Libertad Digital, 21 de febrero de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-02-21/ivan-velez-delcy-rodriguez-y-el-dorado-90038/
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Delcy Rodríguez y El Dorado
El reciente paso, levitatorio en principio, gravitatorio
después, de la vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, Delcy
Eloína Rodríguez, por el aeropuerto de Barajas, ha dejado un preocupante rastro
de sospechas a propósito del contenido de las cuarenta maletas que, tras viajar
en la bodega de su avión, se cargaron a pie de pista en un vehículo de la
embajada venezolana en España y salieron del aeródromo sin pasar ningún control
de seguridad. Las especulaciones sobre lo que albergaban esos bultos apuntan al
movimiento de documentación, lógico dadas las conexiones podemíticas y
socialistas, Morodo y ZP mediante, con el régimen bolivariano, pero también,
dado el precedente del decomiso de una avioneta venezolana con 932 kilos de oro de
alta pureza, de otras materias más valiosas. En definitiva, no son pocos los que creen
que, al igual que ocurriera con el barco que Hernán Cortés mandó a España desde
Veracruz, cargado de regalos que asombraron incluso a Alberto Durero, la
aeronave fuera «lastrada de oro», ya sea en su forma metálica ya en timbrado
formato vegetal.
La salida de oro de Venezuela ofrece la oportunidad
de regresar a las primeras fases de hispanización de aquellas tierras, periodo
abierto con la llegada de Alonso de Ojeda a unas costas en las que los barbudos
avistaron una suerte de palafitos que a Américo Vespucio, integrante de la
expedición, le recordaron a Venecia, razón por la cual bautizaron el lugar como
Venecia Chica o Venezuela. Aunque aquellos territorios quedaron incorporados a
los dominios hispanos, suelen desatenderse, ensombrecidos por la grandeza de
las conquistas de los imperios mexica e inca. Sin embargo, los hechos acaecidos
en Venezuela son fundamentales para refutar muchos de los atributos de la
leyenda negra antiespañola. Nos referimos, en concreto, a los protagonizados
por los banqueros alemanes a los que Carlos I favoreció, obligado por los
compromisos financieros adquiridos con ellos durante el tiempo de sobornos que
le condujo a su elección como emperador.
Dos fueron las familias, ambas originarias de
la ciudad alemana de Augsburgo, en las que se apoyó el monarca: los Fugger y
los Welser, apellidos españolizados como Fúcares y Bélzares. Con la primera de
ellas ya había mantenido relaciones el abuelo de Carlos, Maximiliano. En cuanto
a los Welser, su fortuna se debe al talento de Antón Welser, que se dedicó a la
explotación de minas de plata y al comercio de textiles flamencos y lana
inglesa. Fue esta familia la que se acogió a la posibilidad abierta en 1525,
cuando se permitió que los extranjeros pudiesen establecerse en el Nuevo Mundo
del mismo modo que los españoles. Así, el 28 de marzo de 1528
consiguieron la exclusividad para la conquista y colonización de un territorio
que hoy pertenece a Colombia y Venezuela. Sin embargo, la implantación venezolana
de los Bélzares, lejos
de ofrecer una suave alternativa al modo hispánico, mostró formas más cruentas
con respecto a la población indígena, sin que por ello la actual Alemania se
haya resentido en su imagen. Los Welser, en todo caso, son tratados como
privados que no representan a la nación germana.
Según el acuerdo inicial, los banqueros se comprometían a fundar dos pueblos de
trescientos habitantes y a construir tres fortalezas. Asimismo, debían enviar a la zona 50
técnicos para explotar las minas de su rico subsuelo. A todo esto hemos de
sumar el compromiso de armar una escuadrilla de cuatro navíos con doscientos
hombres cada uno. La Corona, por su parte, otorgaba el título vitalicio de Gobernador
y Capitán General para el jefe de la expedición y de teniente de las fortalezas
que construyera, a los que hay que sumar el título de alguacil mayor y de
Adelantado de las tierras descubiertas y pobladas, así como la exención del
pago de numerosos impuestos. También se les concedía el 4% de todos los
beneficios de la conquista e incluso se les permitía la esclavización de indios
que no acataran el requerimiento del doctor Palacios Rubios, de cuya venta debían
descontar el habitual quinto real.
Todo ello propició que Ambrosio Alfinger
se convirtiera en el primer gobernador de Venezuela desde 1529 hasta 1533,
cuando fue
asesinado por los
indios tras partir en busca de El Dorado, prueba de que el influjo áureo no era exclusiva de
españoles. A Ambrosio le sucedió Nicolás Federmann que, obsesionado por descubrir el mítico
lugar, emprendió una expedición que terminó en febrero de 1539 en Santa Fe de Bogotá al coincidir con Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Belalcázar. La muerte vendría
a visitarle en febrero de 1542 en la cárcel de Valladolid, a la que fue conducido tras ser acusado de numerosos
delitos.
El gobierno de los Welser hubo de ser
intervenido varias veces por la Audiencia de Santo Domingo por sus reiterados
intentos de evadir impuestos, hasta que, finalmente, el Consejo de Indias les
retiró la concesión en 1546, pues a los asuntos financieros hemos de añadir el
poco interés que los alemanes mostraron en lo tocante a la predicación de la fe
católica entre los indígenas, relajamiento acaso motivado por las simpatías que
pudieran tener con el luteranismo.
La conducta de estos «mercaderes» en tierras
venezolanas no escapó a las críticas de fray Bartolomé de Las Casas, si bien,
ello no impidió que, siglos más tarde, Simón Bolívar, cuyo culto sigue vivo en
unas repúblicas que se reclaman herederas de su obra, por más que don Simón
nunca reparara en aspectos fundamentales del credo que se autocalifica como
bolivariano, se refiriera a España, nunca a Alemania, como «desnaturalizada
madrastra» o «vieja serpiente».
Hoy, como antaño, los negrolegendarios
hombres bolivarianos conservan la lucrativa fascinación áurea, haciendo buenas
aquellas palabras de Bernal Díaz del Castillo, en las que, después de referirse
al servicio a Dios y al rey, ideales hoy sustituidos por «la libertad, la
independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad
territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras
generaciones», contenidos en la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, impulsada por Hugo Chávez al finalizar el siglo XX, expuso los
motivos que le empujaron a arriesgar su vida: «por haber riquezas, que todos
los hombres comúnmente venimos a buscar».
1 comentario:
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