Artículo publicado el viernes 26 de febrero de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
Calvo, Laín y Gárate. José desubicado
El
febrero que ahora se cierra, se abría, por lo que a la actividad municipal
madrileña se refiere, con la retirada de diversas reliquias conmemorativas cuya
desaparición del ámbito público venía a dar cumplimiento a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica. A la cabeza
de tal iniciativa ha figurado la delegada de Cultura y Deportes del
Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer, quien
se ha servido de «informaciones
técnicas» para llevar a cabo esta suerte de damnatio memoriae a la que con tanto ardor se entregan amplios
sectores de la juventud española íntimamente identificada con hechos que en su
mayoría se produjeron hace más de siete décadas.
Ocurre, no obstante, que muchos de los personajes
que en aplicación de la ramplona lógica memoriohistoricista debieran
haber estado ligados a un lugar físico e histórico concretos, lo estuvieron en
su opuesto, rompiendo así, por la vía de los hechos, lo construido por la de la
ideología. Sirvan de muestras los siguientes ejemplos de aquellos hombres que
vivieron bajo el nombre del más obrerista de los santos: José.
El primero al que hemos de referirnos es a José
Calvo Sotelo (1893–1936), muerto en la madrugada del 13 de julio anterior
al estallido de la Guerra Civil mientras era conducido, a bordo de una camioneta
de la Guardia de Asalto, hacia la Dirección General de Seguridad
(DGS). El asesinato de Calvo Sotelo, por lo tanto, se produjo en el tiempo
anterior a un franquismo que sólo los más rigoristas podrán dar por iniciado
unos días más tarde. Un tiempo previo a ese que sirve hoy a la iconoclastia
municipal, cuya metodología podemos conocer por boca de la Mayer: «Hay varios monumentos retirados
porque el principal articulado de la ley tiene que ver con la represión y la violencia en la dictadura». El corsé
leguleyo se constituye así en una barrera infranqueable aun para una edil
que hubiera estado encantada de retirar todo rastro de quien fundara un partido
monárquico llamado Bloque Nacional, que sin duda hubiera sonado mejor a
sus oídos de haber trocado ese «Nacional» por un adjetivo mucho más asumible: «Estatal».
Unos días, y un par de disparos, separaron a este primer José de haber podido
ingresar en una lista en la que se han incluido nombres que han causado
polémica y estupor entre la ciudadanía.
El segundo José desubicado llevaba Laín Entralgo por
apellidos y vivió entre 1910 y 1972. Como el lector habrá adivinado, este José
era hermano de un célebre Pedro, el médico y dirigente falangista Pedro Laín
Entralgo (1908-2001) que llegaría a ser rector de la Universidad de Madrid
desde 1951 hasta los sucesos de 1956, tras los cuales, la oportuna ayuda del
amigo americano, por medio del Congreso por la Libertad de la Cultura, mantuvo
a don Pedro en los habituales predios anticomunistas que tanto atraían a ese
hermano vaporizado en sus memorias Descargo
de conciencia, publicadas tras la muerte de Franco.
En efecto, hubo otro Laín, ese José que vivió dos
décadas en la Unión Soviética estalinista encuadrado en el organigrama
comunista ganándose la vida como traductor al español de obras de filosofía
marxista-leninista que llegaron a España e Hispanoamérica. Don José, sin
embargo, abandonaría las tierras delimitadas por el Telón de Acero
precisamente un año después de la algarada universitaria que le costó el puesto
a su hermano. En el Madrid franquista proseguiría sus labores de traductor
quien en su juventud desplegara una más que notable carrera como articulista en
publicaciones en las que expresaba sus anhelos revolucionarios, los mismos que
le llevaron a involucrarse en la preparación de un violento golpe de Estado
que de haber obtenido el éxito deseado hubiera dado al traste con la II
República hogaño presentada como paraíso de las libertades y antaño acusada
de burguesa. Regresado a España, viviría don José en Madrid sus dos
últimas décadas de vida.
Un año antes del regreso del discreto hermano de don
Pedro, José Gárate Murillo (1933-2015) había participado,
en calidad de jaranero o alborotador según las palabras del propio Franco, en las protestas universitarias
madrileñas. Según su propia declaración en la DGS, cursaba Gárate, en aquellas
jornadas de protestas y correndías, cuarto curso de Derecho tras haber
alcanzado la Jefatura de la Primera Línea del Distrito Universitario de Madrid del
SEU. Afiliado a Falanges Juveniles de
Franco en 1949, Gárate se radicaría más tarde en el mismo México que
constituyó el santuario del gobierno republicano en el exilio. Nunca abdicaría,
sin embargo, de su credo falangista. Prueba de ello es el hecho de que presidió
la Fundación Hispano-Mexicana de
Castilnovo que impulsó actividades ligadas a tal ideología. Gárate fue también
presidente de la Fundación José Antonio
Primo de Rivera y Miembro de la Plataforma 2003 para el Centenario de José
Antonio.
Opacado
por los nombres más conocidos –Múgica,
Pradera, Tamames- de quienes protagonizaron aquellos sucesos, el
joseantoniano Gárate ha permanecido olvidado incluso para quienes han tratado
de ajustar retrospectivamente cuentas con todo aquel que vistiera el azul al
que cantara el también involucrado Ridruejo.
Considerado un punto de inflexión que de alguna manera desvió la trayectoria
del franquismo hacia su transformación en la actual democracia coronada, la
participación en aquellos hechos sirvió para pulir las aristas políticas y los
objetivos de sus protagonistas. Bajo el común denominador de su concurso en
esta contestataria protesta, los integrantes de la misma quedarían absueltos de
sus errores.
Décadas
más tarde, de la mano de Rodríguez
Zapatero, España se entregaría a la puesta en práctica de la así llamada
Memoria Histórica, no sólo contradictoria en su propia enunciación, sino
marcada por un sesgo ideológico tan alejado del rigor histórico que permite
recolocar debidamente a los desubicados. Los datos, no obstante, son tozudos y
nos hacen recordar el lamento de don Quijote:
«¡Oh, memoria, enemiga mortal de
mi descanso!»
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