domingo, 4 de octubre de 2020

Yuri Gagarin. Memorias de un cosmonauta

 Libertad Digital, 23 de julio de 2020

https://www.clublibertaddigital.com/ideas/sala-lectura/2020-07-23/ivan-velez-yuri-gagarin-memorias-de-un-cosmonauta-91296/

Yuri Gagarin. Memorias de un cosmonauta

            En algunos de los obituarios dedicados a Little Richard se incluyó una anécdota, al parecer trascendental en el desarrollo de su carrera: el 4 de octubre de 1957, después de un concierto en Sidney, el excéntrico roquero vio cómo una gran bola de fuego cruzaba la noche australiana. El músico interpretó aquella luz roja como una señal con la que Dios le pedía que abandonara su estilo musical y su excesiva existencia y consagrara su vida a predicar la palabra del Señor. Marcado por aquella visión, Richard Wayne Penniman dio un giro a su carrera. A partir de entonces, convertido en ministro pentecostal, la imagen de Little Richard subido a un escenario acompañado por una biblia, fue frecuente. Sin embargo, nada había de divino en aquella visión littlerichardiana. Antes al contrario, quienes trazaron aquella parábola rojiza eran precisamente los cultivadores del ateísmo científico. La esfera metálica tenía incluso un nombre. Se trataba del Spútnik 1, primer satélite artificial de la historia lanzado por los soviéticos.

            Cuando se cumplen quinientos años de la primera circunnavegación, parece oportuno recordar el primer viaje alrededor del planeta llevado a cabo por el cosmonauta Yuri Gagarin, cuyas memorias fueron publicadas en España en 2017 por la editorial pamplonica Templando el Acero. En poco más de doscientas páginas, Gagarin reconstruye su vida desde su infancia en la aldea de Smolensk a su cénit vital, cuando giró alrededor de la Tierra. El hijo del campesino Alexéi Ivánovich Gagarin, convertido en carpintero, y de la ordeñadora Ana Timoféievna, nació el 9 de marzo de 1934 en un koljós descrito como idílico, cuya armonía fue quebrada por la ofensiva fascista –término empleado en la traducción- alemana. Aquellos bélicos días dejaron en el joven Yuri una honda huella: la fascinación por las aeronaves. Aferrado a la idea de convertirse en piloto, Gagarin, modelo de hombre politécnico entregado al culto a Lenin, que no a un Stalin que no aparece en unas memorias marcadas por los efectos de la desestalinización, fue superando niveles académicos hasta su envío a Moscú para trabajar en una fábrica de máquinas agrícolas. Así fue como Gagarin, alojado en una casa de madera compartida con quince personas, se convirtió en fundidor, teniendo siempre como modelo a la generación revolucionaria, aquella cuyo ejemplo «exigía sacrificios y heroísmo constante». Desde ese primer destino, nuestro hombre pasó a la escuela industrial de Sarátov, donde perfeccionó su formación después de ayudar en la recolección de la cosecha del koljós. Integrado en las estructuras del Komsomol -organización juvenil del Partido Comunista de la U.R.S.S.-, el joven se miraba en el espejo, lleno del brillo de las condecoraciones, de los excombatientes soviéticos.

            «Los estudios en la escuela técnica seguían su marcha normal. Pero bastaba que oyera el zumbido de un avión en el cielo, o que me encontrar con un aviador en la calle, para que enseguida sintiera algo cálido en el alma». En esta confesión se concentra el sentir de Gagarin a principios de 1955, cuando comenzó a formarse como aviador en el aeródromo de Sarátov. Allí se estrenó como paracaidista antes de hacerse con los mandos de un Yak-18, instruido por héroes de la aviación soviética como Serguei Ivánovich Safrónov. Pronto, el nuevo piloto comenzó a volar solo, si bien, esa soledad no era completa. «¿Pero de qué soledad puede hablarse en el caso del piloto de pruebas soviético, cuando detrás de él hay fuerzas tales como el partido, como el trabajo creador de todo nuestro pueblo?», se pregunta Gagarin.

            Decidido a seguir con su carrera de aviador militar, el siguiente destino fue la esteparia Orenburg. Allí, Gagarin comenzó a acariciar la idea de convertirse en cosmonauta, influenciado por el académico Sedov, que en una entrevista para Pravda habló de los vuelos hacia el espacio. El recorte del periódico acompañó al disciplinado Yuri, que el 8 de enero de 1956 hizo su juramento militar. Si Richard creyó ver una señal divina en el firmamento australiano, Gagarin confiesa que durante la ceremonia vio frente a él a Lenin contemplándole con los ojos entornados. «Ser siempre y en todo como Vladimir Ilich es lo que me había enseñado mi familia, la escuela, el destacamento de pioneros, el Komsomol… Ahora prestábamos el juramento de fidelidad al pueblo, al Partido Comunista, a la Patria, y parecía como que Lenin escuchaba nuestra promesa de soldados de ser honrados, valerosos, disciplinados, estar siempre alerta, guardar rigurosamente el secreto militar y estatal, cumplir incondicionalmente todos los reglamentos militares y las órdenes de los comandantes y jefes». La idolatría leninista y el patriotismo marcaban los días de un Gagarin al que el lanzamiento del primer Spútnik conmovió. En las memorias, el relato de su boda con la camarada Valia, apenas interrumpe la reconstrucción de su proceso de conversión en cosmonauta. A partir de ese momento, los hitos estelares se suceden.

            El 3 de noviembre de 1957, la perra Laika fue el primer animal que abandonó nuestro planeta a bordo de un segundo satélite al que siguieron otros. La euforia de Gagarin, lector de La nebulosa de Andrómeda, de Iván Efremov, era incontenible. Ambos creían en la inminente victoria del comunismo en la tierra, acompañada por el dominio del cosmos. Candidato a la integración en el Partido Comunista durante el XXI Congreso, Gagarin, padre de una niña a la que llamó Elena, enfiló su última etapa formativa. Sometido a innumerables pruebas médicas, Gagarin, junto a sus compañeros, sucedió en los estudios a los ya realizados en animales. Bajo el influjo pavloviano, los soviéticos emplearon perros, en contraposición con la elección de roedores y primates por parte de los norteamericanos.

            Encauzada su vida personal y profesional, quedaba pendiente su ingreso en el Partido Comunista. Después de recibir los informes favorables de sus superiores, Gagarin solicitó su ingreso en el PCUS. El 16 de junio de 1960 fue invitado a una reunión del partido en la que desgranó su biografía. Un mes más tarde, recibió el carnet rojo del partido con el número 08909627 y una recomendación: conducirse siempre como Lenin. Apenas dos meses después, el 19 de agosto de 1960, las perras Strielka y Bielka describieron dieciocho espirales sobre el globo terrestre, antes de su regreso a la Tierra. Antes de concluir el año, el 1 de diciembre, despegó otra nave con las perras Pchiolka y Mushka a bordo. A estos canes, que perdieron la vida en el fallido regreso, le siguió la perra Chernushka, que viajó acompañada por un maniquí. Las condiciones para que un hombre sucediera a aquellos canes, estaban dadas. A los aspectos puramente tecnológicos, se sumaban componentes ideológicos. Gagarin afirma en sus memorias, que aquel éxito sería «el triunfo de la política pacífica de nuestro pueblo, la victoria de todos los hombres amantes de la paz de la Tierra». Una paz, naturalmente, soviética. Al otro lado del Telón de Acero, la publicación en Life del lanzamiento al cosmos de un chimpancé desde Cabo Cañaveral, junto a la elección de siete astronautas norteamericanos, acortó los plazos del proyecto soviético.

            En un contexto aparentemente tan aséptico, la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre, jugó un importante papel. Gagarin incluye en su relato estas líneas:

 

Según la teoría de las probabilidades, existen millones de planetas análogos a nuestra tierra donde hay vida biológica. Ya Giordano Bruno, gran pensador del pasado, había expresado la idea acerca la pluralidad de los mundos poblados por seres vivos.

Esta idea audaz fue desarrollada y difundida por el genial sabio ruso Mijaíl Lomonósov. En numerosos planetas, según toda probabilidad, hay seres pensantes que poseen una historia mucho más antigua y se encuentran quizá en un nivel de desarrollo más alto que los hombres.

 

Finalmente, el 12 de abril de 1961, la nave espacial Vostok 1 despegó desde el cosmódromo de Baikonur. En su interior iba un solo hombre, el Cosmonauta Número Uno: Yuri Gagarin, que experimentó una sensación similar a la descrita por el poeta futurista Marinetti cuando se acercó hacia la nave espacial: «ante mí se hallaba no sólo una magnífica creación de la técnica, sino también una impresionante producción del arte».

            Durante el viaje, las imágenes, los recuerdos y muchos interrogantes se agolparon en la mente de Gagarin. A 28.000 kilómetros por hora, la nave salió de la sombra y atravesó los colores del arco iris. Al pasar por el Cabo de Hornos, comunicó: «Me siento bien. Los instrumentos funcionan con precisión». A las 10.55 h., el Vostok, después de circundar el globo terrestre, descendió sobre un campo arado del koljós, El camino leninista, al suroeste de Smelovk. Al pisar tierra, Gagarin vio a una mujer y a una niña, paradas junto a un ternero. La imagen, evocadora de su infancia, se desvaneció pronto. Agasajado por Jruschov y por Brezhnev, recibió la Orden de Lenin y la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética. En un ambiente cargado de esperanzas pero también de temores nucleares, Gagarin escuchó la voz del Partido:

Muchos otros hombres soviéticos volarán por las rutas desconocidas del cosmos, lo estudiarán, seguirán descubriendo los misterios de la naturaleza, para ponerlos al servicio del hombre, de su bienestar, de la causa de la paz.


No hay comentarios: