Artículo publicado el viernes 4 de marzo de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
Por la reconciliación plurinacional
Por
segunda vez en una semana, el candidato del PSOE propuesto por Felipe VI para
ocupar la presidencia del Gobierno de
España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, ha cosechado un nuevo revés, inédito e
histórico, que habrá que añadir a la lista de sus hitos personales. Si algún
pacto no lo remedia, pacto que estaría, en todo caso, muy alejado de lo que se
da en llamar «voluntad popular», en junio de 2016 se volverán a colocar las
urnas para tratar desbloquear una situación nunca tan polarizada en el ya largo
periodo de la actual democracia coronada. Una monarquía cuya corona ciñe la
testa de ese a quien, en un repetitivo guiño a su parroquia, Alberto Garzón se
empecina en llamar «Ciudadano Borbón».
En
semejante contexto, en medio de esa liza mediática y diaria protagonizada por
algunos de los más destacados líderes, todos varones, de lo que el filósofo Tomás
García López ha dado en llamar «efebocracia», por ver quién es más «de
izquierdas», sin que sepamos si esas «izquierdas» son comunistas, socialistas,
anarquistas, o se trata simplemente de un puñado de sicofantes y oportunistas dignos
de recibir el clásico apelativo de «socialfascista», parece oportuno exhumar un
texto que vio la luz hace sesenta años, en concreto en junio de 1956. Nos
referimos, naturalmente, a la Declaración del Partido Comunista de España que
llevaba por título: «Por la reconciliación nacional, por una solución
democrática y pacífica del problema español».
La
Declaración se hacía pública veinte años después del comienzo de esa Guerra
Civil que sigue estando, he aquí el logro zapateril, en el centro un debate
marcado por el sectarismo y la libre e interesada interpretación de unos hechos
que buscan conectarse con lo que se da en llamar «la derecha», sin que sepamos
muy bien qué pueda significar tal, más allá del más burdo gesto deíctico que
siempre apunta a un PP en el que sus irreconciliable enemigos perciben una
evidente continuidad con el franquismo.
Sin
embargo, la Declaración de un partido en la órbita de la Unión Soviética afinaba
mucho más sus análisis de aquel Régimen que comenzaba a mostrar sus primeras fisuras,
de lo que lo hoy lo hacen quienes dicen sus herederos: Izquierda Unida y todos aquellos
que no pueden dar un paso sin sus anteojeras ideológicas, incluidos muchos historiadores
y cultivadores de la Memoria Histórica. A diferencia de quienes estaban
vinculados a Moscú, los ardorosos combatientes del franquismo que operan en esta segunda década del siglo
XXI son los mayores interesados en cultivar la visión fijista que los comunistas
de la Guerra Fría ya negaban.
En
efecto, la Declaración era capaz de insistir en:
«[…] la necesidad de cerrar el foso
abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común
para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles.»
Al
cabo, tanto desde del Este comunista como desde el Oeste capitalista, mientras
se ofrecían dos modelos de Estado del bienestar, se observaba con atención la
peculiar situación de una España que si bien era anticomunista, no estaba
dotada de una democracia homologable con la de mercado pletórico impulsada
desde Washington como forma indispensable para encajar en el canon imperialista
norteamericano. La democracia orgánica que tenía en la familia católica uno de
sus más firmes pilares no casaba bien con los principios evangélicos e
individualistas que venían del otro lado del Atlántico.
Dos
décadas después de la Guerra, el PCE buscaba, tratando con ello de ganar
posiciones, reunificar grupos diversos: comunistas, socialistas, cenetistas y nacionalistas
vascos y catalanes; monárquicos, democristianos, liberales e incluso
falangistas disidentes.
La
variedad de la lista haría palidecer a los rigoristas del pactismo excluyente
que, en cualquier caso, siempre podrán decir que los ahora excluidos, el PP,
también lo estaban en tal lista, toda vez que los citados se mostraban
disconformes en mayor o menor medida con el franquismo oficial del cual el
partido de Rajoy sería una continuación. Sin embargo, lo cierto es que la
enumeración recién hecha rompe por completo la división maniquea que con tanta
reiteración se maneja por parte de nuestros políticos profesionales más
izquierdistas, aquellos que a menudo ignoran la diferencia de significado
existente entre levantar uno u otro puño.
La
lista de los aludidos en la Declaración, al margen de esa división entre lo que
cabría llamar políticos derechistas e izquierdistas con relación a la Nación,
incluía, como reliquia superviviente de la II República que a muchos, ingenuos
aparte, convenía proteger, a los grupos nacionalistas catalanes y vascos, los
mismos que hasta hoy mismo han seguido chantajeando a la Nación mientras
adoctrinaban a una serie de generaciones que ahora, ahítas de fundamentalismo
democrático y extasiadas ante las emanaciones del Mito de la Cultura, se
integran en un partido como Podemos, quintaesencia del régimen del 78.
Persiguiendo
de manera obsesiva la desigualdad y el más aldeano particularismo, la exigencia
de consultas que niegan de facto la soberanía nacional es el único punto que
todavía separa a estas corrientes de un PSOE que hace equilibrios para evitar
ser superados por aquellos a quienes nutrió.
Llegados
a este punto, con los españoles convenientemente estabulados en terruños los
efebos de la democracia española están dispuestos a colocar urnas por doquier,
dejando que algo tan metafísico como «el pueblo», decida, a nivel regional, de
qué modo se cuartea España. Mas no se alarme el lector, es tal el poder de
seducción de estos predicadores que, una vez autodeterminados, en inconsciente
homenaje al Barón de Münchhausen, los territorios antes cautivos de España se
podrán reconciliar. De manera plurinacional, por supuesto.
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