La Gaceta, domingo 5 de marzo de 2017:
Nosotros no parimos
«¡Nosotras parimos! ¡nosotras
decidimos!». El lema, acompañado por un gesto manual que pretendía representar
una vagina, es un clásico del movimiento a favor de la libertad de las
gestantes para abortar los fetos, es decir, para acabar con la vida –abortar es
despedazar- de otros cuerpos alojados en sus úteros. Tal voluntad, entendida como liberación, y
circunscrita efectivamente a las que pudieran ser madres, sólo recibió un
respaldo legal en Cataluña, una vez comenzada la Guerra Civil, siendo la
cenetista Federica Montseny quien legalizó unos meses después tal práctica para
toda España en 1937. Casi medio siglo después, en la socialdemócrata España de
1985, se despenalizaron algunos casos de aborto inducido, hoy llamado, con
evidentes propósitos eufemísticos, «interrupción voluntaria del embarazo». Las
últimas modificaciones legales van en la línea del establecimiento de unos
plazos durante los cuales, y al margen de la ontogenia del feto, se podría
acabar con su vida. La alusión al aborto, entendido como derecho e identificado
gratuitamente con posiciones de izquierdas, tiene, tal nos parece, profundas
conexiones con la campaña lanzada por la Asociación Hazte Oír, que ha hecho
circular recientemente por Madrid un autobús con las siguientes frases impresas
en su carrocería:
«Los
niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre,
eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo.»
Y
las tiene en relación con la palabra «mujer» incluida en los laterales del
vehículo. En efecto, dado el credo católico que inspira a Hazte Oír, no cabe
duda de que la campaña busca la neutralización de determinadas campañas de las
plataformas LGTBI, propagadoras de la llamada «ideología de género», ya
implantada en diversos ambientes educativos, pero también con los sectores
proabortistas que engrosan las filas del feminismo. La polémica,
convenientemente judicializada, está servida, y oscurece en gran medida una
posibilidad de debate situado más allá de la sensibilidad, la ofensa, y el
subjetivismo, en suma. Como de costumbre, el griterío se ha polarizado entre
dos posturas de borrosos contornos: «la ultraderecha», que de algún modo
seguiría arrastrando a una «derecha» siempre sospechosa de radicalización, y
«la izquierda», cada vez más alejada de sus raíces fundacionales, y más
identificada con las mentadas ideologías de género, frecuentemente teñidas de
un ramplón anticlericalismo.
Si
el debate en relación con el lema y la circulación del autobús se ha centrado en las
ofensas e incitación al odio que podrían llevar aparejadas las letras impresas,
no han faltado quienes han intentado ir más allá, discutiendo a propósito de
esos niños y niñas, hombres y mujeres. Dos posiciones han destacado en el
intento de deslinde sexual: por un lado, aquellas que se apoyan en lo
cromosómico, en los pares XX e XY que, no obstante, admiten una serie de
variantes, que impiden establecer un criterio definitivo; y los que lo hacen,
tal es el caso de Hazte Oír, apoyándose en argumentos que más que genitalistas,
podríamos llamar exogenitalistas. Al cabo, tener pene o vulva no aclara la
cuestión, pues el grado de desarrollo al que ha llegado la cirugía permite la
implantación o mutilación de genitales externos. En definitiva, los penes y
vulvas esgrimidos por la Asociación presidida por Ignacio Arsuaga, bien
pudieran haberse sustituido con mayor fortuna por ovarios y testículos, sin
perjuicio de que los atributos citados sirvan perfectamente a los intereses que
se adivinan en una campaña que no ha dejado a nadie indiferente.
Cabe,
no obstante, ensayar una vía alternativa a las comentadas. Una vía que conecta maternidad y mujer, pues que la mujer pueda
ser madre es una propiedad esencial, no accidental, de la misma que va más allá
de las apariencias externas. Mientras la hembra pare, el varón, el macho, no
puede hacerlo, por más que este haya sido mutilado u hormonado. Y utilizamos el
término varón para evitar la palabra de «hombre», que añade aún mayor
complejidad… Así pues, la maternidad, es decir, la gestación, pero también el
parto, sería el punto de partida para reconducir un debate que quisiera ir más
allá de los intereses meramente ideológicos, pero también políticos y
económicos, que se esconden tras esta creciente polémica identitaria ligada a
una expresión como la de «orientación sexual» que hunde sus raícen en el más
radical voluntarismo, pero también en un mercado pletórico ávido de personalísimos
consumidores. La conclusión es evidente: los hombres, con o sin vulva, con o
sin pene, no parimos.
Sirvan, pues, estas líneas para terciar
en un agitado debate en el que comparecemos acogiéndonos a una idea de
racionalidad que no ha de buscarse en íntimos mentalismos, sino en algo más
fisicalista y operativo, en las manos, las mismas que intervienen en los partos
en los cuales, Sócrates, hijo de una partera, se inspiró para dar nombre a su
arte: la mayéutica.
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