Artículo publicado el domingo 24 de febrero en el periódico en línea Cuenca News:
Eucaristía equina
Desde
hace semanas los medios de comunicación vienen ocupándose de un fraude
alimenticio: el consistente en la incorporación de carne de caballo a las
hamburguesas que se comercializan en el cada vez menos pletórico mercado de
bienes español. La presencia de cierta cantidad de tal carne, sustituyendo a
parte de la de vacuno, que es la habitual en este tipo de producto, supondría
una actualización del viejo dicho, «dar gato por liebre», en una época en la
que el empobrecimiento generalizado abriría la puerta a la novelesca picardía
española.
Tras
los burbujeantes años que han precedido a la actual situación de crisis
económica y política, muchos son los ajustes a los que ha debido someterse la
sociedad española, entre los cuales cabe citar el abandono o desprendimiento de
un gran número de caballos con los que muchos compatriotas se solazaban en sus
ratos de ocio. Cabe pensar que algunos de esos caballos hayan hallado su fin en
la industria charcutera…
Pese
a todo, las autoridades sanitarias se han apresurado a aclarar que nada malo
ocurrirá a quien hinque el diente en las fraudulentas hamburguesas. Sin
embargo, tan tranquilizadoras palabras no han acabado con el caso. Cabe, por
tanto, preguntarse si el revuelo se hubiera mantenido si en lugar de caballo,
las trazas encontradas fueran de otro tipo de animal. Y a ello venimos a parar,
pues si no erramos en el análisis, que el fraude haya alcanzado tal popularidad
se debe precisamente a que se trata de caballos. Veamos.
En
la novela, ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas?, en la que se inspira Blade Runner, el más preciado tesoro que un hombre puede tener, en
un mundo marcado por la cibernética, es un animal real. De ahí su elevada
cotización. En las cuevas del Magdaleniense, las paredes están repletas de
representaciones de animales, en su amplia mayoría, de bóvidos y equinos. Los
animales, en concreto la relación de los hombres con éstos, es la constante
entre estos dos extremos marcados por la Paleontología y la ciencia ficción.
Entonces, ¿cómo dar una explicación a semejante persistencia?
La
respuesta la encontramos en la obra del filósofo español Gustavo Bueno, en el sistema
conocido como Materialismo Filosófico. Según el calceatense, las relaciones -temor,
acecho, adoración…-, entre hombres y animales de la macrofauna, constituyen el
origen de las religiones, en su fase primaria. En consecuencia, las cavernas y
sus pinturas se reinterpretarán como primitivos templos que preceden a los
repletos de deidades zoomorfas de Egipto o Mesopotamia. Fases de religiosidad
superadas y combatidas por las religiones terciarias o «del libro», el
decaimiento de la Iglesia Católica en Occidente no ha sido suficiente para la
implantación de un ateísmo que orille el anticlericalismo que especialmente
profesan muchos «hombres de izquierdas» atrapados en toda suerte de deísmos o
teísmos más o menos imprecisos. En efecto, la racionalidad católica contuvo en
la medida de lo posible que ciertos componentes de religiosidades pretéritas
volvieran a aflorar. Sin embargo, la influencia de tal Iglesia ha decrecido
significativamente dejando que los antes llamados brutos, recobren parte de su
protagonismo ahora no ligado a los trabajos o la reproducción con fines
alimenticios.
La
España actual, liberada de la antaño habitual presencia de sotanas –por más que
algunos feroces comecuras se crean asediados por crucifijos- ha permitido, incluso,
que muchos de los objetivos del Proyecto Gran Simio lleguen al Congreso. Sin
llegar a tales extremos, comer caballo repugna hoy a muchos, y no sólo por
cuestiones gastronómicas relacionadas con el sabor. Comer esa carne remite a
Bucéfalo o Babieca –montados acaso por antidemócratas asesinos-, pero también a
animales muy cercanos y a menudo bellos y majestuosos. Pero también, comer
caballo, en una época marcada por el auge de animalistas y veganos, será comer
un trozo de una suerte de deidad recuperada.
De
un modo coherente con tan potente ideología, el reino animal, sacralizado, será
una parte de otro de mayor entidad: la Madre Tierra, a la que unos
pretendidamente sabios pueblos indígenas ajenos al progreso tecnológico, han
seguido respetando sabiamente. El hombre, también el que acude a las decadentes
hamburgueserías, deberá replegarse humildemente, borrando, en la medida de sus
posibilidades, su bárbara huella.
Iván
Vélez
1 comentario:
¡Espléndida aplicación de la teoría de "El animal divino"! Realmente se ajusta muy bien al caso. Me surge la duda de si hay, o no, relación entre el fenómeno de la sacralización del caballo en España y la sacralización de la vaca en la India.
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