Libertad Digital, 23 de julio de 2020
Yuri
Gagarin. Memorias de un cosmonauta
En algunos de los obituarios
dedicados a Little Richard se incluyó
una anécdota, al parecer trascendental en el desarrollo de su carrera: el 4 de
octubre de 1957, después de un concierto en Sidney, el excéntrico roquero vio
cómo una gran bola de fuego cruzaba la noche australiana. El músico interpretó
aquella luz roja como una señal con la que Dios le pedía que abandonara su
estilo musical y su excesiva existencia y consagrara su vida a predicar la
palabra del Señor. Marcado por aquella visión, Richard Wayne Penniman dio un
giro a su carrera. A partir de entonces, convertido en ministro pentecostal, la
imagen de Little Richard subido a un
escenario acompañado por una biblia, fue frecuente. Sin embargo, nada había de
divino en aquella visión littlerichardiana. Antes al contrario, quienes
trazaron aquella parábola rojiza eran precisamente los cultivadores del ateísmo
científico. La esfera metálica tenía incluso un nombre. Se trataba del Spútnik
1, primer satélite artificial de la historia lanzado por los soviéticos.
Cuando se cumplen quinientos años de
la primera circunnavegación, parece oportuno recordar el primer viaje alrededor
del planeta llevado a cabo por el cosmonauta Yuri Gagarin, cuyas memorias fueron
publicadas en España en 2017 por la editorial pamplonica Templando el Acero. En
poco más de doscientas páginas, Gagarin reconstruye su vida desde su infancia
en la aldea de Smolensk a su cénit vital, cuando giró alrededor de la Tierra.
El hijo del campesino Alexéi Ivánovich Gagarin, convertido en carpintero, y de
la ordeñadora Ana Timoféievna, nació el 9 de marzo de 1934 en un koljós descrito
como idílico, cuya armonía fue quebrada por la ofensiva fascista –término
empleado en la traducción- alemana. Aquellos bélicos días dejaron en el joven
Yuri una honda huella: la fascinación por las aeronaves. Aferrado a la idea de
convertirse en piloto, Gagarin, modelo de hombre politécnico entregado al culto
a Lenin, que no a un Stalin que no aparece en unas memorias marcadas por los
efectos de la desestalinización, fue superando niveles académicos hasta su
envío a Moscú para trabajar en una fábrica de máquinas agrícolas. Así fue como Gagarin,
alojado en una casa de madera compartida con quince personas, se convirtió en
fundidor, teniendo siempre como modelo a la generación revolucionaria, aquella
cuyo ejemplo «exigía sacrificios y heroísmo constante». Desde ese primer
destino, nuestro hombre pasó a la escuela industrial de Sarátov, donde
perfeccionó su formación después de ayudar en la recolección de la cosecha del
koljós. Integrado en las estructuras del Komsomol -organización juvenil del
Partido Comunista de la U.R.S.S.-, el joven se miraba en el espejo, lleno del
brillo de las condecoraciones, de los excombatientes soviéticos.
«Los estudios en la escuela técnica
seguían su marcha normal. Pero bastaba que oyera el zumbido de un avión en el
cielo, o que me encontrar con un aviador en la calle, para que enseguida sintiera
algo cálido en el alma». En esta confesión se concentra el sentir de Gagarin a
principios de 1955, cuando comenzó a formarse como aviador en el aeródromo de
Sarátov. Allí se estrenó como paracaidista antes de hacerse con los mandos de
un Yak-18, instruido por héroes de la aviación soviética como Serguei Ivánovich
Safrónov. Pronto, el nuevo piloto comenzó a volar solo, si bien, esa soledad no
era completa. «¿Pero de qué soledad puede hablarse en el caso del piloto de
pruebas soviético, cuando detrás de él hay fuerzas tales como el partido, como
el trabajo creador de todo nuestro pueblo?», se pregunta Gagarin.
Decidido a seguir con su carrera de
aviador militar, el siguiente destino fue la esteparia Orenburg. Allí, Gagarin
comenzó a acariciar la idea de convertirse en cosmonauta, influenciado por el
académico Sedov, que en una entrevista para Pravda
habló de los vuelos hacia el espacio. El recorte del periódico acompañó al
disciplinado Yuri, que el 8 de enero de 1956 hizo su juramento militar. Si
Richard creyó ver una señal divina en el firmamento australiano, Gagarin
confiesa que durante la ceremonia vio frente a él a Lenin contemplándole con
los ojos entornados. «Ser siempre y en todo como Vladimir Ilich es lo que me
había enseñado mi familia, la escuela, el destacamento de pioneros, el
Komsomol… Ahora prestábamos el juramento de fidelidad al pueblo, al Partido
Comunista, a la Patria, y parecía como que Lenin escuchaba nuestra promesa de
soldados de ser honrados, valerosos, disciplinados, estar siempre alerta,
guardar rigurosamente el secreto militar y estatal, cumplir incondicionalmente
todos los reglamentos militares y las órdenes de los comandantes y jefes». La
idolatría leninista y el patriotismo marcaban los días de un Gagarin al que el
lanzamiento del primer Spútnik conmovió. En las memorias, el relato de su boda
con la camarada Valia, apenas interrumpe la reconstrucción de su proceso de
conversión en cosmonauta. A partir de ese momento, los hitos estelares se
suceden.
El 3 de noviembre de 1957, la perra
Laika fue el primer animal que abandonó nuestro planeta a bordo de un segundo
satélite al que siguieron otros. La euforia de Gagarin, lector de La nebulosa de Andrómeda, de Iván
Efremov, era incontenible. Ambos creían en la inminente victoria del comunismo
en la tierra, acompañada por el dominio del cosmos. Candidato a la integración
en el Partido Comunista durante el XXI Congreso, Gagarin, padre de una niña a
la que llamó Elena, enfiló su última etapa formativa. Sometido a innumerables
pruebas médicas, Gagarin, junto a sus compañeros, sucedió en los estudios a los
ya realizados en animales. Bajo el influjo pavloviano, los soviéticos emplearon
perros, en contraposición con la elección de roedores y primates por parte de
los norteamericanos.
Encauzada su vida personal y
profesional, quedaba pendiente su ingreso en el Partido Comunista. Después de
recibir los informes favorables de sus superiores, Gagarin solicitó su ingreso
en el PCUS. El 16 de junio de 1960 fue invitado a una reunión del partido en la
que desgranó su biografía. Un mes más tarde, recibió el carnet rojo del partido
con el número 08909627 y una recomendación: conducirse siempre como Lenin. Apenas
dos meses después, el 19 de agosto de 1960, las perras Strielka y Bielka
describieron dieciocho espirales sobre el globo terrestre, antes de su regreso
a la Tierra. Antes de concluir el año, el 1 de diciembre, despegó otra nave con
las perras Pchiolka y Mushka a bordo. A estos canes, que perdieron la vida en
el fallido regreso, le siguió la perra Chernushka, que viajó acompañada por un
maniquí. Las condiciones para que un hombre sucediera a aquellos canes, estaban
dadas. A los aspectos puramente tecnológicos, se sumaban componentes
ideológicos. Gagarin afirma en sus memorias, que aquel éxito sería «el triunfo
de la política pacífica de nuestro pueblo, la victoria de todos los hombres
amantes de la paz de la Tierra». Una paz, naturalmente, soviética. Al otro lado
del Telón de Acero, la publicación en
Life del lanzamiento al cosmos de un chimpancé desde Cabo Cañaveral, junto
a la elección de siete astronautas norteamericanos, acortó los plazos del
proyecto soviético.
En un contexto aparentemente tan
aséptico, la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre, jugó un
importante papel. Gagarin incluye en su relato estas líneas:
Según la teoría de las
probabilidades, existen millones de planetas análogos a nuestra tierra donde
hay vida biológica. Ya Giordano Bruno, gran pensador del pasado, había
expresado la idea acerca la pluralidad de los mundos poblados por seres vivos.
Esta idea audaz fue desarrollada y
difundida por el genial sabio ruso Mijaíl Lomonósov. En numerosos planetas,
según toda probabilidad, hay seres pensantes que poseen una historia mucho más
antigua y se encuentran quizá en un nivel de desarrollo más alto que los
hombres.
Finalmente,
el 12 de abril de 1961, la nave espacial Vostok 1 despegó desde el cosmódromo
de Baikonur. En su interior iba un solo hombre, el Cosmonauta Número Uno: Yuri
Gagarin, que experimentó una sensación similar a la descrita por el poeta
futurista Marinetti cuando se acercó hacia la nave espacial: «ante mí se
hallaba no sólo una magnífica creación de la técnica, sino también una
impresionante producción del arte».
Durante el viaje, las imágenes, los
recuerdos y muchos interrogantes se agolparon en la mente de Gagarin. A 28.000
kilómetros por hora, la nave salió de la sombra y atravesó los colores del arco
iris. Al pasar por el Cabo de Hornos, comunicó: «Me siento bien. Los
instrumentos funcionan con precisión». A las 10.55 h., el Vostok, después de
circundar el globo terrestre, descendió sobre un campo arado del koljós, El camino leninista, al suroeste de
Smelovk. Al pisar tierra, Gagarin vio a una mujer y a una niña, paradas junto a
un ternero. La imagen, evocadora de su infancia, se desvaneció pronto.
Agasajado por Jruschov y por Brezhnev, recibió la Orden de Lenin y la Estrella
de Oro de Héroe de la Unión Soviética. En un ambiente cargado de esperanzas
pero también de temores nucleares, Gagarin escuchó la voz del Partido:
Muchos otros hombres soviéticos
volarán por las rutas desconocidas del cosmos, lo estudiarán, seguirán
descubriendo los misterios de la naturaleza, para ponerlos al servicio del
hombre, de su bienestar, de la causa de la paz.
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