OKDiario, 9 de septiembre de 2019:
https://okdiario.com/opinion/antonio-villarroel-ausente-del-11-septiembre-4549988
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Antonio
de Villarroel, el ausente del 11 de septiembre
Como viene siendo habitual cada 11
de septiembre, la estatua erigida en memoria de Rafael Casanova sigue siendo el
lugar donde se concentra la mayor carga dramática de unos fastos completamente
ideologizados que viraron de lo religioso a lo puramente político. En efecto,
el origen de las actuales ofrendas florales hemos de buscarlo a finales del
siglo XIX. En concreto, en el año 1886, cuando diversas entidades católicas
celebraron una misa en la Parroquia de Santa María de la Mar en recuerdo de los
fallecidos en el final de aquel verano de 1714. El canónigo de Vic, Jaume
Collell, fundador de La Veu del
Montserrat y, más tarde, de La Veu de
Catalunya junto a Jacinto Verdaguer y Joaquín Cabot, ofició aquella ceremonia
que rogó por el alma de aquellos que se habían desprendido de su realidad
corpórea 172 años antes. Un par de años después, con motivo de la Exposición
Universal de Barcelona, se fundió una estatua en honor a aquel conseller en cap que huyó de la ciudad
vestido de fraile, para regresar a ella en 1719. Fue allí donde, ya
octogenario, sus ojos se cerraron definitivamente en 1743.
Propaganda aparte, lo que en rigor
se celebra a los pies del metal decimonónico desde que allí se colocaran las
primeras flores en 1894, es la rendición de la ciudad de Barcelona, no de
Cataluña, pues esta se dividió entre partidarios del archiduque Carlos y de
Felipe de Anjou, ante las tropas del duque de Berwick. Después de catorce meses
de asedio, con aquella entrega finalizó la Guerra de Sucesión en la que se
vieron involucradas diversas potencias ávidas de intervenir en el posible
reparto del imperial botín hispano. No era, sin embargo, el interés político el
único que movilizó a los españoles. El conflicto sirvió para que muchos se
alinearan en un bloque u otro en función de variados factores. En Cataluña,
comarcas como las de Berga, Arán o Cervera, apoyaron a Felipe por su
catolicidad, frente a la opción alternativa, en la cual militaban, bajo
banderas alemanas o inglesas, heréticos soldados. El rencor antifrancés,
fortalecido después de la fallida incorporación a la nación transpirenaica
después del Corpus de Sangre se concentraba, sobre todo, en la Ciudad Condal,
bombardeada en 1691 y tomada apenas unos años antes, en 1697, por Luis José de
Borbón, duque de Vendôme.
En aquel contexto bélico, Antonio de
Villarroel Peláez, teniente de mariscal general del ejército austracista, se
dispuso a defender la ciudad ante el asedio de las tropas borbónicas. Poco
antes de la derrota, el 3 de septiembre, Villarroel se mostró favorable a
reunirse con el duque de Berwick para capitular, iniciativa que fue desestimada
por Rafael Casanova y el resto de consellers.
Ante esa negativa, el barcelonés Villarroel, hijo de un militar gallego casado
con una asturiana, presentó su dimisión el día 6, si bien, durante el asalto
final, en el cual resultó herido, regresó a su puesto. Además del célebre bando
de Casanova, en el cual se confiaba en que los barceloneses, «como verdaderos
hijos de la patria y amantes de la libertad acudirán todos a los lugares
señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su
honor, por la patria y por la libertad de toda España», de aquella jornada se
conserva la arenga que Villarroel lanzó a sus hombres:
«Señores, hijos y hermanos, hoy es
el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en tiempos ha
ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos
de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por toda
la nación española pelamos. Hoy es el día de morir o vencer, y no será la
primera vez que con gloria inmortal fue poblada de nuevo esta ciudad
defendiendo la fe de su religión y sus privilegios.»
La derrota fue, no obstante,
inevitable, y Villarroel, después de caer preso, dio con sus huesos en el
castillo de Alicante, antes de ser enviado a La Coruña a principios del año
siguiente. Allí, en condiciones extremas, permaneció una década hasta ser liberado
después de la firma, en 1725, de la Paz de Viena. Los largos años de cautiverio
habían quebrantado hasta tal punto su salud, que meses después falleció. Sirvan
estas líneas como evocación de aquel a quien las diversas corrientes
catalanistas, elaboradoras de un Casanova manipulado hasta ser ajustado al
discurso secesionista, han olvidado.
Iván Vélez
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