Libertad Digital, 23 de abril de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-04-23/ivan-velez-reamlopolitik-amlo-mexico-lopez-obrador-coronavirus-90585/
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ReAMLOpolitik
Hace
poco más de un mes, Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados
Unidos Mexicanos, sorprendió más a extraños que a propios, al mostrar, en el
transcurso de un acto público, una estampita con la
leyenda: «detente enemigo que el Corazón de Jesús está conmigo». Obsequios de
un pueblo al que, una vez más, aduló, AMLO comparó los detentes recibidos con
el escudo protector –término también usado por Unidas Podemos- confeccionado, a
su decir, con grandes dosis de honestidad. Un escudo de tintes morales y
manifestaciones prosaicas, útil para enfrentarse a la profunda crisis que se
atisba, agravada por la irrupción de la pandemia coronavírica. Como es habitual,
las declaraciones de Andrés Manuel encontraron un amplio eco en los medios de
comunicación. En esta ocasión, muchas de las plataformas que habitualmente se
alinean a favor de la Cuarta Transformación que él encabeza, tuvieron que hacer
verdaderos contorsionismos para no criticar un gesto que, desde determinadas
posiciones confusamente laicistas, serían inadmisibles si su impulsor hubiera
presidido, por ejemplo, Polonia.
Olvidaban muchos de los extrañados,
que AMLO llegó a la presidencia mexicana aupado en el Movimiento Regeneración
Nacional, cuyo acrónimo, Morena, coincide con el nombre que popularmente se da a
la Virgen de Guadalupe que se venera en el Cerro del Tepeyac. Una Virgen cuya
estampa no sólo viaja en las carteras de los mexicanos, sino que está presente,
desde el lupanar más sórdido hasta el despacho más lucido. AMLO es consciente
de que la realidad mexicana está determinada, en gran medida, por factores
religiosos. Con una aplastante mayoría de católicos, el presidente es sabedor
de que, aunque en menor medida, otros credos y descreimientos tienen acomodo en
la sociedad mexicana. Ello explica sus alusiones a los que llamó «librepensadores»,
pero también a las iglesias evangélicas, que ganan posiciones y que acaso
aumenten su implantación si el gobierno federal, tal y como se ha sabido, termina
por ofrecer concesiones públicas de radio y televisión a grupos religiosos que,
de ser proporcionales al número de fieles, bien podrían tener como anagrama
algún motivo guadalupano.
El uso de estos detentes, similares
a los empleados como defensa de las balas durante la Guerra Civil Española, singularmente
por aquellos requetés que, al decir de Indalecio Prieto, eran los más
peligrosos animales inmediatamente después de tomar la comunión, se ha
interpretado como la petición de un acto de fe realizada por alguien de cuya
sinceridad religiosa, e incluso de su credo, se duda, pero que ha establecido oportunos
vínculos con fechas y lugares ligados a la Virgen patrona de unos mexicanos que
ahora se exponen a los efectos de la pandemia, sin un escudo sanitario público
que los ampare. En México no se están empleando los test, allí llamados
reactivos, por aquello de no entregarse lingüísticamente al gringo, necesarios
para conocer el alcance de la infección. Pero también es un hecho, acaso
derivado de la escasez de un control sanitario exhaustivo, que el número de
muertes por COVID-19 es bastante bajo hasta la fecha, resultado de un
confinamiento que, en la Ciudad de México, está siendo riguroso.
La actitud de Andrés Manuel
responde, a nuestro juicio, a un ejercicio de realpolitik ajustado a la sociedad política en la que opera, un
México, no lo olvidemos, que celebra anualmente el Grito de Dolores lanzado por
un sacerdote, Miguel Hidalgo Costilla, bajo el estandarte guadalupano, símbolo
que precedió a la tricolor. En este contexto, el uso de imágenes religiosas
tiene una indudable intención funcional, la búsqueda del tiempo y el refugio proveídos
por la fe, y unos destinatarios concretos, las generaciones veteranas de
mexicanos, escasamente expuestas a corrientes supersticiosas o a los vientos
protestantes que soplan desde el norte. Y decimos una determinada fe, porque al
otro lado del Atlántico, en la vieja España, la fe está puesta en la Ciencia,
con mayúsculas y en singular. Una Ciencia, la invocada por el presidente
Sánchez, que no jura sino que promete, y de la que se espera una pronta y salvadora
solución en forma de vacuna. Un fideísmo cientificista que, al igual que el que
envuelve al detente, sirve para difuminar carencias comunes a ambos lados del
charco, tales como la falta de realización de pruebas al grueso de la población
o la carestía de mascarillas y medios materiales adecuados contra el contagio.
Se trata, pues, de dos especies de
fe destinadas a sociedades diferentes, de ahí que los discursos de los
negrolegendarios AMLO y Sánchez, aunque dirigidos a paliar los efectos de la misma
pandemia, no son intercambiables. Difícilmente podríamos escuchar al ex alumno
del Ramiro de Maeztu apelaciones a la familia tradicional o a la nación, pues
gran parte de su éxito se ha basado, precisamente, en atender a las fisuras
abiertas en ambos frentes. Sin estructuras sanitarias estatales suficientes, Andrés
Manuel, con su cartera repleta de corazones, es sabedor de que en México el
hambre da más cornadas que el coronavirus. Sin apenas estructuras estatales ni
industriales, entregadas a las comunidades autónomas, las primeras, y a Europa,
es decir, a Alemania y Francia, las segundas, Sánchez espera la llegada de una
solución desde aquellas tierras unidas por una bandera en la que flota, lo sepa
o no, la corona de la virgen.
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