El Debate 29/12/2018:
https://eldebate.es/identidad/centinela-contra-misioneros-20181229
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Centinela
contra misioneros
Hace algo más de un mes, la prensa mundial
se hizo eco de la muerte de John Allen Chau a manos de los indios flechadores
de la isla de Sentinel –Centinela en español-, enclave que constituye una
suerte de cápsula del tiempo antropológico en la que viven aislados de todo
contacto exterior los descendientes de los primeros humanos que salieron con
éxito fuera de África hace aproximadamente 60.000 años. Bajo la coartada
profiláctica, Survival International trata de preservar a esta fiera sociedad
de una epidemia que pudiera poner fin a un colectivo que sobrevivió a las
campañas que diezmaron a numerosas tribus en los tiempos de la ocupación
colonial británica. Tal es la fragilidad de los aborígenes que, desde hace un
año, el gobierno de la India prohibió, so pena de una condena de prisión de
hasta tres años, la toma de fotografías o de vídeos de estos naturales. Sin
embargo, la fuerza de tan severa prohibición no fue obstáculo para que el
norteamericano Chau, movido por la fe en Jesús, pisara la isla en la que su
figura terminó por adoptar los perfiles de un san Sebastián contemporáneo pues,
en efecto, al igual que el efébico santo que tantas pasiones ha movido, el
joven, de 27 años, cerró su vida protagonizando un martirologio. Asaeteado, su
cuerpo cayó sobre la arena de la playa de Sentinel, sin poder siquiera comenzar
su apostolado.
Chau, integrado en All Nations
Family, estaba convencido de la inminente segunda llegada de Jesús y, de algún
modo, su acción suicida trató de desencadenar la parousía en la que creía firmemente. No en vano, All Nations
Family, está adherida al Pacto de Lausanne en el que se afirma: «Creemos que
Jesús regresará personal y visiblemente, en poder y gloria, para consumar su
salvación y su juicio. Esta promesa de su venida es un estímulo adicional para
nuestro evangelismo, porque recordamos sus palabras de que el evangelio debe
predicarse primero a todas las naciones». A esta última tarea se aplicó
ardorosamente Allen, con el resultado por todos conocido.
La muerte del misionero de Washington
evoca, de algún modo, a Bartolomé de Las Casas, pues el tardío dominico
sevillano, inflamado por «la voz que clama en el desierto» de fray Antonio de
Montesinos, también trató de mantener a los indios –los del Nuevo Mundo- en una
suerte de Edad de Oro, liberándolos de unos penosos trabajos de los que
deberían ocuparse los esclavos negros, color de piel, por cierto, de quienes
ultimaron a Allen. Imbuido por una armonismo y un pacifismo sin límites, Las
Casas, gran proveedor de materia negrolegendaria de los enemigos del Imperio
español, obtuvo un permiso para tratar de implantar una nueva sociedad
despojada de los vicios asentados en la vieja Europa. El lugar en el que se le
permitió implantar su particular visión fue un terreno de unas doscientas
lenguas de extensión en la venezolana Cumaná. Allí, su fértil imaginación
proyectó la creación de una nueva orden militar compuesta por caballeros de
espuelas doradas. Sustentado por misioneros, el experimento, sin embargo,
fracasó estrepitosamente.
Aquel revés no arredró a Las Casas,
quien, a partir de 1537 puso en marcha otra experiencia parecida: la de la Vera
Paz, con similar final, pues los indios lacandones, lejos de ser los mansos corderos
de los que hablaba en su Brevísima relación
de la destrucción de las Indias, acabaron con la vida de algunos misioneros
y se resistieron a abandonar la idolatría y otras prácticas bárbaras. Años más
tarde, los discípulos del Obispo de Chiapas impulsaron un nuevo ensayo. El
encargado de llevarlo a cabo fue su compañero de orden Luis de Cáncer que, en
1549, encabezó una expedición a La Florida en la que encontró la muerte a manos
de aquellos a los que pretendía hacer llegar la fe católica.
Con vidas en cierto modo paralelas,
los trágicos finales de Cáncer y Allen nos recuerdan que la cruz siempre
necesitó del respaldo, más o menos explícito, de la espada.
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