Artículo publicado en La Gaceta el domingo 30 de enero de 2017:
http://gaceta.es/ivan-velez/vientre-mercado-notas-maternidad-subrogada-30012017-0727
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El
vientre y el mercado. Notas sobre la maternidad subrogada
Entre
los que todavía consideran al Partido Popular una organización de firmes
convicciones políticas, pero también morales e incluso éticas, ha causado
cierto revuelo el anuncio de que este partido, caracterizado por un diferido
mimetismo con respecto al PSOE, se planteará próximamente el debate a propósito
de la maternidad subrogada. Quien ha hecho pública esta posibilidad es Javier
Maroto, firme partidario de darle cobertura legal a una práctica que presenta
molestas aristas que exigen ser pulidas. Se avecina, pues, un animado debate
motivado por la existencia de una obstinada realidad: en el último año en
España se han registrado más niños a través de gestación subrogada que por
adopción internacional. Consciente de la complejidad del asunto, Maroto se ha
apresurado a señalar como prioritarios los derechos de estos niños que llegan a
nuestro país para engrosar una nación biológica escasamente fértil y muy
envejecida, aspectos que pueden ser empleados como coartada por los
vientrelegalistas.
Las
reacciones a la iniciativa regulatoria, ya sopesada por Cristina Cifuentes en
la Comunidad de Madrid que gobierna gracias a Ciudadanos, no se han hecho
esperar. Desde las filas del propio PP, Lourdes Méndez se ha mostrado
refractaria a una legalización que considera una nueva forma de explotación
relacionada con la precariedad económica de quien alquila su útero. A tales
razones se añaden las de las que se oponen a esta práctica desde la perspectiva
religiosa. Nuestra posición, sin perjuicio de que pueda coincidir en su
conclusión con la de alguno de los citados, parte de una concepción
materialista de la bioética que tiene que ver directamente con el cuerpo. Es
decir, con el mantenimiento del individuo, razón por la cual el asesinato
constituye el mayor delito, categoría humana que no divina ni animal, ético.
Partiendo
de la negación de toda posibilidad de existencia de espíritus que pudieran
interferir en la realidad, la concepción, gestación, parto y crianza de los
humanos, involucra a otros cuerpos que en modo alguno pueden considerarse
propiedad de uno mismo con la que poder mercadear. Precisamente porque «uno mismo»
no puede abandonar su cuerpo, salvo por metáfora o delirio, para insertarlo
como algo ajeno en el circuito comercial. En definitiva, lo que puede venderse,
comprarse o alquilarse es siempre algo extrasomático.
Dicho
todo lo anterior, la realidad de niños criados por personas distintas a los
llamados padres biológicos, tiene una profunda tradición histórica acompañada
de adjetivos o sufijos, «padre adoptivo» o «madrastra», hoy muy incómodos en
una sociedad anestesiada por los efectos de esa omnipresente epidural
ideológica llamada corrección política. Larga es la tradición de los expósitos
cuyo recuerdo perdura aún en apellidos. Niños, a menudo «no deseados», que eran
introducidos en la inclusa gracias al giro de un torno que garantizaba el
anonimato del depositador y la supervivencia del depositado, ya sea en el seno
de familias sexualmente estériles, ya engrosando las filas de una compleja
organización de beneficencia a menudo tutelada por la Iglesia.
Detenidos
los tornos, las posibilidades abiertas por la embriología han favorecido
prácticas que buscan limitar al máximo la conexión entre el vientre, asimilado
pretendidamente a una suerte de recipiente, de la contratada y el niño que
nacerá. Escorando la maternidad hacia el laboratorio más que a la sala de partos,
a la carga genética más que al canal del parto, se impone el caso en el que se
implanta un óvulo previamente fecundado en la mujer que constituye una de las
partes de la transacción. Una mujer ajena a la carga genética del niño que
nacerá, no sin riesgos y responsabilidades para la gestante, cuyo papel tendría
un carácter cuasimecánico, buscando así la eliminación de los lazos afectivos
que podrían perdurar después de que se verificara la operación financiera.
Reduccionismo genético cuya impotencia se demuestra por la existencia de
contratos en los cuales figuran cláusulas que tratan de evitar la posibilidad
de que quien ha criado en su vientre al niño haya desarrollado afectos ajenos a
los arcanos del ADN…
Dicho
todo lo cual, nadie ignora que el alquiler de vientres vive su mayor auge. Con
creciente frecuencia, las telepantallas muestran la emoción de personas
relevantes que acunan sonrientes a bebés que han llegado a sus brazos sin
siquiera haber pasado por el trance, engorroso para algunos, de yacer con un
miembro del sexo contrario; o que han accedido a un niño después de que el
cuerpo propio o el de su pareja no hubiera sido capaz de concebirlo por
diversas causas. Frente a esta metodología, existe la ya clásica de la
adopción, sometida en España a laberínticos procesos que llevan a la
desesperanza, abriendo una vía mercantil que tiene mucho de tráfico de seres
humanos, de componentes relacionados con la eugenesia y de un elitismo que
discrimina, por la vía económica, a aquellos que, deseosos también de
incorporar niños a sus familias, no pueden permitirse esta vía.
Opuesto
a la idea del alquiler de vientres, frente al que caben más argumentos de los
contenidos en esta tribuna, quien esto suscribe no duda de que en los debates
venideros surgirá la habitual figura autodenominada liberal que, distanciada de
la fe del religioso, pero también de la del ateo, se acogerá a otra mucha más
oscura: la que se encomienda al mito de la autorregulación del mercado, del que
acaso brote una ética ajustada a estos tratos.
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