Átomos y telepantallas
Iván Vélez
Se presentan algunas consideraciones a propósito de la carrera nuclear entre las potencias mundiales y su relación con la televisión en el contexto de la Guerra Fría
Los primeros días de agosto de 1945, las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki vieron brotar de su suelo dos nubes-hongo producto del lanzamiento de
sendas bombas nucleares sobre territorio japonés. El ataque, ordenado por el
residente Harry Truman, se considera el punto final de la II Guerra Mundial,
olvidando a menudo la decisiva acción de la URSS y de militares como el mariscal soviético Zhúkov (1896-1974), vencedor
de las batallas de Moscú, Stalingrado, Leningrado y Kursk, bajo cuyo mando cayó
el Berlín hitleriano[1].
Ambos hechos han dejado emblemáticas imágenes, si bien, las de las bombas Little Boy y Fat Man arraigaron con mayor fuerza iconográfica que la de la toma
del Reigstag. En cualquier caso, las detonaciones supusieron también el fin de
la coyuntural alianza que unía la URSS y a los USA frente a los frutos políticos
de la larga tradición filosófica alemana, con la judeofobia como fondo.
Daba comienzo la Guerra Fría sobre un terreno si no yermo
políticamente, tan suficientemente devastado como para que las promesas de
bienestar, más allá de su origen, calaran hondo entre una población
aterrorizada por lo vivido entre 1940 y 1945. En este contexto, los Estados
Unidos pondrán en marcha el Plan Marshall, que se comenzó a fraguar en 1947 y
se extendió hasta 1952. El ofrecimiento de incorporación a las tareas de
reconstrucción de Europa propuesto por los norteamericanos a la URSS, que envió
sus representantes a la conferencia celebrada en París en el verano de 1947,
supuso de hecho una invitación a la renuncia. El Plan, en definitiva, tenía
entre sus principales objetivos el levantamiento de un dique anticomunista que
sirviera para implantar un conjunto de democracias en las que establecer un
mercado menos regulado que el que funcionaba tras los Urales. España, carente de un
sistema político homologado con el estadounidense, se quedaría fuera de tal
Plan.
Sea como fuere, la evidencia del poderío nuclear yanqui propició
que la Unión Soviética apostara por una política de sesgo pacifista que
neutralizara tan devastadora amenaza. En ese contexto, en marzo de 1949, se
organizará en Nueva York la Conferencia Cultural y Científica por la Paz
Mundial, impulsada por la Kominform. Tras esta Conferencia, en la que los Estados
Unidos tratarán de tener presencia, gracias al concurso de ex comunistas
infiltrados, nacerá el Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz[2], cuyo
arranque hemos de situarlo en un Congreso celebrado en París en abril de 1949. Un
año después, en marzo de 1950, el Movimiento lanzó el Llamamiento de Estocolmo
contra el empleo de la bomba atómica, firmado por más de 500 millones de
personas de todo el mundo, al que siguió, en febrero de 1951, el Movimiento de
Partidarios de la Paz, del que surgió la iniciativa de la firma del Pacto de la
Paz entre las cinco grandes potencias: EEUU, URSS, China, Gran Bretaña y
Francia. Simultáneamente, el Movimiento de Partidarios de la Paz subvencionó la
celebración de los centenarios de Víctor Hugo, Leonardo de Vinci, Gogol y
Avicena. Entre quienes se adhirieron a tal Movimiento, hemos de destacar a
Neruda, Picasso, Diego Rivera, Matisse, Shostakovich, Einstein, Chaplin…
Por lo que respecta a España, el PCE de Dolores Ibarruri se sumó a
la iniciativa, aprovechando la ocasión para denunciar el entreguismo de Franco
–a quien califican de traidor- para con los americanos, quienes ya habían
puesto sus ojos en España para la implantación de unas bases aéreas militares que
llegarían en 1953. A la iniciativa de La
Pasionaria se adhirieron personalidades como Giral, José Bergamín, Rafael
Alberti, León Felipe, Moreno Villa, Alejandro Casona, Wenceslao Roces, Luis
Buñuel &c.
La estrategia pacifista del bloque soviético, no fue obstáculo
para que en el plano tecnológico la URSS siguiera trabajando por equipararse
con los Estados Unidos. En efecto, en agosto
1949, la Unión Soviética detona en Kazajistán su primera bomba atómica, la RDS-1. Paralelamente daría comienzo la llamada
carrera espacial, en la cual cobrará inicial ventaja la URSS.
La iniciativa soviética tratará de ser neutralizada en varios
frentes. Por lo que concierne a la Europa occidental, en 1950 se organiza el
Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), dando inicio a toda una
estrategia centrada en la conformación de una ideología que, nutrida de
componentes culturales, tendrá como objetivo último combatir el comunismo. España
no quedará al margen de esta ofensiva paralela a la tensión bélica del momento.
Prueba de ello es el hecho de que el 4 de abril de 1949, la revista Life dedica un amplio reportaje a España a
través de las cuales comienza a oírse la voz de los liberales españoles, de
orientación atlantista. Dos años más tarde, en 1951, la diplomacia estadounidense
comenzó a atraerse a españoles destacados en los ámbitos mediáticos, culturales
y empresariales. La estrategia, que se prolongará hasta 1959, tendrá como epicentro la
Embajada de Estados Unidos en Madrid, donde se confeccionará una serie de
listas de candidatos propuestos para visitar los Estados Unidos y conocer de
primera mano las bondades del capitalismo[3].
En ella figuran importantes hombres de los medios de comunicación. Veamos.
En
1953 es elegido el húngaro afincado en España, Alberto Revesz Speier (1896-1970), comentarista
internacional de ABC; en 1956 le
llega el turno a Antonio Fernández Cid (1916-1995), crítico musical de ABC. Ese mismo año, el 28 de octubre, el
cantante negro Louis Armstrong visita Barcelona dentro de una serie de giras
que trataban de refutar la acusación de racismo lanzada contra los USA. Ese
mismo año, la televisión española comienza a emitir regularmente y es
oportunamente colocada bajo el patrocinio de Santa Clara[4], llegando,
en principio, a los alrededor de 600 televisores existentes en Madrid. El
crecimiento del número de televisiones será exponencial, situándose en 25.000
un año más tarde[5].
La televisión formal –con el fútbol y las corridas de toros como principales
representantes- y la televisión material, comenzaron a llegar a los hogares,
con el complemento del NO-DO, siglas de los Noticiarios
y Documentales proyectados en los cines españoles entre 1943 y 1981 antes
del comienzo del comienzo de la película. NO-DO había tenido un precedente: el Noticiario Español adscrito al
Departamento Nacional de Cinematografía, a cuyo frente se situó el poeta Manuel
Augusto García Viñolas (1911-2010), quien contó con asesores de la talla de
Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo o Antonio Tovar.
Como
es lógico, el rápido desarrollo de la televisión en España no pasó inadvertido
para los Estados Unidos. En 1957 el elegido por la embajada es Alberto Reig
Gozalbes (1913-1998) –padre del historiador Alberto Reig Tapia-, director de
NO-DO[6]
y miembro de la Junta de
Clasificación y Censura y de la Junta para la Televisión de la Escuela de
Periodismo.
En el arranque de la década de los 50, la estrategia propagandística
y cultural se completa a nivel oficial con el ingreso de España en la UNESCO y
posteriormente en la ONU. En el terreno bélico, en octubre de 1952 Gran Bretaña
hace explotar su primera bomba atómica: Hurricane.
En
cuanto al cine, 1953 también fue especialmente intenso porque, extinguido el
Plan Marshall, España participa en el Festival de Cannes, ganando el concurso
con la película de Luis García Berlanga,
Bienvenido, Mr. Marshall, que compitió acompañada de otras dos películas: Duende y misterio del flamenco y Doña Francisquita. De nuevo en el plano
político, 1953 es importante por la firma del Concordato con la Santa Sede, al
que se une la implantación de las bases de Estados Unidos en nuestro suelo. A
escala internacional 1953, un año antes de que diez mil globos cargados de biblias
fueran lanzadas al otro lado del Telón de Acero gracias al Proyecto Biblias en Globo[7], también
verá nacer la primera campaña de Átomos
para la Paz, con la que se quería presentar el lado amable de la energía
nuclear. El propio Einsenhower aclaró el objetivo que se buscaba, el propósito
no era otro que conseguir que «la extraordinaria capacidad de invención del
hombre no se ponga al servicio de la muerte, sino que se consagre a la vida»[8].
Átomos para la Paz recalará en España en las
ciudades de Valencia y Barcelona, participando en las ferias de muestras de
1955. Las exposiciones vendrán acompañadas de documentales como El átomo y la agricultura, El átomo y la ciencia biológica o El átomo y la medicina. Más allá de los
recintos expositivos, España y EEUU establecen acuerdos que conducirán a la
construcción de centrales nucleares[9]. La
colaboración tecnológica llevará disuelta una importante dosis ideológica
presidida por el objetivo de implantar un sistema democrático de mercado cuyas
bases materiales se irán consolidando en estos años.
A
estas alturas de siglo, la televisión constituye un poderoso instrumento que
servirá, por ejemplo, para que gran parte del mundo pueda ver la toma de
posesión de Eisenhower, imágenes a las que pronto acompañaron documentales
realizados ex profeso y doblados a diversas lenguas con el objeto de ser
administrados por medio de la televisión material a más de 80 países, en muchos
de los cuales se instalaron filmotecas y delegaciones dotadas de unidades
móviles. Como es sabido, a las televisiones le acompañó el cine. En la estela
de la caza de brujas del senador McCarthy, directores y actores como John Ford,
viejo colaborador del aparato secreto americano, o John Wayne contribuyeron
decisivamente en la fabricación de una imagen norteamericana atractiva para la
Europa de la posguerra[10].
La
televisión española también se encargaría de llevar a los domicilios españoles
la visita que Eisenhower realizó a España los días 21 y 22 diciembre de 1959, cuyo
punto final se produjo con su despedida desde Torrejón de Ardoz, base militar
implantada en una España que ya formaba parte del Banco Internacional y el Fondo
Monetario Internacional.
Si
desde la II Guerra Mundial los Estados Unidos, con su aliado británico, y la
URSS marcan el ritmo del desarrollo de la energía atómica, en marzo de 1957, seis
países- Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Italia y la República Federal de
Alemania- fundan en Roma la Comunidad de la Energía Atómica (EURATOM), cuyos objetivos
programáticos, en lugar de ir vinculados a la producción armamentística, se
orientaban a la consecución del necesario alimento energético que, en dosis
crecientes, exigía el nuevo mercado surgido en la Europa de posguerra. Meses
más tarde, en octubre, la inquietud del mundo occidental aumentaría con el
lanzamiento, por parte de la URSS, del Sputnik,
primer satélite artificial de la historia, al que siguió, un mes más tarde, la
puesta en órbita de un ser vivo, la perra Laika, que precedió a los viajes
espaciales de humanos entre los que destaca el realizado por Yuri Gagarin
(1934-1968) en 1961. La URSS se anotaba una serie de éxitos mientras sus
adversarios habían saboreado la amargura del fracaso con el lanzamiento fallido,
desde Cabo Cañaveral, del Vanguard TV3,
primer satélite de los EEUU, que explotó el 6 de diciembre de 1957 antes de
abandonar la lanzadera.
La
escalada propagandística, no obstante, continuó, y se hizo explícita durante la
Exposición General de primera categoría de Bruselas, que tuvo lugar en
septiembre de 1958. En la cita, los
vencidos en la II Guerra Mundial trataron de mostrar su recuperación entre la
tensión que presidió la comparecencia en la Exposición de los Estados Unidos y
la Unión Soviética. La exposición dejó para la posteridad otro símbolo: el Atomium,
poniendo de relieve la popularización de las estructuras subatómicas. Tal
popularidad, ligada a la amenaza que suponía la existencia de un número
creciente de armas nucleares, gravita –seguimos aquí la interpretación hecha
por Gustavo Bueno[11]- sobre
la novela Tiempo de silencio, del
psiquiatra y militante socialista español Luis Martín-Santos.
Tres
años después de estampar su firma en el Tratado de Roma 1960, Francia se suma
al club atómico al detonar en el desierto del Sáhara su primera bomba nuclear: la
potente Gerboise Bleue, un año antes
de que el Parlamento Europeo aceptara el Informe Bilkerbach según el cual los
Estados que pretendieran incorporarse a la CEE debían gozar de un sistema
democrático. La unión entre democracia y mercado se hacía de nuevo visible.
El
mes de junio de 1962 se celebra el IV Congreso del Movimiento Europeo, Contubernio de Múnich, si nos atenemos a
la denominación hecha desde las filas franquistas. Meses más tarde se desata la
Crisis de los Misiles, al descubrirse estas armas soviéticas en territorio
cubano. Las hostilidades entre las dos grandes plataformas políticas alcanzarán
su cénit, si bien la URSS aceptará desmantelar las armas en apenas un par de
semanas. La crisis dejó otro poderoso símbolo: el teléfono rojo que comunicaba
Washington y Moscú.
En
1964 China, modelo de la sexta generación de izquierda, se convierte en la quinta
potencia nuclear, detonando su primera bomba atómica.
Pero
si de símbolos de la época hemos de hablar, tiene especial importancia la imagen
de la huella que Aldrin impresa sobre la corteza lunar el día 21 de julio de
1969 tras bajar del Apollo 11. La televisión formal hizo
llegar tal hazaña a multitud de hombres. Los réditos políticos de tal viaje,
muy superiores a los científicos y tecnológicos, fueron evidentes.
De
regreso a España, desde donde se pudo seguir el alunizaje, la nueva década
quedará marcada por el fallecimiento de Francisco Franco. Su muerte fue lacrimógenamente
anunciada a través de las ya abundantes telepantallas españolas por el entonces
presidente del Gobierno: Carlos Arias Navarro. La desaparición del dictador
dejaba, no obstante, sentadas las bases materiales, y en gran medida
ideológicas, de la actual democracia en cuyo vértice se situó el hijo del eterno
aspirante a la recuperación del trono hispano: don Juan de Borbón. El nuevo
rey, educado en la España franquista, tendrá una importante presencia
televisiva, que alcanzará su cima la noche del 23 de febrero de 1981, tras el
intento de golpe de estado que dejó para los anales televisivos la imagen del
teniente general Antonio Tejero Molina disparando al techo del Congreso de los
Diputados. Un par de años después, el panorama televisivo español, en
mímesis con la estructura territorial
autonómica, vería proliferar numerosos medios regionales en los cuales se
vienen exacerbando las llamadas señas de identidad de las comunidades a la vez
que sirven para perpetuar el poder de las oligarquías locales.
Más
allá del mensaje televisivo, el 23-F supondrá para muchos el definitivo
afianzamiento democrático de España. El nuevo siglo, con la proliferación de dispositivos
tecnológicos, supondrá el de la definitiva expansión de la televisión, ya sea
en su versión material, ya en la formal. De entre la infinidad de imágenes
producidas y consumidas constantemente, sobresalen las del ataque a las Torres
Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, que de algún modo remiten a
las de los alemanes demoliendo el Muro de Berlín, cuya caída dio paso a una
nueva realidad geopolítica: roto el equilibrio de los dos bloques dominados por
USA y URSS, el islamismo aparecía en el horizonte, y el proyecto del hombre
nuevo se veía sustituido por el del hombre coranizado. El máximo responsable
del ataque, Osama Bin Laden, caerá abatido por soldados americanos en 2011,
dentro de una operación que la televisión formal permitió seguir segundo a
segundo a un grupo de distinguidos televidentes congregados en la Casa Blanca.
Al
club atómico, al que a finales del siglo XX se habían sumado países como
Pakistán, la India, Corea del Norte e Israel, trata ahora de unirse Irán, país
islámico que siempre ha mostrado un gran interés en la expansión televisiva. Los
nuevos tiempos también han ampliado la lista de naciones incorporadas a los
viajes extraterrestres. El 14 de diciembre de 2013, la sonda china no tripulada
Chang E3 se ha posado sobre la Luna.
Iván
Vélez
[1] En relación con la victoria
sobre Berlín, véase José María Laso Prieto: «La victoria frente a la Alemania
nazi», El Catoblepas, n. 50, abril 2006, p. 6 http://nodulo.org/ec/2006/n050p06.htm
[2] Véase José María Laso Prieto,
«El Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz y su
interpretación como una de las modalidades de la Pax Soviética», El Catoblepas,
n. 18, agosto 2003, p. 6, http://nodulo.org/ec/2003/n018p06.htm#kn01
[3] Datos tomados de Delgado
Gómez-Escalonilla, Lorenzo, «Objetivo: atraer a las élites. Los líderes de la
vida pública y la política exterior norteamericana en España», Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su
cruzada cultural en Europa y América Latina, Antonio Niño y José Antonio
Montero (eds.), Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2012, cap. 6, p. 274.
[4] Véase el artículo de Gustavo
Bueno Sánchez, «Santa Clara, patrona de la televisión española desde 1956», El Catoblepas, n. 131, enero 2013, p. 9,
http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p10.htm
[5] Datos obtenidos de la obra de
Gustavo Bueno, Telebasura y democracia,
Ediciones B, Barcelona 2002, de la cual nos servimos en adelante.
[6] Casi cuatro décadas después, el jueves
3 de marzo de 1994, en las páginas de El
País, don Alberto puntualizaba en una carta al director:
En la sección de Radio y Televisión del día 20, dentro
de un reportaje sobre la censura cinematográfica durante el franquismo (página
47), se me cita como censor, lo que no es cierto, en relación con una
deliciosa anécdota a propósito de Marilyn Monroe (como recuerdo bien se trataba
de la película Niágara).
Fui vocal de la Junta de Clasificación y Censura
dependiente de la Dirección General de Cinematografía y Teatro, pero mi
función, junto a mis compañeros de la misma rama, estribaba en clasificar
las películas, no en censurarlas, tarea de la otra rama, a efectos de otorgar
las correspondientes subvenciones, si se trataba de películas españolas
conforme a la categoría que obtenían, o a efectos del correspondiente canon por
derechos arancelarios por derechos de importación si eran películas
extranjeras.
Dicho sea en honor al rigor histórico. Ni tampoco fui
director general, sino sencillamente director entre los años 1953 y 1962.
[7] Véase Frances Stonor Saunders, La CÍA y la Guerra Fría Cultural, cap.
17: «Las furias guardianas», Ed. Debate,
pp. 320-321.
[8] Tomamos la cita de Nicholas J.
Cull, «Ganando amigos: la diplomacia pública estadounidense en Europa
Occidental (1945-1960)», capítulo segundo del libro: Guerra Fría y propaganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en
Europa y América Latina, Antonio Niño y José Antonio Montero (eds), Ed. Biblioteca
Nueva, Madrid 2012, p. 103.
[9] Véase Pablo León Aguinaga, «Faith in the USA. El mensaje de la
diplomacia pública americana en España (1948-1960)», op. cit., p. 220.
[10] Véase Frances Stonor Saunders, La CÍA y la Guerra Fría Cultural, cap.
17: «Las furias guardianas», Ed. Debate,
pp. 330 y ss.
[11] Véase Gustavo Bueno, «La
filosofía en España en un tiempo de silencio», El Basilisco, n. 20, 1996, pp. 55-72.
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