miércoles, 12 de septiembre de 2018

Y le dava lo que avía menester

Artículo publicado en El Debate el 3 de septiembre de 2018:
https://eldebate.es/identidad/ser-conservador-en-espana-hoy-20180910

Y le dava lo que avía menester

«Quien pretende determinarlo todo con leyes, provocará más bien los vicios, que los corregirá. Lo que no puede ser prohibido es necesario permitirlo, aunque muchas veces se siga de ahí algún daño»
Benito Espinosa, Tratado Teológico Político, XX, III.

            «Si no es sí, es no». Hace un par de años, el grupo Charity Project Consent lanzó desde los Estados Unidos una campaña que, bajo tal lema, y apoyada en una serie de animaciones, obtuvo una amplia difusión en las redes sociales. Su objetivo era, literalmente, «combatir y deconstruir la cultura de la violación». En España, el rótulo se recuperó y adquirió gran popularidad, dentro del contexto marcado por la huelga feminista del 8 de marzo y la publicación de la sentencia de La Manada, que condenó, en primera instancia, a sus cinco integrantes a nueve años de prisión por abuso continuado, que no por violación. Desde entonces, la mayoría de las fiestas populares, regadas por vino eucarístico en el templo y por botellón en los aparcamientos, cuentan con personal dedicado a recoger y, en su caso, amparar, a aquellas mujeres víctimas de abusos o violaciones.
            Que las relaciones sexuales deben ser consentidas, es algo que está fuera de toda duda, sin embargo, es un hecho que las violaciones, a pesar de la puesta en circulación de fórmulas tan intencionalmente expeditivas como la citada, se siguen produciendo. Por lo que respecta a España, la persecución de los delitos sexuales viene de antiguo. En efecto, en el mes de marzo de 1255, Alfonso X el Sabio otorgó a los vecinos de Aguilar de Campoo el Fuero Real de España. En él se establecía la pena de muerte para los que participaran en lo que hoy conocemos como violación en grupo:

«Quando muchos se ayuntan e lievan alguna mujer por fuerza, si todos yoguieren con ella mueran por ello: et si por aventura uno fuere el forzador e yoguiere con ella, muera, e los otros que fueren con él, peche cada uno L maravedis, la meytad al rey e la meytad a la mujer, que prisó la fuerza, et non se puede ninguno escusar porque diga que fue con su sennor». (Fuero Real de España, Lib. IV, Tít. X, «De los que furtan y engañan las mugeres», Ley II).

            Históricamente, las diversas legislaciones han castigado la violación y determinadas  violencias contra las mujeres, que si bien existentes, y a menudo conocidas, fueron habitualmente mal vistas en el orbe hispano. Prueba de ello es el caso que contó Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. En ella aparece el nombre del vizcaíno Monjaraz, padre de la hermosa Monjaraza, que pasó a la Nueva España en 1520. De él dice el soldado cronista que aquel hombre jamás fue a guerra alguna, pero que un día, por ver cómo los españoles batallaban con los mexicanos, se subió a un templo, en cuya cumbre encontró la muerte a manos de los indios. El de Medina del Campo añadió este comentario:

  «Y muchas personas dijeron, que le habían conocido en la isla de Santo Domingo, que fue promisión divina que muriese aquella muerte, porque había muerto a su mujer, muy honrada y buena persona, sin culpa ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacía maleficio». (Historia verdadera…, cap. CXXXVI).

            En ese mismo siglo eran relativamente comunes los falsos raptos, práctica que servía para doblegar la voluntad de los padres especialmente celosos de la honra –contextualice el lector- de sus hijas. En ellos, la mujer pretendidamente raptada era cómplice de su captor. Camilla Townsend, en su Malinztin. Una mujer indígena en la Conquista de México (México D.F., 2015), relató un caso relevante. En 1535, Antonio de Mendoza llegó a Nueva España para desempeñarse como virrey. Entre sus acompañantes iba don Luis de Quesada, que no tardó en poner sus ojos en María, la hija que Juan Jaramillo tuvo con doña Marina, después de que Hernán Cortés le entregara a aquella mujer decisiva en la conquista del Imperio mexica. La niña, que perdió a su madre a los tres años, creció bajo la mirada de su estéril madrastra, doña Beatriz de Aranda, esposa española de Jaramillo.
            Una noche, don Luis trató de robar a la moza. Sin embargo, algo le detuvo, por lo que puso en circulación el rumor de que había tenido acceso carnal a la muchacha. El chisme hizo ceder a Jaramillo, que permitió el casamiento. Aquel episodio fue aprovechado por Hernán Cortés, ya enfrentado al Virrey, pues entre los jaraneros acompañantes de Quesada, se hallaba Agustín Guerrero, mayordomo de Mendoza. Tan hábil con la pluma como con la espada, el de Medellín incluyó aquellos hechos en un interrogatorio elaborado en 1543, en el que puede leerse la siguiente pregunta: «ítem, si saben que usando de la dicha parcialidad y favores el dicho don Antonio favoreció a don Luis de Quesada, que fue con él, que se casase con la hija de Juan Jaramillo contra la voluntad della y de su padre, y le consintió y disimuló que porque pidiéndola el dicho don Luis, que no se la quería dar el dicho su padre, el dicho Agustín Guerrero su mayordomo del dicho don Antonio, y así mismo otros sus criados fuesen como fueron con el dicho don Luis y tomasen la calle donde vivía el dicho Juan Jaramillo de parte y de otra y les escalaron la casa para sacar por fuerza a la dicha doncella e hija, y como no pudo salir con ello, publicó que estaba casado con ella y le hizo tantas molestias hasta que el dicho Juan Jaramillo, por no se ver tan enfrentado se la dio por mujer, digan lo que pasa».
            Sin embargo, y no pretendemos en absoluto frivolizar sobre estos asuntos, no siempre cuando no es sí, es no, pues en relaciones de esta índole intervienen factores, a veces incontrolables, que explican la ausencia de negativas taxativas, e incluso de denuncias. Sirva como ejemplo de tan complejo mundo, este con el que queremos cerrar esta escrito.
            En 1585, una viuda acudió al corregidor de la ciudad de Cuenca para querellarse contra un vecino que le dijo que ella y otra eran unas «picaronas». No contento con ello, el hombre la siguió, forcejeó con ella y la tiró por las escaleras. Conocidos los hechos, el corregidor ordenó mandamiento de prisión para aquel individuo y, aunque ella se apartó de la querella, el Alcalde mayor se reservó el derecho para hacer justicia en la causa. Finalmente ella retiró la denuncia porque, según confesó, «estaban amançevados y le dava lo que avía menester». 

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