El Mundo 29 de enero de 2019:
https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/01/29/5c4f3ecf21efa04f638b4696.html
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De
la primera, y española, circunnavegación de la Tierra
«Flacos como jamás hombres estuvieron».
Con estas palabras describió Juan Sebastián Elcano el estado de los diecisiete
hombres que junto a él descendieron de la nao Victoria el 6 de septiembre de 1522 en Sanlúcar de Barrameda. Hace
exactamente un siglo, el guipuzcoano Elías Salaverría atrapó sobre el lienzo
las miradas perdidas de aquellos marineros que, ya en Sevilla, iluminados por
la temblorosa luz de unos velones, dejaron atrás las tablas del barco y se
dirigieron descalzos hacia la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, en
acción de gracias, después de haber «dado la vuelta a toda la redondeza del
mundo». La expresión corresponde de nuevo a Elcano. Como ocurriera en 1919, el
año que ahora arranca ofrece la posibilidad de conmemorar una fecha redonda:
los quinientos años desde que cinco naves bajaran por el Guadalquivir para
comenzar un viaje histórico. Tres años después de la botadura fluvial, el espectral
conjunto de hombres aludido regresó a España después de circunnavegar la
Tierra.
En el contexto de tan importante
aniversario, se ha desatado una pequeña tormenta, tan académica como
diplomática, al saberse que Portugal ha tratado de obtener, por parte de la
UNESCO, el reconocimiento de la Ruta Magallanes como Patrimonio de la Humanidad.
La iniciativa, en marcha desde hace años, convertiría a Elcano en un mero
continuador de un viaje cuyo mérito cabría atribuir a Magallanes, portuense de
nación. Según la interpretación portuguesa, la gesta del de Guetaria vendría
impulsada por una suerte de inercia debida a Magallanes. Sea como fuere, el
desajuste interpretativo ofrece una magnífica oportunidad de regresar a lo
ocurrido hace medio milenio.
Insatisfecho con el trato recibido
por la corona portuguesa, Fernando de Magallanes, que ya había navegado hasta
la India, ofreció sus servicios a Carlos I. El ir y venir de pilotos y
navegantes se recortaba sobre el fondo del Tratado de Tordesillas de 1494, que
había dividido la esfera terráquea en dos mitades, con las islas de Cabo Verde
como referencia fundamental. A 370 leguas al oeste de ese archipiélago se
estableció un meridiano de demarcación que dio lugar a una polémica en el
Pacífico, a propósito del lado –español o portugués- en el que caían las
Molucas. En un momento en el cual se creía que el diámetro del planeta era
inferior al real, era obligado tratar de fijar tan lucrativo enclave. Todo ello
determinó que desde España se impulsara una armada que buscaba un fin muy
diferente al que ahora se celebra. Las cinco naves tenían como principal misión
la búsqueda de un paso natural a través del Nuevo Mundo que acortara el viaje
hacia la Especiería. Una vez descubierto el estrecho, las naves capitaneadas
por Magallanes debían dirigirse al Maluco, surcando en todo momento aguas
españolas.
Si estos eran los principales objetivos,
entre los cuales no se hallaba la vuelta al mundo, hay que señalar, en relación
a la autoría del proyecto, que fue el poderoso mercader burgalés de origen
converso, Cristóbal de Haro, dedicado al negocio de las especias, quien aportó
la mayor parte de los 1.592.769 maravedís que dieron viabilidad al viaje de un
Magallanes que era ya súbdito del rey Carlos. Fue el monarca español quien el
22 de marzo de 1518 firmó en Valladolid unas capitulaciones muy favorables a
Fernando de Magallanes, que recibió los títulos de capitán general de la
expedición, adelantado y gobernador de las tierras que descubriera. Haro no
estaba solo, pues contó con el apoyo de los Welser y del poderoso Fonseca,
obispo de Burgos. Por otro lado, aunque había tenido grandes intereses
comerciales en Lisboa, el hundimiento de una flota dedicada al tráfico de
esclavos negros por parte del portugués Lusarte, había provocado su hostilidad
hacia el reino vecino. Si estos fueron los fines y los principales apoyos
financieros del proyecto, en lo que respecta a la composición de la tripulación
de las naves, las proporciones vuelven a decantarse claramente hacia el lado
español, que aportó dos tercios del total de hombres. Apenas veinticuatro
portugueses subieron a los barcos dentro de un total aproximado de doscientos
cincuenta marineros.
Pese a la cuidada preparación y la
nitidez del plan que había de seguirse, la flota, en la que Elcano se integró como
contramaestre de la Concepción, encontró
dificultades incluso antes de soltar amarras, lo cual demuestra hasta qué punto
las dudas en relación al diámetro de la Tierra, afectaban tanto a portugueses
como a españoles. Prueba de ello es el hecho de que, ante la posibilidad de que
las Molucas cayeran dentro de la demarcación española establecida en
Tordesillas, los portugueses, por la vía diplomática primero y por otras más
expeditivas después, trataron de abortar la partida de los barcos.
Tras dejar atrás la península,
Magallanes hizo escala en enclaves que consideraba situados dentro del lado
español. Entre ellos estaba el Río de la Plata, ya descubierto por Juan Díaz de
Solís mientras buscaba el anhelado paso hacia el Pacífico. La condición fluvial
de esas aguas obligaba a seguir hacia el sur, hacia un rumbo tan desconocido
como gélido. Ante la prolongada estancia en Puerto de San Julián, no tardó en
urdirse un complot en el que participaron tanto españoles como portugueses. El
7 de abril de 1520 Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción, fue decapitado y descuartizado, mientras Juan de
Cartagena y el fraile Pedro Sánchez Reina quedaron desterrados en una isla en
la que hallaron su final. Superadas innumerables dificultades, el estrecho ante
el que se abría la Mar del Sur, apareció por fin.
En medio de la inmensidad oceánica
descubierta por Núñez de Balboa, la flota, con la excepción de la San Antonio, que regresó a España y de
la Santiago, que naufragó, alcanzó la
que llamaron Isla de los Ladrones, hoy Guam. Esta escala fue la primera de una
larga serie en la que Magallanes trabó relaciones con los reyes locales e
intentó implantar el cristianismo. En Mactán, una lanza segó la vida del almirante,
al que sucedió el débil Lopes Carvalho. Ante la inoperancia de Lopes, Gonzalo
Gómez de Espinosa tomó el mando y Juan Sebastián Elcano la capitanía de la Victoria. Ambos decidieron dirigirse a Tidore,
donde reinaba un musulmán que llamaron Almanzor, para obtener especias. Estando
allí, el portugués Pedro Alfonso de Lorosa alertó del riesgo que corrían por la
cercanía de una factoría establecida por sus compatriotas. Era necesario
abandonar Tidore y fue en entonces cuando se produjo un giro trascendental. Con
las naves cargadas de clavo y dispuestas para zarpar, se detectó una vía de
agua en la Trinidad. Los trabajos de
reparación y carenado llevarían mucho tiempo, por lo que la Victoria partió, pero no hacia el Darién
dominado por los españoles, sino en una dirección opuesta, hacia la demarcación
portuguesa. Empujada por los vientos que soplaban en aquella dirección, la nave
pilotada por Elcano puso su proa hacia España abriéndose paso entre los mares
portugueses.
Una vez reparada, la Trinidad trató sin éxito de cruzar el
Pacífico. Los vientos desfavorables y una recia tempestad le impidieron seguir
la corriente de Kuro Siwo que en 1565 sirvió a Andrés de Urdaneta para
establecer el camino de regreso de Asia a América, el llamado Tornaviaje, que
permitió la puesta en marcha del Galeón de Manila con el que Oriente, Nueva
España mediante, estableció un crucial nexo comercial con Europa. Después
navegar durante meses, la Trinidad, en
su regreso a las Molucas, cayó en manos portuguesas, en las que sus escasos
supervivientes permanecieron cautivos durante años.
Por su parte, la Victoria, capitaneada por Elcano, navegó
durante meses sin tocar tierra hasta remontar el cabo de Buena Esperanza. Cuenta
Pigafetta, que aquellos hombres se movieron más por el honor que por la vida,
con un único objetivo: volver a su patria. Por el camino, muchos encontraron en
el mar su última morada. Desesperados, atacados por el hambre y las
enfermedades, decidieron tocar las islas de Cabo Verde, haciéndose pasar por
viajeros que regresaban de América. Fue allí donde tuvieron constancia de la
realidad de su vuelta completa a la Tierra, al observar que mientras ellos
creían hallarse en el día 9 de julio de 1522, los portugueses decían vivir un
día más tarde. Un par de meses después, los supervivientes celebraron en
Sevilla la procesión que encabeza nuestro escrito.
Hecha esta sucinta descripción de
tan prodigiosos hechos, el factor portugués queda ajustado a sus justos y
minoritarios términos. La empresa tuvo el inequívoco sello español, pero fueron
las complejas circunstancias que la envolvieron, las que propiciaron una
decisión, la de Elcano y sus compañeros, con la que aquellos hombres, como
tantos otros de su tiempo, buscaron alcanzar la fama. El lema concedido por
Carlos I al de Guetaria: Primus circumdedisti
me -El
primero que me circundaste-, no
deja lugar a dudas de quién abrió aquella ruta circular, por más que quinientos
años más tarde, en los tiempos del consenso y el diálogo, una iniciativa
conjunta, nombrada con el término geográfico «Península Ibérica», trate de
repartir, democráticamente, los méritos de aquel viaje que Portugal trató en
vano de impedir.
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