Libertad Digital 31 de enero de 2019:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2019-01-31/ivan-velez-cortes-en-mexico-un-tema-complicado-87073/
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Cortés
en México: «un tema complicado»
«Es que allí ese tema es complicado»,
así se pronunció José Guirao, ministro de Cultura y Deportes del reino de
España cuando, después de desgranar el contenido del programa Foco Cultura
España-México, en el que tendrá un gran protagonismo el 80 aniversario de la
llegada de los exiliados españoles al México cardenista, se le preguntó por la
llamativa ausencia de actos conmemorativos de la llegada de Hernán Cortés a
aquellas tierras, acontecimiento del cual se cumplirá medio milenio en abril del
presente año. El quite de Josep Borrell, que anunció que «se hará algo» una vez
establecidos los oportunos contactos con «intelectuales mexicanos», no ha
podido evitar el alud de críticas provocado por una ausencia celebratoria que
se antoja vergonzante.
Parece claro que el ánimo de Guirao acusa
el peso de la leyenda negra, que tiene en Cortés a una de sus figuras más representativas
e identificables. El escapismo laudatorio del ex director del Reina Sofía no
hace, sin embargo, más que dar continuidad a una de las líneas tradicionales de
su ministerio. No ha de olvidarse que el Ministerio de Cultura ha entregado el
Cervantes, premio que lleva el nombre de un soldado escritor defensor del
Imperio español y del catolicismo al que hoy se trata de ajustar a los márgenes
ideológicos del momento, a consumados cultivadores de la oscura leyenda, tales como
Rafael Sánchez Ferlosio o Juan Goytisolo. Pese a todo, en uno de los proyectos
anunciados y financiados, lleva don José la penitencia cortesiana.
Como es sabido, antes de sus años maduros, José Luis Rodríguez Zapatero,
autodefinido como rojo, puso en
marcha una maquinaria, mayoritariamente propagandística, asociada a la llamada
Memoria Histórica. En la estela de esta maniobra de tintes ideológicos que ha
operado a favor del maniqueísmo hoy reinante en amplios sectores de la sociedad
española, artificiosamente dividida, ¡en 2019!, en franquistas y
antifranquistas, se han impulsado muy diferentes proyectos memorísticos, algunos
realmente forzados, con el fin de inyectarle una constante actualidad a unos
hechos que todavía no han alcanzado el siglo de antigüedad. En este contexto podemos
ubicar los fastos anunciados por Guirao a propósito de los 80 años del comienzo
del exilio español de posguerra en México etiquetado, común e imprecisamente,
como republicano. La atención al viaje de aquellos españoles contrasta con el
intencionado olvido del que serán víctimas aquellos otros compatriotas que
llegaron a las playas continentales americanas acompañando a Cortés. La omisión
de Guirao, tendente a esquivar tan «complicado» asunto, resulta, no obstante,
estéril si se tiene en cuenta un episodio poco conocido que conecta directamente
a un destacado miembro del PSOE exiliado con Hernán Cortés o, por mejor decir,
de sus reliquias.
Los hechos nos conducen al año 1946
y a la oronda figura de Indalecio Prieto. En aquel año aparecieron unos
documentos elaborados por el hispanófilo Lucas Alamán, en los que se precisaba
la ubicación de los restos del conquistador, salvados de su destrucción en
1822. En tan convulsas fechas, Alamán logró preservar los huesos de don
Hernando ocultándolos provisionalmente bajo la tarima del Hospital de Jesús,
fundado por el propio Cortés. Con los ánimos más templados, los restos quedaron
ocultos en 1836 dentro de una pared del altar del templo anexo al hospital.
Allí, tal y como se pudo comprobar tras la apertura del muro más de un siglo
después, se hallaba la incompleta osamenta del de Medellín. La exhumación se
llevó a cabo después de que se descubriera que José de Benito, subsecretario de
la Presidencia del Consejo de Ministros, había sustraído los papeles aludidos de
la caja fuerte de la Embajada Española en México en los que se conservaban. Fue
Fernando Baeza Martos, asistente al contubernio de Múnich, hombre vinculado al
Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura y posterior senador
del PSOE por Huesca, quien dio la voz de alerta que precipitó los acontecimientos,
al saber que De Benito pretendía salir con los documentos en dirección a
Europa.
En los días que rodearon al
redescubrimiento de las reliquias óseas, destacó la voz de Indalecio Prieto, ya
entregado a la restauración borbónica. El socialista ovetense publicó en la
prensa mexicana una serie de artículos en los que se incluían afirmaciones del
siguiente tenor:
«Mexicanos:
Os habla un español que, por carecer de toda representación, puede y debe
hablaros con entera libertad; un español –nada más, pero nada menos- y
consiguientemente un hermano vuestro. Hermano no sólo por vínculos de raza y de
idioma sino, además, por lazos de gratitud. […]
El
pueblo de México está ya en posesión de los restos mortales de tan gigantesca
figura humana. No sólo porque cuanto hay en suelo de México pertenece a los
mexicanos, sino porque además, según su voluntad postrera, el Conquistador
yacerá para siempre aquí, en la patria que fundó, en unión de los nobles
indios, aquí deben quedar los huesos. Pero han de quedar dignamente,
glorificándolos, elevando sobre ellos un majestuoso monumento. ¿Obra sólo de
los mexicanos? No, obra de mexicanos y españoles. Hernán Cortés es vuestro, mas
también nuestro, muy nuestro. ¿Por qué no hermanarnos, más aún, en torno a su
glorificación?
El
16 de diciembre de 1940, para festejar la Independencia de México, aquel día
conmemorada, hablé a los mexicanos desde una estación radiodifusora. De aquel
discurso son estas palabras:
“¿Quién
puede negar la grandeza a la obra de España en América? ¿Y quién puede negar la
grandiosidad de esa misma obra en las tierras de México? Los templos, los
palacios, las casonas andaluzas y extremeñas del tiempo colonial, esa
arquitectura maravillosa en que, asegurada la comodidad, el arte, para ornarla,
se entretuvo en exquisiteces, eso ¿qué es, sino español? Mientras las soberbias
catedrales se levanten en vuestro suelo, y permanezcan erguidos los magníficos
palacios, hasta no derrumbarse las casas de bello patio interior que recuerdan
a Andalucía; en tanto todas esas edificaciones subsistan, España estará aquí,
amorosamente, no imperiosamente, pero estará, y la huella de su genio resultará
imborrable. Pensemos, dejando desbordar alocadamente la imaginación, que un
fenómeno telúrico o una gigantesca ola de odio derribara tanta muestra del
genio español. ¡Pues no bastaría para borrar la traza de España aquí! Tendrían
vuestros literatos que romper las plumas con que escriben en castellano, y
tendríais vosotros todos, mexicanos, que enmudecer. Porque en tanto habléis
nuestro viril idioma, limpio de acentos duros, de gangosidades confusas, y de
dulzarronerías empalagosas, este idioma sonoro y bello en que cada palabra
parece un diamante y todo él una joya majestuosa, en tanto lo habléis, que lo
hablaréis siempre, no podréis negar la huella de lo español en México… ¿Qué es,
sino español, el magnífico respeto a la inteligencia y a la sabiduría que
figura en vuestras fórmulas sociales cuando decís: Sr. Ingeniero, Sr.
Licenciado…? Esa es una vieja costumbre española, que en nuestra patria fue
extinguiéndose. ¿Qué es, sino española, vuestra delicada cortesía, que tiene,
aun entre las clases humildes, extraña expresión?... Yo, que no milito en la
Iglesia Católica, y que acaso crea que ésta perdió mucho de su pureza
fundacional inspirada en las doctrinas de Cristo, ahogándola, en parte, entre
la pompa excesiva de sus ritos, afirmo que la Iglesia Católica ha sido y es una
soberbia congregación de abnegaciones y un ejemplo excelso de disciplina. Pues
bien, este hombre descreído no puede menos de reconocer la inmensa superioridad
de la religión católica sobre los cultos idolátricos practicados por las razas
que poblaban México cuando el país fué conquistado, porque en los altares
católicos no hay inmolaciones, no se sacrifican vidas humanas, no se depositan,
en holocausto a los ídolos, dioses o no de la guerra, corazones palpitantes de
hombres a quienes al pie del ara se les desgarraban las entrañas para el
sacrificio. Idioma, costumbres, cultura, religión, todo eso trajo España a
México. Pero, además, cualesquiera que sean las salpicaduras crueles de la
conquista, y que se hayan repetido durante la dominación -¿qué conquista y qué
dominación están libres de ellas?- queda aquí un testimonio irrecusable del
sentido humano que tuvo la empresa española. ¿Cuál es ese testimonio? Los
millones de indios que todavía pueblan el territorio mexicano. España no los
exterminó, sino que respetó su vida”». (Novedades,
Ciudad de México, 28 de noviembre de 1946).
Las razones por las que España, pero
también México, nación política que surgió de la transformación del Virreinato
de la Nueva España, debieran conmemorar lo ocurrido hace quinientos años, se
amontonan. Con el libertador Cortés, del yugo mexica que atenazaba a diversas
naciones étnicas, se entiende, llegó el modo hispánico, las instituciones
políticas y religiosas que desactivaron una dominación que exigía un tributo de
sangre. Conscientes de que el sectarismo es probablemente la seña de identidad
más característica de la partitocracia española, ofrecemos esta adhesión
cortesiana socialista, por si pudiera servir para accionar los oxidados resortes
del principio de no contradicción.
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