Libertad Digital, 7 de mayo de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-05-07/ivan-velez-patria-90697/
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Patria
«La tierra donde uno ha nacido. Es
nombre Latino patria. Compatriota, el
que es del mismo lugar». De tan sucinto modo definió la voz «patria»
Sebastián de Covarrubias Orozco en su Tesoro
de la lengua castellana o española, primer vocabulario monolingüe de
imaginativas etimologías, publicado en la imprenta madrileña de Luis Sánchez en
1611. La elaboración de aquella obra se vio retrasada por las tareas que a
Covarrubias, hombre cercano a la Corte que, por su «natural encogimiento,
divirtió» el ofrecimiento de convertirse en maestro del príncipe Don Fernando,
hijo de Felipe II, le fueron encomendadas. Entre ellas destaca el impulso de
una campaña evangelizadora por las tierras del arzobispado de Valencia, que dio
comienzo en 1596. Para entonces, hacía tiempo que el sacerdote se había
establecido en Cuenca, lugar al que regresó en 1602, con el cargo de
maestrescuela de la catedral bajo el brazo, dignidad que le fue concedida por
el papa Clemente VIII a instancias de Felipe III. Allí, entre el Júcar y el
Huécar, la muerte le visitó en el otoño de 1613.
La labor catequética levantina de
Covarrubias se desarrolló en el periodo previo al que precipitó la expulsión de
los moriscos de los reinos hispanos. Una decisión que se apoyó legalmente en
una serie de decretos respaldados por el Consejo de Estado, a los que se opuso el
confesor real, el cardenal dominico Javierre. Su muerte dejó el camino expedito
para el mandato de la salida forzosa. A diferencia de lo ocurrido en el caso de
los judíos, la expulsión de los moriscos vino motivada por un delito de lesa
majestad: su quintacolumnismo. A la dureza de la medida tomada contra los
moriscos, le acompañaron algunas excepciones concebidas desde la perspectiva
religiosa. Aquellos que se consideraran buenos cristianos podían permanecer en
su tierra si los obispos les otorgaban las licencias pertinentes. Esta licencia
también era válida para los niños menores de cuatro años cuyos padres lo
autorizaran. Quienes no se acogieran a estas excepciones, deberían salir,
llevando todo aquello que pudieran portar sobre sus personas.
Precisamente uno de ellos habitó en el
papel impreso antes de que el trabajo de Covarrubias viera la luz. Y con él,
una apología patriótica. Nos referimos al morisco Ricote, que aparece en la
segunda parte del Quijote. En su
encuentro con su vecino Sancho, Ricote, cuyas palabras muestran la opinión de
Cervantes al respecto, reconoció la prudencia política de la medida filipina.
Al cabo, dijo ser sabedor de «los ruines y disparatados intentos que los
nuestros tenían». Las palabras del tendero, víctima de aquello disparates, no
dejan lugar a dudas en cuanto a su patriotismo. De hecho emplea la expresión
«patria natural», rótulo que casi calca la definición dada por Covarrubias, en
una sentida declaración que concluye reconociendo el rigor del exilio –en
África los moriscos fueron llamados despectivamente «cristianos de Castilla»-
al que se enfrentó ese colectivo:
…con
justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al
parecer de algunos, pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar.
Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es
nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra
desventura desea, y en Berbería y en todas partes de África donde esperábamos
ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan.
Poco antes de la expulsión de los
judíos, en 1490 se publicó en Sevilla el Universal
vocabulario en latín y en romance. Su autor fue Alfonso de Palencia, al que
se ha atribuido un origen converso. En dicho vocabulario hallamos una
definición de patria, a nuestro juicio, más trascendente que la que utilizaron
Ricote y Covarrubias. El cronista real se refiere de este modo a la voz «patria»:
Se llama por ser común de todos los
que en ella nascen, por ende debe se aun de prefirir al propio padre, porque es
más universal. Et mucho mas durable.
Unas
palabras que, más de cinco siglos después, conserva su potencia. En ella se
desbordan los límites familiares y se alude al «común», término de resonancias
tomistas inserto en fórmulas –pro comund
de todos- empleadas incluso en el Nuevo Mundo en las ceremonias fundacionales
de cabildos, pero también inserto en sistemas de propiedad que han llegado a
nuestros días. El común de vecinos, que aún sobrevive como reliquia del lejano
tiempo de repoblaciones y fronteras peninsulares fluctuantes. La definición de Alfonso
de Palencia se cierra encareciendo la durabilidad de la universal tierra,
atributo fundamental de la misma, si se maneja una idea de patria mínimamente
realista, que deje a un lado cursilerías tales como la acuñada por Rilke, capaz
de afirmar que la verdadera patria del hombre es la infancia.
En
efecto, la durabilidad, es decir, el mantenimiento de su posesión por parte de
un colectivo que se reproduce generacionalmente, es un atributo ligado a una
patria en la que se inhuman los cuerpos en ella nacidos y de la que se exhuman
su energía y recursos. En virtud de la universalidad de la que habla Palencia, no
cabe su privatización, el alzarse con la tierra, por emplear una expresión de
aquellos días, por parte de una parte de los en ella nacidos. No cabe, por lo
tanto, la secesión.
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