El Mundo 10/12/2018.
https://www.elmundo.es/opinion/2018/12/10/5c0e7440fdddffabb38b471c.html
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Vox
y la extrema derecha (de barrio)
El recuento de las papeletas introducidas
en las urnas andaluzas el pasado domingo 2 de diciembre, ha ofrecido datos de
difícil encaje dentro de los estrechos márgenes en los que a menudo se mueven los
adscritos al llamado «análisis político». ¿Cómo explicar el cambio cromático
experimentado por Sedella, municipio que se despertó enrojecido y se acostó
coloreado de un verde muy distinto al impulsado por el muladí Blas Infante? Si los
resultados de Sedella son sorprendentes, los que han arrojado algunas de las zonas
más deprimidas de Sevilla son también dignos de atención. En el barrio de la
Oliva, colindante con las Tres mil viviendas, patria chica de Pata Negra, donde
todavía rasga las cuerdas Emilio, Cara
café, el togado Francisco Serrano ha multiplicado por quince los votos
cosechados por su partido hace cuatro años. En las Letanías el crecimiento es
aún mayor, mientras que en San Jerónimo casi un 10% de sus vecinos,
mayoritariamente obreros, han depositado su fe democrática en Vox. En
definitiva, se trata de unos porcentajes prácticamente coincidentes con los que
la formación de Abascal ha obtenido en la comunidad autónoma, estructura contra
la que arremete el bilbaíno. A la luz de estas puntadas estadísticas, cabe
cuestionar la mediática identificación que se ha establecido entre Vox y la
«extrema derecha», rótulo cargado de estereotipos sociológicos difícilmente
compatibles con los de aquellos que viven en los ambientes citados.
La calificación, de inequívoca carga
peyorativa, constituye un apetitoso pretexto para ahondar en el uso y origen de
la expresión. Como es bien sabido, la división entre izquierda y derecha nos
obliga a visitar la Francia revolucionaria, allí donde comenzó a desarrollarse
una geografía política que el tiempo se encargó de extremar. El origen de este
orden nos lleva a la sesión del 28 de agosto de 1789 de la Asamblea Nacional,
constituida meses antes. En aquella jornada los partidarios del veto real se
situaron a la derecha, mientras que los que buscaban un veto atenuado o nulo, lo
hicieron a la izquierda. La oposición al veto evidenciaba la realidad de la inversión
teológica que venía a romper el orden imperante durante siglos, razón por la
cual, la Iglesia católica, con su fino instinto, pero también los sectores
monárquicos que habían visto cortocircuitado el pactum translationis, trataron de ponerse al día terminológicamente
en todas las naciones históricas europeas. En efecto, décadas más tarde de la
aparición de la izquierda liberal en España, nuestra particular y escolástica
revolución, la expresión «extrema derecha», en el sentido referido, empezó a
convivir con usos vinculados a cuestiones puramente topológicas. El lunes 3 de
abril de 1848, el diario monárquico madrileño La Esperanza, incluyó el siguiente fragmento en el artículo que
abrió sus páginas: «Si los monárquicos nos hemos puesto al corriente de lo que
es censo electoral, y mayoría parlamentaria, y sorteo de secciones, y mensage, y respuesta al mensage, y orden
del dia, y discusión de totalidad,
y discusión por articulos, y derecha, é izquierda, y estrema
izquierda, y extrema derecha, y bancos de enfrente, y banco negro, y comités y clubs, etc.
etc.; si todo esto sabemos ya, y sobre ello hemos adquirido alguna facilidad,
sea de perorar, sea de redactar cualquier artículo ó correspondencia, también
se nos ha olvidado ó no hemos llegado a aprender en nuestras respectivas profesiones
lo que nos hacia falla para poder, con el ejercicio de ellas , ser útiles á
nuestras familias y semejantes». La polarización entre las derechas y las
izquierdas, la consolidación de una jerga todavía vigente, era un hecho.
Ciento setenta años después, la configuración
de los bloques políticos españoles orbita en torno a dualismos tales como el
delimitado por el par «democracia/fascismo», etiquetas que, más allá de sus aspectos
éticos y estéticos, tienen como fiel de una hipotética balanza, la cuestión
nacional o, por mejor decir, la unidad nacional. En este contexto ideológico,
el autodenominado demócrata, muchas veces identificado con un izquierdismo
nebuloso, indefinido, opondrá escasos argumentos a una secesión oculta y
presupuesta bajo la voluntariosa fórmula denominada «derecho a decidir». En el
otro lado, aquel que se muestre partidario de mantener la unidad territorial de
la nación se convertirá de inmediato en «fascista». Delimitados los bloques,
tan sólo quedaría por establecer una gradación en la intensidad, necesariamente
derechista, entre quienes se oponen la balcanización de España y su entrega a
las élites regionales y a las grandes corporaciones, que no otra cosa se
produciría tras la llamada «autodeterminación». Una aplicación de tal método
clasificatorio explica el hecho de que Vox haya sido situado en el extremo
derechista pues, no contento con apostar por la unidad territorial y denunciar
a quienes tratan de erosionarla mediante escaramuzas golpistas, el partido de
Abascal arremete programáticamente contra las autonomías, estructuras
necesarias para crear las condiciones necesarias para la construcción de
pseudoestados.
Todo ello, unido a la sorpresa
electoral del primer domingo de diciembre, explica la sobreactuada reacción de Pablo
Iglesias Turrión, cabeza visible de un subproducto partitocrático que
representa la quintaesencia del régimen del 78. Flanqueado por los suyos, ante
las cámaras en las que ha apoyado –lean su confesión en la conversación que da
cuerpo a Nudo España- su éxito
político, la voz teñida de circunspección del podemita, lanzó una «alerta
antifascista». Moviéndose dentro de su habitual esquematismo, el profesor agitó
las calles contra un partido que, según su particular interpretación, habría
venido a sacar del armario fascista, aromatizado por esencias franquistas, a
nada menos que 400.000 adultos andaluces, emboscados a la espera de la menor
oportunidad de encontrar una plataforma en la cual dar cauce a su xenofobia y
racismo. La reacción no se hizo esperar. Apenas unas horas más tarde del
llamamiento, algunas ciudades se llenaron de ardorosos antifascistas capaces de
hacer ondear la centralista bandera de la URSS junto a las de las pretendidas
repúblicas andaluza y catalana. La cuestión nacional de nuevo en la calles,
pues tales banderas, las estrelladas, se mueven al compás de una idea de España
entendida como prisión de naciones, identitarias, por supuesto. Unas naciones
cuya existencia estaría también amparada por unos derechos históricos que
plantean la cabalgable contradicción de tener un origen monárquico, pues era el
rey quien concedía los fueros.
En este contexto, tras la
celebración de unas elecciones impecables en su aspecto procedimental, ¿qué
sentido, más allá del acusatorio, tiene calificar a Vox como partido de extrema
derecha? Si no nos equivocamos, el programa económico del partido de Abascal
tiene un sesgo mucho más liberal que estatalista. Si no erramos, Vox es
partidario de la preservación de determinadas tradiciones, algunas de ellas
ligadas a la Iglesia católica, concesión impensable en la Italia mussoliniana.
Si no hemos entendido mal a sus dirigentes, el control de la inmigración no
responde a un instintivo rechazo al extranjero, sino a al más puro realismo
político.
Si comenzábamos en Sevilla, queremos
terminar nuestro viaje en Cádiz, donde Vox ha pasado de 2.000 a los 57.279
votos, el 11,25% de una provincia que ha dado innumerables artistas flamencos.
Uno de ellos, Tomasito, representa una heterodoxia que le permite colaborar con
músicos de diversos estilos. Si en las calles granadinas se hizo visible el
destello de las banderas estrelladas, en el vídeo que de la canción Todo lo bello es gratis, que protagoniza
el jerezano junto al barcelonés Joe Crepúsculo, aparece una chatarrería del
barrio de San Blas. De su techo cuelga una bandera española. Lo que representa
ese símbolo, España, es lo que ha movido a muchos, incluso a algunos de los que
venden herrumbre para comprar papelinas, a escoger la papeleta de Vox, pues lejos
de la cargada y petulante atmósfera académica no están los fachas, sino los
españoles.
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