Artículo publicado en Libertad Digital el 19 de octubre de 2018:
https://www.libertaddigital.com/opinion/ivan-velez/la-hispanidad-del-ultranacionalista-casado-86283/
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La
Hispanidad del ultranacionalista Casado
Dos días después del 12 de octubre,
Pablo Casado, Presidente del Partido Popular, intervino en un mitin celebrado
en Málaga que dio inicio a la precampaña de las elecciones andaluzas. Feudo
municipal de su partido desde que Francisco de la Torre accediera a la alcaldía
en el año 2000, la ciudad constituye un contrapeso a la socialista Sevilla y a
la podemita Cádiz. Arropado por los suyos, Casado se refirió a la Hispanidad
como «el hito más importante de la Humanidad. En mi opinión, sólo comparable,
probablemente, a la romanización. La Hispanidad, es probablemente la etapa más
brillante, no de España, sino de del hombre, junto, insisto, el Imperio
romano». Un día más tarde, un diario que se dice global, acaso sin reparar en
que dicho vocablo sólo adquirió su verdadera dimensión después de que el
español Elcano verificara la teoría de la esfera tras culminar su viaje, dio
voz a una serie de historiadores bajo el siguiente titular: «La afirmación
“ultranacionalista” y “exagerada” de Casado: “La hispanidad es el hito más
importante del hombre».
Con lo que Patricia R. Blanco,
redactora del artículo, calificó de «soflama» como excusa, José Álvarez Junco
aludió a la confusión existente entre naciones y estados, antes de concluir que
España no es la nación más antigua de Europa. En relación a ese par de
conceptos, el autor de Mater dolorosa
habla de exageración y subjetividad, antes de preguntarse «¿A qué se refiere Casado?»,
interrogante que deja en el aire, justo antes de precipitarse en su propia
trampa, al adentrarse en cuestiones tan subjetivas como la felicidad. «Si se
refiere a una etapa de máximo bienestar y felicidad ¿quiere decir que los seres
humanos nunca han vivido tan bien ni tan felices ni con tanta libertad como se
vivía en la España del siglo XV?», se cuestiona el historiador ilerdense,
incorporando a la intervención de Casado ideas que cree detectar bajo su
discurso. Y es que, en el manejo de esos términos –bienestar, felicidad- de
perfiles tan borrosos como psicologistas, es donde aparecen las flaquezas de una
corriente historiográfica que envuelve a la nación en un halo sentimental. Una
nación tardía, según la definición de José Luis Villacañas, cuya defensa parece
llevar incorporada la semilla del conflicto, tal y como advierte Santos Juliá,
cuando tacha de «ultranacionalista» el discurso de Casado, antes de anunciar un
apocalíptico final para aquellas sociedades que se dejen arrastrar por esa retórica.
A las violentas pruebas de la Europa del siglo XX, se remite don Santos.
Prestos a denunciar sus
imperfecciones, que el ultranacionalismo patrio trataría burdamente de encubrir, muchos son
los historiadores que
se duelen del retraso con el que la modernidad habría traspasado los Pirineos.
Todos aquellos que consideran que la nación española es un artificio
superpuesto a unos indiscutibles estados, cuya unión sólo es concebible por la
vía federal. Sin embargo, la cristalización y supervivencia de la nación
política española, sometida a tantos vaivenes durante el siglo XIX, exige una
explicación. Por decirlo de otro modo, la Constitución de 1812, redactada sobre
el trasfondo de las acciones y discursos ligados a las juntas nacionales, tan
semejantes entre sí, no se apoya en un vacío político. Antes al contrario,
España, delimitada territorialmente por unas antiguas y estables fronteras que
Álvarez Junco reconoce, constituyó una nación histórica plenamente reconocible.
¿A qué otra cosa, sino a una realidad concreta pudo referirse Cervantes al
hablar de don Quijote como «espejo de la nación española»?, ¿qué pudo inspirar a
Cortés el nombre de Nueva España?, ¿cómo explicar que Maquiavelo hable
constantemente de España y los españoles?, ¿en nombre de quién respondió
Quevedo cuando escribió su España
defendida? Las respuestas a estas preguntas conducen a esa España,
reconocida por otras sociedades de su condición, que deshace la confusión entre
Estado y Nación, nacida de la identificación, reduccionista y biunívoca, que algunos
establecen entre nación política y Estado.
El artículo, más allá de tan
interesante materia de discusión, ofrece otros contenidos dignos de atención.
Destaca poderosamente la conexión que se establece entre las manifestaciones de
Pablo Casado, que acaso sea ese el fin último de la pieza periodística, con el «mantra»
de Mariano Rajoy, quien con frecuencia afirmó que «España es la nación más
vieja de Europa». Al cabo, Rajoy, designado deícticamente por Aznar como su
sucesor dentro de un partido fundado por Fraga, abre una más que tentadora
posibilidad de invocar a ese Francoland,
hábitat de las derechas, las extremas
derechas y las extremas extremas derechas españolas, ultranacionalistas todas. Este
atavismo, que corre paralelo a intereses puramente partidistas, habría movido a
Casado a hablar de ese modo. Sin embargo, más allá de las pugnas ideológicas,
propias del debate por el poder en el que tan importante papel juega la prensa,
conviene reparar en la literalidad de lo dicho dos días después de que las
principales figuras populares en
Cataluña –Dolors Montserrat, García Albiol, y el «españolazo» Alejandro Fernández-
participaran en la gran movilización de Barcelona. Casado habló de Humanidad,
de España y de imperio, ideas de gran carga filosófica, pero también usó el vocablo
«etapa», que establece distancias con la idea de la España eterna. Una omisión,
la de Europa, que también le aleja del influjo orteguiano, tan presente en la
partitocracia española, que aceptó las tesis de don José, el mismo que echaba
en falta más dosis germánica en los godos ebrios de romanismo que dejaron una
impronta desvertebradora sobre nuestro suelo.
La perspectiva de Casado, que no
aludió a la Iglesia católica, tiene a la Humanidad como referencia última, y es
evidente que en el proceso que condujo a la configuración de tal idea, no
exenta de metafísica, el Imperio español fue determinarte, al incorporar
tierras y hombres a unas estructuras de horizontes planetarios. Acierta también
el popular, al relacionar Hispanidad
con romanización, pues el Imperio español fue deudor del modelo romano. Si los
hijos de Rómulo y Remo integraron en sus instituciones a vacceos o arévacos,
los de don Pelayo hicieron lo propio con cholultecas o quiches. No faltan, por
lo tanto, razones para contemplar el proceso que condujo a la Hispanidad, como
un hito histórico en el cual intervinieron poderosos componentes políticos y
religiosos. Las conclusiones salidas de la controversia de Valladolid en el
ecuador del siglo XVI, son un nítido precedente de los Derechos Humanos nacidos
a la sombra de las nubes hongo, que provocaron la reacción de una Iglesia que comprobó
hasta qué punto la perspectiva de Dios había sido invertida para que el hombre
la ocupara.
En definitiva, Casado se sitúa en una
posición puramente humanista, diferente a la defendida por católicos como Zacarías
de Vizcarra o Ramiro de Maeztu quien, superadas sus veleidades anarquistas juveniles,
entendió la Hispanidad como la conjunción entre el Catolicismo y una monarquía dedicada
a ejercer de árbitro de las naciones surgidas del Imperio español. Lejos de esa
opción, la afirmación de Casado -«el hito más importante de la Humanidad»- recuerda,
contraria sunt circa eadem, a lo
escrito por Francisco López de Gómara, en su Historia General de las Indias (1552): «La mayor cosa después de la
creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el
descubrimiento de Indias; y así las llaman Nuevo Mundo».
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