La Gaceta, domingo 5 de febrero de 2017:
http://gaceta.es/ivan-velez/sedicion-coaccion-seduccion-06022017-0908
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Sedición, coacción y seducción
Mañana,
lunes 6 de febrero de 2017, la ciudad de Barcelona volverá a vivir una nueva
jornada de coacción al poder judicial en defensa de quien en su momento fuera
máxima autoridad del Estado en tal región, Arturo Mas, quien deberá comparecer
ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, junto a las exconsejeras
Ortega y Rigau, todos ellos acusados por delitos relacionados con la consulta
realizada el 9 de noviembre de 2014.
Un
importante despliegue de las televisiones alimentadas por el gobierno catalán
ofrecerá, probablemente, el ceremonioso y victimista paseíllo de la sediciosa
terna, que se abrirá paso entre una multitud de fieles cuya cifra, si hemos de
creer a otra terminal del catalanismo, la Asamblea Nacional de Cataluña, se
aproximará a los 30.000 individuos marcados por una hispanofobia administrada
desde la más tierna infancia en las aulas dejadas de la mano del Estado. En el
límite del fanatismo, hay quien ha sugerido que la provinciana turba,
desplazada a la Ciudad Condal en 120 autobuses, pudiera incluso impedir que los
citados accedieran a las dependencias judiciales, posibilidad ya apuntada por
Cataluña Radio hace meses, cuando lanzó una encuesta en Twitter para saber si
sus fieles oyentes estarían dispuestos a impedir «físicamente» que se celebrara
el juicio. La iniciativa no es nueva, pues Cataluña es desde hace años
escenario de cadenas humanas cuya tensión ha producido una grave fractura
social, si bien, nunca se había planteado un bloqueo institucional semejante.
Así
las cosas, todo parece indicar que el Tribunal se verá asediado, recordando lo
ocurrido en Madrid bajo el lema «Rodea el Congreso», cuando los bloqueados no
eran los jueces sino los miembros electos de la partitocracia española,
confinados tras los leones de la Carrera de san Jerónimo. Seguro en tal asedio,
Pablo Manuel Iglesias Turrión, lanzaba guiños al exterior. Al cabo, en
consonancia con su personalísima percepción de la realidad, él se hallaba poco
menos que bilocado, dentro y fuera a la vez. Simple herramienta de «la gente»,
es decir, de sus votantes, Iglesias, adalid de la decencia, ocupa un escaño
para dar voz a los sin voz, para dar cauce a la verdadera democracia
secuestrada en ese mismo edificio. Cómodo durante el asedio congresil, es
lógico que quien ahora se disputa la cúspide piramidal de Podemos con su amigo
Íñigo (Errejón), en compañía, entre otros, de su tocayo Pablo (Echenique) y de
novia Irene (Montero), no es de extrañar que Iglesias se haya puesto también
del lado de los hostigadores de Barcelona, máxime después de que desde el
Gobierno se haya filtrado la posibilidad del empleo de «medidas coercitivas»
para impedir la repetición de un nuevo 9-N. Repare el lector en el hecho de que
el Gobierno que en su día, por boca del mismísimo Rajoy dijo que no se había
celebrado la consulta, habla ahora de repetición…
En
este contexto, Iglesias, solemne y grave, ha manifestado que tales medidas
constituyen una «barbaridad», motivo por el cual ha llamado a la movilización
en las calles, situándose, al igual que la Colau, como aliado objetivo de
quienes han saqueado durante décadas las arcas públicas, corrompiendo
ideológicamente hasta extremos indecibles a la sociedad catalana.
Siempre
al servicio de una idea absurda como la de la «nación de naciones» de envoltura
federalizante que humedecía los sueños políticos de Zapatero de la misma forma
que lo hace con el resucitado Pedro Sánchez, Iglesias siente pavor por la simple
insinuación de la aplicación del artículo 155 de la Constitución que permite la
asunción por parte del Gobierno, de determinadas competencia autonómicas cuya
gestión por parte de los gobiernos regionales nos ha llevado a la distáxica
situación actual.
La
cuestión no es en absoluto novedosa, pues el líder morado ha exhibido en
numerosas ocasiones su rechazo a la unidad nacional, que identifica
paulovianamente con el franquismo, con una guerra civil de la que, a pesar de
haber nacido en 1978, se siente perdedor. Lastrado por semejantes prejuicios,
Iglesias se ha mostrado firme partidario de la balcanización de España,
empleando para ello las urnas y las movilizaciones que llama populares. En
definitiva, el político profesional madrileño, no es sino un rigorista de la
ideología en la que se sustenta el régimen del 78, de un estado autonómico de
objetivos no sólo federales, sino incluso confederales. Aferrado a esa oscura
certeza, la de unas naciones eternas que deben sacudirse el yugo español, el
podemita trabaja al servicio de las oligarquías y redes clientelares
autonómicas, dando siempre un paso más en el vaciamiento de poder del Estado y
apuntando a una solución para el problema territorial: las consultas de
autodeterminación para cualquier región previamente encajada en el sistema
autonómico, en las junturas naturales diseñadas durante el tardofranquismo. Un as
se oculta, no obstante, en la arremangada camisa de Iglesias, un recurso
relacionado con el culto a su propia personalidad: una vez colocadas las urnas,
los consultados no abandonarían una España por él dirigida, incapaces de
resistirse a su magnética seducción.
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