Libertad Digital 24 de enero de 2019:
Vargas
Llosa frente al PEN neoyorquino-catalanista
«Con mentiras disimuladas, el PEN de
Nueva York exagera y deforma lo que ocurre en España y en Cataluña», así se
manifestó recientemente Mario Vargas Llosa, presidente del PEN Internacional
entre 1977 y 1980, que actualmente ocupa ese cargo en calidad de emérito, en un
artículo reciente publicado en El País.
La reacción del de Arequipa vino motivada por un escrito del PEN -Poetas,
Ensayistas y Novelistas- de Nueva York, titulado: «Una tendencia preocupante:
la libertad de expresión bajo fuego en Cataluña». La suave polémica sirve como
inmejorable excusa para indagar a propósito del club y sus relaciones con
España o, por mejor decir, con ciertos sectores de la España de los 70. El
texto neoyorquino, que recoge las habituales patrañas del catalanismo, ha visto
la luz tras una visita a los Estados Unidos de Joaquín Torra, en la cual, el
autor de Los últimos 100 metros
–hacia la República de Cataluña, se entiende- ha tratado de erosionar la imagen
de la nación de la que, al igual que otros 240 cargos cuatribarrados, percibe
mensualmente más sueldo que el Presidente del Gobierno con el que negocia con
un lazo amarillo prendido en su solapa.
En su réplica periodística, don
Mario critica con razón el hecho de que los redactores de la nota oculten la
flagrante ilegalidad que supuso la votación del 1 de octubre de 2017, antes de
denunciar la torcida descripción de los hechos, sin dejar pasar la oportunidad
de contar cómo, en su día, él mismo hubo de pasar el filtro de la censura
franquista. Fiel a su acendrado liberalismo, el Premio Nobel de Literatura de
2010 señala al PEN neoyorkino otros lugares más propicios para la crítica,
tales como Venezuela, Cuba o Nicaragua, países donde se cierran periódicos,
radios y televisiones, y se persigue ferozmente a la oposición política.
Presentados los hechos actuales, hemos
de retroceder exactamente medio siglo. Concretamente al 13 de enero de 1969,
cuando el escritor francés Pierre Emmanuel, pseudónimo de Noël Mathieu, que
llevaba una década dedicado al control del Comité español del Congreso por la
Libertad de la Cultura, tras el cual, fundaciones interpuestas mediante, se
ocultaba la CIA, escribió a Pablo Martí Zaro, principal ejecutivo del Congreso en España, para
proponerle la resurrección del viejo PEN Club Español,
extinguido en 1936. La idea, no obstante, había partido años atrás en la mente de
José Luis Cano, cofundador de la revista literaria
Ínsula y director de la colección
Adonais de poesía. Buscando su inserción en la legalidad española del momento,
los estatutos se habían redactado
y presentado en la Jefatura Superior de Policía en
1965 con las firmas de José Antonio Maravall, Fernando Chueca Goitia y el
propio Cano. Ente la lista de los integrantes del nuevo PEN, cuya presidencia
de honor debía recaer en Menéndez Pidal después de la renuncia de Azorín,
figuraba el agente de la CIA, John C. Hunt, miembro a su vez de tal club. El permiso, sin embargo, fue
denegado por incumplir la Ley de Asociaciones de 1964. La negativa venía
motivada por los lazos internacionales que se adivinaban en el PEN Español,
pero también por el hecho de que cada uno de sus miembros debía oponerse a toda
restricción de la libertad de expresión en su propio país. De nada sirvieron
las gestiones que Chueca, presidente del dolarizado Comité español, hizo con Carlos Robles Piquer, Director
General de Información y cuñado de Fraga.
Pese a estos reveses, el grupo
español no cejó en su empeño de hacer viable la iniciativa que trataba de
impulsar Emmanuel. En 1971, Martí Zaro y Cano viajaron a la reunión del PEN
Club Internacional, ya presidido por el ex integrante de la resistencia
francesa. También resultaron estériles las maniobras realizadas por el ex trotsquista
Julián Gorkin a favor de la iniciativa. Años más tarde, el 9 de septiembre de
1976, José Luis Cano ofreció, en una carta al director de El País, ofreció una reconstrucción de aquel proceso. Su epístola
apuntaba a otra razón que operó en contra de la admisión legal del PEN Español:
«Quizá pudo influir en ello el hecho de que, a nuestra iniciativa, Henrich
Böll, presidente del Pen Internacional, enviara al ministro de Justicia español
un telegrama de protesta por la condena de dos años de prisión al escritor
Luciano Rincón». El telegrama estaba condenado al fracaso si se tiene en cuenta
que la condena venía motivada por la publicación de un libro titulado Francisco
Franco, historia de un mesianismo.
Miembro del Frente de Liberación Popular, el célebre «Felipe», Luciano Rincón
mantuvo una estrecha relación con el anarquista José Martínez Guerricabeitia, editor
que le publicó la obra referida y principal impulsor de la revista Cuadernos de Ruedo ibérico, constituida
en París en 1961. Conviene también recordar que Fernando Claudín y Jorge Semprún, revisionistas
expulsados del PCE en noviembre de 1964, fueron acogidos en este proyecto que,
justo en esas fechas, se vio oportunamente fortalecido. Rincón, que empleó el
pseudónimo «Luis Ramírez», evolucionó hacia la Liga Comunista Revolucionaria y
mantuvo contacto con el etarra Txabi Echevarría, autor del asesinato del agente
de la guardia civil, Antonio Pardines.
En 1970 aparece la relación entre el
Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura y Mario Vargas Llosa,
afincado en la Barcelona en la que reinaba editorialmente Carmen Balcells.
Allí, después de que el Comité español reconstituyera su estructura en torno a
Seminarios y Ediciones S. A. después de que la prensa aireara la tutela de la
Central de Inteligencia Americana, se trató de poner en marcha un coloquio que
debía titularse: La destrucción de los
lenguajes en el Arte y en la Literatura contemporáneos. La idea era que lo
acogiera y aportara cierto capital, el Colegio de Arquitectos de Barcelona.
Entre los participantes estaban Pierre Emmanuel, Konstanty Aleksander Jelenski, Roland Barthes y
Umberto Eco, a quienes debían acompañar Gabriel García Márquez y Mario Vargas
Llosa, representantes de la literatura hispanoamericana, etiquetada, no por
casualidad, como «realismo mágico». Con todo dispuesto, el coloquio no pudo celebrarse
al recibirse una orden de prohibición que llegó el mismo día en que este debía
comenzar.
En 1975 Miguel Herrero y Rodríguez
de Miñón, tan involucrado en los trevijanistas asuntos guineanos, trató de revitalizar
el proyecto del PEN Español. Años más tarde, en 1978, una titubeante Asociación
PEN Club Español de Madrid se inscribió en el Ministerio del Interior. Ya en
1984 se constituyó el PEN Club Español, con José María de Areilza como
presidente y escasa actividad. No fue esta la única refundación de tan
quebradizo colectivo, que reapareció en 1992 para desdibujarse y ser suspendido
a finales de 2015 por el PEN Club Internacional, en el que el barcelonés Carles
Torner, que también ha sido secretario del pancatalanista PEN Catalán, ocupaba
el cargo de director ejecutivo.
Establecidas las conexiones, apenas
un apunte, entre política y literatura, sobre el trasfondo de la Guerra Fría,
el escrito del PEN de Nueva York se hace más entendible. El mentado Comité
español del Congreso por la Libertad de la Cultura, de aromas europeístas e impronta
anticomunista en el tiempo en el que existían la URSS y el PCE, tenía el
inequívoco objetivo de favorecer la implantación de un modelo federal para
España, en el cual debía jugar un papel imprescindible el colectivo catalán,
que supo jugar sus cartas culturales, pero también políticas y financieras, para
ir elaborando la falsilla sobre la que se escribió la actual Constitución, esa
que habla de nacionalidades y regiones y señala que: «El castellano –no el
español- es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen
el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán
también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus
Estatuto».
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