Libertad Digital, 18 de junio de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2020-06-18/ivan-velez-negros-esclavos-y-pantallas-cristobal-colon-esclavitud-hernan-cortes-black-lives-matter-george-floyd-america-91051/
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Negros,
esclavos y telepantallas
La muerte a manos o, por mejor
decir, a rodillas de la policía de Minneapolis,
del delincuente George Floyd, ha echado a las calles a un gran número de individuos
que, al amparo del ya clásico lema, Black
Lives Matter, han puesto sus rótulas en tierra para pedir perdón con
perspectiva de raza. Al tiempo que se llevaban a cabo tan pacíficas ceremonias,
han sido derribadas las estatuas de quienes se identifican como símbolos del
racismo inherente, al parecer, al hombre blanco, signifique esto lo que
signifique, pues no parece sencillo establecer la cantidad de melanina que
delimite a este colectivo. Junto al brote internacional de violencia callejera
que ha acompañado a las sentidas peticiones de perdón, fenómenos recortados sobre
el fondo de las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, ha destacado
la caída de los bronces colombinos, derribo que cuenta ya con una larga tradición
en todo el continente americano.
Al margen de la consideración que se
tenga de la iconoclasia, tan asumida en la España memoriohistoricista, no
faltan razones para critica la figura de Colón, pues el almirante dejó mucho
que desear como gobernante. En relación al asunto que nos ocupa, fracasado en
su intento de implantar en las Antillas una factoría esclavista a la genovesa, Colón
fue desposeído de sus cargos. Francisco de Bobadilla se encargó de capturar al
venal almirante, apodado el Faraón
por su despotismo, para su traslado, cargado de cadenas, a Castilla. La caída
en desgracia de Colón se debió a su desviamiento del ortograma imperial
marcado por los Reyes Católicos, que prohibía la reducción a la esclavitud de
los naturales, a los que se consideró súbditos. Si en su momento los bronces
colombinos se fundieron para reforzar la presencia de los italianos en la
sociedad norteamericana, su actual derribo supone un ataque al despliegue
imperial español en el Nuevo Mundo, entendido este desde coordenadas
negrolegendarias. De hecho, Colón no ha sido el único damnificado en efigie. A
su nombre hemos de sumar, por ejemplo, el de Ponce de León, que buscó, sin
éxito, la fuente de la eterna juventud. Del carácter hispanófobo de estos
ataques da cuenta el hecho de que la podemita Jéssica Albiach
se ha mostrado partidaria de desmontar el monumento erigido a Colón en una
ciudad, Barcelona, que debe mucho a los pingües dividendos que arrojó el tráfico
de esclavos
al que destacados clanes catalanes se entregaron.
Es innegable que en el Imperio
español existieron esclavos, sin embargo, no puede caracterizarse a este como netamente
esclavista,
pues en lo relativo a la población natural, las leyes, al margen de su estricta
obediencia -¿acaso alguna ley se cumple por el mero hecho de ser enunciada?-
buscaron siempre la protección de los indígenas. Ello no fue óbice para que en
1517, un lustro después de la aprobación de las Leyes de Burgos, y
contraviniendo estas, Francisco Hernández de Córdoba, que ya había acompañado a
Pedrarias, se echó al mar para capturar esclavos. Sin embargo, ya en ese tiempo
existían españoles esclavizados por unos indígenas que en absoluto responden al
idealizado retrato que de ellos hizo Las Casas. La realidad de lo españoles
esclavizados se plasmó en la Instrucción
que dio Diego Velázquez de Cuéllar a hernan Cortés, en la
que destaca el mandato de buscar a «seis cristianos captivos y los tienen por
esclavos y se sirven dellos en sus haciendas, que los tomaron muchos días ha de
una carabela que con tiempo forzoso por allí aportó perdida, que se cree que
alguno dellos debe ser Nicuesa, Capitán que el muy católico Rey don Femando, de
gloriosa memoria, mandó ir a Tierra Firme; y redimirlos será grandísimo
servicio de Dios Nuestro Señor y de Sus Altezas».
Iniciada la travesía, la primera
escala de la flota cortesiana se hizo en Cozumel, isla en la que fue rescatado Jerónimo
de Aguilar, natural de Écija, que llevaba allí desde 1511 como superviviente de
un naufragio. Durante aquel tiempo, había conseguido escapar de las manos de un
cacique que, según Bernal Díaz del Castillo, lo tuvo junto a otros españoles,
«en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda». Aguilar, que conservaba
un libro de horas que le sirvió para saber que el día de su retorno al orbe
cristiano, era miércoles, fue muy valioso, al convertirse en intérprete de
Cortés.
Ya en tierra firme, los españoles
tuvieron frecuentes contactos con los hombres esclavizador por los mayas. De
hecho, doña Marina formó parte de la ofrenda de una veintena de esclavas entregadas
a los barbudos tras la batalla de Centla. Nacida probablemente en Olutla, la
joven pertenecía a un distinguido linaje, algo que no fue obstáculo para su
venta como esclava a los mercaderes mexicas. Es muy posible que la niña, junto
a otros esclavos y a productos artesanos y agrícolas, viajara por vías
fluviales hasta Xicallanco, donde fue comprada por los mayas de Potonchan. Ya
en su marcha hacia Tenochtitlan, en Tlaxcala, los embajadores de Moctezuma,
tratando de frenar el avance hacia la capital del Imperio mexica, ofrecieron
un tributo anual de plata, piedras preciosas, esclavos, plumería y ropa de
algodón para el rey Carlos. La de Tlaxcala no fue la única oferta de mercancía
humana. Cerca del corazón mexica, en
Amecameca, los españoles fueron acogidos en las estancias de su cacique. Este,
tratando de congraciarse con tan exóticos como poderosos visitantes, les
entregó cuarenta esclavas y tres mil pesos de oro.
Una
vez dentro de la ciudad lacustre, Cortés y sus compañeros pudieron visitar el
fabuloso mercado de Tlatelolco, en el que el cacao y las mantas hacían las
veces de moneda. Al carecer de unidades de peso, las transacciones se hacían
por piezas y tamaños. En el gran tiánguez
se comerciaba con todo tipo de materias, productos y seres vivos. Entre ellos
los esclavos, que iban atados a unas varas largas a modo de colleras, y que se
valoraban en función de sus aptitudes. Sus habilidades para cantar o danzar, es
decir, para convertirse en gentes de placer, aumentaban su valor. Al ver a
aquellos hombres maniatados, Bernal evocó a los negros de Guinea con los que
comerciaban los portugueses.
A todos estos testimonios hemos de
sumar el de Gonzalo Fernández de Oviedo. En su Sumario de la natural historia de las Indias, el cronista, que participó en la
expedición de Pedrarias, dejó escritas estas palabras:
Las
diferencias sobre que los indios riñen y vienen a batalla son sobre cuál tendrá
más tierra y señorío, y a los que pueden matar matan, y algunas veces prenden y
los hierran, y se sirven de ellos por esclavos, y cada señor tiene su hierro
conocido; y así, hierran a los dichos esclavos, y algunos señores sacan un
diente de los delanteros al que toman por esclavo, y aquello es su señal.
Aquella realidad esclavista fue
incrementada por el propio Cortés que, ajustado a los cánones de la época,
esclavizó a los rebeldes marcándoles a fuego la mejilla con un hierro en forma
de G, letra con la que empieza la palabra «guerra». Los motivos para dejar esa
impronta en sus rostros, los dejó escritos Francisco López de Gómara. En
relación a lo sucedido en Tepeaca, dijo:
Cortés
les convidó con la paz otras muchas veces, y como no la quisieron, dioles
guerra muy de veras, […] y porque estuvieron muy rebeldes, hizo esclavos a los
pueblos que se hallaron en la muerte de aquellos doce españoles, y de ellos
sacó el quinto para el rey. Otros dicen que sin partido los tomó a todos, y
castigó así aquellos en venganza, y por no haber obedecido sus requerimientos,
por putos, por idólatras, porque comen carne humana, por rebeldía que tuvieron,
porque temiesen otros, y porque eran muchos, y porque, si así no los tratara,
luego se rebelaran. Como quiera que ello fue, él los tomó por esclavos, y a
poco más de veinte días que la guerra duró, domó y pacificó aquella provincia,
que es muy grande.
Ya
convertido en Marqués del Valle, el conquistador escribió a su primo, el licenciado
Francisco Núñez, pidiéndole que solicitara licencia al rey para llevar a sus
tierras «dos docenas de esclavos o esclavas moriscas del reino de Granada o de
otra parte que sepan criar seda para esprimentar cómo se podría criar sin que
pague derechos». Tres años después, a principios de 1533, en otra misiva
dirigida al mismo destinatario, le encargó la compra de quinientos esclavos
negros de entre quince y veinticinco años. La encargada de hacerle llegar
aquellas «piezas» en la Nueva España, fue la compañía alemana de la familia
Welser, representada por sus factores, Gerónimo Sailer y Enrique Ehinger.
Todos
estos ejemplos, y otros muchos que podrían exponerse, demuestran que tanto las
sociedades prehispánicas, hoy idealizadas por sus autoerigidos defensores, como
las sociedades europeas de hace medio milenio, disponían de esclavos. El
intento de establecer una línea filogenética entre aquellos hombres,
determinados por factores aristotélicos, económicos pero también egoístas, y
los racistas coetáneos, sólo es posible gracias a la existencia de un gran
número de individuos que,
convencidos de que los límites del mundo coinciden con los límites de sus
celulares, trabajan a favor de proyectos muy ajenos a lo capturado en sus
pantallas.
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