La Gaceta, domingo 13 de febrero de 2017:
http://gaceta.es/ivan-velez/espana-congresual-13022017-0730
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España congresual
Del
mismo modo que los púgiles que a la espera del próximo combate hacen guantes
con un sparring, los políticos profesionales españoles necesitan mantener la
forma en los tiempos, cada vez más cortos, que separan las convocatorias
electorales. En tal contexto, el periodo de entrevotaciones va quedando
colmatado por infinidad de debates televisivos, recuerde el lector el título de
aquella obra de Gustavo Bueno: Telebasura y democracia, y por congresos de
partido tras los cuales suele salir fortalecido quien partió con mayor ventaja
inicial, victoria a menudo legitimada por la aparición de anónimos adversarios
ávidos de medro o empujados por una democrática ingenuidad.
Probablemente,
el «partido de la gente», ese Podemos que sigue sin poder tomar las riendas de
la «patria plurinacional» –Rita Maestre dixit- sea quien más atención ha
concitado, pues en su caso, dos eran sus conocidos cabezas de cartel: Pablo
(Iglesias) e Íñigo (Errejón), secundadas por sobresalientes de lujo. El lugar
escogido fue una plaza de toros desacralizada, la de Vistalegre, donde ya no
ofician los herederos de los sacerdotes paleolíticos, donde el tabaco y oro ha
sido sustituido por el púrpura transversal. Ello no impidió que desde la arena
del coso emergiera, frente a la cúpula dominante, la figura del espontáneo, un
dialogante y programático escracheador que fue inmediatamente neutralizado,
pues la fuerza de las mareas es ya incapaz de impulsar a nadie hasta los
cuadros directivos del partido de las confluencias.
Cerca
de allí, en un contexto más británico, el tenístico para el que se levantó la
Caja Mágica en la que tantas veces ha ganado el agónico Rafael Nadal evocado
por Cospedal, Mariano Rajoy recibía las bendiciones casi unánimes de su
partido, fortaleciendo una posición cimentada en gran medida en el
adecuacionismo marcado por la demoscopia, pilar fundamental de la democracia de
mercado pletórico. Es precisamente la maleabilidad de un partido capaz de
entretenerse en discutir si en su logo vuela una gaviota o un charrán, la que
le ha permitido superar el mordisco de la corrupción y aplazar sine die, tal y
como ya ocurriera con el aborto, la discusión a propósito de la maternidad
subrogada. Una comisión de expertos convenientemente seleccionados, ofrecerá
una solución que se presenta con forzada asepsia, evocando la tecnocracia con
la que se pretendió marcar distancias con la ideología en tiempos pretéritos.
Prietas
las filas populares, la mañana dominical ha ofrecido los datos de la votación
podemita, tras las cuales aparece un Podemos compactado en torno a la figura de
Iglesias, indudable vencedor de lo que se presentó como un duelo que de haberse
decantado por el lado de Errejón transformaría, aparentemente, el partido de
los círculos. La contundente victoria de Pablo Iglesias y de su equipo más
próximo, incluso íntimo, blindado desde hace tiempo, mas abierto a la
posibilidad de incorporaciones provenientes de los anticapitalistas de Urban, deja
flotando en el ambiente un sordo vae victis, apenas envuelto por la habitual
emotividad y los abrazos forzados.
Más
allá de la tensión PP-Podemos, esa suerte de bipartidismo de encuesta, queda un
difuminado Ciudadanos que ha reforzado el liderazgo de su histórico líder
Rivera, incontestable dentro de un partido obsesionado por definir su posición,
hasta el punto de hallarla en el Cádiz de 1812 donde cristalizó la izquierda
liberal española que apelaba a los españoles de ambos hemisferios. Atrapado en
su bizantinismo ideológico, la formación europeísta anaranjada parece
estancarse lastrada por la indefinición que en la España actual lleva aparejado
el propio término liberal.
Con
sus líderes fortalecidos, el último partido en discordia en estos tiempos primariocongresuales,
el PSOE, no termina de encontrar a su hombre, o su mujer, en este caso la
Susana Díaz que fue designada por Chaves y Griñán para heredar el semillero de
votos andaluz, toda vez que el granero catalán fue esquilmado por el
catalanismo del PSC y los cinturones rojos de las ciudades mostraron su
desengaño. Con una cautela que ha animado a Francisco Javier Patxi López, a
disputarle la hegemonía del partido, la prudencia de Susana ha permitido el
regreso de un Pedro Sánchez cuyo éxito iba, tal nos parece, aparejado a la
victoria del errejonismo. El gris domingo de febrero ha dejado, no obstante, un
amargo resultado en Vistalegre. La victoria del agitador y callejero Iglesias y
el eclipse de Errejón, amenaza con gripar el motor del coche con el que Sánchez
pretendía recorrer su federable España para proclamar a los cuatro vientos su
único credo: No es no.
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