Artículo publicado el viernes 14 de febrero de 2014 en La Voz Libre:
Los
Goya: las fuerzas del trabajo y las de la cultura
«Nuestra
industria, nuestro cine, hecho con muchísimo cariño, con esfuerzo, con
disciplina y con muchísimo talento, está muy por encima de nuestro ministro de
anti-Cultura». La gala anual de los Premios Goya cruzaba la noche del domingo 9
de febrero y Javier Bardem cumplía escrupulosamente con lo que de él se espera
en una fiesta de este tipo, máxime si el que está en el gobierno -«¡Esto nos
pasa por un gobierno facha!»- es el Partido Popular.
La
invectiva se dirigía al ausente –apodo que recibió José Antonio tras su muerte,
dato que hubiera hecho las delicias de más de un actor presto a establecer
paralelismos- Ministro de Educación, Cultura y Deporte: José Ignacio Wert. Así
pues, dado que el ministro no compareció para ser zaherido mientras se le pedían
subvenciones, algunos cómicos se mostraron ofendidos, aunque en sus reproches
pareciera advertirse una singular carga de hipocresía, al dolerse del
comportamiento de quien desprecian.
En
cualquier caso, fue interesante comprobar cómo, una vez más, aquellos premiados
con goyas relacionados con
disciplinas que podemos denominar técnicas -fotografía, vestuario, efectos
especiales- lanzaron mensajes de agradecimiento sin críticas de carácter
ideológico o político. Por el contrario, los comúnmente llamados «artistas» o
«creadores» -actores y directores- fueron los que introdujeron dichos
componentes en sus emotivos discursos.
En
definitiva, la ceremonia sirvió para hacer cohabitar sobre el escenario a
diferentes grupos de intereses gremiales convergentes: todos aquellos que
pueden ser englobados dentro de las llamadas gentes del cine. Sobre las tablas
se escenificaba la estratégica unión que Santiago Carrillo incorporó en su Eurocomunismo y Estado, libro publicado durante
la Transición en la que el PCE daba sus primeros pasos hacia la autoliquidación:
las fuerzas del trabajo y las de la cultura. Evidentemente, nuestro oscarizado
actor pertenece al segundo grupo, colectivo vedado e incluso atacado, al
parecer, por el Ministro del ramo.
Sin
embargo, mucho nos tememos que Bardem maneje una idea de Cultura mucho más
confusa que lo que la rotundidad de su discurso pretende transmitir. Ignoramos
si don Javier ha leído la mentada obra de Carrillo, pero nos atrevemos a
afirmar posiblemente ni conozca el libro El
mito de la Cultura de Gustavo Bueno.
De
haber estudiado la obra del filósofo materialista español, Bardem no emplearía
la palabra «cultura» con tal ligereza, pues habría entendido que más allá de la
aparente obviedad de su significado, existen diferentes especies de cultura, y
es en virtud de tales matices como incluso se parte en dos la gala: la cultura
subjetiva de los técnicos, la que les permite manejar con precisión sus manos
para iluminar, nada tiene que ver con la idea de cultura objetiva invocada en
las peticiones de subvenciones, aquella que apela a los contenidos sublimes de
las películas…
Y
es una tal partición la que permite que Bardem et alii, se erijan en una suerte de sacerdotes que permiten la
elevación de una sociedad civil que contemplan con ojos beatíficos. Una
sociedad civil amenazada por el maligno Wert, empeñado en hurtarle el acceso a
un mundo a menudo caracterizado como mágico a ciudadanos no tocados por el talento
que adorna a los artistas. Es también tal partición la que permite que, sin
rubor, determinados intérpretes se erijan en una suerte de nuevos sacerdotes
que faciliten el tránsito hacia el Reino de la Cultura, heredero de otro: el de
la Gracia al que eran elevadas las almas. Un cáliz éste, que, en el caso de
Bardem, se hace difícil de apurar por
tratarse de un hombre que acríticamente se denomina «de izquierdas», pero que
acaso no sea otra cosa, en lo relativo a lo religioso, que un simple elemento
anticlerical.
Acaso,
si en lugar de manejar una elitista visión de la idea de Cultura se actuara con
mayor modestia, la que tiene quien es consciente de las dificultades de
construir -en ningún caso crear-, una obra que resista la erosión del tiempo,
estas galas se verían con mejores ojos por parte de la sociedad civil que
apenas consume cine español.
La
solución, si la hubiere, dada la maraña de intereses existentes, se halla en
las propias palabras de don Javier, en una concreta: «industria», de perfiles
menos pretenciosos. Pues el carácter industrial de esta actividad,- no
olvidemos que las productoras son mayoritariamente de carácter privado- parece
ofrecer mayores posibilidades de ser tratada con criterios económicos más
controlables y objetivos. Porque, en definitiva, dado lo confuso de una idea
como la de Cultura, capaz de incorporar la Divina
Comedia pero también la claqueta de los rodajes cinematográficos, el
Ministro, cuyo ministerio debería matizar mucho su denominación, caerá en estos
encubiertos chantajes en el momento en que quede atrapado por el potente mito
en que se funda su propio cargo.
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