Artículo publicado el 22 de mayo de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
http://gaceta.es/ivan-velez/50-anos-conferencia-episcopal-espanola-22052016-0105
50 años de la Conferencia Episcopal Española
50 años de la Conferencia Episcopal Española
Bajo palio. Semejante imagen de Francisco
Franco sigue siendo recurrente incluso para aquellos que no la han
visto más que en viejas imágenes del NO-DO rescatadas para la
ocasión. La percepción de una sólida conexión entre Iglesia y Dictadurasigue
instalada en unos tiempos marcados por la ideología fabricada según los
patrones de la Memoria Histórica y los relatos cuyos
televisivos protagonistas interpretan de tal modo a sus personajes que, en
un guiño al método Stanislavski, dan continuidad a los guiones en sus
prosaicas vidas buscando en Panamá el mejor destino para sus
ahorros. Sin embargo, la escena de Franco caminando bajo un techo textil sustentado
por codiciados varales a los que nunca faltaron manos solícitas, oculta a
menudo las transformaciones que experimentó la Iglesia que prestó incluso su
vocabulario –la famosa Cruzada- al católico Caudillo.
La imagen del general gallego nos remite
a la mitificada II República española, nacida calor de una Constitución,
cuyo artículo 26 convertía en asociaciones a las confesiones
religiosas, que quedarían sin auxilio económico en un plazo máximo de dos años.
El texto también incorporaba un proyecto de nacionalización de bienes
eclesiásticos con cuyos beneficios se atenderían problemas sociales.
Asimismo, se leprohibía el ejercicio de la industria, el comercio o la
enseñanza. Con una Carta Magna que albergaba estas líneas, el desarrollo de
la República derivó socialmente hacia el fortalecimiento de un anticlericalismo que
siempre tuvo su espacio en la sociedad española. Pese a todo, aunque Azaña fue
capaz de proclamar en el Parlamento que España había dejado de ser
católica, la realidad era muy otra, hasta el punto de que durante la Guerra
Civil la Iglesia sirvió como un importante factor ideológico y de cohesión.
Frente a la abnegada fe de los miembros de la F.E.T., concentrada
simbólicamente en ardorosos pechos protegidos por el pertinente¡detente
bala! o la célebre fanatización del requeté recién comulgado,
el bando contrario, así lo contó Orwell, combatía entre sí tras el frente. A
mediados de los años 30, el credo católico era más comprensible para los
españoles que el hombre politécnico. En tal contexto, la Iglesia,
organización humana, vio en Franco a un salvador encantado de poder rodearse de
prelados. Sin embargo, la alianza comenzaría a acusar cierta erosión apenas dos
décadas después.
La fecha más destacada será ese 1959 en
el que España, ya en la órbita de los Estados Unidos de Norteamérica, puso en
marcha el Plan de Estabilización cuyos engranajes fueron
engrasados por hombres próximos a una poderosa facción católica: la del Opus
Dei cuyo fundador, hoy santificado,dio por nombres Camino y Surco a
dos de sus principales obras, escogiendo vocablos que, más allá de lo
metafórico, remiten a la capa productiva de una sociedad política como esa
España que empezaba a dejar atrás el campo para dar paso a una etapa de industrialización
y concentración de proletariado en las ciudades que orlarían las principales
capitales de la nación. El giro, de aromas eclesiásticos, vendría acompañado de
la implantación de una filosofía pretendidamente aséptica, la ligada al método analítico, que
huía de lasideologías, es decir, del comunismo y de los últimos
rescoldos del fascismo y el nazismo.
El giro coincidió con un acontecimiento de mayor escala que también arrancó
en 1959: El Concilio Vaticano II tras el cual la Iglesia
cambiaría notablemente en lo litúrgico pero también en importantes factores que
trascendían las puras formas. La palabra posconciliar sigue todavía dividiendo
la segunda mitad del siglo XX en lo relativo a estas cuestiones. Consecuencia
directa de tal Concilio fue la creación, el 1 de marzo de 1966, de
la Conferencia
Episcopal Española, cuya primera Asamblea Plenaria tuvo lugar
del 26 de febrero al 4 de Marzo de 1966 en la Casa de Ejercicios de El Pinar de
Chamartín, contando con la presencia de setenta obispos y la presidencia del
cardenal Enrique Plá y Deniel. Ese mismo año, en Cataluña se
pondría en marcha la feroz campaña que reclamaba obispos catalanes así
como la capuchinada, acontecimientos que sirvieron para introducir
en escena un catalanismo de sacristía del que son descarriadas ovejas los
asamblearios y ecológicos catalanistas de hoy. Los acontecimientos citados
venían nutridos, entre otras fuentes, por la encíclicaPacem in terris,
última de Juan XXIII, que tanta atención prestaba a los pueblos.
El documento, escrito bajo la terrenal
atmósfera de la Guerra Fría, proponía un irenismo para cuya
realización era necesaria la invocación a reinos ajenos a este mundo, pues la
amenaza atómica, telón de fondo sobre el que se escribe la encíclica, iba
ligada a bloques delimitados y constituidos por naciones concretas, no ambiguas
estructuras etiquetables como «pueblos». Redactada para todo el orbe, Pacem
in terris no pasaría inadvertida para los cultivadores del
federalcatolicismo: los pueblos citados podrían leerse en clave interna.
Así pues, el pueblo español, al que tantas veces se había referido Franco,
podría dividirse en unidades más pequeñas: las de una serie de pueblos
delimitados por el afilado bisturí cultural. El pueblo español pasaría a ser,
también para iglesias que reclamaban constituirse bajo premisas indígenas, una
superestructura que ocultaría la realidad de una serie de pueblos a los cuales
se les habría negado la «verdad, la justicia, el amor y la libertad» con que se
subtituló el documento.
Medio siglo después, la Conferencia
Episcopal ha sido señalada en numerosas ocasiones como una institución que
conservaría las más rancias esencias del españolismo. Sin embargo, una visión
mínimamente lúcida de la transformación de la Iglesia, a la que no ha sido
ajena tal Conferencia, permite observar hasta qué punto se ha llevado a cabo la
identificación entre los intereses secesionistas y la ideología eclesiástica
cultivada y aireada en púlpitos de determinadas regiones. Hijos de la
generación posconciliar, admiradores del actual Papa,
los nuevos predicadores, indignados y sensibilizados con «lo social», prometen
limosneros subsidios y un federalismo pacificador de pueblos del que tanto
renegó el mismo Lenin en el que algunos críticos creen ver su
voluntarioso modelo.
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