Libertad Digital, 6 de agosto de 2020:
La
rosaleda memoriohistoricista
Fiel a su cita anual, Pedro Sánchez
Pérez-Castejón lanzó este trino en la red Twitter:
Adelina, Carmen, Virtudes, Martina,
Blanca, Julia, Pilar, Dionisia, Ana, Luisa, Victoria, Elena y Joaquina. 13
mujeres inocentes, fusiladas por defender la democracia. Las #13Rosas son hoy
un símbolo de la lucha por la justicia y la libertad. Vuestros nombres nunca se
borrarán de la historia.
Desposeídas de sus apellidos por
motivos tan formales como propagandísticos, Adelina, Carmen, Virtudes… se
mueven entre lo familiar y lo simbólico pues, a decir del doctor que pernocta
en La Moncloa, la defensa de la justicia y la libertad fueron lo que condujo a
las inocentes muchachas a una suerte de martirologio laico. Inserto en una
estrategia, acaso diseñada por Redondo, el mensaje de Pedro Sánchez estuvo
acompañado en ese reñidero por algunos de sus más destacados palmeros. Propios
como la lacrimógena Lastra o el desabrido Ábalos, pero también socios de
coalición, con Iglesias y Montero a la cabeza, secundaron a Sánchez en su
ardoroso antifranquismo postmorten. El filón maniqueo abierto por ZP, aquel que
abismó a un Partido Popular que, preso de sus complejos, no se atrevió a
sellar, sigue dando buenos réditos en una sociedad, la española, capaz de
seguir polarizada por hechos ocurridos hace más de ocho décadas en un contexto
histórico que poco o nada tiene que ver con el actual.
La identificación con personajes y
causas del pasado es algo muy común. En el caso que nos ocupa, ello viene facilitado
por el hecho de que las jóvenes citadas pertenecían a la Juventud Socialista
Unificada (JSU), organización política que cristalizó el 1 de abril de 1936, cuando
se produjo la unión de la Juventud Socialista y la Juventud Comunista, cuya cúpula
directiva estaba compuesta por Santiago Carrillo, Trifón Medrano y Fernando
Claudín. Los objetivos fundacionales de la JSU eran nítidos: educar a las
nuevas generaciones en el espíritu de los principios del marxismo-leninismo. La
convergencia histórica de socialistas y comunistas ofrece, por lo tanto, una
magnífica oportunidad a los miembros del PSOE y de Unidas Podemos, que forman
parte del actual Gobierno, para recordar a quienes son tenidas por compañeras o
camaradas. Sin embargo, la identificación con las que se consideran víctimas
del franquismo, pues no en vano fueron ejecutadas meses después del victorioso
1 de abril de 1939 en el que el bando alzado alcanzó sus últimos objetivos
militares, exige, a nuestro juicio, un excesivo ejercicio de contorsionismo.
Si, como dice Sánchez, las 13 rosas, imagen identificativa de un PSOE que hace
tiempo se deshizo del puño con el que agarraba la flor en su logotipo, luchaban
por la democracia, cabe preguntarse qué semejanzas existen entre la democracia
a la que las chicas aspiraban y la que hoy gobierna un Presidente que, apenas
unas horas antes, había pronunciado estas palabras: «El Gobierno que yo presido
considera plenamente vigente el pacto constitucional». Un pacto en el que la
monarquía ocupa un papel central.
Convertida en fecha de obligado
recuerdo, es precisamente esta condición recordatoria, es decir, no histórica,
la que permite a Sánchez la fantasiosa revocación de una condena, pues las
fusiladas lo fueron después de la celebración de un juicio ante un tribunal.
Juan Pflüger, en su reciente Arderéis
como en el 36 (SND Editores, 2020), dedica a este episodio unas páginas en
las cuales la candorosa imagen ofrecida por el Gobierno y sus terminales mediáticas
queda seriamente comprometida. En ellas, Ana es Ana López Gallego y resulta ser
la responsable de la rama femenina de las JSU. Ana había tenido una destacada
participación en la organización de un atentado frustrado que debía realizarse
durante el Desfile de la Victoria. Sus potenciales víctimas eran los espectadores
de la exhibición marcial. Ana tenía como misión el transporte de explosivo,
empleando para ello a rosas de entre 15 y 17 años.
En el libro de Pflüger, la rosa Joaquina también aparece acompañada por sus apellidos. Joaquina López Laffite fue secretaria del Comité Provincial de las JSU. En su domicilio se organizaban reuniones en las que se tejió una red preparada para utilizar a jóvenes comunistas que, empleando sus encantos, debían intimar con falangistas y extraer información de los mismos para señalar
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