El Debate 5/01/2019:
https://eldebate.es/soberania/el-regreso-de-nuestro-senor-el-desollado-20190105
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El
regreso de Nuestro señor el desollado
En 2015, el hallazgo de los restos
del gran tzompantli que acompañaba al
Templo Mayor de Tenochtitlan supuso la verificación, por la vía arqueológica,
de las crónicas de los españoles, textos que para los cultivadores de la
leyenda negra son siempre susceptibles de estar repletos de mentiras y de
justificaciones de las acciones –lúbricas, codiciosas, crueles- de los
españoles en el Nuevo Mundo. A pesar de la suavidad de su significado –tzompantli quiere decir «estandarte de
cabellos»- las estructuras que sobrecogieron a los españoles en su penetración
hacia la capital del Imperio mexica, consistían en una suerte de andamios en
los quedaban insertadas por sus parietales los cráneos los sacrificados, a los
que, después de abrirles el pecho con el filo del sílex, se les extraía el
corazón para ofrecer al sol su «vaho». El tzompantli
encontrado en la bajo el suelo de la actual calle de Guatemala es el que recogía
las calaveras de los sacrificados en honor al dios Huitzilopochtli. Señor de la
caza y de la guerra, también llamado «El Colibrí Azul», aquel al que los
españoles llamaron Huichilobos era el dios tutelar de los mexicas, que temían
un final catastrófico anticipado por vientos, incendios, inundaciones y
terremotos que precederían a la llegada de seres monstruosos. Un fin sólo
aplazable mediante el constante suministro a los dioses de sangre humana y de
ocasionales ofrendas de bellos objetos. La aparición de las reliquias óseas en
el subsuelo de la Ciudad de México vino a corroborar lo visto y narrado por los
conquistadores hace casi medio mileno.
El arranque de un año tan importante
como 2019, en el que se cumplen quinientos años desde que Cortés y su compañía
pisaran las calzadas de Tenochtitlan para ver el rostro de Moctezuma, el huey tlatoani, el hombre que hablaba con
los dioses, ha ofrecido ya una noticia que evoca la descrita. Según se ha
podido saber por la prensa, un grupo de arqueólogos ha descubierto el primer
templo dedicado a Xipe Tótec -«Nuestro señor desollado»- dios vinculado a la
fertilidad. Dos cráneos pétreos despellejados y un torso cubierto con la piel
de un sacrificado, han aparecido en el Estado de Puebla junto a las ruinas del
templo de Ndachjian-Tehuacán, datadas entre los años 1000 y 1260. La aparición
de estos vestigios relacionados con Xipe Tótec, constituyen un excelente
pretexto para esbozar los perfiles de esta importante deidad del panteón
prehispánico, de la que se conservan representaciones en los códices. En ellas vemos
una figura que sostiene con una mano un chicahuaztli,
es decir, un instrumento parecido a un gran sonajero con el que producía un
ruido que evocaba el de la lluvia, mientras en la otra aparece un cuchillo de
pedernal ensangrentado. Las dos manos que manejan esos instrumentos no son, sin
embargo, las únicas que podemos observar, pues en su figura aparecen otras dos
que cuelgan de sus antebrazos. Se trata de las de pertenecientes al pellejo
vuelto, con grumos de sangre representados por puntos rojos, de un sacrificado.
Tan peculiar como macabra vestimenta se explica por el hecho de que Xipe Tótec representa
la renovación, la repetición de los ciclos agrícolas, la muda de piel y pelaje de
los animales. Como a menudo ocurre con las deidades adscritas a las religiones
secundarias que sucedieron a los animales divinos, que
tomaron elementos de estos últimos, los dioses zoomorfos venían acompañados por
una fuerte carga alegórica. Ello explica el hecho de que los cueros de los
desafortunados que terminaban sus días en la piedra sacrificial, fueran
interpretadas como una suerte de hojas secas de una mazorca de maíz que han de
retirarse para que la semilla germine.
La llegada de los españoles, de los
cristianos, al Anáhuac, impuso el cese de los martirios incorporados a las ceremonias religiosas que
se desarrollaban en unos templos que, por la costra de sangre que tapizaba sus
paredes, recordó a Bernal «los mataderos de Castilla». El sacrificio humano y
otras prácticas «contra natura», fueron paulatinamente barridas del virreinato
de la Nueva España, para dar paso a un sincretismo aconsejado por la prudencia
de unos eclesiásticos que trataron de ir más allá de la iconoclasia. La
construcción de iglesias corrió paralela a la ruina de unos templos que muchos
hombres, entre ellos Cortés, los consideraban construcciones diabólicas. Prueba
de ello son las palabras que Francisco Cervantes de Salazar atribuyó al de
Medellín cuando ascendió a la plataforma que coronaba el Templo Mayor. Allí,
don Hernando dijo: «Verdaderamente, me da el corazón que desde aquí se han de
conquistar grandes reinos y señoríos, porque aquí está la cabeza donde el
demonio principalmente tiene su silla».
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