Artículo publicado el 29 de septiembre de 2018 en El Debate:
https://eldebate.es/rigor-historico/exhumacion-de-pedro-sanchez-de-acre-20180929
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Exhumación
de Pedro Sánchez (de Acre)
En la primavera del presente año,
Atilana Guerrero, doctora en Filosofía, dio a la imprenta un libro titulado, Pedro Sánchez de Acre, un ortodoxo español
(Ed. Academia del Hispanismo, Vigo 2018). El evidente guiño a Menéndez Pelayo
contenido en tal rótulo, recorre un trabajo que sirve para traer al primer
plano al personaje que la protagoniza, pero también al contexto que moldeó su
personalidad.
Pedro Sanchez de Acre, del que no se
conserva su partida de bautismo, nació, según su propio testimonio, en Toledo
en el primer tercio del siglo XVI. Formado en la Universidad de Santa Catalina,
se desempeñó como racionero de la Catedral de Toledo y como rector de la casa
de locos de Toledo, la Casa del Nuncio, institución pionera en España en la
asistencia psiquiátrica, fundada en torno a 1480. Si esta fue su vida pública,
sus orígenes nos conducen al mundo judeoconverso. El Acre de su apellido,
omitido en las portadas de sus libros, nos lleva a una rica familia de
comerciantes, el matrimonio formado por Juan de Acre y Beatriz de San Pedro,
del cual nuestro Pedro fue el primogénito. Tal condición no impidió que
ascendiera en la escala eclesiástica. Según sostiene doña Atilana, Sánchez fue cura
de la parroquia de Santo Tomé, donde se enfrentó al caso de una endemoniada,
que se saldó con dos docenas de azotes para la impostora, que pretendía acusar
al demonio de sus devaneos con un mancebo.
La escasez de referencias
biográficas, sirve a la autora para acometer la reconstrucción de la ciudad
imperial en la que se movió Pedro Sánchez, en cuyos días, Felipe II desplazó la
capital a Madrid. Dicho movimiento no afectó a Toledo en cuanto a su
importancia en el plano religioso, pues se mantuvo como sede primada de España.
Aquella duplicidad de capitales hizo visible una realidad: el hecho de que en
España, la religión estaba al servicio del Estado, y no al revés. Aquel
vaciamiento político, sin embargo, dotó a la ciudad de una atmósfera muy
propicia para el desarrollo de obras como las que firmó Sánchez: Árbol de consideración y varia doctrina
(1584), Historia moral y philosophica
(1590) y Triángulo de las tres virtudes
Theologicas, Fe, Esperanza, y Caridad. Y Quadrangulo de las quatro Cardinales,
Prudencia, Templanza, Justicia y Fortaleza (1595).
En efecto, en Toledo, Sánchez se
formó bajo el magisterio de su preceptor, Alejo Venegas de Busto, autor de la Agonía del tránsito de la muerte, y respiró
el mismo ambiente que Alonso de Villegas, de cuya pluma salió el Flos sanctorum; el doctor de linaje
judío, Francisco de Pisa, amigo de El Greco y decano de la Facultad de
Teología; o del arzobispo e Inquisidor general, Gaspar de Quiroga, que firmó el
Árbol de consideración y varia doctrina,
e impulsó las reformas derivadas del Concilio de Trento, entre ellas, la
publicación de libros en español. Como se puede apreciar, en la ciudad
castellana convivían individuos de diversas procedencias, algo que movió a
Sánchez, tan elogioso con la Inquisición, a pronunciarse de este modo en
relación a la limpieza de sangre: «Y es mengua y poquedad muy grande jactarse
de las hazañas de sus pasados, los que hacen ruines obras, y degeneran de sus
progenitores» (Historia moral, folio
18 recto).
Sin duda, el capítulo IV, «Pedro
Sánchez y el ortograma imperial», es el que, a nuestro juicio, mejor conecta
con un título en el que se incluye la palabra «ortodoxo». El manejo de la idea
de ortograma imperial, que Guerrero toma de Gustavo Bueno, le permite hacer un
recorrido por diferentes hitos librescos. Entre ellos destaca el análisis del Libro de Alexandre, que dejó su impronta
en una sociedad, la española, que alcanzó la escala imperial, y que, por ello,
necesitaba de referentes pretéritos. Junto a esta obra, Atilana Guerrero repasa
otras que incluyen en sus títulos la palabra «espejo». Nos referimos a los
Espejos de Príncipes, que preludiaron una literatura patriótica. Si estos
libros iban dedicados a la cúspide de la pirámide social y política de su
época, otro género, el de las misceláneas, buscaba abrir un recorrido vital al
lector más vulgar. Todos estos géneros literarios influyeron en un Pedro
Sánchez que, en combate contra el protestantismo, trató siempre de encarecer el
valor del trabajo. Con esas influencias y objetivos, es el toledano se ajustó a
unos cánones, los del Imperio español o católico, en su doble dimensión
político-religiosa. Su producción, debe, pues, insertarse dentro de una
corriente que dio lugar al nacimiento del ensayo en español, género que fue
posible dentro de una nación histórica llamada España, cuyo alcance desbordó
ampliamente sus límites peninsulares. Semejante circunstancia, hizo posible que
personajes de origen judío, como Sánchez o Alonso de Cartagena, agudizaran su ingenio
para rebelarse contra los elitismos de su época. El vehículo para llevar a cabo
tal rebelión, no fue otro que el empleo de la lengua española, «compañera del
Imperio», frente al uso del latín. En su Árbol
de consideración, Sánchez se pronuncia de manera inequívoca al hablar de
«nuestra nación».
Sin embargo, Pedro Sánchez de Acre
pertenecía al mundo eclesiástico, razón por la cual volcó todo su talento en el
tratamiento de cuestiones morales y espirituales, y en las complejas
relaciones, vistas a través del prisma católico, entre los hombres de la
Antigüedad y aquellos que nacieron después de Cristo. Ello le llevó a comparar
críticamente las ideas y acciones de los filósofos y príncipes antiguos, con
los adscritos a la cruz, obligándole a mostrar su deuda con Aristóteles.
El capítulo con el que se cierra el
libro, «Discurso de la vida», sirve para exponer el modo en el cual Sánchez trata
en relación a la unión de alma y cuerpo. Es allí donde afirma que «hombre es el
ánima y el cuerpo unidos y ayuntados: luego gran pérdida es la que hacemos,
cuando morimos». Una pérdida que no es otra que la del cuerpo. La muerte es,
pues, un trance decisivo tras el cual se abre una inmortalidad, la del alma,
que se aposenta eternamente entre el cielo y el infierno. En la teoría de la
muerte desarrollada por Sánchez, aparece un inesperado giro epicúreo, e incluso
un elogio de la misma. La muerte es «ganancia», pues gracias a ella el finado
se aleja de malas compañías, de las que está repleto el mundo. Junto a los ecos
epicúreos resuenan otros de que anticipan a Calderón, aquellos en los que
sentencia que «esta vida caduca, y sus prosperidades, y bonanzas no son sino
sueño, y pasan como entre sueños, según su brevedad». En definitiva, para el
racionero catedralicio, «la memoria de la muerte había de ser el reloj de
nuestra vida».
En las páginas postreras de su
ensayo, Atilana Guerrero halla lo que denomina «philosophia perennis materialista del “desengaño de la vida
eterna”». La belleza aportada por la consciencia de que existe un final en el
cual, según Pedro Sánchez de Acre, la muerte es un zurrón «en el que no valen
más los ricos que los pobres, ni los señores que los vasallos» pues, al cabo, a todos los viste «de una misma librea de
corrupción» (Historia moral, folio 372).
1 comentario:
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