Artículo publicado el 15 de octubre de 2017 en El Asterisco:
https://www.elasterisco.es/aires-de-sacristia/
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Aires de sacristía para el golpismo catalanista
Pese
a la discreción con que se celebró, la reunión que el presidente del Gobierno mantuvo
en La Moncloa con el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, y el de Madrid,
Carlos Osoro, trascendió a los medios, añadiendo una nueva coloración a la
crisis nacional que tiene por protagonista a la región catalana. La reunión,
solicitada por Mariano Rajoy, se sumaba a las mantenidas por Junqueras con el
propio Omella y con el abad de Montserrat, y sintonizaba con el comunicado de
la posconciliar Conferencia
Episcopal Española en el que esta pedía diálogo. A estos hechos hemos de añadir
que en la misa de la Merced, el arzobispo de Barcelona pidió seny a Puigdemont y al delegado del Gobierno,
Enric Millo, presentes en la homilía. Por cerrar este moroso repaso de datos,
hemos de citar la declaración conjunta de más de 400 sacerdotes, diáconos y
religiosos catalanes favorables a la autodeterminación, los mismos que pidieron
al papa Francisco su intercesión con el Gobierno español para que este
autorizara un referéndum de independencia que, sépanlo o no sus más ardorosos
defensores, presupone la soberanía de Cataluña. No podemos concluir este
párrafo sin mencionar los aromas secesionistas emanados de Montserrat o el
espectáculo del conteo de papeletas en el altar de la iglesia de Vila-rodona en
presencia de su clérigo titular debidamente estolado.
En definitiva, la vieja conexión
entre Iglesia y secesionismo catalán aparece de nuevo en escena. Un maridaje
que viene de antiguo, pero del que nos interesa señalar algunas líneas concretas
relacionadas con la actualidad política española. En definitiva, lo que
tratamos de subrayar es la pervivencia de una ligazón, la de la Iglesia y el
Estado español, que a lo largo del último medio siglo ha ido transformando a
ambas partes, pasando del llamado nacionalcatolicismo con el que muchos siguen
refiriéndose al franquismo, a una democracia cimentada en un Estado de
Autonomías, pero también de nacionalidades,
que en Cataluña puede dar paso a la secesión de tal territorio, efecto que de
algún modo está implícito en la venerada Constitución de 1978. En este proceso
de transformación nacional, la Iglesia, especialmente en su dimensión regional,
conviene subrayarlo, jugó un importante papel, como pudo comprobarse en la
campaña xenófoba que se desplegó bajo el lema Volem bisbes catalans!. En ella participaron dos distinguidas
figuras del catalanismo como Josep Benet y Jordi Pujol, personajes en los
cuales concurren algunas líneas de lo que hemos dado en llamar, por contraste
con el manido nacionalcatolicismo, federalcatolicismo, impulsado por una
determinada oposición al franquismo de fondo inequívocamente anticomunista.
Del primero de nuestros hombres
cabe destacar su formación religiosa, primero en la Escolanía de Montserrat, y
luego en la atmósfera jesuítica de la Academia Ramón Llull, antes de integrarse
en la Federación de Jóvenes Cristianos e ir pasando por el Frente Universitario
de Cataluña, las juventudes de Acción Católica, y entrar finalmente en contacto
con el presidente de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Nada menos que Félix
Millet y Maristany, padre del célebre expoliador del Palacio de la Música, y creador
en 1961 de Omnium Cultural, hoy convertido en callejero brazo ejecutor de la
agitación golpista bajo el mando del arriscado Jordi Cuixart.
En tan piadosos ambientes fue
fortaleciéndose en los años 60, con el impulso económico del norteamericano Congreso
por la Libertad de la Cultura, un amplio colectivo de hombres de letras, y en
su amplia mayoría de acendrada fe católica, cuyo objetivo era la transformación
de la España franquista en una nación federal que ni siquiera colmaba las más
exaltadas ansias de don Josep quien, en pleno éxtasis catalanista, durante el
Encuentro Cataluña-Castilla, con la masía de La Ametlla del Vallés, propiedad
en Millet, como escenario, anticipó algunos de los lugares comunes que hoy hacen
las delicias de la CUP o Podemos: «Nuestro
país [Cataluña] otra vez en su historia ha sufrido una ocupación total», hecho al
que unía esta rotunda afirmación: «Si no vemos que España es un Estado
plurinacional, nos engañaremos».
Ríos de tinta se han escrito sobre
Jordi Pujol y su sagrada familia. No obstante, sin soltar la mano de Benet,
este nos conducirá a él, concretamente a la reunión que en 1966, y de nuevo en
la masía de Félix Millet, contó con un Pujol ya pertrechado de una potente y
turbia herramienta financiera, Banca Catalana. La cumbre sirvió para articular
un frente ideológicamente transversal con un denominador común: su catalanismo,
y sirvió como antesala de las iniciativas políticas que hoy han conseguido
dominar las instituciones catalanas y crear una amplísima red clientelar. Con
Tarradellas al tanto de lo que allí discutía, así lo narró un Manuel Sacristán
embozado bajo un pseudónimo, hombres de la política, la banca, pero también de
la industria, entre ellos el señor Carulla, fundador de Gallina Blanca, sentaron
las bases de muchas de las estrategias que hoy reclaman el bendito rocío del
hisopo.
El final de la historia, o al menos
de los convulsos episodios a los que asistimos estos días, es conocido. Bajo
los dictados de Pujol, hábil conseguir en Madrid, la sociedad catalana, nutrida
por oleadas de nuevos jóvenes educados en una inmersión que recuerda fórmulas
bautismales, ha dejado atrás la fórmula sesentera de las «comunidades
diferenciadas» que tanto recuerdan al famoso hecho diferencial que ha servido
como coartada para la discriminación de lo común y la exacerbación en diversas
regiones españolas de los más aldeanos particularismos. Lanzada hacia la
secesión, Cataluña, fiel a su tradición, no renuncia a agarrarse a vestiduras
talares tan distinguidas como las del negrolegendario jesuita Mario Bergoglio,
constructor de puentes metafísicos, pero también políticos.
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