miércoles, 18 de diciembre de 2013

Átomos y telepantallas

El Catoblepas, número 142, diciembre 2013, página 8
http://www.nodulo.org/ec/2013/n142p08.htm
Átomos y telepantallas 
Iván Vélez

Se presentan algunas consideraciones a propósito de la carrera nuclear entre las potencias mundiales y su relación con la televisión en el contexto de la Guerra Fría
Los primeros días de agosto de 1945, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki vieron brotar de su suelo dos nubes-hongo producto del lanzamiento de sendas bombas nucleares sobre territorio japonés. El ataque, ordenado por el residente Harry Truman, se considera el punto final de la II Guerra Mundial, olvidando a menudo la decisiva acción de la URSS y de militares  como el mariscal soviético Zhúkov (1896-1974), vencedor de las batallas de Moscú, Stalingrado, Leningrado y Kursk, bajo cuyo mando cayó el Berlín hitleriano[1]. Ambos hechos han dejado emblemáticas imágenes, si bien, las de las bombas Little Boy y Fat Man arraigaron con mayor fuerza iconográfica que la de la toma del Reigstag. En cualquier caso, las detonaciones supusieron también el fin de la coyuntural alianza que unía la URSS y a los USA frente a los frutos políticos de la larga tradición filosófica alemana, con la judeofobia como fondo.
Daba comienzo la Guerra Fría sobre un terreno si no yermo políticamente, tan suficientemente devastado como para que las promesas de bienestar, más allá de su origen, calaran hondo entre una población aterrorizada por lo vivido entre 1940 y 1945. En este contexto, los Estados Unidos pondrán en marcha el Plan Marshall, que se comenzó a fraguar en 1947 y se extendió hasta 1952. El ofrecimiento de incorporación a las tareas de reconstrucción de Europa propuesto por los norteamericanos a la URSS, que envió sus representantes a la conferencia celebrada en París en el verano de 1947, supuso de hecho una invitación a la renuncia. El Plan, en definitiva, tenía entre sus principales objetivos el levantamiento de un dique anticomunista que sirviera para implantar un conjunto de democracias en las que establecer un mercado menos regulado que el que funcionaba tras los Urales. España, carente de un sistema político homologado con el estadounidense, se quedaría fuera de tal Plan.
Sea como fuere, la evidencia del poderío nuclear yanqui propició que la Unión Soviética apostara por una política de sesgo pacifista que neutralizara tan devastadora amenaza. En ese contexto, en marzo de 1949, se organizará en Nueva York la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial, impulsada por la Kominform. Tras esta Conferencia, en la que los Estados Unidos tratarán de tener presencia, gracias al concurso de ex comunistas infiltrados, nacerá el Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz[2], cuyo arranque hemos de situarlo en un Congreso celebrado en París en abril de 1949. Un año después, en marzo de 1950, el Movimiento lanzó el Llamamiento de Estocolmo contra el empleo de la bomba atómica, firmado por más de 500 millones de personas de todo el mundo, al que siguió, en febrero de 1951, el Movimiento de Partidarios de la Paz, del que surgió la iniciativa de la firma del Pacto de la Paz entre las cinco grandes potencias: EEUU, URSS, China, Gran Bretaña y Francia. Simultáneamente, el Movimiento de Partidarios de la Paz subvencionó la celebración de los centenarios de Víctor Hugo, Leonardo de Vinci, Gogol y Avicena. Entre quienes se adhirieron a tal Movimiento, hemos de destacar a Neruda, Picasso, Diego Rivera, Matisse, Shostakovich, Einstein, Chaplin…
Por lo que respecta a España, el PCE de Dolores Ibarruri se sumó a la iniciativa, aprovechando la ocasión para denunciar el entreguismo de Franco –a quien califican de traidor- para con los americanos, quienes ya habían puesto sus ojos en España para la implantación de unas bases aéreas militares que llegarían en 1953. A la iniciativa de La Pasionaria se adhirieron personalidades como Giral, José Bergamín, Rafael Alberti, León Felipe, Moreno Villa, Alejandro Casona, Wenceslao Roces, Luis Buñuel &c.
La estrategia pacifista del bloque soviético, no fue obstáculo para que en el plano tecnológico la URSS siguiera trabajando por equipararse con los Estados Unidos. En efecto, en agosto 1949, la Unión Soviética detona en Kazajistán su primera bomba atómica, la RDS-1. Paralelamente daría comienzo la llamada carrera espacial, en la cual cobrará inicial ventaja la URSS.
La iniciativa soviética tratará de ser neutralizada en varios frentes. Por lo que concierne a la Europa occidental, en 1950 se organiza el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), dando inicio a toda una estrategia centrada en la conformación de una ideología que, nutrida de componentes culturales, tendrá como objetivo último combatir el comunismo. España no quedará al margen de esta ofensiva paralela a la tensión bélica del momento. Prueba de ello es el hecho de que el 4 de abril de 1949, la revista Life dedica un amplio reportaje a España a través de las cuales comienza a oírse la voz de los liberales españoles, de orientación atlantista. Dos años más tarde, en 1951, la diplomacia estadounidense comenzó a atraerse a españoles destacados en los ámbitos mediáticos, culturales y empresariales. La estrategia, que se prolongará hasta 1959, tendrá como epicentro la Embajada de Estados Unidos en Madrid, donde se confeccionará una serie de listas de candidatos propuestos para visitar los Estados Unidos y conocer de primera mano las bondades del capitalismo[3]. En ella figuran importantes hombres de los medios de comunicación. Veamos.
En 1953 es elegido el húngaro afincado en España, Alberto Revesz Speier (1896-1970), comentarista internacional de ABC; en 1956 le llega el turno a Antonio Fernández Cid (1916-1995), crítico musical de ABC. Ese mismo año, el 28 de octubre, el cantante negro Louis Armstrong visita Barcelona dentro de una serie de giras que trataban de refutar la acusación de racismo lanzada contra los USA. Ese mismo año, la televisión española comienza a emitir regularmente y es oportunamente colocada bajo el patrocinio de Santa Clara[4], llegando, en principio, a los alrededor de 600 televisores existentes en Madrid. El crecimiento del número de televisiones será exponencial, situándose en 25.000 un año más tarde[5]. La televisión formal –con el fútbol y las corridas de toros como principales representantes- y la televisión material, comenzaron a llegar a los hogares, con el complemento del NO-DO, siglas de los Noticiarios y Documentales proyectados en los cines españoles entre 1943 y 1981 antes del comienzo del comienzo de la película. NO-DO había tenido un precedente: el Noticiario Español adscrito al Departamento Nacional de Cinematografía, a cuyo frente se situó el poeta Manuel Augusto García Viñolas (1911-2010), quien contó con asesores de la talla de Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo o Antonio Tovar.
Como es lógico, el rápido desarrollo de la televisión en España no pasó inadvertido para los Estados Unidos. En 1957 el elegido por la embajada es Alberto Reig Gozalbes (1913-1998) –padre del historiador Alberto Reig Tapia-, director de NO-DO[6] y miembro de la Junta de Clasificación y Censura y de la Junta para la Televisión de la Escuela de Periodismo.
En el arranque de la década de los 50, la estrategia propagandística y cultural se completa a nivel oficial con el ingreso de España en la UNESCO y posteriormente en la ONU. En el terreno bélico, en octubre de 1952 Gran Bretaña hace explotar su primera bomba atómica: Hurricane.
En cuanto al cine, 1953 también fue especialmente intenso porque, extinguido el Plan Marshall, España participa en el Festival de Cannes, ganando el concurso con la película de Luis García Berlanga, Bienvenido, Mr. Marshall, que compitió acompañada de otras dos películas: Duende y misterio del flamenco y Doña Francisquita. De nuevo en el plano político, 1953 es importante por la firma del Concordato con la Santa Sede, al que se une la implantación de las bases de Estados Unidos en nuestro suelo. A escala internacional 1953, un año antes de que diez mil globos cargados de biblias fueran lanzadas al otro lado del Telón de Acero gracias al Proyecto Biblias en Globo[7], también verá nacer la primera campaña de Átomos para la Paz, con la que se quería presentar el lado amable de la energía nuclear. El propio Einsenhower aclaró el objetivo que se buscaba, el propósito no era otro que conseguir que «la extraordinaria capacidad de invención del hombre no se ponga al servicio de la muerte, sino que se consagre a la vida»[8].
Átomos para la Paz recalará en España en las ciudades de Valencia y Barcelona, participando en las ferias de muestras de 1955. Las exposiciones vendrán acompañadas de documentales como El átomo y la agricultura, El átomo y la ciencia biológica o El átomo y la medicina. Más allá de los recintos expositivos, España y EEUU establecen acuerdos que conducirán a la construcción de centrales nucleares[9]. La colaboración tecnológica llevará disuelta una importante dosis ideológica presidida por el objetivo de implantar un sistema democrático de mercado cuyas bases materiales se irán consolidando en estos años.
A estas alturas de siglo, la televisión constituye un poderoso instrumento que servirá, por ejemplo, para que gran parte del mundo pueda ver la toma de posesión de Eisenhower, imágenes a las que pronto acompañaron documentales realizados ex profeso y doblados a diversas lenguas con el objeto de ser administrados por medio de la televisión material a más de 80 países, en muchos de los cuales se instalaron filmotecas y delegaciones dotadas de unidades móviles. Como es sabido, a las televisiones le acompañó el cine. En la estela de la caza de brujas del senador McCarthy, directores y actores como John Ford, viejo colaborador del aparato secreto americano, o John Wayne contribuyeron decisivamente en la fabricación de una imagen norteamericana atractiva para la Europa de la posguerra[10].
La televisión española también se encargaría de llevar a los domicilios españoles la visita que Eisenhower realizó a España los días 21 y 22 diciembre de 1959, cuyo punto final se produjo con su despedida desde Torrejón de Ardoz, base militar implantada en una España que ya formaba parte del Banco Internacional y el Fondo Monetario Internacional.
Si desde la II Guerra Mundial los Estados Unidos, con su aliado británico, y la URSS marcan el ritmo del desarrollo de la energía atómica, en marzo de 1957, seis países- Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Italia y la República Federal de Alemania- fundan en Roma la Comunidad de la Energía Atómica (EURATOM), cuyos objetivos programáticos, en lugar de ir vinculados a la producción armamentística, se orientaban a la consecución del necesario alimento energético que, en dosis crecientes, exigía el nuevo mercado surgido en la Europa de posguerra. Meses más tarde, en octubre, la inquietud del mundo occidental aumentaría con el lanzamiento, por parte de la URSS, del Sputnik, primer satélite artificial de la historia, al que siguió, un mes más tarde, la puesta en órbita de un ser vivo, la perra Laika, que precedió a los viajes espaciales de humanos entre los que destaca el realizado por Yuri Gagarin (1934-1968) en 1961. La URSS se anotaba una serie de éxitos mientras sus adversarios habían saboreado la amargura del fracaso con el lanzamiento fallido, desde Cabo Cañaveral, del Vanguard TV3, primer satélite de los EEUU, que explotó el 6 de diciembre de 1957 antes de abandonar la lanzadera.
La escalada propagandística, no obstante, continuó, y se hizo explícita durante la Exposición General de primera categoría de Bruselas, que tuvo lugar en septiembre de 1958. En  la cita, los vencidos en la II Guerra Mundial trataron de mostrar su recuperación entre la tensión que presidió la comparecencia en la Exposición de los Estados Unidos y la Unión Soviética. La exposición dejó para la posteridad otro símbolo: el Atomium, poniendo de relieve la popularización de las estructuras subatómicas. Tal popularidad, ligada a la amenaza que suponía la existencia de un número creciente de armas nucleares, gravita –seguimos aquí la interpretación hecha por Gustavo Bueno[11]- sobre la novela Tiempo de silencio, del psiquiatra y militante socialista español Luis Martín-Santos.
Tres años después de estampar su firma en el Tratado de Roma 1960, Francia se suma al club atómico al detonar en el desierto del Sáhara su primera bomba nuclear: la potente Gerboise Bleue, un año antes de que el Parlamento Europeo aceptara el Informe Bilkerbach según el cual los Estados que pretendieran incorporarse a la CEE debían gozar de un sistema democrático. La unión entre democracia y mercado se hacía de nuevo visible.
El mes de junio de 1962 se celebra el IV Congreso del Movimiento Europeo, Contubernio de Múnich, si nos atenemos a la denominación hecha desde las filas franquistas. Meses más tarde se desata la Crisis de los Misiles, al descubrirse estas armas soviéticas en territorio cubano. Las hostilidades entre las dos grandes plataformas políticas alcanzarán su cénit, si bien la URSS aceptará desmantelar las armas en apenas un par de semanas. La crisis dejó otro poderoso símbolo: el teléfono rojo que comunicaba Washington y Moscú.
En 1964 China, modelo de la sexta generación de izquierda, se convierte en la quinta potencia nuclear, detonando su primera bomba atómica.
Pero si de símbolos de la época hemos de hablar, tiene especial importancia la imagen de la huella que Aldrin impresa sobre la corteza lunar el día 21 de julio de 1969 tras bajar del Apollo 11. La televisión formal hizo llegar tal hazaña a multitud de hombres. Los réditos políticos de tal viaje, muy superiores a los científicos y tecnológicos, fueron evidentes.
De regreso a España, desde donde se pudo seguir el alunizaje, la nueva década quedará marcada por el fallecimiento de Francisco Franco. Su muerte fue lacrimógenamente anunciada a través de las ya abundantes telepantallas españolas por el entonces presidente del Gobierno: Carlos Arias Navarro. La desaparición del dictador dejaba, no obstante, sentadas las bases materiales, y en gran medida ideológicas, de la actual democracia en cuyo vértice se situó el hijo del eterno aspirante a la recuperación del trono hispano: don Juan de Borbón. El nuevo rey, educado en la España franquista, tendrá una importante presencia televisiva, que alcanzará su cima la noche del 23 de febrero de 1981, tras el intento de golpe de estado que dejó para los anales televisivos la imagen del teniente general Antonio Tejero Molina disparando al techo del Congreso de los Diputados. Un par de años después, el panorama televisivo español, en mímesis  con la estructura territorial autonómica, vería proliferar numerosos medios regionales en los cuales se vienen exacerbando las llamadas señas de identidad de las comunidades a la vez que sirven para perpetuar el poder de las oligarquías locales.
Más allá del mensaje televisivo, el 23-F supondrá para muchos el definitivo afianzamiento democrático de España. El nuevo siglo, con la proliferación de dispositivos tecnológicos, supondrá el de la definitiva expansión de la televisión, ya sea en su versión material, ya en la formal. De entre la infinidad de imágenes producidas y consumidas constantemente, sobresalen las del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, que de algún modo remiten a las de los alemanes demoliendo el Muro de Berlín, cuya caída dio paso a una nueva realidad geopolítica: roto el equilibrio de los dos bloques dominados por USA y URSS, el islamismo aparecía en el horizonte, y el proyecto del hombre nuevo se veía sustituido por el del hombre coranizado. El máximo responsable del ataque, Osama Bin Laden, caerá abatido por soldados americanos en 2011, dentro de una operación que la televisión formal permitió seguir segundo a segundo a un grupo de distinguidos televidentes congregados en la Casa Blanca.
Al club atómico, al que a finales del siglo XX se habían sumado países como Pakistán, la India, Corea del Norte e Israel, trata ahora de unirse Irán, país islámico que siempre ha mostrado un gran interés en la expansión televisiva. Los nuevos tiempos también han ampliado la lista de naciones incorporadas a los viajes extraterrestres. El 14 de diciembre de 2013, la sonda china no tripulada Chang E3 se ha posado sobre la Luna.

Iván Vélez





[1] En relación con la victoria sobre Berlín, véase José María Laso Prieto: «La victoria frente a la Alemania nazi»,  El Catoblepas, n. 50, abril 2006, p. 6 http://nodulo.org/ec/2006/n050p06.htm
[2] Véase José María Laso Prieto, «El Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz y su interpretación como una de las modalidades de la Pax Soviética», El Catoblepas, n. 18, agosto 2003, p. 6, http://nodulo.org/ec/2003/n018p06.htm#kn01
[3] Datos tomados de Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo, «Objetivo: atraer a las élites. Los líderes de la vida pública y la política exterior norteamericana en España», Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en Europa y América Latina, Antonio Niño y José Antonio Montero (eds.), Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2012, cap. 6, p. 274.
[4] Véase el artículo de Gustavo Bueno Sánchez, «Santa Clara, patrona de la televisión española desde 1956», El Catoblepas, n. 131, enero 2013, p. 9, http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p10.htm
[5] Datos obtenidos de la obra de Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, de la cual nos servimos en adelante.
[6] Casi cuatro décadas después, el jueves 3 de marzo de 1994, en las páginas de El País, don Alberto puntualizaba en una carta al director:
En la sección de Radio y Televisión del día 20, dentro de un reportaje sobre la censura cinematográfica durante el franquismo (página 47), se me cita como censor, lo que no es cierto, en relación con una deliciosa anécdota a propósito de Marilyn Monroe (como recuerdo bien se trataba de la película Niágara).
Fui vocal de la Junta de Clasificación y Censura dependiente de la Dirección General de Cinematografía y Teatro, pero mi función, junto a mis compañeros de la misma rama, estribaba en clasificar las películas, no en censurarlas, tarea de la otra rama, a efectos de otorgar las correspondientes subvenciones, si se trataba de películas españolas conforme a la categoría que obtenían, o a efectos del correspondiente canon por derechos arancelarios por derechos de importación si eran películas extranjeras.
Dicho sea en honor al rigor histórico. Ni tampoco fui director general, sino sencillamente director entre los años 1953 y 1962.
[7] Véase Frances Stonor Saunders, La CÍA y la Guerra Fría Cultural, cap. 17: «Las furias guardianas»,  Ed. Debate, pp. 320-321.
[8] Tomamos la cita de Nicholas J. Cull, «Ganando amigos: la diplomacia pública estadounidense en Europa Occidental (1945-1960)», capítulo segundo del libro: Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en Europa y América Latina, Antonio Niño y José Antonio Montero (eds), Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2012, p. 103.
[9] Véase Pablo León Aguinaga, «Faith in the USA. El mensaje de la diplomacia pública americana en España (1948-1960)», op. cit., p. 220.
[10] Véase Frances Stonor Saunders, La CÍA y la Guerra Fría Cultural, cap. 17: «Las furias guardianas»,  Ed. Debate, pp. 330 y ss.
[11] Véase Gustavo Bueno, «La filosofía en España en un tiempo de silencio», El Basilisco, n. 20, 1996, pp. 55-72.

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