El Catoblepas • número 131 • enero 2013 • página 3
http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p03.htm
Masones y filibusteros en la estela Monroe
Masones y filibusteros en la estela Monroe
Texto
ampliado del que sirvió como base para la comunicación expuesta en las XVI Jornadas de Filosofía Sociedad de
Filosofía de Castilla-La Mancha: «1812-2012. De la Hispanidad al
Europeísmo. Diferencias, paralelismos y continuidades» (Talavera de la Reina, 26
y 27 de octubre de 2012)
El
año de 1808 es considerado el punto de arranque de la definitiva transformación
del Imperio español en lo que acabaría convirtiéndose en un conjunto de
naciones políticas soberanas. No obstante, si a partir de tal fecha se
precipitaron los acontecimientos, las maniobras para desestabilizar a la
Monarquía Hispánica, tanto las internas, como, sobre todo, las externas, se
recrudecieron a principios del siglo anterior, coincidiendo, fundamentalmente,
con un momento de crisis: la Guerra de Sucesión, contienda internacional que
daría como fruto la sustitución dinástica en el trono español. Es en este
contexto cuando aparecen obras como Una
propuesta para humillar a España, folleto impreso en Londres en 1711 que
apuntaba ya a un objetivo concreto, la disgregación de la América hispana.
Si
en el largamente explotado terreno propagandístico podemos citar tal texto, lejos
del papel son continuas las maniobras depredadoras o ataques, como la desastrosa
campaña emprendida por el almirante Eduardo Vernon (1684-1757), quien tras
saquear Portobelo, tomó rumbo hacia Cartagena de Indias, donde fue estrepitosamente
derrotado por Blas de Lezo (1689-1741). Precisamente entre las tropas de Vernon
se hallaba Lorenzo Washington (1718-1752), hermanastro del primer presidente de
Estados Unidos, Jorge Washington (1732-1799), quien a temprana edad se iniciará
en la masonería.
Es
lugar común situar el arranque de la masonería en Inglaterra, embrión de la estadounidense,
en una tabernaria reunión celebrada en Londres el 24 de junio de 1717. Sea como
fuere, un siglo más tarde, las sociedades secretas estaban consolidadas en unos
Estados Unidos interesados en ampliar su territorio e influencia en el vasto
mercado que suponía la América hispana. Serán precisamente muchos integrantes
de la masonería los agentes principales de tales políticas. Dicho esto, nos
apresuramos a aclarar que el propósito de este trabajo no consiste en
identificar masonería o filibusterismo con la política seguida por Inglaterra y
Estados Unidos desde hace dos siglos, sin embargo, consideramos que estos
movimientos e ideologías deben tenerse en cuenta sobre todo al componerse con
otras que perseguían objetivos compatibles. Parece, sin embargo, evidente, que
los círculos masónicos sirvieron de caldo de cultivo de ideologías fuertemente
antihispanas, pues su oposición al Antiguo Régimen pondrá en su punto de mira
uno de los atributos fundamentales de tal Imperio: su carácter católico. La sustitución
de las referencias religiosas por una sobreabundancia de ceremonias de las que
se mofó el propio Feijoo[1], la
del propio Dios terciario por el hombre y la adscripción, entre otros, al mito
del progreso, abrirán un abismo entre dos concepciones del mundo que podemos
representar, por un lado, por las citadas sociedades secretas, y por otro, por
la Santa Alianza. Finalmente, hemos de añadir un fuerte sentimiento
antipapista, el que afectaba a eminentes masones como Juan Teófilo Desaguliers
(1683-1744)[2],
descendiente de hugonotes salidos de Francia hacia Inglaterra tras la
revocación del Edicto de Nantes de 1685. La trayectoria familiar de Desaguliers
recuerda a la del propio Joel Roberts Poinsett (1779-1851), al que nos
referiremos en adelante dejando de lado a importantes masones criollos como San
Martín, Bolívar, Miranda o el mismo Francisco Bilbao, acuñador del vocablo
Latinoamérica que disuelve el componente hispano del Nuevo Mundo.
Con
éxito desigual, lo cierto es que durante el siglo XVIII, primero Inglaterra, y
después los Estados Unidos, trazan planes expansionistas con los territorios
hispanoamericanos como objetivo. En efecto, el propio Tomás Jefferson
(1743-1826), uno de los principales redactores de la Declaración de
Independencia, que tanto ascendente tuvo sobre el propio Monroe, traza algunas
de las líneas maestras de tal doctrina en una carta enviada a Stuart en enero de 1786:
Nuestra
Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así
la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Mas cuidémonos de creer que
interesa a este gran Continente expulsar a los españoles desde luego. Por el
momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que
éstas resulten débiles en demasía para mantenerlos sujetos hasta que nuestra
población progrese lo suficiente para ir arrebatándoselos, parte por parte.
Jefferson
era consciente de las ventajas que podía ofrecer el Imperio hispano, cimentado
en sólidas instituciones cuyo asiento eran los cientos de ciudades fundadas por
los españoles. El
atractivo del Imperio español era evidente, como podemos comprobar acudiendo a
la figura del abogado Henri Marie Brackenridge (1786-1871), enviado a América
del Sur entre los años 1817 y 1818, quien señala en su informe publicado al año
siguiente:
Los españoles americanos, como
descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, basan sus
derechos políticos en las disposiciones del Código de Indias. Afirman que su
constitución es de una naturaleza más alta que la de España, por cuanto
descansa sobre un pacto explícito
entre el monarca y sus antepasados.[3]
Branckeridge,
que en 1841 formó parte de la comisión encargada de establecer el tratado con
México, era un devoto de la Doctrina Monroe, cuyas raíces podemos rastrearlas
en la idea del Destino Manifiesto que fascinó a muchos colonos desde el siglo
XVII. El origen del concepto del Destino Manifiesto se podría remontar desde la
época en que comenzaron a habitar los primeros colonos y granjeros llegados
desde Inglaterra y Escocia al territorio de lo que más tarde serían los Estados
Unidos. En su mayoría profesaban los cultos puritano y protestante. Sirvan como
ejemplo de esta ideología providencialista las palabras del ministro puritano
John Cotton (1585-1652), quien escribía lo siguiente en 1630:
Ninguna nación tiene el derecho
de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que
tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella.
En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así
como a someterlos.
John
O'Sullivan (1813-1895) es, sin embargo, quien emplea la expresión en el
artículo «Anexión», publicado en el número de julio-agosto de 1845 de la
revista neoyorquina Democratic Review
, en el que se declaraba favorable a la anexión de Texas. En él se decía:
El cumplimiento de nuestro
destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido
asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de
libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el
aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el
crecimiento que tiene como destino.
Regresemos
de nuevo a finales del XVIII. Cuando se escribe la epístola de Jeferson a
Stuart, Poinsett era apenas un niño. Décadas más tarde, con 31 años, el
descendiente de hugonotes exiliados, tras una etapa de formación en Europa, entra
al servicio del gobierno de los Estados Unidos. El masón yorkino Poinsett
comenzará a operar políticamente en Buenos Aires. Su misión consistirá en
transmitir la idea de que los Estados Unidos pretendían mantener buenas
relaciones con las naciones que se estaban emancipando del Imperio español,
propósito que encubría otro: sondear la situación real de estos territorios
sudamericanos, contactando con las juntas de gobierno constituidas en los
mismos. La ruptura de relaciones entre la junta bonaerense y la Central será
otro de sus objetivos. Las acciones de Poinsett en Sudamérica, rivalizarán con
las de los agentes ingleses, quienes finalmente consiguieron una mayor
implantación en el cono sur. En este sentido, sobresale la figura del primer ministro inglés, Jorge
Canning (1770-1827), masón desde 1810 y simpatizante, no obstante, de la
Doctrina Monroe. El resultado de las maniobras de Canning daría sus frutos,
pues en 1825 Inglaterra reconoció la independencia de la República Argentina,
reconocimiento que llevó ligada la firma de un tratado rubricado en Buenos
Aires en el que se fijaban las condiciones de amistad, comercio y navegación
entre estos dos países.
Poco
antes del acuerdo anglo-argentino, Poinsett, es enviado en 1822 al México de
Iturbide en el que ya tenía una fuerte implantación la masonería que se regía
por el rito escocés, que se vería reforzado a partir de la llegada del
encargado de negocios de Inglaterra, Henry George Ward, quien ya había pisado
tales tierras en 1823. Su estancia se prolongó entre 1825 y 1827, tiempo en el
que funda varias logias.
Poinsett,
por su parte, y tras una primera toma de contacto en la que sondeará las
posibilidades de bloquear el acceso a la nueva nación tanto de ingleses como de
franceses, implantará el rito yorkino, impulsando unas organizaciones que
abogaban por un sistema federalista, al tiempo que exhibían una hispanofobia
muy superior a la de sus análogos escoceses, quienes eran más conservadores y
centralistas.
La
Doctrina Monroe se haría pública un año más tarde, recibiendo el lógico
beneplácito y eco de algunos de sus inspiradores como el propio Jefferson, que
en octubre de 1823 se manifiesta de este modo en una misiva enviada al mismísimo
Monroe:
Por mi parte, confieso sinceramente haber considerado
siempre a Cuba como a la adición más importante que pudiera ser hecha a nuestro
sistema de Estados. El control que, junto con Florida, nos daría esa Isla sobre
el Golfo de México, y sobre los países e istmos que lo bordean, al igual que
sobre aquellos cuyas aguas en él desembocas, habrá de colmar la medida de
nuestro bienestar político… Sin embargo, no vacilo en abandonar mi primitivo
deseo con miras a oportunidades futuras, y prefiero su independencia, sobre la
base de la paz y la amistad inglesa, y no su anexión a nosotros al elevado
costo de la guerra y la enemistad con Inglaterra.
Un año más
tarde de la publicación, Poinsett entrará en contacto con el entonces
Secretario de Estado, James Monroe
(1759-1831), masón y quinto presidente norteamericano, con cuya doctrina, hecha pública el 2 de
diciembre de 1823, simpatizará durante toda su vida.
La
estrategia norteamericana tenía un potente adversario: el Imperio inglés, ávido
de ocupar el lugar del español, quien, por otro lado, había apoyado la
emancipación norteamericana. A la oposición inglesa, hemos de sumar la que
constituían amplios sectores de las sociedades hispanas, muchas de las cuales
tardarían en cristalizar políticamente. Poinsett, consciente de estas
resistencias, tratará de obstaculizar
los proyectos unionistas, como el del propio Bolívar, quien desde 1824 trataba
de organizar el Congreso Hispanoamericano, finalmente celebrado en junio de
1826, Congreso al que el presidente mexicano Guadalupe Victoria se había
sumado. Es, sin embargo, la figura de Lucas Alamán (1792-1853) en quien
encontró su mayor adversario, al constituirse en el mayor defensor del legado
español, sustanciado en la lengua y la religión católica.
Tras
este somero tratamiento del papel jugado por la masonería en pro del
expansionismo yanqui, es preciso avanzar en el tiempo para abordar la cuestión
del filibusterismo[4].
Antes
de repasar algunos casos significativos, hemos de señalar que, desde 1818, en
virtud de la Ley de Neutralidad, las actividades filibusteras estaban
oficialmente prohibidas en los Estados Unidos, si bien, muchos fueron los
oficiales que, tras participar en acciones bélicas, y seguidos por parte de sus
tropas, emprendían el camino del filibusterismo estableciendo una suerte de
continuidad con sus actividades castrenses y contando con grandes complicidades
tanto de parte del mundo oficial como de lo que podemos denominar sociedad civil
estadounidense.
Probablemente
la primera expedición filibustera fue la encabezada por Joseph C. Morehead,
intendente general del ejército de los Estados Unidos. En 1851, tras preparar
una ofensiva contra los indios, es invitado por separatistas de Sonora y Baja
California. Morehead propondrá la anexión de estas provincias a la Unión. A
bordo del Josephine partirá de San Francisco rumbo a México. Aunque
fracasó, Morehead abre la vía del filibusterismo a otros compatriotas.
Si
nos interesa perfilar la actuación de los filibusteros norteamericanos, es obligado
atender a figuras de otra procedencia. Entre ellas podemos citar el caso de Gastón
de Raousset-Boulbon (1817-1854), conde francés que, tras una juventud disoluta,
llegará a Norteamérica, donde consigue del presidente mexicano Mariano Arista
(1802-1855) la concesión de una explotación minera en Arizona, a nombre de la
Compañía Restauradora. Pronto abandonará el aristócrata estos propósitos
empresariales y pondrá sus ojos en Hermosillo, ciudad que acabará tomando en 1852
y sobre la que quiso fundar el estado independiente de Sonora. Tras un primer
intento de hacerse con el poder, con sus huestes diezmadas por la disentería,
habrá de retirarse para regresar al mando de 400 hombres, atraídos por Santa
Anna, quien ofrecía ventajosas condiciones al alistarse en el ejército mexicano
que combatía a los apaches y, precisamente, otros filibusteros. Aprovechando
las confusas circunstancias, Raousset infiltrará a sus hombres en este ejército
y asestará un nuevo golpe en 1854. Finalmente, en la Batalla de Guaymas, los
franceses son derrotados y Raousset-Boulbon fusilado.
El
filibusterismo cuenta también con otro episodio protagonizado por un criollo,
el venezolano de ascendencia vasca, Narciso López de Urriola (1798-1851). López
combatió en Venezuela del lado realista y, tras la derrota final, se instalará
en Cuba, en cuya masonería se integra. López participará también en la Primera
Guerra Carlista del lado de los liberales tras la cual, en 1840, regresará de
nuevo a Cuba, donde se casa una hermana del poderoso Francisco de Frías y
Jacob, conde de Pozos Dulces.
Los
acontecimientos políticos de la Península le harán perder peso político y le
llevarán a alinearse con los autonomistas cubanos, participando en una serie de
conspiraciones tras las cuales debe abandonar la isla y refugiarse en EE.UU.
Tras esta etapa, su independentismo saldrá fortalecido y organizará, en 1850,
una expedición desde Nueva Orleáns para tomar la isla al mando de 600 hombres
afectos a la causa esclavista, que desembarcan en Cuba, siendo inmediatamente repelidos.
En esta expedición figuraba un futuro colaborador de William Walker: Callender
Fayssoux (1820-1897).
Un
año más tarde hará otro intento, también fallido, al cargo de 400 mercenarios, tras
el cual encontrará la muerte de forma abrupta, al serle administrado el garrote
vil en la ciudad de La Habana el 1 de septiembre de 1851, en cumplimiento de la
sentencia de alta traición. El
coronel norteamericano William Crittenden (1820-1851) fue en esta ocasión uno
de sus principales apoyos. Por el lado financiero, a los esclavistas useños
hemos de sumar la participación de un importante banquero: el criollo cubano
Domingo Goicouría (1804-1870).
El
legado de López incluye el diseño de la bandera de Cuba –similar a la de
Texas-, en la cual figura una estrella que pretendía incorporarse a la
constelación estadounidense. El también masón José Martí (1853–1895), reunirá a
López y Walker en uno de sus escritos tomando como nexo de unión las dos
banderas.
Es
oportuno señalar que si bien estas iniciativas tienen un alto contenido
privado, se desarrollarán en el contexto de la publicación del Manifiesto de
Ostende, en el cual varios diplomáticos norteamericanos
proponen la compra de la isla, llegando a tasarla en 120 millones de dólares o
insinuando la posibilidad de su invasión en el caso de que España rechazar tal
oferta.
Si
en Cuba el independentismo y la literatura se unen en José Martí, convertido en
todo un símbolo, no menos simbólica es, para Filipinas, la figura de José Rizal
(1861–1896) independentista y masón, cuya trayectoria revolucionaria, que le
condujo a su ejecución por el delito de sedición, sería aprovechada, como en el
caso cubano, los Estados Unidos. Es interesante señalar que Rizal escribió una
segunda parte de su conocida novela Noli
me tangere, una obra de elocuente título: El filibusterismo, publicada en Gante en 1892, y en la cual, el
mestizo Crisóstomo Ibarra, protagonista de la primera, afila y violentas sus
acciones revolucionarias, de ahí el empleo del vocablo de que venimos hablando.
En
1854, será de nuevo un independentista cubano, Francisco Estrampes Gómez
(1827-1855) quien, desde su exilio en Nueva York, fletará dos barcos cargados
de armas que llegarán a la isla, donde es capturado y acabado por medio del
garrote vil el 31 de marzo de 1855. Antes, mucho antes de precipitarse estos
acontecimientos, Estrampes había mostrado su simpatía para con López,
desarrollando una serie de actividades conspirativas que provocarán su huida a
los Estados Unidos, desde donde regresó para encontrar una muerte similar a la
de su modelo.
Momento
es de situar en el centro de la escena al célebre William Walker (1824-1860).
Formado como médico, abogado y periodista, participará activamente en la
política estadounidense. En la estela de
Morehead, en 1853 intentó conquistar los territorios de Sonora y Baja
California, tras su fracasado intento de aliarse con Raousset-Boulbon, llegando
a fundar una fracasada república. Walker se proclamó presidente de Sonora el 18
de enero de 1854, unas semanas después de que Antonio López de Santa Anna firmara
un tratado conocido como la «Venta de la Mesilla». No obstante, Walker prosiguió
con sus planes hasta ser detenido, juzgado y absuelto por un jurado popular.
En
1855, junto a un grupo de 58 hombres conocidos como «Los Inmortales», se interna
en Nicaragua, que se hallaba inmersa en una guerra civil. Walker se alineará,
alentado por su expresa invitación, con el bando democrático, que trataba de
derrocar al presidente legitimista: el General Fruto Chamorro Pérez
(1804-1855), hijo natural del alcalde de Granada, leal a la causa realista y
descendiente de españoles peninsulares sevillanos. Chamorro había entrado de
forma temprana en los ambientes políticos nicaragüenses, ascendiendo con
rapidez hasta ser nombrado diputado y luego senador. Tras la firma del Pacto de
Chinandega en 1842, se impulsa la confederación entre Honduras, El Salvador y
Nicaragua, siendo Fruto elegido Supremo Delegado de la misma. Más tarde, en
1853, Chamorro es nombrado Supremo Director de Nicaragua, tras lo cual convoca
una Asamblea Constituyente y es elegido Presidente de Nicaragua en 1854,
aprobando una Constitución inspirada en la moral cristiana que no llegará a
entrar en vigor debido al estallido de la guerra civil. La llegada de Walker, invitado
por el bando republicano, y la participación de sus tropas en la Batalla de
Rivas, avivará la ruptura de la República en la que el ambicioso Walker
pretendía medrar, reimplantar la esclavitud y favorecer la apertura de un canal
interoceánico.
Los
proyectos y acuerdos comerciales con esta región, estaban ya asentados antes de
que a ella accediera el filibustero. En 1849, el poderoso empresario
norteamericano Cornelius Vanderbilt (1794–1877), hizo un contrato con Nicaragua para que la
Compañía Accesoria de Tránsito diera el servicio de transporte entre la costa
este y San Francisco, pasando por San Juan del Norte, Río San Juan, Lago de
Nicaragua y San Juan del Sur. Este servicio conformaba la Ruta de Tránsito. La
apertura de dicha ruta estaba alentada por la fiebre del oro, que impulsaba a
muchos aventureros a desplazarse hasta California atravesando el istmo de
Panamá en un viaje menos costoso y peligroso que el terrestre.
Walker
contará con el apoyo de la prensa estadounidense y conseguirá refuerzos
llegados desde Baltimore y San Francisco. Bien relacionado con algunos sectores
del clero nicaragüense, y apoyado por amplios sectores de la prensa
norteamericana, se hará con el control militar y colocará a Patricio Rivas en
la presidencia. Dentro del terreno propagandístico, en octubre de 1855 funda el
periódico semanal El Nicaragüense,
publicado en inglés y español durante un año y en el que, no por casualidad, se
llega a definir a Walker como «el Predestinado de los ojos grises».
El
conflicto pronto se extenderá a toda la región, uniendo contra los filibusteros
a Guatemala,
Costa Rica,
Honduras
y El Salvador.
A estas circunstancias se unirá una epidemia de cólera y la pérdida de algunos
de los apoyos que el filibustero tenía por parte de empresarios
estadounidenses. No obstante, en junio de 1856, Walker ganará unas amañadas
elecciones, alcanzando la presidencia de
Nicaragua, haciendo engalanar la plaza de Granada con las banderas de Nicaragua,
Estados Unidos, Francia y la estrella solitaria de Cuba. Ocupado este cargo,
expresa su voluntad de hacerse con toda la región e incluso con Cuba. No en
vano, Goicuría reaparecerá para llegar a acuerdos con Walker, enviándole a
principios de año, un contingente de filibusteros cubanos encabezados por Francisco Alejandro Lainé, cuyo viaje corre a cargo de Vanderbilt.
Lainé
será capturado por las tropas aliadas en octubre del 56, siendo fusilado por la
espalda por considerar que su traición era doble debido a su condición de
hispano.
Reanudada
la guerra que enfrentaba a la alianza, excepción hecha de una Costa Rica que,
aunque recibía apoyo inglés, estaba asolada por el cólera, Walker será
finalmente derrotado en la primavera de 1857, huyendo para regresar dos veces
más a la región, apoyado por compañías mercantiles y esclavistas sureños. El 12
de octubre de 1860, tras escribir su autobiografía, en la que reafirma su
apuesta por el comercio de esclavos y sigue considerándose todavía presidente
de Nicaragua, es fusilado en Honduras.
Tan
turbulentos acontecimientos contaron con un observador de excepción: el
Ministro Plenipotenciario español, al servicio de Isabel II, el navarro Facundo
Goñi y López[5],
autor en 1848 del Tratado de las
relaciones internacionales de España. Durante el desempeño de su misión en
Centroamérica, en junio de 1856, dos
años después de ser nombrado «encargado de negocios en Costa Rica y Nicaragua»
con el objetivo conservar y fomentar las relaciones entre España y las
repúblicas de Costa Rica y de Nicaragua, y «establecerlas si es posible con las
de Guatemala, San Salvador y Honduras», es convocado a una reunión que da
cuenta de la gravedad de la situación por la que atravesaban los antaño
territorios que formaban parte del Imperio español. La cita, celebrada en
Guatemala el 25 de mayo de 1856[6],
la solicitan los ministros plenipotenciarios de Costa Rica, el cirujano guatemalteco
Nazario Toledo (1807-1887),
y el de México, Juan Nepomuceno Pereda (1802-1888), en quien nos detendremos.
Nacido
en Comillas, primo hermano del novelista José María Pereda (1833–1906), tras
una juventud como comerciante en México, abandona el país debido al decreto de
expulsión de los españoles de 1828, avecindándose en Burdeos durante 4 años.
Allí publica, de forma anónima, su Exposición
dirigida a S. M. el Rey don Fernando VII, obra en la que muestra su rechazo
a cualquier intentona peninsular de reconquistar un México al que regresará en
1832 para iniciar una carrera diplomática por los territorios hispánicos que
arranca en 1836, cuando el gran viajero Francisco Michelena (1801-1872) le nombra vicecónsul de Venezuela
en México, donde alcanza el puesto de cónsul antes de recuperar la ciudadanía
mexicana en 1842. El caso de Michelena es también paradigmático. De padre vasco
y madre criolla, tras una acomodada juventud alejado, en las Antillas, de los
conflictos bélicos de su Venezuela natal, es nombrado, a los 24 años,
secretario de la representación de la Gran Colombia en Lima. En 1829, se
traslada a México como agente confidencial. Su misión se desvanecerá con la
disolución de la Gran Colombia.
Tras
esta etapa diplomática, retomará su pasión viajera, que quedó recogida en una
serie de cuadernos publicados por entregas en Caracas y reunidos en su libro: Viajes científicos en todo el mundo desde
1822 hasta 1842, impreso en Madrid en 1843. Entre 1847 y 1848, se desempeña
como representante de Ecuador en Francia, y entre 1852 y 1853 es designado
enviado extraordinario de Venezuela ante los gobiernos de Madrid y Roma. A
fines de 1853 Michelena regresa a Venezuela, si bien, en 1855 es nombrado
agente confidencial en el Amazonas venezolano, donde alcanza el grado de
gobernador en 1857, cargo que le sirvió para escrutar la situación de la
frontera con Brasil, donde halló la muerte durante una tormenta. Cabe, por último,
destacar su visión crítica de Humboldt, a quien dedica una obra de interminable
título: Exploración oficial por la
primera vez desde el norte de la América del Sur, siempre por ríos, entrando
por las bocas del Orinoco, de los valles de este mismo y del Meta, Casiyuiare,
Río Negro o Guainía y Amazonas hasta Nauta en el Marañon o Amazonas, arriba de
las bocas del Ucayali.
Como
se puede observar, la movilidad de un apretado conjunto de hispanos era
absoluta en la Hispanoamérica de principios del XIX, y ello a pesar de que
existieran ya conflictos territoriales que a menudo se cimentaban en las
rivalidades entre poderosas familias y grupos urbanos criollos.
Volvamos
de nuevo a la figura de Juan Nepomuceno Pereda. Ya en representación de México,
emprende en 1846 diversas misiones en Europa con el objeto de armar buques
corsarios para atacar a la marina mercante de los Estados Unidos. En el desarrollo
de tal labor acabará recalando en España, donde capta a Lorenzo y Mariano Sisa,
quienes, a bordo del buque Único, con
patentes de corso y la nacionalidad mexicana en su poder, apresarán a la
corbeta useña Carmelita,
conduciéndola al puerto de Barcelona en virtud de una autorización que México,
entre otras naciones, tenía para hacer uso de los puertos españoles. En efecto,
España permitía que en su puertos «se admitieran las presas que condujesen los
corsarios de la república mejicana», mas no su armamento, descarga o venta de
su cargamento. El episodio, no obstante, terminará en un juicio en el que los
corsarios hispanos serán defendidos por Manuel de la Granja. He aquí la
información de que disponemos:
«Defensa legal de D. Lorenzo y D.
Mariano Sisa, ciudadanos mejicanos, presentada en el Supremo Tribunal de Guerra
y Marina de España, en la causa criminal formada por el juzgado del tercio y
provincia de Barcelona, por haber apresado el buque nombrado Único, armado
en corso con expresa autorización de la república mejicana, al mando del D.
Lorenzo como capitán del mismo, a la corbeta de los Estados-Unidos, Carmelita.»:
[…] «El buque de que se trata fué armado y
tripulado de orden y por autorización expresa del poder supremo de la República
mejicana. La prueba traída a la causa por D. Pedro Iglesias nos demuestra que
el general encargado del supremo poder ejecutivo de Méjico confirió amplias
facultades a D. Juan Nepomuceno de
Pereda para el armamento de corsarios que persiguieran el comercio
y navegación de los Estados Unidos del norte de América en la injusta guerra
que habían declarado a la República Mejicana. La misma prueba de D. Pedro
Iglesias acredita que desde la Habana escribió Pereda al cónsul de Méjico en
Barcelona, manifestándole que pasaría a aquella capital llevando consigo
suficiente cantidad de patentes de corso y de cartas de naturalización y conducción.
Consta también de la propia prueba que con efecto pasó Pereda a Barcelona y
llevó las patentes de corso y de cartas de conducción y de naturalización,
habiendo por sí mismo practicado gestiones para el desempeño de armar buques
con bandera mejicana contra los Estados Unidos. Tenemos pues autorizado por el
poder supremo de Méjico este hecho incontestable.»
Antes de probar que la propiedad
del buque, la presa y la tripulación del Único son mejicanas,
necesitamos hacer una ligera reseña de los hechos que en esta causa se versan.
El dependiente del consulado mejicano en Barcelona D. Pedro Iglesias, nos ha
dicho en la ampliación de su indagatoria, folio 141 vuelto, "que
verdaderamente había prestado auxilios en calidad de dependiente del cónsul de
Méjico para la expedición del corsario, recordando que en tal calidad y por
encargo del propio cónsul entregó en Barcelona a D. Lorenzo Sisa las patentes,
cartas de naturalización y demás documentos y cantidades para hacer el corso a
favor de la República de Méjico contra los norte-americanos, añadiendo que
estos documentos y cantidades las había llevado a Barcelona el D. Juan Nepomuceno de Pereda, enviado
extraordinario de la República de Méjico de que arriba hemos hablado. Asienta
también el propio Iglesias que sirvió de intérprete al cónsul mejicano en las
conversaciones que con él y a su presencia tenían mis defendidos." Esto
mismo confirma D. Lorenzo Sisa en su declaración del folio 162, manifestando se
le había asegurado repetidamente que los documentos estaban en regla no sólo
por el propio Iglesias, sino, lo que es más, personalmente por el cónsul
mejicano en Barcelona. Séame permitido llamarla atención de V. A. sobre esta
importante circunstancia, que acredita más y más que el único autor responsable
de haberse facilitado los documentos para hacer el corso a mis patrocinados, es
el poder supremo de la República Mejicana, cuyas legítimas firmas y las de sus
ministros aparecen al pié de los documentos facilitados a mi defendido D.
Lorenzo Sisa y cuyos órganos y representantes eran el D. Juan Nepomuceno de Pereda, su
plenipotenciario y el cónsul de Barcelona.[7]
Tales
incidentes no eclipsaron la carrera de Juan Nepomuceno Pereda, quien en 1853 es
enviado a Guatemala como ministro plenipotenciario de México, puesto en el que
se mantuvo hasta finales de 1858, cuando se cierra tal legación. Es en este ambiente
en el cual se desarrolla una reunión de la que Goñi nos cuenta los pormenores:
En ella manifestaron dichos dos
Señores que la invasión cada día creciente de los Estados Unidos en el
territorio ocupado por los pueblos hispano-americanos habrá tomado ya todos los
caracteres de una lucha entre las dos razas: que en tal concepto la
hispano-americana debía proponerse seriamente y desde luego la cuestión de su
futura existencia y adoptar las medidas necesarias para su conservación y común
defensa.
El
águila norteamericana comenzaba a enseñar sus garras y las naciones que se
creían aliviadas del pesado yugo español, sopesaban el establecimiento de una
coalición cuya ligadura era, evidentemente, el sustrato hispánico. Una liga que
Goñi estima deseable, con las debidas cautelas, para España:
También parece incuestionable la
conveniencia para la España de entrar en aquella liga, si fuese fácilmente
hacedera, y si las condiciones de la política europea y general no opusieran
obstáculos o embarazos. Y la conveniencia de España no solo estribaría en las
ventajas naturales para su comercio, intereses materiales, y poderío, sino muy
principalmente, y con relación a un porvenir más lejano, en la conservación de
su raza y su lengua.
Una
posibilidad política que, dado su alcance, llevará al diplomático navarro a
extenderse en su análisis sobre las repúblicas hispanas, a su parecer políticamente
inmaduras, que iban cristalizando en la primera mitad del siglo XIX. El de
Barbarin, que desliza argumentos racistas en su correspondencia, no duda al
señalar los motivos de la disolución imperial:
Las
naciones extranjeras que las alentaron y ayudaron en la obra de su
independencia solo llevaron en mira por una parte debilitar a España, y por
otra explotar a las colonias sublevadas
Tampoco
vacila en señalar a los Estados Unidos como los culpables de la situación de
Hispanoamérica, con México como principal víctima:
[…] el carácter las tendencias y
los designios de los Estados Unidos, que se habían revelado bastante hasta aquí
se presentan hoy demasiado imponentes en su desnudez para no poner pavor en el
corazón de todos los pueblos hispano-americanos. Se anexaron a Tejas,
adquirieron California, se agregaron a Nuevo Méjico, quedando así privado el
antiguo Reino de Nueva España desde el año de 1832 hasta el 2 de Febrero de
1848 fechas del Tratado de Guadalupe Hidalgo de la mitad más mil novecientos
treinta y nueva leguas cuadradas de territorio y replegadas sus fronteras desde
el río Sabina hasta el río Grande del Norte. Después de esto y sin abandonar
sus proyectos sobre el resto, han extendido los anglo-americanos sus miradas
sobre el grande Istmo llamado Centro América, cuya ocupación dejaría a Méjico
en el aislamiento. Años atrás estaban limitados a las costas del Atlántico: el
Tratado de Oregón y la adquisición de la California les abrieron puertos al
Pacífico atrayendo su población hacia el Oeste. Pero hoy quieren más: quieren
absorber a Méjico todo y a la América Central poniendo sus fronteras en Panamá,
quedando dueños de ambos mares; teniendo en su mano el Comercio del Mundo y la
llave de comunicación con la América del Sur. Y marchan sin interrupción y con
perseverancia. Sus águilas no detienen su vuelo sino para tomar descanso. El
intemperante apetito de absorción de que parece hallarse poseída esta raza no
tiene ejemplo en la historia. Se han visto pueblos guerreros animados del
espíritu de conquista, y hordas de bárbaros invasores; pero no se ha visto un
pueblo que ajeno a los sentimientos marciales, e insensible a la gloria
militar, dueño de los recursos de la civilización material más avanzada, aspire
como éste a extenderse por extenderse, y a absorber por absorber, como si obedeciese
a un secreto y misterioso impulso, que le hace desear que solo su sangre sea la
sangre que circule por las venas del género humano, que solo su lengua sea la
que modulen los labios de los hombres. Y es tan poderoso éste instinto, que
parece comunicarle su propia sangre, y tan vehemente, egoísta y exclusivo el
sentimiento de raza que sintiéndose incompatible con las demás, aspiran a
exterminarlas, especialmente las que consideran y llaman inferiores. Los
españoles durante su dominación en América no solo consintieron a los indígenas
sino que los favorecieron por medio de leyes sabias y benéficas; la raza
anglo-americana por un sentimiento de aversión que parece innato propende a
extinguir a los indios, y así lo verifica cuando se apodera de un territorio
nuevo habitado por ellos.
La
Liga, como es sabido, nunca llegó a constituirse, y al filibusterismo y la
masonería, siguieron otras maniobras políticas y comerciales a las que se sumó,
en pleno siglo XX, una oleada de evangelistas y antropólogos norteños cruciales
en el fortalecimiento de la ideología indigenista que amenaza con delinear más
fronteras en la cartografía hispana.
Iván Vélez
[1]
Véase: Cartas eruditas y curiosas.
Tomo cuarto, Carta XVI, «De los Francs-Masones», Madrid 1753. Edición
digitalizada por el Proyecto de Filosofía en Español: http://filosofia.org/bjf/bjfc416.htm
[2]
«De la masonería», Juan C. Gay Armenteros y María Pinto Molina. El Basilisco, núm. 12, enero-octubre
1981.
[3]
Stoetzer, Carlos. Las raíces escolásticas
de la emancipación de la América española. Nueva York 1979, pág. 277.
[4]
Existieron otras iniciativas con el territorio hispano como escenario. Tal es
el caso de la llevada a cabo por Robert Owen, apóstol del socialismo utópico,
en Sonora a partir de 1828, finalmente fracasada.
[5]Véase
la página a él dedicad: http://www.filosofia.org/ave/001/a359.htm
[6]
El extenso informe de la misma se puede consultar en: http://www.filosofia.org/aut/002/g8560630.htm
[7]
El Foro Español. Periódico de jurisprudencia y administración, nº
12, Madrid 30 de abril de 1849, pág. 286; y nº 13, Madrid 10 de mayo de 1849,
pág. 309.
1 comentario:
Amigo Iván, sabes tanto de tantas cosas, que no hay nada que se te escape. Todo lo sabes, nada ignoras; o sea, eres un aprendiz de muchas cosas.
Firmado : Aristóteles
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