Artículo publicado el jueves 26 de diciembre de 2013 en La Voz Libre:
El bombo y la nación
Simples
marionetas en manos de la Iglesia, inquilinos de la caverna que tratan de
ganarse el favor y el voto de la extrema derecha, los dirigentes del Partido
Popular han hecho público durante este diciembre que cierra el año 2013 el
Anteproyecto de Ley Orgánica de Protección de la Vida del Concebido, que viene
a sustituir, tras una más que probable dilatada tramitación, a la Ley de
Interrupción Voluntaria de Embarazo y Salud Sexual y Reproductiva, vulgo Ley Aído.
Tras la presentación a cargo del ministro
Alberto Ruiz Gallardón, diversos grupos políticos y asociativos se han
apresurado a anunciar todo tipo de iniciativas, ya leguleyas ya callejeras,
ante lo que definen como agresión a la libertad de la mujer. De entre los
protestantes, se ha alzado la voz de Elena Valenciano quien, reclamando filias
de entrepierna, pide que las diputadas del PP rompan la disciplina de voto y se
opongan a la anunciada ley que, a decir de muchos de sus críticos, hace
retroceder a España en tres décadas. El mismo Rajoy, justo de argumentos, se ha
aferrado a la filiación de esta ley con la aprobada a mediados de los 80 por Felipe
González, antaño líder cuasimesiánico de la socialdemocracia, hoy acaso algo amortizado
salvo en las ocasiones en que algunas candidatas a ascender en el partido se
sientan sobre sus rodillas.
Presentada
de tan sumarísima forma la enconada cuestión, cabe ensayar otras vías de
análisis tomando distancias tanto de los argumentos cercanos a las sotanas como
de los emanados desde las filas del feminismo. En efecto, más allá de posturas
imbuidas de espiritualismo o de ideología, el debate en torno al aborto exige
poseer una solvente idea de lo que es el individuo, la persona y la sociedad,
vocablos empleados a menudo con gran ligereza.
Y
ello porque sorprende que aquellos que, aquejados del más fideísta
fundamentalismo científico, los que pelean por evitar los recortes en estas
materias necesitadas de laboratorios, son capaces de percibir discontinuidades
en el desarrollo de un embrión. Discontinuidades que propiciarán la
sustitución, absurda más allá de las propias palabras o fruto de la falsa
conciencia, de la palabra aborto por la fórmula
«interrupción voluntaria del embarazo». Sorprende porque, a la luz de las
teorías construidas entre probetas y microscopios, no cabe establecer plazo
alguno en un desarrollo para el cual será indispensable la madre, mujer que en
absoluto cabe equiparar con un bombo, que por otra parte, y aquí está la
cuestión fundamental, está inserta en una sociedad. En este punto, las palabras
de la socialista Aído, señalando que el feto era un ser vivo pero no un ser
humano, se sumerge en el disparate si
tenemos en cuenta que la persona presupone el individuo –y el feto no es una parte
de la madre que posee su exclusiva carga genética-, pero también la sociedad
que lo acoge. En definitiva, lo que tratamos de afirmar es que el ser humano es
el resultado de una serie de fuerzas, no sólo las uterinas, sino también
sociales y políticas que no pueden reducirse al papel de la madre.
En
el trasfondo de la reacción, así nos parece, late el prestigio social alcanzado
por el democrático derecho a decidir, circunscrito en este caso a la más
inmediata corporeidad. Un derecho del que han hecho bandera los partidos que se
reclaman herederos de los defensores del prole-tariado, lo cual añade
complejidad al asunto, pues más allá de la contradicción y de las decisiones
personales –«nosotras parimos, nosotras decidimos»- aparece una obstinada
realidad: el problema demográfico que planea sobre una España en la que cada
vez hay menos nacimientos, circunstancia que comprometerá, cuando menos, el
para muchos irrenunciable estado del bienestar.
En
definitiva, la puesta en cuestión del aborto libre, aspiración de aquellas
facciones que tienen una concepción de la ética en cuyo fin se sitúa la
consecución de tal objetivo, sitúa a tales grupos –recordemos las clásicas
definiciones de la Antropología- un nivel equiparable con el de las sociedades
bárbaras, caracterizadas por la práctica abortos sin trituradoras ni clínicas
de por medio. Más allá del ruido mediático y del debate ideológico, la nueva
ley, al parecer tan reaccionaria como la del PSOE post-Suresnes, aborda la
casuística clásica, permitiendo el aborto de las mujeres violadas y tomando
partido, he ahí un ejemplo de socialismo, por la madre en el caso de que la
disyuntiva exija la eliminación de una de las dos vidas.
El
debate, no obstante, y dados sus réditos electorales, a los cuales no será
ajeno un PP cuyo anteproyecto queda sujeto a cambios, promete seguir activo
mucho tiempo, y ello a pesar de que los avances anticonceptivos permite
esterilizar muchos frentes del mismo.
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