareció el libro de Francisco Pi y Margall del mismo título, siendo su autor quien pronunció la célebre sentencia: «Somos y seguiremos siendo, antes que españoles, hombres», frase cuya grandilocuencia, permite a quien la emite, distanciarse, cuando no negar, la idea de España como nación política. Campión, no obstante su inquebrantable adhesión al foralismo, distingue entre dos tipos de fueros: por un lado, sitúa a los vascos, con sus exenciones fiscales y de levas; y por otro al navarro, en el que se mantiene una administración y un régimen económico particular que se puede integrar en la Nación. Un encaje que el escritor navarro pretende llevar a cabo con el aval de la Constitución.
El miedo a la desaparición de los fueros, haría que muchos navarros, entre los que se cuenta nuestro autor, se involucraran en proyectos asociacionistas que trataban de mantener las esencias navarras, identificadas en gran medida con los dialectos eusquéricos y con tradiciones de arraigo rural. En el caso de Arturo Campión, lo encontramos en 1879 participando en la fundación de la Sociedad Euskara de Navarra, poco después de la publicación de su artículo «El Euskara» en el periódico La Paz. El artículo, no sería sino el comienzo de una febril actividad literaria y ensayística, pues a partir de esa fecha, Campión firmó diversos cuentos y relatos de tono costumbrista, con títulos como: Gastón de Belzunce, La promesa, Los últimos navarros o El coronel Villalba. Los hermanos Gamio, Una noche en Zugarramurdi, Pedro Mari, Roedores del mar o el tardío, fechado en 1917, El tamborilero de Erraondo.
Pero, sin duda, lo que destaca de esta época, es su balada Orreaga, palabra vascuence que designa a Roncesvalles. Se trata de un escrito en prosa que el mismo Campión traduciría al español. Su publicación, en diciembre de 1877, se produjo en la Revista euskara, para reimprimirse en Pamplona en 1880 gracias a D. Joaquín Lorda, en una edición bilingüe cuya portada aclaraba que la composición estaba escrita en dialecto guipuzcoano. Dicha versión se acompañaba de otras escritas –el euskera batua no había sido fabricado aún– en dialectos vizcaíno, labortano y suletino, a las que se añadieron dieciocho variedades dialectales de la parte vascoparlante de Navarra. Una introducción y una serie de observaciones gramaticales y léxicas, completaban la obra, muy elogiada, por cierto, por Vicente de Arana.
Poco después, tras ganar en 1882 un certamen literario pamplonés celebrado con motivo de las fiestas de San Fermín gracias a su composición «La visión de D. Carlos, príncipe de Viana», Arturo Campión se lanza a tratar asuntos lingüísticos relativos al vascuence. Así, en 1883, publicó Ensayo acerca de las leyes fonéticas de la lengua vasca, para acometer después una obra más ambiciosa, que apareció en forma de libro: su monumental Gramática de los cuatro dialectos literarios de la lengua euskara, llevada a la imprenta entre 1884 y 1888 gracias a Eusebio López de Tolosa, a partir de los trabajos ya publicados fragmentariamente por Campión desde el año 1881 en la Revista Euskara.
Las cuestiones lingüísticas, como vemos, se irían imbricando con asuntos de claro sesgo político. De este modo, ya en 1889, Campión dio a la prensa un extenso artículo: «Fuerismo, regionalismo y federalismo», que tras ver la luz en el Diario de Barcelona, fue reproducido en el periódico católico El Siglo Futuro el martes 5 de febrero de 1889. En ese texto Campión muestra algunas de las líneas estructurales de su discurso, en especial su conocida posición refractaria al carlismo.
Mientras todo esto ocurría, sus conexiones con el incipiente nacionalismo catalán se fueron fortaleciendo; prueba de ello, es el banquete que en 1891, con motivo de los Juegos Florales celebrados en Barcelona a los que fue invitado, y en los que ensalzó a la nación catalana, organizaron en su honor diversas instituciones representantes de «la Industria, la Agricultura, la Banca, la literatura y la política esencialmente catalanista», acto relevante que el periódico La Vanguardia recogió en la segunda página de su número correspondiente al 29 de mayo de ese año.
El giro hacia asuntos de carácter político, no impidió que Campión siguiera cultivando diversos géneros literarios. En efecto, en 1889 dio a la imprenta su primera novela D. García Almorabid, a las que seguirían dos más: Blancos y negros (1898), elogiada por Miguel de Unamuno y La bella Easo (1909). Todas ellas llevaban disueltas pequeñas dosis de la ideología que envolvió a Campión. Así lo confirma una crítica literaria, firmada por Zeda., que apareció en La Época, el 8 de marzo de 1898:
«Aunque este artículo va siendo ya bastante largo, no quiero terminarlo sin dedicar algunas líneas a la novela de Campión Blancos y negros, no sólo por su mérito positivo, sino porque el espíritu de este libro concuerda con cierto modo con la tesis sustentada en Les Déracinés.
El Sr. Campión construiría, de buena gana, una muralla como la de la China en derredor de las provincias vascas, a fin de que no penetrase en aquel territorio ni una idea, ni un sentimiento, ni una costumbre de las que tienen los demás pueblos de la Península. Para el autor de Blancos y negros, España está perdida: lo único sano se conserva en Navarra y las Provincias Vascongadas; pero si Dios no lo remedia, pronto nuestros vicios corromperán á aquella privilegiada región.
Léase, en prueba de lo dicho, Blancos y negros, que es una buena novela, escrita con brío varonil y superior talento; y después de admirar muchas de sus hermosas páginas, sobre todo las que pintan escenas rústicas, y de reconocer la imparcialidad política del señor Campión, se verá que allí los malos son, sin excepción alguna, los que no han tenido la suerte de nacer navarros ó vascongados, ó los que habiendo nacido en esas provincias, han estado largo tiempo en contacto con el resto de los españoles. D. Juan Miguel, un pillo redomado, es hijo de un esquilador que llegó á Urgain (lugar de la acción), procedente de no sé dónde; su grotesca esposa es cubana; el ridículo D. Santiago es indiano; el bárbaro D. Bernardino, maestro de escuela brutal, que mata de una paliza al pobre Martinico, es un navarro adulterado por el contacto con los castellanos; la Celedonia, una mala hembra de lengua de víbora, y su hermano, el asesino de María, son aragoneses; Rosita, un mal bicho, que azuza a la Celedonia en la escena del río, es madrileña.
En cambio, los navarros son sencillos, honestos, valerosos, dignos... Consecuencia, pues, del libro del señor Campión, lo que dejo dicho: la conveniencia de (construir una muralla como la del Celeste Imperio; á fin de que no entre en el territorio Vascongado nadie que no sea del país.
Por fortuna para las letras patrias, a pesar de su pasión por las provincias vascas, el Sr. Campión acepta el idioma castellano, y no sólo lo acepta, sino que lo escribe como el más castizo burgalés.»
Paralelamente a estos escritos, Campión comenzó a publicar, en diversos periódicos y revistas, sus Euskarianas, escritos en los que se mezclaban narraciones cortas con temas históricos y costumbristas. De entre estas Euskarianas, se pude destacar la que lleva por título El genio de Nabarra, texto en el que don Arturo describe al hombre navarro. Demos la palabra al pamplonés:
«[...] flemático para resolver, desconfiado y receloso cuando se trata de sus intereses. Terco en la defensa de sus opiniones. Tardo en la concepción de las ideas generales, a las que se adhiere como las yedras y los musgos a los árboles y las paredes. Es además dócil a la voz de las personas que ama o respeta. Capaz de disimulo, pero no de perfidia. Más pesaroso del bien del convecino, que del de los extraños. Irritable y ardoroso cual pocos en la defensa de lo quesiente como cierto. Dócil a la mano blanda, pero soberbio e intratable a la mano dura. Dotado de un gran instinto de la gerarquía social. Económico, pero no avaro. [...] difícil de ser arrastrado afuera de las vías legales, pero tardía y costosamente reducible a ellas, después de salir. Trabajador incansable. Sobrio. Hormiga industriosa de su familia y casa. Devoto nimio. Religioso sincero.
[...]Morigerado y cortés en su lenguaje, que contrasta con la torpeza y grosería del que usan todos los pueblos que le rodean: gascones, santanderinos, aragoneses, riojanos y nabarros castellanizados. Grave en su apostura, pero en el fondo inclinado a la alegría, que cuando la ocasión se presenta le transforma, enloqueciéndolo [...] («El genio de Nabarra», Euskariana. Cuarta serie, pág. 89 y ss.)
Los párrafos transcritos, parecen salidos de la mano de Sabino Arana, sin embargo, Campión siempre puso objeciones al discurso del fundador del PNV –partido que nunca contó con Campión entre sus afiliados–. De entre las discrepancias podemos citar la posición contraria al uso del sabiniano nombre de Euzkadi. Campión, por su parte, se inclinó por emplear una denominación más tradicional Euskal Erría, y ello a pesar de que según sus propias palabras:
«Táchase de “anti-vasco” el nombre de Euskal Erria “porque sirve para separar y para alejar unos de otros, a los hijos de la raza vasca” y todo porque los baskos que hablan vascuence no llaman Euskal Erria sino al país donde se habla baskuenze» (Arturo Campión, «Sobre el nuevo bautizo del País Basko», 1907.)
No obstante a su renuncia a engrosar las filas del partido consagrado a Dios y la Ley Vieja, Arturo Campión fue concejal del Ayuntamiento de Pamplona en 1881, para ser elegido como Diputado a Cortes el 11 de Abril de 1893. Más tarde, llegó a ser senador por Vizcaya. Su dimensión pública continuó agrandándose a partir de 1897, cuando pronunció un discurso durante un congreso sobre la tradición vasca celebrado en San Juan de Luz, al que siguió, en 1901, su participación en actos en pro del fomento del vascuence y de su unificación ortográfica, objetivos en los que tanta importancia tuvo la creación, en Hendaya y Fuenterrabía de la asociación Euskaltzaleen Biltzarra. Asimismo, Campión presidió diversas entidades dedicadas a estas tareas, hasta llegar a ser Académico de la Lengua vasca, lo cual no impidió que también lo fuera de la española.
En 1918, asistió al Congreso de Oñate de la Sociedad de Estudios Vascos, evento promovido por las instituciones públicas, que contó con la participación tanto de los obispos de las diócesis de Vitoria, Pamplona y Bayona, como del propio rey Alfonso XIII.
En cuanto a su deriva ideológica, ésta le llevó, desde un temprano republicanismo federal, opuesto al carlismo y al socialismo, hasta el nacionalismo vasco, con el que mantuvo ciertas discrepancias, pues Campión abogaba por posturas «unionistas» dentro de una España federal.
Arturo Campión, Emilia Pardo Bazán y La regeneración y la verdad
Compañero generacional de Emilia Pardo Bazán, Arturo Campión no gozó del enorme favor del público del que disfrutó la escritora gallega. Su obra, ceñida casi siempre a asuntos navarros, estaba caracterizada por un áspero naturalismo que lo emparentaba con la obra del escritor montañés José María de Pereda, si bien el tinte político que a menudo daba el navarro a sus obras, provocó que la Pardo Bazán lo considerara creador de un nuevo género: la novela «fuerista». Este calificativo y las diferentes escalas alcanzadas dentro del mundo de las letras, no impidieron que ambos compartieran algunos gustos literarios. En efecto, los dos profesaron una gran admiración por el escritor francés Víctor Hugo, hasta el punto de que, en el caso del pamplonés, llegara a dedicar una semblanza al autor de Los miserables.
Acaso estas convergencias estén en el origen de la participación de Arturo Campión en La España de ayer y la de hoy, quien colaboró en dicho libro con el citado escrito titulado «La regeneración y la verdad», del que haremos un breve comentario.
El mismo título de su trabajo, nos da una de sus pautas fundamentales. El texto gravita en torno a un concepto muy presente en la época: «regeneración». Sin embargo, y pese a la unión que en su título hace Campión de los vocablos «regeneración» y «verdad», ambos se dicen de muchas formas, como quedará demostrado en el propio texto, pues si el navarro parece conocer la verdad de la regeneración, otros harán lo propio proponiendo vías distintas y aun opuestas a las suyas.
Pero antes de tratar estos asuntos, y así lo hace el propio Campión, éste desplegará una sólida defensa de Emilia Pardo Bazán, atacada desde distintos flancos a consecuencia de la conferencia pronunciada en París, que será percibida como un acto poco o nada patriótico que le granjearía las críticas y el calificativo de «vendepatrias» por parte de figuras como el propio Pereda o Marcelino Menéndez Pelayo. Arturo Campión, describe así el ambiente posterior a la conferencia parisina:
«Apartemos con el pie los insultos, ignominia de sus autores, pero retengamos la especie, por unos cuantos propalada, y síntoma de estado mental perturbadísimo, de que Emilia Pardo Bazán, al discurrir en París acerca de la España de antaño y hogaño y marcar el fin de una leyenda, revela poco patriotismo.»
La defensa de la Pardo Bazán servirá a Campión para mostrar el panorama de la España de la época, resultando éste un espectáculo desolador, caracterizado por la proliferación de corruptelas de diversa índole, no todas exclusivamente delictivas, pues frente a «los que dilapidaron la hacienda pública», se puede situar «a los que aun sin mancharse personalmente, por debilidad de carácter o egoísmo refinado o miedo de perder posiciones políticas que halagan la vanidad, son pantalla de abusos y aun esponja de delitos». Campión, al igual que la escritora ferrolana, reclama autocrítica, diagnóstico necesario para una ulterior regeneración.
Llegado este punto, Campión se remite a la Historia de España para identificar un modelo útil en el proyecto regenerativo. La España del Imperio, y su cabeza visible, Felipe II, quedarán descartados en favor de una época que, a su entender, puede servir de fuente de inspiración: la Edad Media. De este modo describe el Medievo el pamplonés:
«…época cristiana por excelencia, la época de las libertades populares representativas, de la filosofía escolástica, de las catedrales góticas, de la poesía dantesca y caballeresca, del canto gregoriano, de la reforma de las costumbres por San Francisco, de la defensa de la fe por Santo Domingo.»
La caracterización que hace de la época, encaja a la perfección con la ideología de un escritor liberal, pero fuerista y católico como era el propio Campión, quien percibe en el Antiguo Régimen un verdadero orden que echa de menos al declinar el siglo XIX, siendo en el inicio de esta centuria donde a su juicio se localizarán algunas de las causas del desastre noventayochista. Para Campión, el punto de partida de estas derivas es la Guerra de la Independencia. La victoria sobre el francés romperá con el pasado hispano, introduciendo desorden –Campión emplea a Cánovas para afianzar esta visión– pero, a la vez, hará surgir entre los españoles una excesiva autoestima, un orgullo rayano en la insolencia que los hará presos de la leyenda dorada. Creyéndose invencibles tras derrotar a Napoleón, los españoles no percibirán el peligro ni siquiera al enfrentarse a potencias del nivel que ya tenían los propios Estados Unidos, facilitando de este modo la victoria de éstos en la Guerra de Cuba.
Tras el análisis, llegarán las soluciones regenerativas propuestas por Campión. Una de las principales pasará por mantenerse en sintonía con el Vaticano, a quien, según su opinión, con cierta altivez y suficiencia, se obvió en el conflicto caribeño. Su propuesta es coherente con su poco aprecio por la España Imperial, pues ésta, en gran medida, se hizo de espaldas al poder papal, que por otra parte otorgó sus bulas en el origen del Imperio.
Por último, las críticas se centrarán en la actuación del ejército, tanto en el caso cubano como en los inmediatamente precedentes, para pasar a considerar las verdaderas condiciones de una regeneración española. Estas son sus palabras impresas:
«Cuando cuente cuarenta millones de habitantes, industria y agricultura que cubran sus necesidades, hacienda floreciente, administración honrada y capaz, costumbres morales inspiradas por la religión católica, entonces será España grande y poderosa, se buscará su alianza y habrá otras naciones moribundas cuyos despojos podrá dignamente heredar. Tener y saber equivale a poder.»
En la receta de Campión, al margen de la búsqueda de ciertas condiciones demográficas y tecnológicas que la emparentan con la visión común que se tiene del regeneracionismo, vuelve a aparecer el factor católico, una forma de universalidad que fue característica del imperio generador construido por España. El final del párrafo reproducido, sin embargo, sugiere un cambio sustancial, pues sin llegar a proponerlo de forma abierta, Arturo Campión se decanta por una suerte de imperio o alianza que, al margen de su escala, no parece sino una forma de colonialismo «de las naciones moribundas», un imperio, en suma, depredador.
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