http://www.nodulo.org/ec/2010/n103p13.htm
El Catoblepas • número 103 • septiembre 2010 • página 13
La pax hispanica de Óscar Mazín
Iván Vélez
Sobre el libro Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, El Colegio de México, México 2007
Óscar Mazín Gómez, profesor-investigador integrado en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y director de la prestigiosa revista Historia Mexicana, publicó en 2005, y en lengua francesa, su obra: L´Amérique espagnole: XVIe-XVIIIe siècles. (Les Belles Lettres, París), posteriormente traducida al español bajo el título: Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia (El Colegio de México, México D.F., 2007).
Mazín, por tanto, desarrolla su trabajo dentro de una de las más importante instituciones académicas de México, heredera directa del histórico Ateneo de la Juventud: El Colegio de México, así llamado desde 1940, y que, según palabras de Ismael Carvallo Robledo, constituye una extensión del susodicho Ateneo de la Juventud, bien que con un nombre inicial distinto al actual, nombre que fue debido a la gran representación de exiliados españoles que escapaban de la Guerra Civil, pues su fundación se produjo en 1938: En efecto, el ahora Colegio de México, nacería con el rótulo de Casa de España{1}. Demos la palabra al propio Carvallo:
«El Colegio de México (COLMEX) –en sus inicios Casa de España– es, sin duda ninguna, una de las instituciones académicas de mayor prestigio en el país. Habiendo nacido como resultado de una coyuntura de todo punto singular (como proyecto de acogida de científicos e intelectuales españoles que, al ser republicanos, tuvieron que dejar España durante la guerra civil: La Casa de España, ni más ni menos), esta institución, junto con la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y el Fondo de Cultura Económica (FCE), aparece hoy en día como uno de los pilares fundamentales que, tanto desde el punto de vista intelectual, como desde el punto de vista político-ideológico, vertebran la vida pública nacional.»{2}
Así, El Colegio de México (COLMEX), que heredará –tomamos de nuevo las palabras de Carvallo– rasgos propios de los ateneos españoles, se situará entre otros grandes proyectos mexicanos nacidos durante el mandato de Lázaro Cárdenas.
Si en su origen la Casa de España acogió a un nutrido de españoles, esta homogeneidad nacional primigenia se fue diluyendo, para dar paso –el cambio de nombre, de Casa de España a El Colegio de México, es sintomático– a personalidades mexicanas y, con posterioridad, organizar su estructura en torno a diversos Centros de Estudios que en principio fueron tres: históricos, sociales y filológicos, para más tarde, irse ampliando. Por lo que respecta a este trabajo, es el primero de ellos, el Centro de Estudios Históricos el que, por razones obvias, más nos interesa, pues a él pertenece el propio Óscar Mazín, autor del libro que reseñaremos más abajo.
Para finalizar esta pincelada histórica del COLMEX, añadiremos que el citado Centro de Estudios Históricos en él integrado, fue fundado en 1941 por Silvio Zavala, mexicano de nación que, no obstante, debería gran parte de su formación a su estancia en España, donde tomó contacto, entre otros, con Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz.
Ocupémonos ahora del libro de Óscar Mazín que motiva este trabajo. Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, es una obra que se inserta en algunas de principales líneas trazadas por El Colegio de México desde su misma fundación, y ello, no por tratarse de una obra dedicada a cantar las glorias hispanas que, de este modo, tratara de congraciase con sus hispanos fundadores de hace ahora más de siete décadas, sino porque citado libro, de medido equilibrio entre la divulgación y la erudición, responde al rigor que se pretendía obtener de los trabajos realizados en dicha institución.
Estructuralmente, la obra se divide en dos partes: la primera de ella, «Iberoamérica o las Indias Occidentales», está destinada a tratar sobre los hechos fundamentales acaecidos entre el comienzo de la conquista de las tierras americanas por parte de los españoles y el inicio de los procesos de independencias que darían lugar a las nuevas naciones hispanas. Al margen de los episodios bélicos de la conquista, los aspectos urbanísticos, el complejo mundo donde coexistían diversas razas, las instituciones políticas y sociales, y la vida económica de Iberoamérica –pues Brasil no se queda fuera del foco de Óscar Mazín– serán analizados en este primer bloque. La segunda parte: «El hombre de las indias occidentales», atiende a aspectos más antropológicos que históricos, pues en este bloque se hablará de religión, literatura, juego, vestido, alimentación, etc. El volumen se cierra con unos útiles anexos bibliográficos, genealógicos y un detallado índice onomástico.
Hecha esta esquemática descripción, pasemos ahora a abordar la crítica de la obra. Por lo que respecta a la primera parte, el autor traza las líneas maestras de la conquista, dividiendo la acción de ésta en los territorios que pasarían a constituirse como los dos principales virreinatos: Nueva España y Perú, con la Ciudad de México y Lima, como ciudades representativas de una bicefalia política que de forma explícita es tratada como tal. En torno a estas dos ciudades, insertas en una gran red urbana gobernada por cabildos y audiencias a menudo en pugna, las Indias se irán incorporando a la monarquía católica hasta alcanzar lo que Mazín, quien no tiene remilgos –contra las extravagantes interpretaciones en clave indigenista que resuelven el asunto apelando al mantra del genocidio– en emplear conceptos como «conquista» o «imperio», plantea el avance de los españoles en alianza con los pueblos sometidos por los dos imperios, azteca e inca, preexistentes, hasta alcanzar lo que él denomina, con gran acierto, pax hispanica, ligada a una idea de civilización sustentada en la construcción de ciudades y en la implantación de diversas instituciones ya operantes en la España peninsular. Una paz que, además, se hacía contra terceros:
«La larga pax hispanica parece más relevante cuando nos percatamos de que las Indias Occidentales fueron objeto de la codicia de otras potencias europeas desde la segunda mitad del siglo XVI.» (págs. 98.)
Cortando, por otra parte, las posibilidades de que los europeos emplearan las mismas estrategias puestas en marcha durante la conquista de los territorios americanos por parte de los españoles, marcadas, insistimos, por las alianzas con los pueblos indígenas sometidos:
«El envío de un ejército regular a Santiago de Chile para luchar contra los araucanos pretendió, además, impedir que las potencias europeas pactaran alianzas con los indios.» (pág. 98.)
Mazín, en la confección del concepto pax hispanica, ejerce la idea de Imperio, incorporando la guerra, cimiento de dicha paz, de un orden, en suma, impuesto por el vencedor. Al igual que en el caso de Roma, España impondría su particular paz, en el contexto de lo que denominamos imperio generador{3}, cuyas manifestaciones son patentes en la segunda mitad del libro al que nos estamos refiriendo. La incorporación de los indios a la Corona, a menudo manteniendo su anterior estatus, opera como prueba a favor de esta calificación. El propio historiador mexicano, así lo explica, estableciendo claras diferencias entre la actuación de españoles e ingleses:
«La sangre española asimilaba las demás sangres “de la misma forma que el mercurio purifica la plata”, según expresión del cronista dominico de finales del siglo XVII fray Juan de Meléndez, O. P. Consecuentemente, los españoles lavaban con su sangre las taras “naturales” de los indios. Fue ésta una de las grandes diferencias con respecto a los anglosajones que se establecieron por la misma época al norte del continente, pues en las Indias una sola gota de sangre “blanca” los hacía blancos.» (pág. 77.)Completando la caracterización del imperio español, Mazín añade un atributo esencial en la monarquía católica o hispánica, su intención, ya presente en el mismo inicio de su despliegue más allá de los límites de la Península, de llevar a cabo una verdadera globalización civilizadora:
«Se trataba de una inmensa red, la primera verdaderamente a escala mundial» (pág. 109.)
El final de esta primera parte, trata aspectos relativos a la capa basal, con especial atención a la minería limeña, de la sociedad hispana, coincidiendo en este punto, con las tesis que Sánchez Albornoz{4} sostuvo para explicar la precariedad industrial de la España imperial. La monarquía católica, incluso desde los tiempos de la España de la Reconquista, debido precisamente a su ideal marcado por la recuperación del terreno perdido tras la invasión sarracena, exportará materias primas a otras potencias europeas, e importará productos manufacturados.
Por último, y pese a que las guerras de independencia se escapan del período acotado por el autor, Óscar Mazín evita la manida interpretación de las mismas según la cual, las naciones americanas –naciones que, por otro lado, eran inexistentes antes de los complejos procesos independentistas– se sacudirían el yugo español. Así es, según podemos leer en: Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, los cambios introducidos por la dinastía Borbón, su centralismo impulsado por una burocratización europea, produciría fricciones con otros súbditos de la Corona que ya atesoraban mucho poder: los criollos, que veían así frustrados gran parte de sus anhelos de poder en tierra americana. Las revueltas de los gachupines o los chapetones, serían el resultado, constituyendo un preámbulo de las guerras de independencia, y teniendo la forma de unas revueltas civiles e internas al Imperio.
La segunda parte del libro, titulada «El hombre de las Indias Occidentales», trata aspectos alejados de la alta política. De carácter eminentemente descriptivo, este segundo bloque se ajusta al tipo de vida llevado a cabo en los virreinatos, deteniéndose especialmente en asuntos centrales como es el de la religión, pues no en vano, la materia objeto de estudio son la Indias Occidentales, incorporadas a partir del proyecto de los Reyes Católicos, proyecto que contaría con el beneplácito, en forma de bulas, del Papa Alejandro VI. De este modo, son tratadas en extenso, las órdenes religiosas, tan importantes en el inicio de la conquista, hasta el punto de interferir, en ocasiones con los programas políticos que se trataban de implantar desde la propia Corona. Mazín, empleando materiales artísticos, dedica un amplio espacio a las relaciones entre la religión católica venida de España, y los restos de religiosidades preexistentes. En este sentido, resulta del mayor interés la iconografía aportada, verdadera hibridación de cultos y representaciones.
Asuntos centrales como el episodio de la aparición de la Virgen a Juan Diego, con la posterior implantación del culto a la Virgen de Guadalupe en México, serán inexcusables, así como su correlato limeño, representado por la Virgen de la Candelaria. Se trata, en suma, de una suerte de patrimonialización indígena del culto mariano que perdura hasta nuestros días, identificándose con sus respectivas naciones hasta cotas inimaginables.
Del mismo modo, el factor urbano, aparecerá una y otra vez en este último tramo, pues en las urbes es donde aparecerán imprentas, universidades, bibliotecas, teatros, y en definitiva, todas las manifestaciones artísticas de estos siglos que protagonizan la segunda parte de la obra. Por todo ello, la arquitectura, a la que se incorporarán diversas artes plásticas, será cuidadosamente tratada, tanto en lo que respecta a edificios religiosos, como a edificios aúlicos, palaciegos e incluso viviendas.
El libro concluye, aportando interesantes y numerosos datos relacionados con la vida doméstica, atendiendo, por tanto a aspectos tan dispares como el estatus de las razas, el tipo de familia, la moral, el matrimonio –institución monógama que vendría a acabar con la poligamia prehispánica–, la sexualidad, el vestido ...
En definitiva, Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, al margen de su innegable y útil didactismo, se inserta en una línea historiográfica que, sin recaer en las tan manidas interpretaciones etnicistas, alejada de una ramplona visión que presenta el Imperio Español como la relación entre españoles peninsulares y americanos explotados, emplea ideas de gran potencia y fecundidad. Entre ellas, insistimos, la apelación a una pax hispanica o el empleo de una idea imperio basado en ciudades que incorporan, lógicamente dentro de los esquemas propios del Antiguo Régimen, a la población indígena, abren interesantes vías que convergen con el análisis histórico, llevado a cabo desde las posiciones materialistas, del Imperio español, y en general con una concepción de la Historia marcada por la conflictiva dialéctica entre imperios, que se alza frente a diversas ideologías, de acusado espiritualismo, operantes en la actualidad.
Obras como la debida a Óscar Mazín, actualizan, según nos parece, uno de los objetivos que una institución tan prestigiosa como El Colegio de México debiera tener. En efecto, Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, lejos de todo localismo o patrioterismo, no es un trabajo ni mexicano ni español, sino hispano. Vaya desde aquí nuestra felicitación a su autor.
Notas
{1} En lo referente a la historia de El Colegio de México, nos servimos de los tres artículos publicados por Ismael Carvallo Robledo en El Catoblepas, concretamente en sus números 62, 63 y 64, publicados entre los meses de abril, mayo y junio de 2007.
{2} «Legado del Ateneo de la Juventud, La Casa de España y El Colegio de México (1)». (Ismael Carvallo Robledo, El Catoblepas, número 62, abril 2007, página 4).
{3} En relación con el par imperio generador/imperio depredador, véase el libro de Gustavo Bueno: España frente a Europa (Alba Editorial, Barcelona, 1999).
{4} Véase su España, un enigma histórico.
El Catoblepas • número 103 • septiembre 2010 • página 13
La pax hispanica de Óscar Mazín
Iván Vélez
Óscar Mazín Gómez, profesor-investigador integrado en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y director de la prestigiosa revista Historia Mexicana, publicó en 2005, y en lengua francesa, su obra: L´Amérique espagnole: XVIe-XVIIIe siècles. (Les Belles Lettres, París), posteriormente traducida al español bajo el título: Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia (El Colegio de México, México D.F., 2007).
Mazín, por tanto, desarrolla su trabajo dentro de una de las más importante instituciones académicas de México, heredera directa del histórico Ateneo de la Juventud: El Colegio de México, así llamado desde 1940, y que, según palabras de Ismael Carvallo Robledo, constituye una extensión del susodicho Ateneo de la Juventud, bien que con un nombre inicial distinto al actual, nombre que fue debido a la gran representación de exiliados españoles que escapaban de la Guerra Civil, pues su fundación se produjo en 1938: En efecto, el ahora Colegio de México, nacería con el rótulo de Casa de España{1}. Demos la palabra al propio Carvallo:
«El Colegio de México (COLMEX) –en sus inicios Casa de España– es, sin duda ninguna, una de las instituciones académicas de mayor prestigio en el país. Habiendo nacido como resultado de una coyuntura de todo punto singular (como proyecto de acogida de científicos e intelectuales españoles que, al ser republicanos, tuvieron que dejar España durante la guerra civil: La Casa de España, ni más ni menos), esta institución, junto con la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y el Fondo de Cultura Económica (FCE), aparece hoy en día como uno de los pilares fundamentales que, tanto desde el punto de vista intelectual, como desde el punto de vista político-ideológico, vertebran la vida pública nacional.»{2}
Así, El Colegio de México (COLMEX), que heredará –tomamos de nuevo las palabras de Carvallo– rasgos propios de los ateneos españoles, se situará entre otros grandes proyectos mexicanos nacidos durante el mandato de Lázaro Cárdenas.
Si en su origen la Casa de España acogió a un nutrido de españoles, esta homogeneidad nacional primigenia se fue diluyendo, para dar paso –el cambio de nombre, de Casa de España a El Colegio de México, es sintomático– a personalidades mexicanas y, con posterioridad, organizar su estructura en torno a diversos Centros de Estudios que en principio fueron tres: históricos, sociales y filológicos, para más tarde, irse ampliando. Por lo que respecta a este trabajo, es el primero de ellos, el Centro de Estudios Históricos el que, por razones obvias, más nos interesa, pues a él pertenece el propio Óscar Mazín, autor del libro que reseñaremos más abajo.
Para finalizar esta pincelada histórica del COLMEX, añadiremos que el citado Centro de Estudios Históricos en él integrado, fue fundado en 1941 por Silvio Zavala, mexicano de nación que, no obstante, debería gran parte de su formación a su estancia en España, donde tomó contacto, entre otros, con Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz.
Ocupémonos ahora del libro de Óscar Mazín que motiva este trabajo. Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, es una obra que se inserta en algunas de principales líneas trazadas por El Colegio de México desde su misma fundación, y ello, no por tratarse de una obra dedicada a cantar las glorias hispanas que, de este modo, tratara de congraciase con sus hispanos fundadores de hace ahora más de siete décadas, sino porque citado libro, de medido equilibrio entre la divulgación y la erudición, responde al rigor que se pretendía obtener de los trabajos realizados en dicha institución.
Estructuralmente, la obra se divide en dos partes: la primera de ella, «Iberoamérica o las Indias Occidentales», está destinada a tratar sobre los hechos fundamentales acaecidos entre el comienzo de la conquista de las tierras americanas por parte de los españoles y el inicio de los procesos de independencias que darían lugar a las nuevas naciones hispanas. Al margen de los episodios bélicos de la conquista, los aspectos urbanísticos, el complejo mundo donde coexistían diversas razas, las instituciones políticas y sociales, y la vida económica de Iberoamérica –pues Brasil no se queda fuera del foco de Óscar Mazín– serán analizados en este primer bloque. La segunda parte: «El hombre de las indias occidentales», atiende a aspectos más antropológicos que históricos, pues en este bloque se hablará de religión, literatura, juego, vestido, alimentación, etc. El volumen se cierra con unos útiles anexos bibliográficos, genealógicos y un detallado índice onomástico.
Hecha esta esquemática descripción, pasemos ahora a abordar la crítica de la obra. Por lo que respecta a la primera parte, el autor traza las líneas maestras de la conquista, dividiendo la acción de ésta en los territorios que pasarían a constituirse como los dos principales virreinatos: Nueva España y Perú, con la Ciudad de México y Lima, como ciudades representativas de una bicefalia política que de forma explícita es tratada como tal. En torno a estas dos ciudades, insertas en una gran red urbana gobernada por cabildos y audiencias a menudo en pugna, las Indias se irán incorporando a la monarquía católica hasta alcanzar lo que Mazín, quien no tiene remilgos –contra las extravagantes interpretaciones en clave indigenista que resuelven el asunto apelando al mantra del genocidio– en emplear conceptos como «conquista» o «imperio», plantea el avance de los españoles en alianza con los pueblos sometidos por los dos imperios, azteca e inca, preexistentes, hasta alcanzar lo que él denomina, con gran acierto, pax hispanica, ligada a una idea de civilización sustentada en la construcción de ciudades y en la implantación de diversas instituciones ya operantes en la España peninsular. Una paz que, además, se hacía contra terceros:
«La larga pax hispanica parece más relevante cuando nos percatamos de que las Indias Occidentales fueron objeto de la codicia de otras potencias europeas desde la segunda mitad del siglo XVI.» (págs. 98.)
Cortando, por otra parte, las posibilidades de que los europeos emplearan las mismas estrategias puestas en marcha durante la conquista de los territorios americanos por parte de los españoles, marcadas, insistimos, por las alianzas con los pueblos indígenas sometidos:
«El envío de un ejército regular a Santiago de Chile para luchar contra los araucanos pretendió, además, impedir que las potencias europeas pactaran alianzas con los indios.» (pág. 98.)
Mazín, en la confección del concepto pax hispanica, ejerce la idea de Imperio, incorporando la guerra, cimiento de dicha paz, de un orden, en suma, impuesto por el vencedor. Al igual que en el caso de Roma, España impondría su particular paz, en el contexto de lo que denominamos imperio generador{3}, cuyas manifestaciones son patentes en la segunda mitad del libro al que nos estamos refiriendo. La incorporación de los indios a la Corona, a menudo manteniendo su anterior estatus, opera como prueba a favor de esta calificación. El propio historiador mexicano, así lo explica, estableciendo claras diferencias entre la actuación de españoles e ingleses:
«La sangre española asimilaba las demás sangres “de la misma forma que el mercurio purifica la plata”, según expresión del cronista dominico de finales del siglo XVII fray Juan de Meléndez, O. P. Consecuentemente, los españoles lavaban con su sangre las taras “naturales” de los indios. Fue ésta una de las grandes diferencias con respecto a los anglosajones que se establecieron por la misma época al norte del continente, pues en las Indias una sola gota de sangre “blanca” los hacía blancos.» (pág. 77.)Completando la caracterización del imperio español, Mazín añade un atributo esencial en la monarquía católica o hispánica, su intención, ya presente en el mismo inicio de su despliegue más allá de los límites de la Península, de llevar a cabo una verdadera globalización civilizadora:
«Se trataba de una inmensa red, la primera verdaderamente a escala mundial» (pág. 109.)
El final de esta primera parte, trata aspectos relativos a la capa basal, con especial atención a la minería limeña, de la sociedad hispana, coincidiendo en este punto, con las tesis que Sánchez Albornoz{4} sostuvo para explicar la precariedad industrial de la España imperial. La monarquía católica, incluso desde los tiempos de la España de la Reconquista, debido precisamente a su ideal marcado por la recuperación del terreno perdido tras la invasión sarracena, exportará materias primas a otras potencias europeas, e importará productos manufacturados.
Por último, y pese a que las guerras de independencia se escapan del período acotado por el autor, Óscar Mazín evita la manida interpretación de las mismas según la cual, las naciones americanas –naciones que, por otro lado, eran inexistentes antes de los complejos procesos independentistas– se sacudirían el yugo español. Así es, según podemos leer en: Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, los cambios introducidos por la dinastía Borbón, su centralismo impulsado por una burocratización europea, produciría fricciones con otros súbditos de la Corona que ya atesoraban mucho poder: los criollos, que veían así frustrados gran parte de sus anhelos de poder en tierra americana. Las revueltas de los gachupines o los chapetones, serían el resultado, constituyendo un preámbulo de las guerras de independencia, y teniendo la forma de unas revueltas civiles e internas al Imperio.
La segunda parte del libro, titulada «El hombre de las Indias Occidentales», trata aspectos alejados de la alta política. De carácter eminentemente descriptivo, este segundo bloque se ajusta al tipo de vida llevado a cabo en los virreinatos, deteniéndose especialmente en asuntos centrales como es el de la religión, pues no en vano, la materia objeto de estudio son la Indias Occidentales, incorporadas a partir del proyecto de los Reyes Católicos, proyecto que contaría con el beneplácito, en forma de bulas, del Papa Alejandro VI. De este modo, son tratadas en extenso, las órdenes religiosas, tan importantes en el inicio de la conquista, hasta el punto de interferir, en ocasiones con los programas políticos que se trataban de implantar desde la propia Corona. Mazín, empleando materiales artísticos, dedica un amplio espacio a las relaciones entre la religión católica venida de España, y los restos de religiosidades preexistentes. En este sentido, resulta del mayor interés la iconografía aportada, verdadera hibridación de cultos y representaciones.
Asuntos centrales como el episodio de la aparición de la Virgen a Juan Diego, con la posterior implantación del culto a la Virgen de Guadalupe en México, serán inexcusables, así como su correlato limeño, representado por la Virgen de la Candelaria. Se trata, en suma, de una suerte de patrimonialización indígena del culto mariano que perdura hasta nuestros días, identificándose con sus respectivas naciones hasta cotas inimaginables.
Del mismo modo, el factor urbano, aparecerá una y otra vez en este último tramo, pues en las urbes es donde aparecerán imprentas, universidades, bibliotecas, teatros, y en definitiva, todas las manifestaciones artísticas de estos siglos que protagonizan la segunda parte de la obra. Por todo ello, la arquitectura, a la que se incorporarán diversas artes plásticas, será cuidadosamente tratada, tanto en lo que respecta a edificios religiosos, como a edificios aúlicos, palaciegos e incluso viviendas.
El libro concluye, aportando interesantes y numerosos datos relacionados con la vida doméstica, atendiendo, por tanto a aspectos tan dispares como el estatus de las razas, el tipo de familia, la moral, el matrimonio –institución monógama que vendría a acabar con la poligamia prehispánica–, la sexualidad, el vestido ...
En definitiva, Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, al margen de su innegable y útil didactismo, se inserta en una línea historiográfica que, sin recaer en las tan manidas interpretaciones etnicistas, alejada de una ramplona visión que presenta el Imperio Español como la relación entre españoles peninsulares y americanos explotados, emplea ideas de gran potencia y fecundidad. Entre ellas, insistimos, la apelación a una pax hispanica o el empleo de una idea imperio basado en ciudades que incorporan, lógicamente dentro de los esquemas propios del Antiguo Régimen, a la población indígena, abren interesantes vías que convergen con el análisis histórico, llevado a cabo desde las posiciones materialistas, del Imperio español, y en general con una concepción de la Historia marcada por la conflictiva dialéctica entre imperios, que se alza frente a diversas ideologías, de acusado espiritualismo, operantes en la actualidad.
Obras como la debida a Óscar Mazín, actualizan, según nos parece, uno de los objetivos que una institución tan prestigiosa como El Colegio de México debiera tener. En efecto, Iberoamérica. Del Descubrimiento a la Independencia, lejos de todo localismo o patrioterismo, no es un trabajo ni mexicano ni español, sino hispano. Vaya desde aquí nuestra felicitación a su autor.
Notas
{1} En lo referente a la historia de El Colegio de México, nos servimos de los tres artículos publicados por Ismael Carvallo Robledo en El Catoblepas, concretamente en sus números 62, 63 y 64, publicados entre los meses de abril, mayo y junio de 2007.
{2} «Legado del Ateneo de la Juventud, La Casa de España y El Colegio de México (1)». (Ismael Carvallo Robledo, El Catoblepas, número 62, abril 2007, página 4).
{3} En relación con el par imperio generador/imperio depredador, véase el libro de Gustavo Bueno: España frente a Europa (Alba Editorial, Barcelona, 1999).
{4} Véase su España, un enigma histórico.
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