sábado, 19 de enero de 2019

La cara tostadita de la Navidad

El Debate 22/12/2018
https://eldebate.es/crisis-de-valores/la-cara-tostadita-de-la-navidad-20181222


La cara tostadita de la Navidad

Si la Virgen fuera andina
y san José de los llanos
el Niño Jesús sería
un niño venezolano.

Tendría los ojos negritos
quién sabe si aguarapados
y la cara tostadita
del sol de por estos lados.

Él crecería en la montaña
cabalgaría por los llanos
cantándole a las estrellas
con su cuatrico en la mano.

            Este y otros muchos villancicos compuestos en Hispanoamérica, dan cuenta de los ajustes y contextualizaciones realizados por la Iglesia Católica después de su desembarco en un Nuevo Mundo que no había recibido la palabra de Dios… o que la había recibido en un tiempo tan remoto que las tinieblas heréticas con que se toparon los clérigos hispanos habían conseguido distorsionar hasta hacerla irreconocible. En efecto, cuando los primeros religiosos pisaron Tierra Firme hubieron de enfrentarse a una realidad incompatible con el canon católico. La idolatría y una serie de crímenes «contra natura», debían ser erradicados, sin bien, el método más eficaz para alcanzar tal objetivo, fue materia de discusión. La conquista debía tener una dimensión política –«Por Dios hacia el Imperio»-, pero también religiosa –«Por el Imperio hacia Dios»- y fue ese complicado equilibrio el que marcó, con diferentes intereses y diversos grupos humanos involucrados, el tiempo abierto desde el momento en el que un navegante genovés echó sus anclas en un archipiélago que constituyó la antesala de un continente inesperado.
            Los retos que planteaba aquella realidad eran enormes, comenzando por la circunstancia de que la palabra divina debía ser comunicada de algún modo inteligible a unos naturales que no sólo desconocían a Nebrija, sino que, además, carecían de unas coordenadas ontológicas capaces de asumir dogmas como el de la Santísima Trinidad. La lengua –castellana- era compañera del Imperio, si bien existían objetivos menos temporales que los representados por la espada: los de la cruz. Ello determinó que los hombres dedicados al cultivo de la esfera espiritual optaran a menudo por el latín y las lenguas indígenas, en detrimento de la lengua empleada por los oficiales de la Corona. El resultado fue la confección de vocabularios, gramáticas y catecismos apoyados precisamente en la obra y metodología de Nebrija. La lingüística misionera española supone una obra monumental, que sirvió, en suma, para salvaguardar numerosas lenguas ágrafas.
            Si la necesidad de buscar un vehículo lingüístico para trasmitir la fe católica a los naturales provocó estos efectos, el traslado de devociones produjo otros no menos interesantes, entre los que destacan los vinculados a la implantación de los cultos marianos. Sirva como ejemplo lo ocurrido después de la catastrófica Noche Triste. Durante aquella jornada, Juan Rodríguez Villafuerte, que había pasado desde Las Antillas acompañado por una imagen de la Virgen de los Remedios regalada por su hermano agustino, la depositó entre unas piedras. Tiempo después, aquella Señora, que había cegado con puñados de tierra a los gentiles mexicas para favorecer a los católicos, fue hallada por el indio don Juan, cacique noble cristianizado. El hallazgo dio pie para levantar un templo que gozó de gran popularidad, aunque, naturalmente, muy inferior a la que concitó el Tepeyac, lugar donde hoy se concentra el culto a la Virgen de Guadalupe, emblema mexicano que desborda los predios de la fe, pues no ha de olvidarse que la Guadalupana ondeó en el estandarte bajo el que lanzó su grito Miguel Hidalgo y Costilla en la iglesia de Atotonilco.
            Casi como un preámbulo navideño, el doce de diciembre de 1531, diez años después de la pacificación de la ciudad de México, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que había experimentado hasta cuatro mariofonías, se presentó como embajador de la virgen ante el obispo Zumárraga, que pudo ver la imagen divina sobre la tilma del piadoso indio. Impresionado por aquel suceso, el prelado autorizó la erección de un lugar de culto para una virgen que en España contaba con un santuario de enorme importancia. Si en Extremadura se adoraba a una pequeña y oscura virgen sedente de estilo románico, en la Nueva España, la Virgen de Guadalupe, se mantiene sobre las fibras de agave, mostrando el mundo un rostro moreno, espejo del mayor logro del Imperio español, el mestizaje –«la cara tostadita»- al que se alude en el villancico que abre esta pieza.

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