El
Catoblepas • número 126 • agosto 2012 • página 1
El Escorial: un sumatorio de
finalidades
Iván Vélez
Comunicación defendida ante los
XVII Encuentros de filosofía, Oviedo 30 de marzo de 2012
La
primera impresión que un viajero obtiene al contemplar desde la lejanía,
pongamos por caso la A-6 en dirección a La Coruña, el Monasterio de El
Escorial, es la de una maqueta que se ha posado sobre una sólida plataforma. El
edificio se presenta como un objeto apotético terminado y rotundo, percepción
reforzada por los numerosos ejes y simetrías que fácilmente se advierten en el
Monasterio.
Tales
atributos podrían hacer pensar que el edificio, atribuido popularmente y casi
en exclusiva a Juan de Herrera -quien dio lugar al conocido estilo herreriano-,
es la realización de un proyecto que, ideado por el arquitecto montañés, se
habría materializado en la compleja mole pétrea que tanto impresionó al viajero
francés Teófilo Gautier, quien en su Viaje
a España (1843) escribía estas líneas:
«El monstruoso edificio pesa
sobre vosotros con toda su carga; os rodea, enlaza y os ahoga. Os sentís
cogidos como en los tentáculos de un gigantesco pólipo de granito.»
El
propósito de este trabajo es negar precisamente el pretendido proceso que
habría llevado de una imagen o plan mental al actual monasterio, negación que
se hará extensible a concepciones idealistas
de la Arquitectura como la sostenida por Marx en su célebre frase: «La
abeja parece superar por la estructura de sus células de cera a la habilidad de
más de un arquitecto. Pero lo que distingue desde el comienzo al peor de los
arquitectos de la abeja más experta, es que aquél ha construido la célula en la
cabeza antes de construirla en la colmena».
Desde
nuestras posiciones sólo será concebible el arquitecto, y ello a pesar de la
insistencia que en diversas escuelas se hace en la búsqueda de una «idea» a
partir de la cual se desarrolla la obra, que trabaja con modelos ya existentes
para confeccionar un proyecto que en cualquier caso se verá frecuentemente
alterado por la intervención de contingencias diversas –condicionantes
técnicos, influencia del cliente, avatares económicos- que modificarán los
planes elaborados incluso de modo gráfico en forma de planos. Como ejemplo de
la habitual interrupción entre los planes primigenios y la realización de los
mismos, podemos citar el de la Ópera de Sídney, del danés Utzon, quien tras acariciar
la idea de construir un edificio que remitiera formalmente a una serie de cáscaras
o conchas, se topó con las dificultades de su ejecución, para las cuales no
tenía capacidades técnicas, incumpliendo de este modo con la exigencia de la firmitas vitruviana. La resolución de
esos problemas, acarreó importantes cambios sobre unos dibujos originales que
podrían emparentarse con los de Piranesi.
Si
el caso de Sídney es fácil de conocer, El Escorial ofrecerá un proceso también
complejo y repleto de modificaciones. Veamos.
Como señalamos anteriormente, partimos
de la idea de que todo plan o prólepsis se cimenta en un ejercicio de anámnesis
o, para decirlo en un sentido arquitectónico, que todo edificio que se proyecta,
parte de una serie de modelos o antecedentes que el arquitecto maneja, habremos
de hacer esta indagación en el caso que nos ocupa.
Antes de entrar en detalles con
respecto al proceso constructivo del hoy llamado Monasterio Jerónimo de San
Lorenzo de El Escorial, daremos una pincelada en torno precisamente con su nada
casual calidad de casa jerónima. Como es sabido, la relación entre los monarcas
españoles y los monasterios es importante y lejana. En relación con nuestro
caso, hemos de señalar que Carlos V,
tras ceder su corona a su hijo Felipe II, se retira al monasterio jerónimo de
Yuste. Esta circunstancia, la de la orden que regía tal retiro, no es intrascendente.
Aprobada y dotada por la regla de San Agustín en 1373 gracias al Papa Gregorio
XI, sirvió para aglutinar las iniciativas eremíticas de los émulos de la vida
de San Jerónimo repartidos por España y Portugal, teniendo por primera sede el
Monasterio de San Bartolomé de Lupiana en Guadalajara, y contando con el constante
favor de la Monarquía Hispánica.
Por
otra parte, la decisión de levantar un monasterio que conmemorara una victoria
militar, en este caso la de San Quintín frente a los franceses ocurrida en el 10
de agosto de 1557, única en la que tomó parte activa Felipe II, no era en
absoluto inusual[1]. Ambas
circunstancias concurren en El Escorial, si bien parece que la idea de construir
una última morada para el cadáver de Carlos V, muerto en 1558, es la que tiene
mayor peso en la decisión del Rey Prudente. En el ánimo de Felipe II estaba
construir un panteón no sólo familiar, sino dinástico, distanciándose de sus
antecesores en el trono español, algo que también tratará de hacer Felipe V,
cuando llegue a España para dar comienzo a la presencia de la casa Borbón. De
hecho está enterrado en la segoviana Colegiata de La Granja de San Ildefonso.
El
primer trámite al que hemos de asociar el monasterio, nos lleva a la firma que
en 1559 estampa, estando en Flandes, Felipe II al final de una cédula que
nombra a Juan Bautista de Toledo como arquitecto del así llamado Monasterio de
San Lorenzo el Real, nombre elegido tras descartar otras alternativas como San
Lorenzo de la Victoria o San Lorenzo de la Herrería, designación que conecta
con la actual por medio de los restos minerales –escorias- que las fraguas
mayores o herrerías, dejaban a su alrededor.[2]
En
1560, una comisión estudia la ubicación del edificio, descartándose localizaciones
como Guisando, lugar en el que el Rey pasaba temporadas, Manzanares el Real o
Aranjuez. En ella participa el prior de la orden jerónima, Juan de Huete, y el
vicario, Fray Juan de Colmenar[3].
Es Juan de San Jerónimo, -«aplicado en cosas de dibujo y trazas», según Sigüenza-,
quien en su obra Memorias del monasterio
de San Lorenzo de El Escorial, describe los prolegómenos de la
implantación, para los cuales Felipe II hubo de buscar un «sitio conveniente
para la grandeza que en su real pecho tenía concebida, poniendo en ello hombres
sabios, filósofos y arquitectos y canteros experimentados en el arte de
edificar, para examinar en el dicho sitio la santidad, la abundancia de agua y
aires y las partes naturales del sitio conforme a la doctrina de Vitrubio». En
efecto, en todos los que participan en el proceso constructivo de El Escorial,
estará presente la obra, De Architectura,
reeditada en Roma en 1486, en la cual se presta mucha atención al locus.[4]
El
12 de agosto de 1561, Juan Bautista de Toledo es nombrado «Arquitecto de Su
Majestad», sin que este cargo suponga una vinculación en exclusiva al
monasterio previsto. A finales de este año ocurrirá un acontecimiento del
máximo interés para nuestro trabajo, pues es el propio Rey quien convoca una
reunión, celebrada en Guadarrama, en la cual participan: Juan Bautista de
Toledo, Juan de Huete, Juan de Colmenar y fray Gutierre de León, Prior de San
Jerónimo de Madrid, junto con un séquito de religiosos, así como el Secretario
del Rey, Pedro del Hoyo, a quienes se les solicita aportar trazas de otros
conventos, entre ellos el del propio Guisando, en lo que sin duda constituye un
ejemplo palmario de anámnesis arquitectónica alejada de todo mentalismo o
creación ex nihilo. Nótese, por otro
lado, la ausencia de Herrera en el cónclave, pues el cántabro aparecerá más
adelante.
En
1562 comienza a construirse la plataforma sobre la que se alzará el Monasterio
y se tienen los primeros planos o trazas -«aunque se fue siempre puliendo y mejorando»,
aclara Sigüenza-. Tras haber pasado Felipe II la Semana Santa en compañía de
los monjes y Juan Bautista de Toledo en Guisando, éste le hará entrega de la
«traza universal», hoy perdida. El arquitecto realiza tres juegos de planos:
uno para el monarca, otro para los jerónimos y otro para sí mismo, lo que da
cuenta de la pluralidad de intervenciones en la obra. Se trata de un rectángulo
de 735 pies castellanos para el lienzo de poniente y 580 para el de mediodía,
en el que sobresale el ábside semicircular de la iglesia. La cabecera del
templo, sin embargo, no convencerá al monarca, que pedirá opinión al italiano Francesco
Pacciotto, quien sugiere un remate plano y una configuración que remite a San
Pedro.
Ese
mismo año se incorpora el primer aparejador[5]
o maestro de cantería, Pedro de Tolosa, traído desde Guisando.
En
1563 comienza la obra, precedida de solemnes ceremonias fundacionales, que no
hemos de interpretar como superestructurales, pese a su gran carga nematológica[6].
Con respecto a la iglesia, ésta se hará definitivamente en forma de cruz
griega, eliminándose dos torres que se preveían a los lados del altar y que han
dejado su huella en el perímetro de la casa real. En este año se dispone de una
maqueta en madera hecha por Juan Bautista de Toledo. Asimismo, el 18 de febrero,
Juan de Herrera se pone bajo las órdenes del Arquitecto Real, también se
incorpora, un mes antes, Juan de Valencia. Ambos trabajarán en el llamado «Estudio
del Alcázar» en Madrid, donde, al margen de elaborarse trazas –planos-, se
construyen los llamados «modelos», maquetas a escala que eran enviadas a obra
para solucionar aspectos concretos. El propio Escorial tendrá la llamada «Casa
de las Trazas, donde se guardaban estos documentos y objetos de los que hoy se
conservan muy pocos. La confección de estos objetos, y aun de los planos, nos
habla de la presencia de las imprescindibles operaciones quirúrgicas insertas
en el proceso que estamos reconstruyendo.
El
año 1564, supondrá un cambio programático que se traduce en cambios formales
muy importantes para el Monasterio, pues se pasa de 50 a 100 monjes, resultando
de esta duplicación, una altura más en los cuerpos anteriores del edificio.
Este aumento de monjes animó un debate en el cual unos proponían cambiar la
planta y otros adecuarla, atribuyéndose la idea de elevar la cota a Fray
Antonio de Villacastín, obrero principal. También se eliminarán unas torres que
se pretendían alzar en medio de las fachadas de Sur y Norte, si bien esta
decisión dejará unas secuelas a modo de arrepentimientos arquitectónicos:
«En el medio de este Lienzo se
percibe un resalto, que con el relieve de tres ó quatro dedos, sube hasta la
Corona de la Fábrica. Hace buena gracia por estar cási en el medio, donde
concurren y se atan los Claustros pequeños con el Principal; y viene á ser el
arranque de una de las Torres que se idearon al principio.»[7]
En
1567 muere Juan Bautista de Toledo, haciéndose cargo de las obras Juan de
Herrera, si bien durante dos años intervendrá también Bergamasco, cuya huella quedó
plasmada sobre todo en la escalera. Herrera reorganizará la traza de Juan
Bautista de Toledo, buscando mayor simplificación y eficacia constructiva. En
lo referente a la volumetría, suprimirá torres y modificará la altura de las
cubiertas de los cuerpos anteriores. A excepción de la iglesia, las cubiertas estarán
hechas de pizarra y se rematarán en las esquinas por chapiteles, algo muy del
gusto de los Austrias, pues están presentes en todos sus palacios hasta tal
punto, que cabría considerarlas como un rasgo distintivo de la estirpe, un
sello arquitectónico incorporado del mismo modo que se impuso en la Corte la etiqueta
borgoñona.
Imprescindibles
en el proceso constructivo, a Herrera y su equipo se deberá el diseño de grúas,
andamiaje, cimbras, pero también la explotación de canteras y un novedoso
sistema de labra de piedras que agilizó los plazos.
Caso
aparte será la iglesia, una vez desechada la primera idea de Juan Bautista de
Toledo e incluso alguna inicial propuesta hecha por el propio Herrera. Sabemos
que en 1567 se pide opinión a la Academia Florentina del Diseño, adonde se
envían trazas y un exhaustivo cuestionario que llegó a ser trasladado a figuras
como Palladio y Vignola. El mismo Papa Gregorio XIII, el día 7 de julio de 1572,
llega a contemplar una síntesis o reorganización de los trabajos cuyo autor es
el propio Vignola.[8]
No
obstante, es Herrera quien elabora unas nuevas trazas casi definitivas que
conllevan la reducción dimensional de su primer templo. En 1572 arrancará la
obra, para concluirse en 1582, tras la cual se cerrará su claustro con una
nueva portada que también remite a Vignola y en la cual se ubicará la famosa
biblioteca. En efecto, en el diseño de la puerta principal se observa la
influencia de Vignola (1507–1573), autor del tratado: Reglas de los cinco órdenes de la arquitectura (1562), pero sobre
todo arquitecto de la Iglesia del Gesù
(1568). La magnífica biblioteca vendrá a sustituir la prevista por Juan
Bautista de Toledo, quien la situaba en la desaparecida torre central de la
Fachada Sur. Magníficamente decorada, se trata de una gran nave abovedada de 54
metros de larga, 9 de ancha y 10 metros de altura con suelo de mármol y
estanterías de ricas maderas en las que se pretendía atesorar todos los saberes
y cuyo responsable era Benito Arias Montano.
No
terminan ahí las obras que conducen al actual Escorial, pues el célebre Panteón
debe su aspecto actual a la reforma hecha por el arquitecto romano Juan
Bautista Crescendi. (1577-1635), llamado a la corte en 1617 por Felipe III. Posteriormente
otros insignes arquitectos como Juan de Villanueva, también han dejado su
impronta en el Monasterio.
Hecha
esta reconstrucción del proceso edificatorio y de las variaciones proyectivas, a
ello hemos de añadir la formación en materia arquitectónica de los
intervinientes en el mismo, pues a la anámnesis de modelos existentes que se
cotejaron en los diversos cónclaves, podemos sumar las propias de cada uno de
ellos, sus conocimientos arquitectónicos personales adquiridos por la vía del
aprendizaje.
En
cuanto a Felipe II, es sabido que conocía la obra de Serlio a través de
Francisco de Villalpando (h. 1510- h. 1561), quien la había traducido en 1552.
Este y otros saberes deben ponerse en relación con el intervencionismo filipino
desplegado durante más de dos décadas.
Juan
Bautista de Toledo (c. 1515-1567), se formó en la escuela italiana, pasando por
Florencia y Roma, donde es discípulo de Miguel Ángel, llegando a figurar como arquitecto
adjunto de la Basílica de San Pedro y asistiendo a Antonio de Sangallo. En
1559, fue llamado a Madrid por Felipe II y, en su calidad de Arquitecto de Su
Majestad, trabajando en el Alcázar de Toledo, remodelado por Alonso de
Covarrubias por mandato de Carlos I, así como también en el de Madrid. De ambas
obras, al margen del conocimiento que pudo adquirir de los gustos del monarca,
se pueden inferir influencias ya apuntadas.
Juan
de Herrera (1530–1597), nacido en la Montaña, se vio rodeado durante su
infancia de la mejor cantería de la España de la época, a ello hemos de sumar
las enseñanzas que pudo obtener, tras graduarse en Valladolid, en sus campañas
europeas como militar, que le llevaron a Flandes e Italia. Su pertenencia al
ambiente cortesano y su interés por la geometría le propiciarán nuevos
conocimientos. Como arquitecto, antes que en El Escorial, trabajará en 1561 en el
Palacio Real de Aranjuez, y después de la obra madrileña, lo veremos actuar en
Lisboa o Salamanca.
Pero
si importantes son estos aprendizajes más o menos específicos de cada uno de
los arquitectos citados, no hemos de olvidar las formas y programas ya
decantados en la arquitectura aúlica y en la monástica hispana. Ello nos lleva
a recurrir a interpretaciones de El Escorial como la dada por Secundino Zuazo
(1887–1971), quien propuso el origen hospitalario de los patios menores del
monasterio. Según esto, el convento y el colegio, tenían un claro antecedente
formal en los grandes hospitales europeos, como el Hospital Mayor de Milán, de
Antonio Filarete o en ejemplos españoles como el Real Hospital de Santiago de
Compostela, primero de tipo cruciforme que trazó Enrique de Egas, por no citar
los impulsados por los Reyes Católicos.
Precedentes
son estos que dejan de lado otras posibles influencias más lejanas, como la que
pudiera ejercer el Templo de Salomón, cuestión que nos llevaría a tratar sobre
numerosos asuntos simbólicos e intencionales que dejaremos de lado en este
trabajo. Sobre el modelo salomónico, en el plano arquitectónico y acaso en el
religioso y político, se pronuncia el padre Sigüenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo El Escorial en estos términos:
«…otro templo de Salomón, a quien
nuestro patrón y triunfador Felipe II fue imitando en dicha obra».
Finalmente,
si El Escorial se construyó teniendo en cuenta modelos existentes, el impacto
de su realización supuso que el propio Monasterio se convirtiera en un ejemplo
muy tenido en cuenta en grandes edificios europeos posteriores como el propio
Palacio de Versalles. De este modo, El Escorial contribuyó a realimentar la anámnesis
que otros arquitectos, no sólo discípulos de Herrera como Francisco de Mora o
Juan Gómez de Mora, hubieron de llevar a cabo ulteriormente.[9]
Sea
como fuere, quisiera concluir planteando una sugerencia: ¿cabe establecer
paralelismos entre el proceso constructivo de El Escorial y la idea de
ortograma en general? Parece claro que el ortograma particular del imperio
español, como norma y guía de la expansión generadora del mismo, está
involucrado -a través, por ejemplo, de Carlos V o de la Batalla de San Quintín-
internamente en la construcción de El Escorial. Lo que quiero sugerir, sin
embargo, no se refiere a eso, sino a la idea misma de ortograma de una sociedad
política. El ortograma envuelve y dirige la acción política de los individuos
enmarcados en él, pero no se puede concebir al modo idealista como el
despliegue necesario del espíritu objetivo. Hay que entenderlo como conectado a
las operaciones individuales que lo realizan y sólo es posible identificarlo
plenamente cuando el proceso se ha concluido o, al menos, ha descrito una
trayectoria suficientemente amplia. Todo lo cual convierte a la idea de
ortograma en un campo de discusión que encaja perfectamente en la temática de
este congreso.
Entre
estos modos no metafísicos de entender un ortograma cabe destacar la atención a
normas operatorias e instituciones concretas. Por ejemplo, para explicar el
despliegue del ortograma generador del imperio hispano autores como Pedro Insua
han analizado la norma de la fundación de ciudades. Lo que quiero proponer es
que El Escorial sirve de modelo para despojar a la idea de ortograma de todo
vestigio idealista: nos hallamos ante un edificio cuya construcción a lo largo más
de dos décadas envuelve y dirige las operaciones de los individuos humanos que
participaron en su construcción. Muchas de estas acciones individuales sólo
cobran sentido al final de la obra, una vez que la contemplamos en su per-fección,
por ejemplo desde la autopista A-6. Pero esta obra final no se puede atribuir a
la mente de un arquitecto que la proyectara sobre el futuro ni a una supuesta
acción totalitaria de Felipe II, sino a una multiplicidad de finalidades y a
una pluralidad institucional que fueron ajustándose entre sí, no siempre
armónicamente, pero tampoco de modo aleatorio, sino en torno a unas trazas
constructivas establecidas en procesos de anámnesis y prólepsis.
Podríamos
reforzar esta sugerencia con las palabras de Chueca Goitia, cuya conclusión
suscribimos:
«En realidad yo supongo que si
existe una obra que no tiene arquitecto, aunque esto pueda escandalizar a
muchos, es el monasterio de El Escorial.»[10]
Iván
Vélez Cipriano
[1] Tras la Batalla de Lepanto,
Felipe II da permiso al Conde de Priego, D. Diego Hurtado de Mendoza, para
edificar en su ciudad el Monasterio de San Miguel de la Victoria. Véase al
respecto el libro de Arturo Culebras Mayordomo, Puerta del Cielo, Visión Libros, Madrid 2005.
[2] Véase Manuel Rincón Álvarez, Claves para comprender el Monasterio de San
Lorenzo de El Escorial, Ed. Universidad de Salamanca, Salamanca 2007.
[3] El Padre Sigüenza señala que «en
cosas de arquitectura tenían entrambos buen parecer y juicio, como lo habían mostrado en las fábricas que habían
ejecutado en sus propias casas que, para esta ocasión, era de importancia.», La fundación del Monasterio de El Escorial,
Discurso Segundo, «De la fundación del Monasterio».
[4] «De la elección de los lugares
sanos», Libro I, Cap. IV.
[5] «aparejador se llama el que,
después que el arquitecto ha dispuesto toda la fábrica, apareja la materia,
hace los cortes y divide las piezas para que traben bien, con igualdad y
hermosura, en toda la fábrica, y por él se trazan los modelos particulares por
donde se gobiernan los destajeros, que en la lengua latina se llaman
redemptores)». Óp. Cit. Discurso III,
«Comiénzase a fundar la casa de San Lorenzo el Real; vienen los primeros
religiosos fundadores y otros ministros y oficiales; asiéntanse las dos
primeras piedras de la casa y de la iglesia.»
[6] «Vestido el Obispo de
pontifical, comenzó aquellas santas y divinas ceremonias que sería bien no las
ignorásemos tanto los cristianos, a lo menos los que nos preciamos, como dicen,
muy del asa y de la casa de Dios, pues están tan llenas de misterios. Por lo
menos, será bien advertir que no lo ha Dios por las piedras, y pues es esta materia
tan propia nuestra, y no hay de ella escrito cosa alguna que no haya visto en
la lengua castellana, no será fuera de propósito, tratando de una fábrica
santa, advertir siquiera de paso algún misterio de sus santificaciones, pues
tiene todas las que puede tener. La piedra fundamental, que se llama en lengua
latina Primarius lapis, que sólo la bendice el Obispo, ha de ser
cuadrada y angular, y de ordinario pequeña, que puede traerla en la mano el
dueño y señor de la fábrica, y así lo era ésta. Estaba encima de un altar raso,
cubierta con unas toballas y pintada encima una cruz colorada; bendice el
Obispo el agua que ha de echar en ella y, después de haber cantado algunas
Antífonas y Salmos que encierran en sí el misterio que la piedra significa,
llega el Obispo y con un cuchillo hace
en ella cuatro cruces, por todas las cuatro esquinas o ángulos y, dichas otras
Antífonas y Salmos, la manda asentar a los Arquitectos y oficiales.
Después camina por los cimientos que están abiertos,
echando agua bendita, cantando el clero que se halla presente Himnos y Salmos y
por sus tercios dice ciertas oraciones, hasta que da la vuelta y torna al mismo
lugar donde partió, y allí da la bendición al pueblo y le despide.» Ibid., Discurso III «Comiénzase a fundar
la casa de San Lorenzo el Real; vienen los primeros religiosos fundadores y
otros ministros y oficiales; asiéntanse las dos primeras piedras de la casa y
de la iglesia.»
[7] Descripcion Del Real Monasterio Del Escorial por el R. P. M. Fr. Andres
Ximenez, quien la dedica al Rey Nuestro Señor Don Carlos Tercero (que Dios
Guarde. Imp. Antonio Marín, Madrid 1764, pág. 23)
[8]
Véase Agustín Bustamante
García, «Los proyectos para el Monasterio del Escorial», El Monasterio del Escorial y la arquitectura.
Actas del simposium, coord. Francisco Javier
Campos y Fernández de Sevilla,
2002, págs. 43-62.
[9] Influencias que podemos seguir,
como bien apunta Marcelino Suárez Ardura- en la Universidad Laboral de Gijón
construida entre 1946 y 1956 gracias a un equipo encabezado por el arquitecto
Luis Moya, o en el más explícito estilísticamente Ministerio del Aire, no en
vano conocido como Monasterio del Aire,
obra de Luis Gutiérrez Soto.
[10] «Mi última clase». El Escorial, piedra profética, Ed.
Instituto de España, Madrid 1986.
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