Artículo publicado el viernes 28 de septiembre de 2018 en El Mundo:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/09/28/5bacd0d2ca4741aa668b4662.html
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Memoria
histórica y justicia popular
La llegada a la Presidencia del
Gobierno de Pedro Sánchez ha supuesto la reactivación de la Ley de Memoria
Histórica, tanto en lo que atañe a su cumplimiento, como, sobre todo, en lo
relativo a su dimensión ideológica. Nadie puede ignorar que este aspecto ofrece
inequívocos réditos electorales, o al menos propagandísticos, como ha demostró
la propuesta del PSOE de exhumar los restos de Franco de la Basílica del Valle
de los Caídos. En un hemiciclo dominado por la partitocracia de obediencia
ciega, que tumba gobiernos a puerta cerrada con televisión en abierto,
votaciones como la que tuvo lugar a propósito de ese sepulcro, sirven como
parteluz, como aviso a electores. Los partidarios de extraer la que dicen
momia, sintonizan con la versión histórica que se abrió paso durante la
Transición, la que trata de borrar la evidencia de su origen franquista,
mientras que los que tímidamente se abstienen, acusarían el peso de un lastre
del que son incapaces de zafarse. En tales circunstancias, el maniqueísmo está
servido, y la identificación de los grupos abstencionistas con la ultraderecha,
con la caverna, responde a automatismos pavlovianos.
La que puede llamarse «prueba de la
momia», ofrece grandes prestaciones clasificatorias, aquellas que permiten a quienes
la superan, acceder a esa condición inmarcesible aparejada a la llamada
«superioridad moral». Una hegemonía que nos resistimos a llamar «de la
izquierda», porque la izquierda se dice de muchos modos, y porque en el grupo que
sustenta al actual Gobierno figura una de las derechas más arcaicas y
oportunistas de Europa: el Partido Nacionalista Vasco. Para alcanzar tal
estado, son necesarios varios pasos. El primero de ellos exige la puesta entre
paréntesis del periodo franquista, haciendo de este un tiempo monolítico y
oscuro. Paralelamente a esta simplificación, en riguroso ejercicio maniqueo, surge
una imagen mitificada de la II República. Mediante esa voluntariosa pirueta, se
accede a un tiempo en el que se hallan todas las justificaciones, aplastadas
brutalmente por la bota militar. El golpe del 18 de julio habría venido a
truncar vidas plenas, tanto las individuales como las de los pueblos, razón por
la cual no es raro encontrar banderas tricolores al lado de cualquier
reivindicación actual que, se supone, hubiera sido bien acogida en aquellos
añorados días.
Sin embargo, más allá de la
ensoñación, el manejo de los documentos, tanto de la etapa franquista como de
la segundorrepublicana, ofrece una realidad más compleja de la que nos
trasmiten los que se empeñan en contarnos cómo pasó. El estallido de la Guerra
Civil, propició la creación de unos tribunales populares que debían responder a
una justicia adjetivada de idéntico modo
al del frente tras el cual se desarrolló. Su función era castigar los delitos de
adhesión: perturbación del orden público, tenencia de armas y explosivos, divulgación
de noticias útiles para el espionaje o la creación de actitudes derrotistas
entre la población; y los de auxilio a la rebelión: denuncias falsas, registros
domiciliarios o detenciones realizadas sin autorización, actos de pillaje, apropiación
o incautación indebida, etc. Ni que decir tiene, que aquellos tribunales
perseguían con dureza los delitos de rebelión y sedición, así como los cometidos contra la seguridad exterior
del Estado. Hechas estas consideraciones de carácter general, queremos exponer algunos
ejemplos ilustrativos del funcionamiento de la justicia popular. Para ello
habremos de internarnos en la Casa del Corregidor de Cuenca, pues fue allí
donde, en 2011, se encontró gran cantidad de documentación del Juzgado
de Instrucción nº 1 de la ciudad. Abandonada u olvidada durante el traslado de los
Juzgados al edificio de la Audiencia Provincial, hoy, decenas de expedientes y
registros judiciales que abarcan desde 1665 a 1938, se conserva en el Archivo
Histórico Provincial de la ciudad, accesibles para quien quiera acceder a
fuentes originales.
En los papeles referidos a la Guerra
Civil, aparece una casuística que va desde los delitos más graves dentro de un
contexto bélico, a otros más sutiles, que hablan a las claras del orwelliano ambiente
vivido durante aquel periodo. En concreto, llaman la atención los expedientes referidos
al delito de «derrotismo», tan sujeto al subjetivismo, la arbitrariedad, e
incluso a la histeria colectiva inducida por esas acusaciones. Vayamos, pues, con
varios ejemplos. El primero de ellos es un proceso abierto contra Fidela Muñoz Aroca,
que compareció en la Comisaría de Seguridad (Grupo Civil) el 7 de febrero de 1939, acusada por el jornalero ovetense Rafael
Díaz Cueto. El soldado de ametralladoras de la quinta división dijo «que al pasar por la calle de José Cobo
de esta localidad, observó un grupo y oyó que una señora que en él se
encontraba, se manifestaba en contra del régimen legalmente constituido
diciendo “que mientras que no fuesen al frente otros individuos, no tenían que
ir nadie como soldados” y esto lo decía dirigiéndose a los que se encontraban
con ella, añadiendo que “todo lo que decía Negrín era mentira y que no había
que hacerle caso”, por lo cual le requirió para que no formulara dichas frases,
contestando ella en forma insolente, requiriendo por este motivo al guardia de
la sesenta y nueve compañía llamado Claudio Muñoz Herranz para que la invitara
a personarse en esta Dependencia, como así se hizo, que no tiene más que decir».
Llamada a declarar, la detenida dijo
que «se refería únicamente a que lo
mismo que iban al frente todos los viejos llamados por el Gobierno, tenía que
ir un individuo llamado Mariano Delgado y que reside en Villalba de la Sierra y
el cual no se ha presentado a su llamamiento, y que como Negrín decía que todos
los útiles que hubiesen tenían que incorporarse y este no lo había hecho, por
eso lo comentaba, pero sin pretender dirigir frases en contra del Gobierno de
Unión Nacional, que no tiene más que decir».
Doña Fidela no fue la única que
aludió a Negrín. A menos de dos meses del final de la guerra, las críticas
arreciaban. Los movimientos fronterizos de Azaña y Negrín, hicieron sospechar a
muchos que, como había ocurrido en África y Cuba, determinados sectores de la
sociedad española eludirían los efectos más crudos de la guerra o, incluso, la
posguerra. La ilusión popular comenzaba a eclipsarse. El 10 de febrero de 1939,
Ricardo de León Cardiel, secretario del juzgado municipal de Horcajo de
Santiago tuvo que declarar «por propagar vulos en contra del Régimen». El
funcionario, afiliado a la U.G.T., compareció en la Comisaría de vigilancia de
Tarancón, denunciado por el peluquero Severiano García Osto, sargento de la 77
Brigada, 307 Batallón, 4ª Compañía. Allí, hubo de responder sobre estas
palabras, pronunciadas mientras tomaba unas copas en casa de su acusador: «Que
el presidente Negrín que se había marchado al extranjero y que no sabe donde se
encuentra a estas horas el Gobierno y que el doctor Negrín es un imbécil con
decir que hay que resistir que si él estubiera en las trincheras no aguantaría
tanto como los que están en las trincheras y que todo el territorio leal sería
tomado por el telefóno cuando estuviera normalizada la situación en Cataluña y
que todas estas palabras las sabía él de muy buena tinta».
Un último expediente permite recrear
aquella enrarecida atmósfera. Se trata del referido al derrotista Juan Antonio
García Quintano, comerciante que habló «en contra del Régimen». El acusado había dicho «“Que la guerra
no duraría ni el mes en curso; que entraría un Gobierno Militar y abrirían las
puertas a todos, y que las fuerzas llevaban tres días acuarteladas en Madrid, por
lo que él lo creía así”, deprimiendo con estas manifestaciones la moral pública».
Aquellas manifestaciones determinaron su traslado desde la Prisión del General
Porlier, al Juzgado Especial de Guardia de Cuenca.
Los casos descritos ofrecen una
visión cruda y realista, propia de una guerra civil a la que, ochenta años más
tarde, sólo cabe acercarse a través de la documentación, lejos de la
deformadora lente tallada por la memoria y la emotividad.
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