Artículo publicado el miércoles 4 de octubre de 2017 en Libertad Digital:
http://www.libertaddigital.com/opinion/ivan-velez/sedicion-y-corrupcion-de-menores-83333/
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Sedición
y corrupción de menores
Como
era de prever, la jornada del 1 O, marcada previamente por la toma de las
calles y de ciertas instituciones, singularmente la universidad donde se
reparte el pasto espiritual catalanista, ha ofrecido escenas en las cuales
cobraban protagonismo niños y adolescentes. Muchas han sido las imágenes difundidas
en las cuales, bajo un tono a veces festivo, a veces violento, en ambos casos
irresponsable, los infantes participaban en las concentraciones celebradas con
motivo de un así llamado referéndum que no es sino una nueva coartada de los independentistas,
tan imbuidos de fundamentalismo democrático como quienes, por imperativo legal,
debieran neutralizar sus acciones. Esta atmósfera, la marcada por ese
fundamentalismo en el cual se ancla el hábil recurso al «derecho a decidir» que
esgrimen los secesionistas catalanes, es la que envuelve a ambas partes. Pero
si tal es la envolvente, otro factor caracteriza, hasta anegar en sus estancadas
aguas, a toda la actualidad de la vida política española: el de la corrupción.
Así
es, el afloramiento de tramas delictivas en las cuales se insertan políticos
con mando en plaza municipal o ministerial es una constante en las
telepantallas, y no es necesario poseer la ciencia media para augurar que en
breve aparecerán nuevos casos de corrupción delictiva en la cual andarán
involucrados determinados miembros del PP. Nótese que caracterizamos como «delictiva»
la corrupción vinculada a comisiones, recalificaciones irregulares y mordidas
en general, conductas tipificadas como delitos que reciben los correspondientes
castigos. Existe, no obstante, otra especie de corrupción a los que aludiremos
más tarde.
Regresemos
de nuevo a las calles catalanas. La imagen de menores incorporados a ardorosas,
patrióticas e incluso hispanófobas acciones, ha provocado un especial rechazo
en amplios sectores de la población española. Adormecida por la propaganda que
canta acríticamente las bondades del actual régimen democrático, gran parte de
la ciudadanía ignora, o se esfuerza por ignorar, la realidad de un sistema
educativo que fomenta y exacerba las particularidades regionales con objetivos políticamente
disolventes. De tal estrategia sabe bien el ahora desaparecido Jordi Pujol
quien, ya desde los tiempos en que se movía entre las bambalinas
federalcatólicas de finales de los 60, ha manifestado en varias ocasiones hasta
qué punto el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, y no una confrontación
directa con el Estado, crearía la masa crítica capaz de poner en jaque la
supervivencia territorial de España.
Es
en este contexto en el cual procede introducir un tipo de corrupción que a
menudo pasa, por ignorancia o negligencia, inadvertida para los medios. Una
corrupción que en 2010 el filósofo español Gustavo Bueno definió como no
delictiva en su obra El fundamentalismo
democrático. Es esta, tal nos parece, la corrupción a la cual quedan
incorporados los niños catalanes que hacen cuatribarrados dibujos en las
calles, o la que ampara el absentismo escolar de unos jóvenes, jaraneros y
alborotadores, que blanden las esteladas y gritan en la horas que deberían
consagrar a Euclides, nunca a Cervantes. Nos referimos a esa corrupción que, en
lo tocante a la Nación, a esa España impronunciable en muchos ambientes
ideológicos, va orientada al fomento del odio, al desprecio y destrucción de
sus símbolos, a la ignorancia y falsificación de su Historia.
En
pleno proceso de putrefacción, de una descomposición nacional que los
sedicentes izquierdistas pretenden camuflar bajo el reconocimiento de una, a su
parecer, inequívoca condición plurinacional de España, Cataluña se sitúa en la
vanguardia de una balcanización que tendría continuidad en otras regiones en
las que, con la complicidad de los gobiernos de Madrid, marcados por su cortoplacismo, se han seguido caminos
educativos similares. Productos de tales sistemas, las futuras generaciones,
corrompidas por un profesorado que encuentra su blindaje laboral pero también
su confinamiento, en una educación transferida, comprobarán los resultados, probablemente amargos, de
estas jornadas callejeras.
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