Reseña escrita por Leoncio González Hevia publicada en Cuenca News. Lunes 27 de agosto de 2012:
http://www.cuencanews.es/index.php?option=com_content&view=article&id=19544:agua-maquinas-y-hombres-en-la-espana-preindustrial-de-ivan-velez-cipriano&catid=39:opinion&Itemid=556
Agua, máquinas y hombres en la España preindustrial, de Iván Vélez Cipriano
Junto con la Teoría de las Instituciones y las Ceremonias, emplea Vélez la Teoría del Espacio Antropológico, un sistema clasificatorio de relaciones asimilable a un triedro compuesto por un eje radial formado por las relaciones entre los hombres y las entidades impersonales; un eje circular constituido por las relaciones de hombres con hombres; y un eje angular al que referimos las relaciones entre hombres, y entidades finitas y corpóreas a las que se les atribuye voluntad, tales como animales o númenes.
Las instituciones industriales a las que Vélez se enfrenta, tienen un fuerte componente radial, por cuanto transforman elementos inanimados, pero en dichos procesos el elemento circular es indispensable, por la necesaria colaboración entre los operarios, depositarios y transmisores de las técnicas de trabajo; finalmente, la presencia de las bestias, bien en el acarreo de materias o en el uso de su fuerza, propicia la aparición de relaciones angulares establecidas entre animales que en absoluto son máquinas, y hombres.
El campo de trabajo de Vélez lo constituyen aquellas industrias que alcanzaron su mayor desarrollo antes de las Revoluciones Industriales, que, con el vapor y el carbón como principales protagonistas energéticos, desplazaron en gran medida a las clásicas fuentes energéticas hasta entonces empleadas.
La irrupción de estas últimas provocó el inicio de diversos estudios clasificatorios de las diversas etapas tecnológicas. En este sentido, cita Vélez la obra de Carlos Babbage, quien en su Tratado de Mecánica práctica y Economía Política hace un repaso exhaustivo de útiles y máquinas. El libro de Babbage encontró un siglo más tarde continuidad en la ya clásica obra de Lewis Mumford, Técnica y civilización. En dicho libro Mumford distingue tres fases tecnológicas, basadas precisamente en el empleo sucesivo de diversas fuentes energéticas; la primera de ellas, llamada fase eotécnica, que protagoniza el libro de Vélez, viene dada por el uso del viento y el agua como fuentes energéticas. Complementario a la clasificación de Mumford, Samuel Lilley ensaya otro análisis, que interesa precisamente por su capacidad de reformulación desde la Teoría del Espacio Antropológico que Vélez emplea; para Lilley, la sucesión de etapas vendría a ser una primera revolución industrial caracterizada por el empleo de una fuente energética circular; una segunda revolución en la que se percibe la sustitución de la fuerza humana y animal por otras fuentes impersonales de energía, tales como el viento o el vapor, razón por la cual los molinos hidráulicos los ubica Vélez en los inicios de este período, o lo que es lo mismo, por la influencia de elementos radiales; y una tercera revolución caracterizada por el perfeccionamiento de estas tecnologías.
En cuanto a la institución mecánica que con más frecuencia nos encontramos a lo largo de este trabajo, ésta es sin duda la llamada «rueda vitruviana». El militar romano Marco Vitruvio Pollio recogió una larga tradición cuyo más directo precedente se sitúa en el molino griego, de eje vertical. En Roma, la introducción del eje horizontal y la rueda vertical supuso una verdadera revolución; de pasar inicialmente bajo la rueda, el flujo de agua cambió para impulsarla desde arriba, hecho que motivó la aparición de presas o cubos donde se almacenaba el agua que se conducía al molino por medio de caces o canales. Los ingenios hidráulicos experimentaron su mayor auge a partir del Medievo; el empleo de la fuerza motriz de las corrientes de agua alimentó martinetes, batanes, molinos, serrerías, tenerías o pulidoras de metal, preparando el terreno para el cambio a una nueva fase tecnológica presidida por el carbón.
El perfeccionamiento técnico antedicho precede al cierre categorial de la Hidráulica, hecho nada extraordinario si tenemos en cuenta que la ciencia nace a partir de técnicas previas que posteriormente son sistematizadas; así, en el caso de la Hidráulica, los sistemas de riego y de conducción de aguas, como revelan las ruinas de antiquísimas ciudades como Mohenjo Daro, ya estaban ampliamente desarrollados.
Ruedas, norias, azudas y aceñas, y presas, son capítulos que se conciben como un mero preámbulo de los siguientes, sirviendo ambos como someras descripciones de diversas instituciones ingenieriles que forman parte de otras de mayor escala. Un denominador común del trabajo que Vélez acomete en esta obra, es la presencia en casi todos los capítulos, de ruedas hidráulicas empleadas para aprovechar la fuerza del agua, con el fin de realizar diversos trabajos. Dichas ruedas, sin embargo, se despliegan en diferentes formas que buscan unos resultados específicos, dependiendo del complejo mecánico en que se integren. De este modo, nos encontramos con una variedad de ruedas sobre las que Vélez trata en su obra.
Al hilo del epígrafe sobre los trapiches, donde cita la industria del cuero, trata Vélez de ésta en el epígrafe sobre los tundidores. De orígenes remotos, e imprescindible para la confección de multitud de envases, prendas de vestir, etcétera, la piel curtida fue un material omnipresente en las sociedades preindustriales.
En cada capítulo, a la palabra escrita añade Vélez fotografías de ejemplos existentes y algunos dibujos esquemáticos preciosos que ayudan a obtener una mejor comprensión del texto. Una amplia mayoría de estas imágenes son obra del propio Vélez.
Maderadas, almadías, y neveros o heleros, son solo otros de los asuntos tratados por Vélez en esta joya de libro, con una precisión analítica, un saber hacer en el arte de escribir, y una erudición, que asustan.
Maderadas, almadías, y neveros o heleros, son solo otros de los asuntos tratados por Vélez en esta joya de libro, con una precisión analítica, un saber hacer en el arte de escribir, y una erudición, que asustan.
Leoncio González Hevia
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