Libertad Digital, 4 de julio de 2019
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/sala-lectura/2019-07-04/ivan-velez-nazis-en-espana-la-quinta-columna-de-hitler-88250/
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Nazis en España: la quinta columna de Hitler
Por
su ubicación, por un pasado imperial del cual sobreviven valiosos restos,
España ha constituido y constituye un enclave fundamental en toda geoestrategia
que discurra por el impreciso eje Oriente-Occidente. Durante el siglo XX,
varias potencias trataron de orientar, con éxito desigual, las políticas
españolas. Si durante la Guerra Fría, la URSS y los USA movieron sus hilos para
atraerse a la España franquista, años antes, fue Alemania quien alcanzó una
primacía que su derrota en la II Guerra Mundial se encargó de eclipsar. A la
reconstrucción de un ambiente que fue más que germanófilo, está dedicado el
libro de Javier Más: Nazis en España. La
quinta columna de Hitler (Ed. Actas 2018).
La historia que cuenta Más se sitúa
en el punto culminante de un proceso que hunde sus raíces en el siglo XIX, cuando
España acogió diversas influencias artísticas, filosóficas y políticas de
origen alemán. Nazis en España arranca
en los años 20, en los cuales nuestra nación contaba con una nutrida colonia
alemana dedicada a diversas actividades económicas. Ya en la década siguiente,
sobre ese colectivo, con la activa participación de la Embajada alemana en
Madrid y sus consulados, comenzó a operar una red de propaganda y espionaje
nazi que contó con el apoyo de los colegios alemanes, una nutrida cantidad de revistas
y libros, e incluso una pujante industria cinematográfica capaz de hacer ver a
los españoles las bondades de la Alemania hitleriana. A esta estrategia se sumó
el desembolso de generosas cantidades de dinero como los veinte millones de
pesetas que se entregaron al general Yagüe para su distribución entre el
Ejército y la Aviación, maniobra que, una vez detectada, motivó su arresto y el
de trescientos implicados.
Si el hedillista Yagüe protagonizó
ese y otros desencuentros con Franco, entre ellos una nueva conspiración en
1948, la figura de Ramón Serrano Suñer sobresale sobre todas las demás, por ser
el principal arquitecto del Nuevo Estado surgido después de la Guerra Civil,
proyecto para el cual Alemania constituia un modelo. A la más prosaica
reconstrucción, edificatoria pero también agraria, la que va ligada a la
Dirección General de Regiones Devastadas, dedica Más un buen número de páginas
en las que, no obstante, se establecen las diferencias entre dos arquitectos
representativos de los regímenes español y alemán. Mientras bajo las
directrices de Pedro Muguruza se levantaron asentamientos que dejaron espacio para
la creatividad y la incorporación de recursos inspirados en la arquitectura
popular, incluyendo los empleados por la Junta Nacional para la Reconstrucción
de Templos, en Alemania, Albert Speer impulsó una arquitectura de escala
grandiosa, evocadora de la Roma imperial. Entre el continuismo español y el
rupturismo alemán, mediaba un abismo.
Estas diferencias no pueden, sin
embargo, ocultar la realidad de que amplios sectores de la población española,
singularmente algunos ambientes falangistas, se vieran deslumbrados por una
Alemania que comenzó a perder esa popularidad a partir de 1941, cuando la
sombra de la derrota comenzó a ser más poderosa que el batir de las alas
germanas, movidas por un Hitler aupado democráticamente al poder. Si la
sintonía de Serrano Suñer o Muñoz Grandes con Berlín es conocida, el entusiasmo
que Alemania provocaba entre gran parte de la población quedó patente, por
ejemplo, gracias a la corrida de toros lidiada en Las Ventas en honor al
ejército alemán de 1940, o a las exposiciones dedicadas en 1941 al libro alemán
en Madrid y Barcelona, actos presididos por grandes banderas en cuyo centro
figuraba la esvástica. Si todo esto ocurría en el mundo oficial, en el librillo
de imágenes que aporta Nazis en España,
aparece reproducido un elemento popular: el envoltorio de naranjas de la firma
gandiense, Saladino Morell Hijo, en el cual conviven una bandera
segundorrepublicana y una bandera nazi.
Como ya se apuntó, el declive alemán
determinó el giro franquista hacia el lado aliadófilo y el consiguiente
apartamiento del poder de aquellos que habían protagonizado la fase
germanizante. Prueba de este distanciamiento que comenzó en septiembre de 1942,
es el hecho de que cuando un año después Carl Schmitt visitó la Universidad de Madrid,
no contó apenas con el respaldo de las renovadas autoridades gubernamentales. En
esa misma fecha se cancelaron también las becas para estudiantes que tenían
como destino Alemania o Italia y comenzó la destrucción de un pasado tan
reciente como incómodo en el nuevo contexto internacional.
Como es natural en un libro dedicado
al nazismo, Más dedica un espacio, el capítulo final, a la cuestión judía.
Según se expone en las páginas postreras de Nazis
en España, el régimen de Franco ya permitió el paso de judíos por España en
dirección, sobre todo, a Portugal en junio de 1940. La cifra oscila entre
20.000 y 35.000 personas. España, naturalmente, sintió las presiones alemanas
para cerrar ese flujo, si bien, a diferencia de lo ocurrido en la Francia de
Vichy, no se llegaron a aprobar leyes antisemitas. El siguiente paso fue la
expresa orden de Franco de favorecer las medidas tendentes a salvar al mayor
número de judíos posible, según se deduce de una carta del ministro Jordana al
delegado de Prensa de la Embajada de Lisboa, Javier Martínez de Bedoya. A
partir de 1943, la política de exterminio del régimen nazi es conocida. Los
esfuerzos del régimen franquista por salvar estas vidas, que también pretendían
ganarse la simpatía de la opinión pública internacional, se redoblaron. Sanz
Briz en Budapest, Romero Radigales en Ateanas, Rolland de Miotta en París,
Palencia en Sofía, Rojas en Bucarest, Martínez Bedoya en Lisboa y Propper de
Callejón en Burdeos, permitieron que miles de judíos escaparan al terror.
A pesar de todo, la pasión
hitleriana no desapareció por completo. En Barcelona, la colonia alemana y algunos
ciudadanos pronazis trataron de mantener las medidas antisemitas en relación a
los refugiados. Fruto de aquel último esfuerzo homicida, fue la devolución de
Walter Benjamin a su Alemania natal. El filósofo nunca llegó a su destino, pues
se suicidó en el paso fronterizo de Portbou.
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