Libertad Digital, 7 de enero de 2021:
Marranos
en La Florida
Marranos españoles, los
castigaremos colgándolos de las entenas de sus naos e de las nuestras, para que
no nos vengan otra vez a buscar a esta nuestra tierra.
Estas fueron las palabras con las
que Jean Ribault, Juan Ribao en las crónicas españolas, brindó por la cabeza de
Pedro Menéndez de Avilés. En 1562, el francés llegó con su flota a Santa Elena.
Tres años después, Menéndez de Avilés, Adelantado de La Florida, partió de
Cádiz al mando de una escuadra con rumbo a la península en la que la pugna
hispano-francesa lo era también entre religiones, pues Ribault y sus hombres
eran hugonotes, es decir, calvinistas, o lo que es lo mismo, herejes cuya
destrucción arrastró a muchos asturianos y vizcaínos a embarcarse, siendo innecesaria
la incorporación de los 500 esclavos negros que se tenían por imprescindibles
antes de levar anclas.
El 28 de agosto de 1565, la armada
avistó la costa de Florida, ante la que se declamó, con las rodillas hincadas
sobre las cubiertas de las naves, un Te Deum laudamus.
Días más tarde, el 8 de septiembre, el Adelantado tomó posesión de la tierra y
dio de comer a los indios que allí halló. Por ellos conoció la localización del
enclave francés, si bien, nada pudo averiguar acerca de su hijo Juan, que años
atrás había desaparecido en el canal de Bahamas. La Península, en la que Juan
Ponce de León trató de hallar la Fuente de la Eterna Juventud, capaz de «tornar
mancebos a los hombres viejos», había sido objeto de una expedición encabezada
por el llamado Alférez de la Fe, el lascasiano
fray Luis Cáncer O. P., que pretendía dar continuidad a la evangelización de
Guatemala, en la que participó. Obtenido el permiso para fundar misiones, murió
a manos de indios cerca de Tampa.
Por su parte, los franceses
merodeaban desde hacía años. En 1543, Jacques Cartier desembarcó en el estuario
del río San Lorenzo. A él le sucedió el almirante Gaspar de Coligny, que se
estableció con un puñado de hugonotes. En 1564, su compañero de fe, René de
Laudonnière -Ludunice para los españoles- fundó Fort Caroline en honor a Carlos
IX de Francia. Fue tras la toma de ese enclave cuando Ribault fue consciente de
su debilidad. Tratando de salvar la vida, ofreció a sus católicos captores una
alta suma de dinero e incluso entregó un estandarte y un sello real. Sin
embargo, se mantuvo firme en su religión antes de entonar el Domine memento mei
que preludió, en atención a su calidad, su decapitación.
El origen del término «marrano», e
incluso su sentido, constituye una cuestión disputada. En 1380 ya se usó en las
Cortes de Soria, en las cuales se acordó que «cualquier que llamare marrano o
tornadizo u otras palabras injuriosas a los que se tornaren a la fe católica,
que le peche trescientos maravedís cada vez que lo llamare». El despectivo
término fue profusamente empleado en Italia. En diversos escritos italianos,
los autores se refieren a los españoles como «marranos», identificándolos con
los judíos. Así ocurrió incluso con el papa Alejandro VI, nacido en Játiva, que
protegió a los judíos expulsados de España. El cardenal Giuliano della Rovere,
más tarde Julio II, le llamó «marrano circunciso», acusación que se sumó a la
de simonía. Por su parte, Tomás Campanella llegó a afirmar que los españoles,
fruto de los siglos de contacto con moros y judíos, tenían rasgos
orientalizantes. Estos y otros datos llevaron al historiador sueco Sverker
Arnoldsson a localizar en Italia el germen de la leyenda negra,
tesis que desarrolló en su obra póstuma: La
leyenda negra, estudios sobre sus orígenes (Gotemburgo, 1960). Italia, en
suma, acuñó un patrón negrolegendario de perfiles racistas y religiosos que se
completó con los materiales americanos proveídos por españoles como el padre Las Casas.
Barridos los franceses de La Florida
en 1565, los ingleses se asentaron más al norte, lejos del alcance unos
españoles que mantenían vigentes las palabras pronunciadas por Francisco I de
Francia cuando, en el contexto de la expedición de las bulas alejandrinas
–marranas a los ojos de quienes codiciaban la tiara papal- dijo: «El sol luce
para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me
excluye del reparto del mundo y le deja todo a castellanos y portugueses». Siglos
después, el sol, que no se ponía en el Imperio español, comenzó a nublarse en el
norte del Nuevo Mundo para dar paso al providencialista Destino Manifiesto
enunciado en 1845 por John L. Sullivan. Si España, Patronato de Indias
mediante, llevó el catolicismo al continente americano, el contragolpe contra
los herederos de aquellos llamados marranos, prosigue al sur de la
mayoritariamente protestante Florida, y con él, al igual que en el caso hispano,
intereses puramente terrenales.
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