Artículo publicado en La Gaceta el domingo 22 enero 2016:
Militares en el salón de Colau
Con la suficiencia propia de quien se cree en el final de la
Historia, de un fin desde el que se podrían contemplar con displicencia las
armas, los uniformes militares y las guerras, convertidas en reliquias arcaicas
de un pasado definitivamente superado gracias a la aplicación de inmensas dosis
de diálogo, tolerancia y democracia participativa, la alcaldesa de Barcelona,
Ada Colau, se acercó hace un año a los uniformados que se hallaban en el Salón
de la Enseñanza de Barcelona, para decirles, sonriente y moralizante: «Ya sabes
que nosotros preferimos como ayuntamiento que no haya presencia militar en el
salón». La poderosa y topológica razón que esgrimió quien en su día lució
colores y talle de avispa en su papel de Supervivienda, fue la que sigue: «por
lo de separar espacios». De este modo, invitando a los representantes de las
Fuerzas Armadas a abandonar el Salón, pretendía Colau apartar a los infantes de
la tentación de optar por la vía bélica que, incompatible según sus
entendederas con cualquier suerte de enseñanza digna de tal nombre, ofrecían
los militares allí apostados.
Un año más tarde, el mismo Ejército que en su día aterró al
sedicente Ministro de Asuntos Exteriores de Cataluña por sobrevolar Cataluña,
temiendo una invasión tan imposible como la bien remunerada condición
ministerial con que se presenta en algunas estancias europeas, ha triplicado su
marcial ocupación en esa región. Queremos decir con esto, para sosiego de
cabezas tan despejadas como la citada o tan pobladas como la de Puigdemont, que
tras el referido incidente con Ada Colau, el Ejército se ha apresurado a
realizar su preinscripción en el mismo Salón de la Enseñanza de Barcelona,
dejando sin reacción a los pacifistas de todo pelaje y condición, pues la fobia
a lo militar se dice de mucha formas.
Una de ellas es la que busca la desaparición de lo bélico en
todo el orbe, anhelando la instauración de una atmósfera irenista de escala
planetaria que contrasta con la realidad hasta el punto de hacer imposible tan
ingenuo propósito. Quienes así se conducen, ya sean los más arriscados
antisistema, herederos en Cataluña del clásico anarquismo, y capaces de
elaborar refinados lemas como el ya clásico «¡tanques sí!, pero de cerveza»; ya
los más sesudos defensores de una siempre desarmada sociedad civil de borrosas
fronteras, ignoran la cruda realidad de un globo mucho menos globalizado de lo
que creen, repleto en los mapas de manchas de color, las naciones políticas, y
de una verdadera maraña de líneas llamadas fronteras, institución humana
alrededor de la cual crece el federalismo, pero también la diplomacia y…. el
poder militar. Dentro de este colectivo parece figurar, salvo que nos
encontremos ante un infiltrado que borda su papel, un correligionario de Colau,
el ex JEMAD José Julio Rodríguez, que tras su incorporación a las filas moradas
se ha confesado militar pacifista, testimonio similar al de algunos de sus ex
compañeros de gremio, que han sustituido el desagradable vocablo «guerra», por
una fórmula imprecisa y procesual, la que responde a la resolución, pacífica,
de conflictos. Huelga decir que la tradición pacifista española es larga, si
bien uno de sus precedentes más mediáticos y recientes, con evidentes réditos
políticos, fue el que se dio en los días del «¡No a la guerra!», que tenía en
su metafórico punto de mira a quien había terminado con el servicio militar
obligatorio: José María Aznar.
Sería, por otro lado, una imperdonable ingenuidad obviar un
aspecto fundamental en esta controversia barcelonesa: las Fuerzas Armadas que
triplicarán su espacio en el Salón, debido en gran medida al efecto llamada
provocado por la propia alcaldesa con sus nada hospitalarias palabras, lo son
de España, y tienen un mandato constitucional nítido: «garantizar la soberanía
e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento
constitucional», misión que choca frontalmente con el fin de todas las
maniobras, argucias y apelaciones al políticamente inexistente pueblo catalán,
a las que se ha sumado la propia Colau, firme partidaria de mutilar el cuerpo
nacional y electoral español necesario para dar paso al famoso «derecho a
decidir».
En estas circunstancias, y pese a que la alcaldesa logró que en
el Salón de la Infancia navideño no participara ningún cuerpo armado, el
Ejército podrá, seguramente con gran éxito, ofrecer su jugosa oferta. Una
oferta que no es sólo educativa, pues es evidente que un militar debe estar
adiestrado en el llamado, no sin razón, arte de la guerra, sino también
profesional, la que ofrece el Ministerio de Defensa, antes de la Guerra.
La vuelta de las Fuerzas Armadas al Salón ofrecerá a la
alcaldesa una nueva oportunidad de exhibir sus escasas dotes interpretativas,
aquellas que no le alcanzaron para hacer carrera como actriz. Cabe, no
obstante, esperar que nos regale una escena similar, fiel a su prontuario
ideológico en el cual tiene cabida, paralelo al mentado pacifismo, un laicismo
que tiene mucho de anticlericalismo. Precisamente en el punto en el que
confluyen Iglesia y Ejército aparece la figura de un gigante de la dramaturgia,
Calderón de la Barca, clérigo, soldado y autor de unas letras indigeribles en
el Ayuntamiento de la Ciudad Condal: «la milicia no es más que una religión de
hombres honrados».
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