Artículo publicado el 22 de noviembre de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-11-22/ivan-velez-judios-prehispanicos-86544/
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-11-22/ivan-velez-judios-prehispanicos-86544/
Judíos
prehispánicos
«Para tratar de la cierta y
verdadera relación del origen y principio destas naciones indianas, a nosotros
tan abscondido y dudoso, que para poner la mera verdad fuera necesaria alguna
revelacion divina o espíritu de Dios que lo enseñara y diera a entender;
empero, faltando esto, será necesario llegarnos a las sospechas y conjeturas, a
la demasiada ocasion que esta gente nos da con su bajísimo modo y manera de
tratar, y de su conversacion tan baja, tan propia a la de los judíos y gente
hebrea, y creo no incurriria en capital error el que lo afirmase, si
considerando su modo de vivir, sus cerimonias, sus ritos y supersticiones, sus
agüeros y hipocresías, tan emparentadas y propias de las de los judíos, que en
ninguna cosa difieren; para probacion de lo qual será testigo la Sagrada
Escriptura, donde clara y abiertamente sacaremos ser verdadera esta opinion, y
algunas razones bastantes que para ello daremos». De este modo comienza el
primer capítulo de la Historia de las
Indias de Nueva-España y islas de Tierra Firme, de fray Diego Durán (1537-1588). En
el que también se conoce como Códice
Durán, editado en la segunda mitad del siglo XIX, su autor se ocupó de una
cuestión planteada desde los tiempos colombinos. Como es sabido, Cristóbal
Colón, convencido de haber llegado a destino para el cual partió del puerto de
Palos, trató de realizar un ajuste entre sus conocimientos de la geografía
ptolomaica, los mapas de Toscanelli y los textos bíblicos. Después de su tercer
viaje, el navegante identificó el río Orinoco con uno de los cuatro ríos que
regaban el Jardín del Edén. Según creyó, sus pies habían hollado el Paraíso. Las
pruebas que avalaban semejante idea, se amontonaban. La gran cantidad de oro
hallado en Veragua, demostraba que se encontraba en la bíblica Ofir, de la que
el rey Salomón había extraído el metal con el que construyó el Templo de
Jerusalén.
La aparición de un Nuevo Mundo,
poblado por unos pueblos que desconocían la palabra de Dios, obligaba a buscar
una serie de explicaciones y encajes asumibles dentro de la perspectiva propia
de los cristianos de la época. Ello explica el hecho de que muchos volvieran
sus ojos sobre la Biblia para tratar de encontrar respuestas. Muchas de ellas adquirieron
una coloración semítica. Tal fue el caso del novohispano Francisco de Terrazas
(¿1543?-¿1600?), del hijo del conquistador Francisco de Terrazas, mayordomo de
Cortés, y autor del poema Nuevo Mundo y
Conquista, del que conservan algo más de dos decenas de fragmentos. En él,
la trayectoria vital Cortés corre paralela a la del
profeta Moisés. Si el hebreo cruzó el mar Rojo, el español había hecho lo
propio con el Océano Atlántico. Don Hernando, al igual que Moisés al destruir
el becerro de oro, probable representación del dios egipcio Apis, habría
luchado contra la idolatría y los hábitos paganos. Terrazas no fue el único en
establecer esta identificación, que también sostuvo Jerónimo de Mendieta
(1525-1604) en su Historia eclesiástica indiana, y que seguía vigente a finales del XVIII, cuando el 8
de noviembre de 1794, el dominico fray José Servando
de Mier Noriega y Guerra (1763-1827), durante la homilía por el alma
de Cortés, elogió al conquistador por haber «destruido la idolatría, los sacrificios humanos sangrientos y traído y
comunicado la luz del evangelio a los que moraban en las tinieblas de Egipto».
En
definitiva, el argumento hebraico, ya fuera para denostar el paganismo mexica
ya para encarecer la labor evangélica cortesiana, estuvo presente desde el
Descubrimiento y constituyó una materia de debate entre eclesiásticos adscritos
a diversas órdenes religiosas. La dominica, tan permeable a diversos perfiles
humanos, fue la que con mayor ímpetu defendió en un primer momento el origen
judío de los pueblos prehispánicos. Después de Durán, en 1607, Gregorio García
(1556-1627) publicó Origen de los indios
en el Nuevo Mundo e Indias Occidentales (1607). En aquella obra se ensayó
la siempre tentadora, y no siempre acertada, vía etimológica. Según el fraile,
el vocablo «Mesico» procedería de Mesi, nombre propio de quien guió a los
judíos a poblar aquel lugar. Además de las letras, las reliquias habían acudido
también en su auxilio, pues según afirmó, en el Nuevo Mundo se habían hallado
«sepulcros debajo de Tierra con Letras Hebreas muy antiguas». Todo ello
demostraría que los indios eran descendientes de judíos.
Si los escritores
citados sostenían el origen semítico de los indios, el jesuita Acosta, de ascendencia
judía, refutó dicha tesis, del mismo modo que despejó la atlántica, sostenida
por Zárate y Sarmiento de Gamboa, que pretendían, apoyados en el Timeo de Platón, haber encontrado el origen
de aquellos pueblos en la Atlántida. Acosta rechazó la opinión de que los
indios descendían de las diez tribus perdidas de Israel. Frente a la idea de
que los antecesores de aquellos naturales habrían cruzado el Océano, Acosta
sostuvo que llegaron al continente por el norte. El jesuita no fue el único en
desmarcase de las posiciones de Terrazas y Mendieta, pues el franciscano fray
Juan de Torquemada (c. 1557-1624) también negó esas afirmaciones en su Monarquía Indiana (1615).
Del mismo modo que muchos de los
asentados en la Nueva España se desplazaron hacia el Perú al conocerse las
riquezas de aquel reino, la vinculación entre Judea y América se movió hacia
las tierras meridionales. Benito Arias Montano, por ejemplo, identificó al Perú
con el bíblico Ofir. Aunque la perspectiva bíblica siguió teniendo vigencia en
los ambientes eclesiásticos, el giro ideológico operado en las últimas décadas
del siglo XVIII, permitió que la adscripción judía de las naciones
prehispánicas se sostuviera en argumentos distantes de la esfera religiosa. En
1837, el aristócrata ingles Edward King (1795–1837), Lord Kingsborough, volvió
sobre el tema en su Antiquities of Mexico.
Según afirmó, los judíos, movidos por intereses comerciales, habían dejado atrás
Alejandría, para cruzar el Océano. Desplegando una imaginativa etimología, Lord
Kingsborough fue capaz de arraigar topónimos como Tlapallan o Amaquemacam, en
el idioma hebreo. El momento era propicio. Casi dos décadas después del Grito
de Dolores, México era receptivo a cualquier argumento que permitiera tomar
distancias con respecto a su pasado hispano. Sin embargo, en plena elaboración
de una historia nacional que pretendió dejar atrás el mundo virreinal, el pretendido
origen hebreo de México mostró su debilidad frente al empuje de los
planteamientos católicos primero, y de los indígenas después, en los cuales,
los judíos mexicanos, unos 70.000, son insolubles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario