Artículo publicado el 16 de agosto de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-08-16/ivan-velez-neil-young-y-su-cortes-el-asesino-85744/
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Neil Young y su "Cortés, el asesino"
En el 1975, el rockero Neil
Young (1945) publicó el álbum Zuma,
un disco de nueve canciones entre las que se hallaba la que llevaba por título,
Cortez, the Killer (Cortés, el asesino). Más de cuatro
décadas después, el tema continúa gozando del gusto de sus muchos seguidores,
los que en los setenta ya acudían a sus conciertos, y el renovado público que se
sumó con la irrupción de los grupos grunge,
que reconocían el magisterio del músico de Ontario.
Dentro de unos meses se
cumplirán quinientos años desde que el que Young califica de asesino, pisara
las playas hoy pertenecientes a México. Tal aniversario servirá, como es
lógico, para reinterpretar una figura histórica que suscita enormes
controversias. Frente al Cortés homicida, pueden contraponerse otras versiones,
las que lo presentan como un héroe, e incluso como un libertador de pueblos.
También aquellas que lo ven como un instrumento de la Providencia para
erradicar la idolatría e implantar la fe verdadera, aquella simbolizada por una
cruz. En este contexto, es evidente la enorme influencia que los representantes
de la cultura popular pueden ejercer sobre aquellos que no están dispuestos a
acudir a las fuentes originales, prefiriendo versiones abreviadas, a menudo
simplistas, de personajes y hechos como los que van aparejados a la figura del
conquistador metelinense. Por tal motivo, conviene proceder al análisis de los
versos que Young ha hecho llegar a tan nutrido conjunto de oyentes.
Más allá de la inexactitud
se embarcar a Cortés en unos galeones, a bordo de los cuales habría llegado a
las tierras mexicanas, llama poderosamente la atención la segunda estrofa:
En la playa estaba Montezuma
Con sus hojas de coca y sus perlas
En sus salones se preguntaba a menudo
Sobre los secretos del mundo.
Máxime cuando sabemos por
las crónicas, que Moctezuma no se acercó en ningún momento al litoral, pues los
que allí trabaron contacto con los españoles fueron sus emisarios, quienes
hasta el mismo momento de la entrada de los barbudos en Tenochtitlan, trataron
por todos los medios, incluyendo la oferta de vasallaje al rey español, de
impedir el contacto entre Hernán Cortés y Moctezuma. Por otro lado, los mexicas
no cultivaban ni consumían hojas de coca, sino, como bien subrayó Hugh Thomas
en su clásico La conquista de Mexico,
hongos alucinógenos que formaban parte de sus ceremonias religiosas. Todo
parece indicar que Neil Percival Young confunde, acaso envuelto en las volutas
contraculturales de la California en la que se instaló a mediados de los
sesenta, a los mexicas con los incas. Una fugaz consulta a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, de Bernal Díaz del Castillo, hubiera sido suficiente para saber qué
sustancias consumía Moctezuma. El cronista indica que, después de las comidas,
al emperador «le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y
dentro tenían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco. E cuando
acababa de comer, después que le habían bailado y cantado y alzado la mesa,
tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se
adormecía».
Los siguientes pasajes,
muestran hasta qué punto Young está imbuido de la idea del buen salvaje:
Y sus súbditos le rodeaban
Como las hojas alrededor de un árbol
Con sus vestidos de muchos colores
Para que los enfadados dioses les viesen.
Y las mujeres eran todas bellas
Y los hombres rectos y fuertes
Ofrecían sus vidas en sacrificio
Para que los otros pudieran seguir.
De nuevo, una consulta al
cronista de Medina del Campo le hubiera alejado de tan idealizada visión del
Anáhuac. Por ejemplo, cuando Bernal se refirió a la esposa de Cuauhtémoc, hija
de Moctezuma, de quien dijo que se trataba de una «bien hermosa mujer para ser
india», comentario que habla bien a las claras, por un lado, del desajuste que
aquellas mujeres tenían en relación a
los cánones de belleza occidentales, y por otro, de la diversidad de rostros
indígenas con que los españoles se enfrentaron. La descripción de los varones mexicas,
huelga decirlo, es también una pura idealización.
El odio era sólo una leyenda
Y la guerra nunca se había conocido
La gente trabajaba junta
Y levantaban muchas piedras.
Y las llevaban a las llanuras
Pero morían por el camino
Y construyeron con sus manos desnudas
Lo que aún hoy no podemos hacer.
Las dos estrofas vuelven a mostrar las limitaciones de
los conocimientos de Young, pues el mexica no eran en absoluto un pueblo
pacifista, sino una muy guerrera nación que había alcanzado su hegemonía
gracias a un carácter militar cultivado desde la infancia en unas escuelas llamadas
calmécac, o «casas de lágrimas»,
donde los niños eran severamente instruidos en el arte de la guerra. La idea de
que el odio era una leyenda es también totalmente gratuita, pues aquellos
pueblos vivían en un constante
enfrentamiento. Tal inestabilidad, encubierta bajo la hegemonía mexica, fue
aprovechada por Cortés, que estableció una sólida alianza con la nación
tlaxcalteca, tan fiel como decisiva en la conquista. En definitiva, la
violencia era el telón de fondo sobre el que se dibujaban las relaciones entre
etnias. Una belicosidad que determinó la institución de las llamadas «guerras
floridas», cuya culminación conducía a los altares de sacrificio de las
pirámides. Consciente de la fuerza militar mexica, y de esas extrañas
relaciones con los tlaxcaltecas, el conquistador Andrés de Tapia preguntó a
Moctezuma por qué no aniquilaba a sus vecinos. Este le respondió que aun
pudiéndolo hacer no se hizo, porque si Tlaxcala caía definitivamente, «no
quedara donde los mancebos ejercitaran sus personas». Junto a esta utilidad
como tropas de entrenamiento, los tlaxcaltecas ofrecían algo muy preciado en
Tenochtitlan: «queríamos que siempre hubiese gente para sacrificar a nuestros
dioses».
En cuanto a la imagen de
unos mexicas levantadores de grandes piedras, todo parece indicar que de nuevo
Young los confunde o mezcla con los pueblos del Cono Sur, que se distinguían
por sus construcciones a base de sillería ciclópea. En cualquier caso, conviene
recordar que Cortés se dolió de la destrucción de Tenochtitlan, ciudad que quiso
entregar a su rey en todo su esplendor.
Nada se interpone, no
obstante, entre las fuentes documentales y la visión preconcebida que el
guitarrista tiene del México prehispánico. Young, alumno de Historia en la
escuela de Winnipeg, se desvela como un subproducto de la idea que del Imperio
español se ha tenido y propagado en la América protestante, aquella que
denunció Philip W. Powell en una obra de revelador título: Árbol de odio.
2 comentarios:
Neil aceptó muy bien las críticas en Sweethome Alabama, supongo que aceptaría también una canción que desvelara el verdadero papel de Cortés. Es complicado hablar de todo aquello, lo cierto es que el Duque de Moctezuma es grande de España y un bisnieto de Moctezuma y Cortés, Juan de Oñate, fundo en 1598 la primera ciudad al norte del Río Grande: San Juan de los Caballeros. Los culpables de la leyenda negra no son los ingleses sino los españoles, que la han acogido como verdad de culto. Cortez the Killer es un pedazo de canción, como muy pocas, como lo es Sweethome Alabama, y lo cierto es que las críticas de Neil al supremacismo WASP en Southern Man o Alabama eran, y son acertadas, el arte tiene estas cosas. Una canción no es un ensayo.
Las dos estrofas vuelven a mostrar las limitaciones de los conocimientos de Young, pues el mexica no eran en absoluto un pueblo pacifista, sino una muy guerrera nación que había alcanzado su hegemonía gracias a un carácter militar cultivado desde la infancia en unas escuelas llamadas calmécac, o «casas de lágrimas» ideandando.es/quienes-eran-los-egipcios/
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