Artículo publicado el sábado 22 de octubre de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
El pasado 20 de octubre, tras el
amotinamiento de un grupo de inmigrantes ilegales internos en el Centro de Internamiento de
Extranjeros de Aluche sito en los terrenos que ocupara la
legendaria cárcel que inmortalizara Eloy de la Iglesia (1944-2006)
en aquellas películas que dieron cuerpo a un género conocido como cine quinqui, sirvió
como ocasión propicia para que los representantes de Podemos desempolvaran
un lema que hizo fortuna hace dos décadas: «Ningún ser humano es
ilegal».
Ningún ser humano es ilegal
La frase comenzó a circular a mediados de los años 90, cuando España era un
destino anhelado por muchas personas que llegaban a nuestras costas o eran
salvados en alta mar, tras jugarse la vida en pos de un futuro mejor que el que
dejaban tras sus mojadas espaldas. En pleno auge de las ONG, las
imágenes de hombres exhaustos acudían puntuales a los informativos y a unas
telepantallas que apelaban a la caridad cristiana canalizada
por la Iglesia o a la agnóstica solidaridad, liderada en gran medida
por Amnistía Internacional, organización fundada clandestinamente
en Gran Bretaña en 1961 que contó con una sección española visible en 1977.
Con el episodio carabanchelero como telón de fondo, Pablo Manuel
Iglesias Turrión, que llevaba días pidiendo el regreso del activismo
callejero, organizó una protesta en el Congreso de los Diputados que terminó
con una teatral entrega de panfletos marcados con las letras D H. La operación
mediática se cerró con un tuit del político madrileño que decía lo siguiente:
Les hemos dejado a los ausentes miembros del Gobierno la Declaración
DDHH. A ver si así no olvidan que ningún ser humano es ilegal #CIEsNo
Las actividades podemitas no terminan ahí, sino que tendrán continuidad en las
calles, toda vez que el grupo morado ha arropado –se sopesa la incorporación de
algunos podemitas a la misma- una convocatoria de la Coordinadora 25-S,
plataforma que se hizo visible en 2012, titulada de un modo elocuente: «Rodea
la investidura». Conocedores de los réditos obtenidos tras aquel asedio al
Congreso, secuela del llevado a cabo, en los tiempos del 11M, en la sede
del PP, iniciativa tras la cual, según se han jactado algunos de sus más narcisistas
ideólogos, estarían los hoy encuadrados en Podemos, la formación
morada tratará de hacer lo propio en la predecible investidura de Mariano
Rajoy, para cuyo éxito, mientras «la gente» protesta en la calle, es
indispensable el colaboracionismo del PSOE que dejó caer al
negacionista Pedro Sánchez. Presentados de este modo los hechos, y
más allá de la estrategia alborotadora y cortoplacista señalada, nos interesa
en este artículo regresar sobre el manido asunto de los seres humanos ilegales.
Y nos interesa especialmente, porque el hecho de que Podemos invoque los Derechos Humanos compromete
seriamente algunas de las habituales etiquetas con las que se les suele
calificar, especialmente con aquella que pretende hacer pasar al grupo de
Iglesias como una formación comunista. Como el lector sabe, la Declaración
de los Derechos Humanos fue aprobada por la Asamblea general de las Naciones
Unidas el 10 de noviembre de 1948 en un contexto
fuertemente marcado por poderosas imágenes de carácter bélico que incluían la
devastación atómica y los campos de exterminio nazis. La Declaración,
condicionada por tales circunstancias, venía, de algún modo, a actualizar la
revolucionaria Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
aprobada por la Asamblea francesa y condenada por el papa Pío
VI, que percibió en ella una suerte de invasión de competencias,
pues hasta la fecha los derechos de gentes apelaban a Dios en
lugar de a ese ciudadano salido de la primera generación de izquierda política.
La Declaración de 1948 no fue firmada por la Unión Soviética y los
países del Telón de Acero. Tampoco por la India, China, y los
países musulmanes, que andando el tiempo aprobarían otros derechos
limitados, naturalmente, por la sharía. Al fin y al
cabo, la URSS estalinista que daba forma al comunismo
realmente existente en la época, no olvidaba que Marx ya había
visto como burgués el precedente galo… Sea como fuere, los eticistas Derechos
Humanos quedaban establecidos para un hombre sin atributos, muchos
de los cuales, entre ellos la nacionalidad, los recibe de sociedades políticas
concretas que imposibilitan la existencia de esa Humanidad de
la que emanarían tales derechos, sólo garantizables tras la cristalización de
una suerte de Estado global que resultaría del borrado de las
fronteras que traspasan los hombres que huyen de conflictos bélicos o de la
miseria.
Tan inalcanzables requisitos, pues la Humanidad apelada no es más que una idea
aureolar, ya manejada, por ejemplo, en los círculos krausistas decimonónicos
tan implantados en la España de la época, chocan frontalmente con una de
las aspiraciones irrenunciables de Podemos: el reconocimiento del llamado
«derecho a decidir» de diferentes regiones españolas, es decir, el derecho a la
independencia de unos territorios que serían hurtados a la Nación española por
una parte de la misma. Por decirlo de otro modo, el fideísmo
hispanófobo de Podemos va en la dirección contraria de una realidad,
acaso inalcanzable, a la que únicamente se llegaría desdibujando fronteras…
Por último, otra de las principales contradicciones que marcan a los morados es
aquella que surge no ya en relación con los Estados, sino la que nos remite a
la composición de las sociedades políticas. Refractarios al uso de la expresión «clase
social», los miembros de Podemos prefieren emplear otras: «la gente» o «los
de abajo», denominaciones que pueden simplificarse como «aquellos que nos
apoyan o votan». Es dentro de los estrechos márgenes de tales contradicciones,
imperceptibles para tan miopes políticos, en el que se mueve tal formación,
aupada por mercenarios medios de comunicación que reparten su pasto ideológico
sobre una serie de oleadas de españoles adoctrinados en el irenismo panfilista que
marcó los gobiernos de aquel José Luis Rodríguez Zapatero, a quien
Iglesias Turrión calificó como «un referente progresista mundial» en
su tesis doctoral, entregada a la Humanidad en 2008.
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