Artículo publicado en la Revista de Folklore, n. 386, pp. 4-11:
La mierera de La Varga de
Alcantud
Autores: Emilio Guadalajara Guadalajara e Iván Vélez Cipriano
Frente de la mierera de La Varga de
Alcantud
1. Algunas referencias históricas
Aunque
la fabricación y uso de la miera es ancestral, su incorporación a obras
escritas relacionadas con Cuenca no es tan antigua. Un rápido rastreo de
fuentes bibliográficas nos llevará al Tesoro
de la Lengua Castellana o Española (1611) de Sebastián de Covarrubias
Orozco (1539-1613), referencia especialmente oportuna por cuanto este autor fue
«capellán de su Magestad, Maestrescuela, Canónigo de la Santa Yglesia de
Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición». Así trata la voz «miera»
Covarrubias:
El azeite que llaman de
enebro, de que parece usan los pastores para curar su ganado. Y dize Mingo
Revulgo:
O mate mala ponzoña
a pastor de tal manera,
que tiene cuerno con miera
y no les unta la roña.
Latine dicitur
Reum Iuniperum: parece nombre Arabigo, aunque el Brocense quiere sea nombre
corrupto de amurca
Casi
sin variaciones, encontramos esta definición en la edición de 1734 del Diccionario de Autoridades (Tomo IV).
Como es sabido, la industria de
la miera ha tenido gran implantación en la Sierra de Cuenca dadas sus
particulares condiciones botánicas y la presencia de una gran cabaña ganadera
trashumante, que requería de tal producto, abriendo las posibilidades de comercializar
los excedentes tanto de miera como de otros productos obtenidos con el concurso
de hornos similares al que vamos a analizar. Las hemerotecas ofrecen muestran de
cómo productos como el aguarrás o la pez, derivados del pino, se vendían en
tierras lejanas. En la noticia que reproducimos a continuación se citan puertos
marítimos, mercados ávidos de pez para el calafateado de los barcos. Pese a que
en el texto no se cita a Alcantud sino a pueblos aledaños, la incorporación de
vecinos de esta localidad a tales rutas comerciales es perfectamente verosímil:
[…] Los de
Armallones, Huerta-Pelayo, Valtablado del Rio, y Carrascosa de la Sierra,
corren toda la Peninsula con su agua-rás, y pez, frequentando particularmente
los Puertos de Cartagena, y de Cadiz, donde logran despacho ventajoso. (Correo mercantil de España y sus Indias (Nº 22, Del lunes 16 de diciembre
de 1793, Agricultura).
Casi un siglo más tarde, es José Lucas Torres
Mena (1822-1879), en sus Noticias Conquenses
(1878), quien aporta nuevos datos. En el capítulo décimo de su obra -p. 365-
nos informa de que la producción provincial de aceite de enebro es de 200
arrobas, aclarando que el sobrante se vendía fuera. Más adelante, en la página
377, dedicada a la estructura de los 733 montes de Cuenca extendidos en 439.796
hectáreas, 2.863 lo eran de enebro. Finalmente añade:
«En la
Exposición universal celebrada en Filadélfia, durante el verano de 1876, ha
figurado nuestra Provincia de una manera que podemos considerar expléndida,
relativamente á las mezquindades anteriores […]. Don Ambrosio Yáñiz, de Cuenca,
presentó miera ó sea aceite de enebro». (op. cit., pp. 404-405).
2. El enebro merero (juniperus
oxycedrus)
En Alcantud y en general en esas
Alcarrias se conoce con el nombre común de «enebra» o enebro hembra, dando a
entender que de él se obtiene algo productivo. Se trata de un arbusto,
entendiendo por tal la planta cuyo porte está comprendido entre uno y cuatro
metros, muy adaptado a las circunstancias excepcionales de la sequía estival. Llama
la atención su aspecto llorón, es decir, con los extremos de las ramitas
caídas. Sus diminutas hojas son aciculares y presentan una doble línea
longitudinal de color verde claro. Esa característica lo distingue del otro
enebro, el de la ginebra: juniperus
communis, cuyas hojas solamente tienen una ancha franja longitudinal. En
ambos casos las hojas son perennes y de textura coriácea, perfectamente
adaptadas para evitar el exceso de transpiración y pérdida de agua en los
rigurosos veranos.
Otra característica distintiva de
esta planta es la referida a su «falso fruto», conocido como gálbulo o piña. Un
falso fruto que tiene que ver con la clasificación de esta planta como
gimnosperma, es decir, con óvulos al desnudo. Es la ausencia de ovario la que
impide la formación del fruto. El gálbulo o piña es simplemente una estructura
de fácil apertura donde maduran las semillas. Por ello, su mal llamada flor es
desnuda y por tanto su polinización se lleva a cabo gracias a la acción del
viento. Efectivamente, el grano de polen es muy voluminoso y prácticamente
hueco, facilitando de este modo su flotabilidad y movilidad en el aire. Sin
embargo pocas personas -a excepción de los colmeneros- saben que las abejas lo
consumen ávidamente en las tempranas fases de maduración. Tempranas porque a lo
largo de los meses de enero, febrero y marzo pueden madurar las cápsulas
polínicas. En las tibias mañanas es frecuente ver abejas rondando los enebrales
para llevar algo de alimento fresco a la colmena. Buena parte de ese polen
acabará fecundando óvulos.
Por su parte, la madera de enebro
de la miera ha sido muy apreciada en trabajos de ebanistería por combinar
dureza, tonalidades claroscuras y aroma penetrante debido al contenido de miera
en el duramen.
3. La mierera
La mierera analizada en este
trabajo se sitúa en el término del municipio conquense de Alcantud -coordenadas
sigpac: 30T 0.557.944/4.489.603- a los pies del monte llamado La Varga.
Genéricamente, la mierera es un
horno compuesto de dos cúpulas, una interna y otra exterior, al modo de las
muñecas rusas, que dejan un espacio entre ambas en el cual se aloja el material
combustible. Ambas cúpulas se construyen por aproximación de hiladas, por lo
que pueden llamarse cúpulas materiales frente a las cúpulas formales. Trataremos
de explicar tal distinción:
En el caso de la cúpula formal, la
denominación le vendrá dada por consistir en una estructura masiva que funciona
por gravedad y es, al igual que un muro. Se trata, pues, de un elemento
constructivo autoportante. Por el contrario, la cúpula formal, que sólo podrá
mantenerse en pie una vez terminada, entrará en carga en el momento de retirar
unas estructuras auxiliares: las cimbras y apeos.
La cúpula interna, o caldera,
está construida mediante hiladas de cascotes de teja unidas por arcilla que se emplea
para dar cohesión a estas piezas y enfoscar el trasdós de la ligera estructura –entre
diez y quince centímetros de espesor- en contacto con el fuego. El material
empleado tiene propiedades refractarias muy superiores a las de la piedra
caliza.
La cúpula externa está construida
con mampostería de sillarejo reforzada en sus esquinas con piezas de mayor
entidad, configurando un frente con tres huecos adintelados, el aludido, y
otros laterales de menores medidas -0,50 m de ancho por 0,35 m de alto-, que
sirven para alimentar el horno perimetral. Las dimensiones de este frente,
reforzado en su base con dos muros de contención son: 5,00 m. de anchura por
2,50 m de altura, teniendo la mierera 3,50 m de fondo. Cotejados otros ejemplos
de los alrededores, estas medidas, sujetas a pequeños cambios derivados de la
piedra empleada o el emplazamiento de las miereras, eran muy similares.
En el mismo Alcantud, según testimonio
directo de algunas personas, sabemos de algunos hornos que eran montados y
desmontados al acabar el proceso, siempre usando cascotes de teja y barro.
Estos hornos poco eficientes y carentes de cúpula envolvente, funcionaban por
la aplicación directa del fuego externo. Cabe suponer que estas efímeras estructuras
permitían la incorporación de grandes ramas y troncos sin cortar, ahorrando así
parte del trabajo de hacha. Por sus características, este tipo de hornos, que
no ha dejado restos salvo la losa inclinada con alguna incisión y un montón de
cascotes por los alrededores, tienen sentido cuando se trata de aprovechar una
masa de enebros distante de la residencia del mierero.
Por último, citaremos otros
ejemplos de hornos de enebro. En Rubielos de Mora y Alloza (Teruel), la
destilación se hacía sin ningún tipo de horno de vaso. Bastaba con una losa ligeramente
inclinada con unas incisiones en forma de espina de pez, por las que discurriría
el aceite. Para ello se amontonaban las cepas de enebro en posición
vertical, configurando una suerte de cono similar al empleado para producir carbón.
La capa superficial era de ramaje fino, que se usaba como combustible. El
calor producido por dicha capa, que ardía, se transmitía al interior propiciando
la destilación del aceite. Este proceso, poco eficaz, no dejaba carbón como
subproducto. En Castilla, escritos del siglo XIX citan a Salas de los Infantes
y Arauzo de Miel (Burgos) como productoras de aceite de enebro, sin que
conozcamos la tipología de sus hornos.
4. El proceso
Tras el acopio de enebro y de
retama, se comienza con la colocación de raíces, cepas y troncos de enebro
verde abiertos con el hacha o la cuña para que expongan directamente el duramen,
en el interior del horno a través de la piquera de carga situada en la
plataforma superior. Era importante colocar bien las cepas y troncos más
gruesos evitando dejar bolsas de aire que pudieran favorecer la quema de los
mismos, ya que el aceite se halla en la médula o duramen de la planta. Una vez
completada la caldera se procedía al sellado con la losa superior.
Iniciado el proceso, los huecos
eran tapados para evitar las pérdidas de calor, quedando únicamente libre un
orificio en la parte baja de la puerta que da paso al canal o desagüe. La
puerta tan sólo era abierta ocasionalmente para atizar o recolocar las raíces
de enebro con objeto de mejorar el rendimiento. La adición de materia
combustible -ramas finas del propio enebro y otras de pino, aliagas, sabinas…-
se hacía a través de las piqueras
laterales
Tras el encendido debía cuidarse
el fuego continuamente para que el calor se repartiera bien por el exterior del
vaso de la caldera. El efecto refractario del barro y cerámica permite un
caldeado uniforme por el interior, amortiguando el fuego directo. Cuando había
iniciado la destilación de aceite, se tapaban las chimeneas del hogar con el
fin de que no se desperdiciase el calor y mantuviese ese estado durante horas,
quizá hasta dos días.
La destilación de aceite producía
además la carbonificación de la madera del enebro. De ahí que el carbón fuese
un subproducto del proceso. Se dice que la venta de ese carbón era la propina
del jornalero, una vez vendido en las fraguas y herrerías del pueblo. No obstante, el carbón más fino o picón era
usado para los braseros en la calefacción de las cocinas. No se descarta el uso
en calientacamas metálicos para evitar la humedad en las sábanas y hacer más
agradable la llegada al lecho en las noches invernales.
El aceite de enebro así producido
no tenía ningún otro proceso adicional. Era metido directamente en pellejos u
odres y se vendía por los pueblos de forma ambulante. El odre era un buen
recipiente con fácil vertido, adaptable a los lomos de una caballería y, sobre
todo, sin posibilidad de rotura por golpe. Por ello, la industria de la botería
destinaba los grandes pellejos de machos cabríos para el aceite de enebro,
aceite de oliva y vino, oportunamente impermeabilizados con pez griega.
5. La miera
Por norma general se usa en
plural -«mieras»- como genérico para designar toda una serie de productos
obtenidos del bosque mediterráneo, cuyo proceso de producción es muy parecido,
ya que se necesita destilar una planta con algún tipo de horno. En cualquier
caso, el usufructo y aprovechamiento de los montes engloba ese tipo de
actividades, sometidas permisos de explotación, pago de tasas y un régimen de
subasta al alza a la hora de la concesión.
Bajo denominación «mieras»,
existen tres productos:
- Aceite de enebro, aceite de cade o brea de enebro.
Obtenido siempre a partir del juniperus
oxycedrus. El enebro común produce enebrinas -vulgarmente «cucos»- usadas
como aromatizante para la fabricación de ginebra, palabra derivada de «ginebro».
Para este proceso hay que macerar y luego posiblemente destilar en alambique de
alcoholes.
- Pez griega, comúnmente conocida como «pedriega» por
deturpación de las palabras originales. Se obtiene a partir de la destilación
en horno o pegueras de las cepas y viejos tocones de pino. No obstante, es
frecuente llamar mereras a esos hornos de pez griega, de ahí la confusión.
Confusión que se agrava con las operaciones derivadas del uso de la pez griega
y del aceite de enebro. Aparte de su uso en el calafateo de los barcos,
impermeabilización de odres e incluso, en el campo bélico clásico, los
proyectiles de fuego a base de bolas de brea encendidas, la pez griega se ha
usado para señalar ovejas y cabras. Esa operación se hace tras el esquilo y
consiste en marcar con un hierro finalizado en un signo sumergido en pez
caliente y líquida -40 o 50 º C-, la corta lana del animal. Una vez enfriada,
la pez quedará como una costra que permanece hasta el año siguiente. Esa
operación de marcaje se denomina «empegar», «amerar», «almerar»… vocablos que
complican todavía más todo lo anteriormente dicho.
- Resina en bruto, proveniente de
la simple exudación del pino al practicarle una herida. La especie de pino más
a propósito es el llamado «rodeno» -pinus
pinaster-, aunque se han resinado pinares de negral, carrasco e incluso
albar. Se trata, insistimos, de resina en crudo. Sin embargo, la jerga del
resinero remasador invita de nuevo a la confusión porque a las caras de
resinación del pino las llamaba «mereras» o «meleras». En otras partes de
España, al no haber grandes fábricas de resina, el proceso de destilación se
hacía a pequeña escala, en hornos con capacidad para una o dos toneladas
máximo, instalados en mitad del campo y en un curso de agua cercano, ya que se
necesitaba leña para calentar el vaso y un foco frío para completar el proceso
de destilación por alambique. A esas antiguas fábricas a pequeña escala también
se les ha denominado mereras. Por su parte, en las grandes resineras se obtenía
aguarrás -o trementina- y colofonia. Esta última es una pasta seca y
transparente susceptible de seguir empleándose en industria química o destilatoria.
Tras la obtención de una veintena de productos entre los que se incluyen
alcoholes -etílico y metílico-, alcanfores, celuloides -predecesor de los
plásticos-, baquelitas, terpenos… queda un residuo untuoso de bajo punto de
fusión que dieron en llamar «pez». Por tanto, la destilación industrial también
produce pez. Es posible que en las antiguas pegueras el hecho de quemar la
primera brea no sea otra acción que eliminar por combustión esos alcoholes,
alcanfores, celuloides…
Buena parte de los productos citados,
excluyendo los procesados industrialmente, eran servidos al vulgo por las
mismas personas, posiblemente porque en ciertas épocas propicias esos
vendedores se dedicaban a la obtención de cada producto en hornos en cierto
modo parecidos, aunque con técnicas bien distintas. Para colmo de males a esos
vendedores ambulantes se les conocía como mereros, meleros o pegueros.
6. Usos
Dado que nos hallamos en una
comarca de gran tradición ganadera, hemos de comenzar destacando el uso de la miera
en estas actividades. La miera o aceite de enebro, de propiedades
desinfectantes y vermífugas, se empleaba para sanar la roña o sarna de las
ovejas, cabras y otros animales domésticos. El encargado de provocar tal
infección es el arador de la sarna, ácaro o arácnido que parasita a los
animales por norma general desnutridos o viejos, llegando a vivir entre la
epidermis y dermis. Las heridas producidas, amén de infectarse, dejaban
pequeños boquetes en el cuero y por tanto esas pieles no valían para producir
pergaminos.
Para combatir las infecciones se
empleaba la miera, aplicada por vía cutánea a los animales del siguiente modo:
La miera se vertía en un recipiente,
a menudo un «colodro» o cuerno de toro y, empleando una pluma de gallina como
si de un pincel se tratara, se trazaban una serie de líneas longitudinales a lo
largo del lomo de las ovejas, apartando para ello la lana del animal para que
la miera estuviera directamente en contacto con la piel.
Hace casi dos siglos, el soriano Manuel
del Río Alcalde (1757-¿?), Hermano del Real Concejo de la Mesta, en su obra Vida
pastoril (Madrid, 1828), explicaba el empleo de la miera. En la página 29
se describe el uso más común:
Toda la parte
enferma se esquilará, y se untará con miera, ó bien se lavará con una decocción
de vedegambre. Si es procedente del piojo basta con untarlas con un poco aceite
común.
Al tratar del mal llamado sanguiñuelo -p. 35- dice:
Es la salida
abundante de moco sanguinolento por las narices: se conoce además en que la res
enferma tose frecuentemente y arroja sangre por las narices, en cuyo caso es
muy dañoso.
En esta
enfermedad el mayor cuidado de los Pastores debe dirigirse a preservarla, porque
una vez declarada, las produce la muerte. Sin embargo algunos ponen en uso para
curarla la sal mezclada con tejo
molido; otros les dan sal amierada; otros en fin, unen á la sal una planta
llamada juciana: de todos estos
remedios los mejores son los dos últimos, y si se dan antes que el moco se
presente sanguinolento se precave la enfermedad.
Por último, en la página 153,
añade:
Cuando los
ganados marchan cañada arriba, llevan ya el fruto completo; está ya próxima la
época de cortarlo, y si en ese intermedio se presentase algún grano de roña, es
necesario curarlo sin manchar la lana, mezclando la miera con un poco de aceite
de comer para que corra por el cutis; pero si los granos son muchos, lo mejor
es lavarlos con agua de vedegambre. Cualquier
pequeño defecto en la lana se advierte mucho en la sierra de Segovia; pero en
las demás que se coge á vellón redondo no se nota tanto, y solo se ve en el
lavadero. Algunos no curan la roña cañada arriba, y lo hacen en la peguera,
porque si el rebaño está limpio al salir de Estremadura poco puede inficionarse
en veinte días lo más que tarda en llegar á Villacastin y tienen la
satisfaccion de que ninguna oveja llegue manchada.
Si el mes de
Marzo es seco, y las ovejas no salen cojas, la marcha no es muy penosa para
estas ni para los Pastores; pero si sucede lo contrario los cogeros no pueden reposar, la mayor
parte de la noche estan andando, y de dia tienen que curar con miera las
gusaneras ó las grandes supuraciones que producen las peras que motivan la cojera.
Otras referencias señalan que en
ausencia de miera, especialmente en el período trashumante, los pastores
aplicaban sobre las heridas la saliva obtenida tras mascar tabaco.
Precisamente otro uso, el humano,
se apunta en las Actas y memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos del
País de la provincia de Segovia (Tomo II-1786), sin embargo, por referir al pino esta
sustancia, parece tratarse de un tipo de pez, reproduciendo los errores antes
mencionados.
En otro plano ajeno al que
venimos analizando, un uso que llegó de Oriente tenía que ver con la
fabricación de incienso. Desde Mesopotamia y posiblemente la India, llegan
crónicas del uso de inciensos en ceremonias religiosas de inhumación de
cadáveres. Los vapores desinfectantes aseguraban las condiciones salubres de la
estancia de los muertos. No es de extrañar que la tradición cristiana adoptase
el incienso en sus ceremonias. Destaca en este sentido el famoso botafumeiro de
la catedral de Santiago de Compostela empleado para favorecer la profilaxis y
desinfección ante la llegada continua de peregrinos poco aseados que transportaban
en su piadoso viaje piojos, ladillas, pulgas e incluso sarna.
Dibujo de la peguera elaborado por
Emilio Guadalajara Guadalajara
Bibliografía
- Covarrubias, Sebastián; Tesoro de la lengua castellana (Madrid
1611).
- Del Río Alcalde, Manuel; Vida pastoril (Imp. de Repullés, Madrid
1828).
- Pio Font Quer; Plantas Medicinales. El Dioscórides renovado (Ed. Labor, Barcelona 1.992).
- Rodríguez Pascual, Manuel; La trashumancia, cultura, cañadas y viajes
(Ed. Edilesa, León, 2001).
- Torres Mena, José Lucas; Noticias conquenses (Imprenta de la
Revista de la Legislación, Madrid, 1878).
Vélez Cipriano, Iván; Técnicas e
ingenios en la Sierra de Cuenca (Dip. Cuenca, Cuenca, 2010).
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