Artículo publicado el 9 de febrero en El Debate:
https://eldebate.es/rigor-historico/carta-de-espana-a-la-provincia-espana-20190209
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Carta
de España a la Provincia España
El 8 de julio de 2017, Antonio José
España Sánchez S. J., fue nombrado Provincial de los jesuitas en España por el
venezolano, Arturo Sosa, General de la Compañía de Jesús. España Sánchez sucedía
de este modo a Francisco José Ruiz Pérez S. J., que pasó a ser Decano de
Teología de la Universidad de Deusto. Pérez, tinerfeño de nación, había
accedido a esa dignidad coincidiendo con un cambio trascendental en la
Compañía, que el 21 de junio de 2014 integró todas las provincias jesuitas de
España en una sola, denominada Provincia de España. La transformación vino
determinada, en gran medida, por la creciente falta de vocaciones, que ha
reducido a esta organización a un número que apenas supera el millar de
integrantes, a los que arropan más de 200 instituciones y miles de
colaboradores, necesarios para atender a un más que estimable patrimonio y
diversos negocios siempre sujetos a las contingencias terrenales, españolas, en
este caso.
Apenas situado en un cargo en el que
deberá permanecer durante seis años, España comenzó su labor poco antes del
estallido golpista catalanista, acontecimiento que ha hecho brotar de su pluma
dos epístolas. La primera de ellas, cauta ante la tensión reinante, se hizo
pública el 11 de octubre de 2017. La segunda, Reflexión en clave de Provincia sobre la cuestión territorial y social
de Cataluña, que ve la luz en estos días de mesas de partidos y relatores,
acusa en su título la previsible omisión de la palabra «España». La ausencia,
en absoluto casual dada la taimada redacción que caracteriza a los seguidores
del santo de Loyola, es coherente con la perspectiva paulina que incorpora el
Provincial en su misiva, dirigida a sus «compañeros jesuitas y –nótese la
observancia de la actual perspectiva de género- amigos y amigas en el Señor».
En efecto, don Antonio José, que no emplea el término «nación», cita al de
Tarso -«Dios nos reconcilió consigo por medio del Mesías y nos encomendó el
ministerio de la reconciliación (2 Cor 5, 19)»-, evitando exhibir su posición
respecto un conflicto del que no ofrece referencias políticas concretas. Una
vaguedad de corte psicologista le sirve para esquivar cualquier compromiso: existe
cierto hastío en «buena parte de España, pero la realidad es que este tema nos
afecta a todos y no debería percibirse como algo ajeno».
Sin embargo, pese a la impronta
paulina de la circular y a las maniobras elusivas, el problema nacional
-territorial, prefiere el clérigo- no es del todo ajeno a los jesuitas
españoles, pues como el mismo España confiesa empleando la más pulcra terminología
políticamente correcta, la crisis, por más provincial
que se pretenda, preocupa a los religiosos y a su influyente entorno, razón por
la cual, desde los sucesos golpistas, llevan debatiendo al respecto: «a lo
largo del curso pasado hemos desarrollado en la Provincia algunas experiencias
de diálogo entre jesuitas, entre laicos, entre laicos y jesuitas... de
distintas percepciones y sensibilidades ante la situación de Cataluña. La
metodología utilizada nos ha ayudado a abordar estas cuestiones buscando puntos
de encuentro y acogiendo la posición del otro». La evidente ruptura social
producida en Cataluña queda de nuevo oculta tras un vocablo que sintoniza con
el discurso dominante: «sensibilidades».
La solución a tan honda crisis
estaría, no obstante, ya prevista en la obra de san Ignacio, pues como España
se ocupa de recordarnos, en los ejercicios espirituales diseñados por el santo,
se abogaba por «ser más prompto a salvar la proposición del próximo, que a
condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la
entiende, corríjale con amor [...]». O lo que es lo mismo, los jesuitas
apuestan por la vía del diálogo, término que figura hasta en cuatro ocasiones
en el documento, junto a otros como los de «pluralidad» o «identidad», incorporados
tres veces en la Reflexión, en la que
figura esta concepción de «provincia» que tan bien se solapa a la idea de
España manejada por la clase política del Estado de las Autonomía: «Como
Provincia, hemos de seguir tomando conciencia de la enorme pluralidad
histórica, cultural, lingüística e identitaria que tenemos. Eso no debería ser
percibido como una amenaza sino como una gran riqueza, y cada uno ha de ser
respetado profundamente en lo referente a su identidad o identidades». Una
apelación, la identitaria, que ha operado a favor del encapsulamiento
eusquérico o catalanista de muchos miembros de la babelizada Compañía. En este,
como en otros ámbitos de nuestra vida política y económica, las lenguas se
alzan como verdaderas fronteras que, en el caso jesuítico, comprometen seriamente
la movilidad de un colectivo menguante. En el pecado particularista lleva la
penitencia la Provincia de los jesuitas en España.
Tras este ejercicio de funambulismo,
subyace el habitual cálculo de una organización en la cual han militado hombres
de trayectorias tan ajustadas a los tiempos como la del padre Llanos, confesor
de Franco primero y vecino del Pozo del Tío Raimundo después. Conviene, pues,
estar atento a la entrega de nuevas reflexiones, pues no ha de olvidarse que en
los lejanos años sesenta, fueron los jesuitas quienes reclamaron iglesias
indígenas (sic), que se vieron acompañadas de hachas y serpientes, y que en sus
ambientes educativos se fraguaron relevantes personalidades deslumbradas por las
culturas españolas, coartada perfecta para la fragua de la actual realidad
territorial. Hoy, los efectos distáxicos de aquella ideología posconciliar se
hacen evidentes y, por más que el padre España se reafirme en que la misión de
su Compañía es «la de crear una sociedad más justa, más fraterna y más
evangélica», incluso la integridad de la Provincia, comienza a verse
comprometida.
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