Artículo publicado el 13 de septiembre de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-09-13/ivan-velez-cortes-y-franco-sepulcros-paralelos-86000/
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Cortés
y Franco. Sepulcros paralelos
La iniciativa de exhumar a Francisco Franco de su tumba en la
Basílica de la Santa Cruz del Valle los Caídos es, sin duda, la más comentada
de cuantas se han emprendido o anunciado por un presidente, Pedro Sánchez
Pérez-Castejón, que acaba de cumplir sus primeros cien días de mandato. Cuarenta
y tres años después de su fallecimiento en un hospital público construido
durante su mandato, Franco ocupa un lugar central en el debate entre partidos
que necesitan de elementos diferenciadores, toda vez que sus políticas, sujetas
a férreas determinaciones, se asemejan enormemente. En tal contexto, nada mejor
que usar a Franco como parteluz ideológico. Mientras se resuelve tan necrófilo
como, al parecer, urgente asunto, la ocasión nos permite regresar a otras
polémicas óseas. En este caso a la que tuvo a la osamenta de Hernán Cortés como
protagonista.
El 2 de diciembre de 1547, a los sesenta y dos años de edad, Cortés
falleció en Castilleja de la Cuesta. Allí recibió su primera inhumación, en el Monasterio de San Isidoro del Campo, vinculado a los Duques de
Medina Sidonia. Años después, en 1566, los huesos de Cortés, en cumplimiento de
sus postreros deseos, cruzaron el Atlántico y fueron enterrados en la Iglesia
de san Francisco de Texcoco. Allí se reunió con su madre y sus hijos Catalina y
Luis, ya sepultados en un templo perteneciente a la orden que siempre favoreció.
Ya en el siglo siguiente, en 1629, al morir don Pedro Cortés, IV Marqués del
Valle, lo que quedaba de Cortés fue llevado a la iglesia de los franciscanos de
la Ciudad de México. Para el traslado se organizó un solemne funeral, tras el
cual sus restos quedaron integrados en un conjunto funerario formado por «un
lienzo representando al Conquistador, el escudo de sus armas, y donde se
conservaba también el guión o estandarte que se decía había servido en sus
empresas bajo un dosel acompañado de un lienzo con su figura». Sin embargo, la
inquietud por el lugar donde debían ubicarse sus huesos no cesó ahí. El 8 de
noviembre de 1794, aniversario del encuentro del conquistador con Moctezuma, estos
fueron trasladados a la iglesia del Hospital de Jesús, institución fundada por el
propio Cortés. Junto a sus reliquias se colocó un famoso e idealizado busto, salido
de las manos de Manuel Tolsá, Director de la Academia de San Carlos. La ceremonia se anunció con campanas por toda la ciudad y
fue celebrada por el dominico fray José Servando de Mier Noriega y Guerra
(1763-1827), quien se refirió al conquistador como la persona que había «destruido la idolatría, los sacrificios
humanos sangrientos y traído y comunicado la luz del evangelio a los que
moraban en las tinieblas de Egipto». Todo ello ocurrió un mes antes de
que el 12 de diciembre de 1794, festividad de
Guadalupe, el mismo fray Servando pronunciara el sermón en el cual afirmó que santo
Tomás Apóstol había cristianizado el continente en el siglo I. En su prédica,
también aseguró que «la imagen de Guadalupe no está pintada sobre la tilma de
Juan Diego sino sobre la capa de Santo Tomás Apóstol de este reino». La
identificación entre santo Tomás y Quetzalcóalt estaba servida.
Años más tarde, el 16 de
septiembre de 1823, el gobierno mexicano, ya soberano, propuso que se exhumaran
los restos de Cortés y fueran llevados al quemadero de San Lázaro. Conocida la
noticia, la noche anterior a la fecha en que se debía ejecutar ese mandato, Lucas
Alamán (1792-1853), junto al
capellán mayor del Hospital, don Joaquín Canales, extrajo del mausoleo lo
quedaba de aquel esqueleto, y lo colocó bajo la tarima del altar de la iglesia.
Un rumor, el de que había sido llevado a Italia, donde residían sus
descendientes, disuadió a muchos de emprender su búsqueda. Con los ánimos
públicos más calmados, en 1836, Alamán mandó abrir un nicho en el muro del lado
del Evangelio, que se cerró sin referencia alguna. Oculto detrás de un tabique
de ladrillo y un revoco de cal, reposó Cortés durante más de un siglo. Siete
años después, en 1843, Alamán entregó a la Embajada de España una copia del
«Documento del año 1836», que detallaba el lugar preciso del último entierro
del Marqués. Esta copia se mantuvo en secreto hasta su inesperada reaparición.
Pese a todo, el
interés sobre la localización de aquella, persistió. En 1906, González
Obregón publicó un ensayo: «Los restos de Hernán Cortés. Disertación histórica
y documentada», en el que comentó una noticia aparecida en The Mexican Herald, que informaba de una reunión celebrada en
Madrid entre el Ministro de Relaciones y el Ministro de México. En ella se
abordó la posibilidad de trasladar a Cortés a España. Es de suponer que el
planteamiento de dicho movimiento se realizaba con el conocimiento, restringido
a círculos discretos, del lugar en el que se hallaban los huesos del
conquistador. González Obregón, sin embargo, optaba por dejar los a Cortés en
tierras mexicanas.
El siguiente hito óseo
nos lleva al año 1946, y a los círculos republicanos españoles exiliados en
México, pues fue en ese ambiente en el que los huesos de Cortés afloraron. El
28 de noviembre de 1946, Prensa
Gráfica dio noticia de cómo, el subsecretario de la Presidencia del
Consejo de Ministros, José de Benito, sustrajo los documentos de la caja fuerte
en que se conservaban, siendo neutralizado antes de salir con ellos en
dirección a Europa. La búsqueda del nicho en el que reposaba Cortés fue
finalmente favorecida por Fernando Baeza, quien no reveló de qué modo llegó a
sus manos una copia de los papeles que condujeron a la localización de los restos.
La cuestión no quedó ahí, pues ese mismo día, Indalecio
Prieto publicó en Novedades un
encendido elogio de Cortés, apoyado en las tesis de Salvador de Madariaga. El
artículo se cerró con la reproducción de un patriótico discurso de Prieto,
libre de toda mácula negrolegendaria, pronunciado el 16 de diciembre de 1940.
En cuanto a Cortés, el líder socialista lo consideraba tan español como
mexicano, por lo que pedía su glorificación:
Conocida
la ubicación del nicho, una comisión hispanomexicana los extrajo y los reinhumó en el muro el 9 de julio de 1947, tras una sobria placa
de bronce con su escudo de armas y una lacónica inscripción: «Hernán Cortés
1485-1547». Hasta aquí las vicisitudes de unos restos hoy casi olvidados y
apenas visitados, los de Hernán Cortés.
Comenzado en 1940 e
inaugurado el 1 de abril de 1959, año de la puesta en marcha del Plan de
Estabilización que supuso un giro a la economía española, el complejo del Valle
de los Caídos, según el Decreto Ley de 23 de agosto de 1957 debía responder a
unos propósitos de «unidad y hermandad entre los españoles». Ello explica que
allí se reunieran restos de compatriotas caídos en los dos bandos de la Guerra
Civil. Muerto el Generalísimo, la decisión de enterrar a Franco en el suelo de
la basílica la tomó el gobierno de Carlos Arias Navarro, y la ratificó el rey
Juan Carlos I, que debía su corona al finado. Sepultado bajo una pesada losa,
Franco y su régimen volvieron a cobrar máxima actualidad durante el gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero, impulsor de la Ley de Memoria Histórica que sirve
ahora como resorte para la exhumación de la que dicen ser momia.
A la espera de ver lo
que ocurre con los restos mortales de Franco, existen un claro paralelismo con ocurrido
con los de Cortés, cuya salvadora exhumación hubo de hacerse para evitar su
conversión en cenizas. El actual México, insistimos en nuestras tesis, es el
resultado de la transformación del Virreinato de la Nueva España, a cuya
cristalización contribuyó el de Medellín con la conquista, pero también con la
implantación de las instituciones y cánones hispanos. Enterrado finalmente, al
igual que Franco, en un templo que él mismo mandó construir, Cortés ha sido
considerado por muchos, entre ellos los mexicanos Alamán, Vasconcelos y
Miralles, el padre de la patria mexicana. La analogía con Franco, al que hoy se
trata de extraer de su tumba, surge si entendemos que de la transformación de
su régimen, gracias a la no por casualidad llamada Transición, surgió la actual
democracia coronada, sólo posible tras la creación de unas condiciones
materiales y económicas impulsadas durante el periodo en que gobernó. Por
decirlo con las palabras que hace una década pronunció Gustavo Bueno, la
dictadura de Franco, con todos sus horrores y errores, «hizo el mismo trabajo sucio que
los soviet en Rusia con su revolución».
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