sábado, 4 de septiembre de 2021

Marranos en La Florida

 Libertad Digital, 7 de enero de 2021:

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Marranos en La Florida

Marranos españoles, los castigaremos colgándolos de las entenas de sus naos e de las nuestras, para que no nos vengan otra vez a buscar a esta nuestra tierra.

            Estas fueron las palabras con las que Jean Ribault, Juan Ribao en las crónicas españolas, brindó por la cabeza de Pedro Menéndez de Avilés. En 1562, el francés llegó con su flota a Santa Elena. Tres años después, Menéndez de Avilés, Adelantado de La Florida, partió de Cádiz al mando de una escuadra con rumbo a la península en la que la pugna hispano-francesa lo era también entre religiones, pues Ribault y sus hombres eran hugonotes, es decir, calvinistas, o lo que es lo mismo, herejes cuya destrucción arrastró a muchos asturianos y vizcaínos a embarcarse, siendo innecesaria la incorporación de los 500 esclavos negros que se tenían por imprescindibles antes de levar anclas.

            El 28 de agosto de 1565, la armada avistó la costa de Florida, ante la que se declamó, con las rodillas hincadas sobre las cubiertas de las naves, un Te Deum laudamus. Días más tarde, el 8 de septiembre, el Adelantado tomó posesión de la tierra y dio de comer a los indios que allí halló. Por ellos conoció la localización del enclave francés, si bien, nada pudo averiguar acerca de su hijo Juan, que años atrás había desaparecido en el canal de Bahamas. La Península, en la que Juan Ponce de León trató de hallar la Fuente de la Eterna Juventud, capaz de «tornar mancebos a los hombres viejos», había sido objeto de una expedición encabezada por el llamado Alférez de la Fe, el lascasiano fray Luis Cáncer O. P., que pretendía dar continuidad a la evangelización de Guatemala, en la que participó. Obtenido el permiso para fundar misiones, murió a manos de indios cerca de Tampa.

            Por su parte, los franceses merodeaban desde hacía años. En 1543, Jacques Cartier desembarcó en el estuario del río San Lorenzo. A él le sucedió el almirante Gaspar de Coligny, que se estableció con un puñado de hugonotes. En 1564, su compañero de fe, René de Laudonnière -Ludunice para los españoles- fundó Fort Caroline en honor a Carlos IX de Francia. Fue tras la toma de ese enclave cuando Ribault fue consciente de su debilidad. Tratando de salvar la vida, ofreció a sus católicos captores una alta suma de dinero e incluso entregó un estandarte y un sello real. Sin embargo, se mantuvo firme en su religión antes de entonar el Domine memento mei que preludió, en atención a su calidad, su decapitación.

            El origen del término «marrano», e incluso su sentido, constituye una cuestión disputada. En 1380 ya se usó en las Cortes de Soria, en las cuales se acordó que «cualquier que llamare marrano o tornadizo u otras palabras injuriosas a los que se tornaren a la fe católica, que le peche trescientos maravedís cada vez que lo llamare». El despectivo término fue profusamente empleado en Italia. En diversos escritos italianos, los autores se refieren a los españoles como «marranos», identificándolos con los judíos. Así ocurrió incluso con el papa Alejandro VI, nacido en Játiva, que protegió a los judíos expulsados de España. El cardenal Giuliano della Rovere, más tarde Julio II, le llamó «marrano circunciso», acusación que se sumó a la de simonía. Por su parte, Tomás Campanella llegó a afirmar que los españoles, fruto de los siglos de contacto con moros y judíos, tenían rasgos orientalizantes. Estos y otros datos llevaron al historiador sueco Sverker Arnoldsson a localizar en Italia el germen de la leyenda negra, tesis que desarrolló en su obra póstuma: La leyenda negra, estudios sobre sus orígenes (Gotemburgo, 1960). Italia, en suma, acuñó un patrón negrolegendario de perfiles racistas y religiosos que se completó con los materiales americanos proveídos por españoles como el  padre Las Casas.

            Barridos los franceses de La Florida en 1565, los ingleses se asentaron más al norte, lejos del alcance unos españoles que mantenían vigentes las palabras pronunciadas por Francisco I de Francia cuando, en el contexto de la expedición de las bulas alejandrinas –marranas a los ojos de quienes codiciaban la tiara papal- dijo: «El sol luce para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo y le deja todo a castellanos y portugueses». Siglos después, el sol, que no se ponía en el Imperio español, comenzó a nublarse en el norte del Nuevo Mundo para dar paso al providencialista Destino Manifiesto enunciado en 1845 por John L. Sullivan. Si España, Patronato de Indias mediante, llevó el catolicismo al continente americano, el contragolpe contra los herederos de aquellos llamados marranos, prosigue al sur de la mayoritariamente protestante Florida, y con él, al igual que en el caso hispano, intereses puramente terrenales.


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