Artículo publicado en el blog "España Defendida" del periódico La Gaceta, el sábado 23 de enero de 2016:
Federalcatolicismo y plurinacionalidad
En octubre de 1946, la Congregación-Patronato
de Nuestra Señora del Buen Consejo y San Luis Gonzaga, los célebres Luises, padres jesuitas, organizaron en
Madrid un Ciclo de Música Catalana Contemporánea en el cual quedaron incluidos,
en el idioma catalán en el que fueron compuestos, la canción de cuna «Dalt d´un
cotxe» y el poema «Damunt de tu nomes les flors». Así consta en un programa de
mano de tan lejanos días. El dato, uno más de los muchos que podrían exhibirse referidos
a un tiempo en el que clérigos catalanes rociaban con agua bendita al Jefe del
Estado, supone una prueba más, de las muchas, que pueden esgrimirse tras esa
gran maniobra ideológica que dio en llamarse, en flagrante contradicción en términos,
«Memoria Histórica».
Siete décadas después, Pablo
Iglesias Turrión ha lanzado un órdago al sucesor Zapatero proponiéndole un
gobierno que incluiría una nueva cartera, la correspondiente al así llamado
Ministerio de Plurinacionalidad, cuyo poseedor sería, lógicamente, un
separatista confeso como Xavier Doménech, destacado miembro de En Común Podemos.
La propuesta de un nuevo Gobierno ha sido hecha pública en el curso de una
ceremonia mediática tan cuidada como el medido desaliño con el que Iglesias ha
comparecido ante Felipe VI, a quien no ha dudado en calificar, omitiendo su
regia condición, como Jefe del Estado, habitual fórmula franquista.
La carterista iniciativa
plurinacional de Iglesias ha causado cierto revuelo o sorpresa, reacciones que
fácilmente se pueden atenuar aumentando la profundidad de la perspectiva
histórica más allá de esa frontera
bendecida por todos los actores de la democracia coronada: el final del período
franquista. Basta diluir esa interesada y en gran medida arbitraria línea para
rastrear los orígenes de esa estructura que el profesor del campus de
Somosaguas presenta como novedosa y mágica.
Procediendo de este modo nos
situaremos en el año 1964. Es en tal fecha cuando se produjo una interesante
reunión de reveladora estructura. El lugar escogido, un palacete propiedad de Félix
Millet y Maristany -miembro de la Lliga y benefactor del Opus Dei- sito en La
Ametlla del Vallés. Será allí, bajo los auspicios yanquis canalizados a través
del anticomunista Congreso por la Libertad de la Cultura, donde, con el previo asesoramiento
de Ruiz Giménez, quien en el XVII Congreso de Pax Romana celebrado en 1939 en
Washington fue nombrado Presidente Internacional de tal organismo, se dé cita
un conjunto de personajes divididos en dos bandos diferenciados regionalmente:
Castilla y Cataluña. Por el lado mesetario figuraron José Luis Aranguren, Julio
Caro Baroja, Maravall, Pablo Martí Zaro y Dionisio Ridruejo; por el catalán: Antonio
María Badia, Lluc Beltrán, Josep Benet, José María Castellet, Cuito, Lorenzo Gomis,
Hurtado, Mariano Manent, Millet, Raventós, Rubió, Rafael Tasis y Valverde.
En los coloquios, que
continuarían en Toledo y Madrid, los aspectos lingüísticos servirán como punto
de arranque de las reivindicaciones políticas –inequívocamente nacionalistas- que
todavía hoy son mantenidas por nuevas generaciones adoctrinadas en el
catalanismo. El método para obtener los objetivos marcados en La Ametlla venía
dado por la propia infraestructura que sostuvo a estas facciones discretamente
contestatarias para con el régimen: el federalismo. Un federalismo que desde
los Estados Unidos se pretendía para toda Europa, y que en el caso español,
debidamente ajustado a nuestra territorio, cabe calificar, parafraseando el
consabido rótulo «nacionalcatolicismo» con el que suele caracterizarse al
franquismo, como federalcatolicismo, pues si algo, junto con la aversión a lo
que ocurría tras el Telón de Acero, unía a estos grupos, era una fe católica
que les mantenía juntos mientras avanzaban en la senda del desmembramiento y
corrupción de la nación.
Si en la mansión de Millet se
celebraban unos coloquios en los que ya aparecía la visceralidad de un Josep
Benet educado en la jesuita Academia
Ramón Llull, cuatro años más tarde, en noviembre de 1968, sesenta sacerdotes
vascos se encerraron en el Seminario de Derio y enviaron una carta al Papa
Pablo VI en la que solicitaban todo aquello por lo cual ETA sembró de cadáveres
España durante décadas, antes de conseguir gran parte de sus objetivos entre
los que se encuentra la legalización de sus acciones políticas. Buscaban los
tonsurados una iglesia vasca pobre, indígena y vascoparlante frente a la castellanización
del pueblo vasco (sic).
En definitiva, los cimientos de
la España federal que con tosca imprecisión y servilismo para con las facciones
catalanistas propone hoy Pedro Sánchez, tiene unas raíces profundas de las que
apenas hemos mostrados unas trazas para desengaño de ingenuos y laicos
agnósticos perplejos ante una Iglesia que creen tan monolítica como el
franquismo. Tal espejismo, cultivado con interesada pasión por gran parte de
los medios de comunicación, impide a muchos comprender el gran fraude que
constituye una tal federación ajustada a los sectores más reaccionarios de la
sociedad española, aquellos que brotaron sobre sustratos carlistas alarmados
por la posibilidad de implantación del liberalismo primero, y del ateísmo
científico después.
Heredera de esa estructura
delimitada en aquellos días, la España federal que propone Sánchez no es sino un
difuso paso previo al proyecto desnacionalizador –plurinacional, le llaman- que,
entre las brumas del más espeso fundamentalismo democrático, propone Pablo
Iglesias, genuino subproducto del régimen del 78 que comenzó a fraguarse en
caserones burgueses de piadosa atmósfera.
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