La sombra del vampiro
Artículo publicado el 1 de agosto de 2012 en Cuenca News:http://www.cuencanews.es/index.php?option=com_content&view=article&id=19237:la-sombra-del-vampiro&catid=39:opinion&Itemid=556
Leoncio
González Hevia (Illas, España 1970) acaba de publicar un libro titulado La sombra del vampiro. Su presencia en el
séptimo arte (Cultiva Libros, Madrid 2012), obra que trata en torno a unos
seres de gran presencia en la ficción y aún en la vida cotidiana, ya sea en el
tercer sentido que le da el Diccionario de la RAE en su tercera acepción -persona
codiciosa que abusa o se aprovecha de los demás- ya en los que denotan, con
mayor o menor carga espiritualista, debilidad por el encarnado caudal que circula
por las venas.
Si
el libro supone, en su mayor parte, un análisis de un gran conjunto de
vampíricas obras, es del mayor interés la introducción que abre el volumen,
pues en ella se nos aparece el filósofo que González Hevia es: un filósofo
materialista que ha bebido con provecho y deleite en las fuentes abiertas por
Gustavo Bueno. Y nos explicaremos.
De
la lectura de estas páginas cabe esperar la sorpresa que experimentarán muchos
al ver que nuestro autor califica de «cine religioso» a este género por el que
Drácula y otras noctámbulas criaturas se mueven con solvencia. La razón para
colocarle tal etiqueta a estos filmes, hemos de buscarla en una filosofía de la
religión que reconoce como núcleo de la primera fase de la misma a entidades
dotadas de voluntad, a númenes o animales con los que los hombres del
Paleolítico se relacionaron. Si estos, los animales, fueron los primeros
dioses, sus atributos contribuirán, en una segunda fase de religiosidad, a
construir criaturas híbridas como puedan ser los vampiros. Se trata, en definitiva,
y así lo hace González Hevia en torno a esta cinematografía y la literatura que
la sustenta, de demostrar la divina animalidad de los vampiros, circunstancia
que le sirve para, con gran erudición, exponer las discusiones históricas en
torno a estos seres. Se abre de este modo, una disyuntiva consistente en, por
una parte, una teoría demoníaca que permite que el Diablo pueda resucitar
difuntos que darán lugar a vampiros; y una segunda de carácter divino que
consistirá en la transferencia al Demonio, por parte de Dios, de tal poder. Un
problema que encontró solución, desde la racionalidad católica, en la
afirmación de la inexistencia de tales númenes, que quedarán desplazados al terreno
de lo fantástico.
Pese
a todo, y dejando atrás unos debates en los que participó el propio Sto. Tomás,
al auxilio de la operatividad fabuladora del mito, acudirá la Medicina,
sirviendo ejemplos de catalepsias y entierros prematuros –el lector recordará
aquí el relato de Poe-, pestes, hematomanías, necrofilias y otras patologías
hábilmente explotadas por avisados escritores, periodistas y cineastas.
Es
tras esta profunda y concisa introducción, sustentada, por otra parte, en
interesantes indagaciones etimológicas, cuando González Hevia comienza el exhaustivo
repaso por una cinematografía que le permitirá, no sin una ironía muy de
agradecer, ir desgranando un gran número de películas en las que, unidas a
consideraciones históricas o técnicas, el autor ejerce la crítica sin renunciar
a mostrarnos sus gustos estéticos aplicados tanto al séptimo arte como a los
intérpretes y directores que han hecho posible la terrorífica y a veces
erotizante confección de tal género.
Es
precisamente en algunas películas: No de
esta tierra (pág. 29), Reina de sangre
(pág. 38) Lifeforce (pág. 68) o 30 días de oscuridad (pág. 92), donde entran
en escena otros seres con gran presencia cinematográfica: los extraterrestres. Corpóreos
alienígenas que, protagonistas de otro género de cine religioso, bien pudieran
ser diseccionados, con tan buen pulso como lo han sido los vampiros, por el preciso
bisturí de Leoncio González Hevia.
Iván Vélez
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